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Darabuc, palabras como música

Darabuc, palabras como música

Darabuc es una palabra exótica, y realmente parece que viene de 'darbuka', término árabe que designa un tambor con forma de copa, hecho en cerámica o metal y cuya parte más amplia es la que está en el lado superior y se tapa con piel o con plástico. Del ejecutor exige que tenga tanta precisión que sean sus dedos y no sus manos las que elaboren los ritmos y saquen del instrumento la percusión. ¿No oyen ya sus ritmos y sus sones, esas cascadas de armonía?

Porque Darabuc es también un autor y un sitio de literatura infantil que hoy quiero presentarles. Y lo que une a ese autor, a ese sitio y a ese instrumento son, precisamente, el ritmo y la magia de la música, el que él haga que las palabras suenen como suenan los golpes de darbuka.

En Darabuc no encontramos un sitio de fomento de la lectura al uso; en su sitio, primero, encontramos una obra —deliciosa— del autor: La vieja Iguazú. Es premio de la segunda edición de Luna de Aire. Y el autor nos ofrece el comienzo en «Así empieza el libro». Pero además, nos dice: «Si quiere leerlo gratuitamente, puede visitar cualquiera de estas bibliotecas o solicitar el libro a su bibliotecario.» Y es que el autor es, ante todo, lector, y eso se nota.

Se nota, con mucho, en su CEBRALOQUÍA: un tesoro, subtitulado Una antología a rayas de loquemas para niños. Darabuc desnuda a la literatura de cualquier intento de pedagogía y la ofrece como la música, con su misma fuerza: poesías elegidas con gusto y cuidado por alguien que se divierte con las palabras, que, como dice en la presentación, lo mismo las disfruta en un idioma que en otro:

Si no sé leer en japonés o en alemán, ¿de qué me vale que pongas el texto original?
Pues vale para jugar, que es sano, y bueno, y divertido, y barato... No hace falta saber leer los poemas en buen inglés, alemán o japonés para disfrutarlos: podemos tomarlos como un juego, comparar cómo suena cada uno o fijarnos en el aspecto y la textura de las palabras. El poeta francés Jacques Roubaud creó un espléndido libro de poemas-juego con la sonoridad del japonés, que se puede disfrutar sin saber una palabra de japonés.

 

Lo cierto es que la presentación es una declaración de intenciones, o de diversiones. La literatura para Darabuc no es un camino encorsetado, como no lo es la antología: es mejor dejar abiertas las puertas al juego y el oído a los ritmos, por mucho que no entendamos del todo. Pero aun así, si algo no nos gusta, vayamos a otra cosa, mariposa:

¿Y si un poema no me gusta?
Pues vuélvelo a leer, por si acaso, y pregunta siempre lo que no entiendas... Y si aun así no te gusta, pues a por otro poema, no hay nada malo. ¡No creo que a nadie le gusten todos los sabores de helado, o todos los embutidos, o todas las frutas del mundo entero!

Si abren su CEBRALOQUÍA, mayores o niños, se toparán con muy distintos autores, múltiples idiomas, traducidos y no, pero a toda la selección le une un carácter homogéneo: la de la diversión y la de la capacidad de sorpresa y disfrute ante las palabras, los versos, los juegos, los absurdos. Esa capacidad la tienen los niños y la conservan, con suerte, algunos adultos. Darabuc no sólo es capaz de elegirnos esas joyas que nos podrían pasar desapercibidas, también sabe crearlas. Les aconsejo que se lean, solos o con sus niños, La vieja Iguazú, si quieren volver a saborear versos infantiles sin ñoñería de por medio.

Ana Lorenzo, Rivas, España.

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