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Pasión y compromiso de la edición artesanal

Pasión y compromiso de la edición artesanal

Hace ya unos años, desde el 2003, que en Buenos Aires (Argentina), Lima (Perú) y La Paz (Bolivia) circulan libros fabricados con cartones. Pequeños grupos de editores, Eloísa Cartonera, Sarita Cartonera y Yerba Mala Cartonera, compran el material a los cartoneros o hurgadores ambulantes y lo transforman en libros encolados, con tapas de cartón dibujadas y pintadas manualmente, y hojas con textos fotocopiados, preferentemente cuentos o poesías de autores latinoamericanos.

¿Libros hechos con cartones desechados? ¿Por qué? Se intenta paliar una situación preocupante y cada vez más extendida en las calles de nuestras ciudades: los carritos de hurgadores que pululan buscando cómo subsistir. Es una realidad que duele y a la que no le cabe un comentario superficial. No es fácil evitar la sensiblería o caer en el cómodo mirar hacia el costado; el tema tiene demasiadas aristas que contemplar, sin las cuales no se podría dar una información que sea confiable y respetuosa de esa realidad.

 

Los talleres de edición artesanal permiten sacar de la calle a los chicos cartoneros.

 

En los enlaces a esta nota incluimos los datos que figuran en la Red sobre cada uno de los elementos de la propuesta: las razones y el funcionamiento (1) de esta iniciativa de edición alternativa, ecológica, comunitaria y solidaria en tiempos de globalización del capital; los grupos que la llevan adelante (2, 3, 4, 5); la realidad del colectivo cartonero (6); las opiniones y comentarios de los ciudadanos (7), los autores que ceden los derechos de reproducción de sus textos a estos editores artesanales (8 y 9); los artistas que pintan sus tapas (10)…

Los libros artesanales no son nuevos, sin embargo. Sólo es nueva su aplicación para el desarrollo social de grupos marginales.

Permítanme una anécdota al respecto de estas manufacturas: uno de los mejores regalos que recibí me lo hizo Victoria, amiga del alma en los buenos tiempos de la adolescencia. Dentro de una bolsita de arpillera al natural, un libro con tapas de cartón corrugado y veintidós hojas de papel de estraza, bien planchaditas, enlazadas a la tapa con un cordel de hilo sisal. La impresión parece de máquina de escribir eléctrica (y sí, el librito ya tiene sus años). Se trata de Carta a un joven escritor, de Ernesto Sábato, por Ediciones El Mendrugo (3.ª edición, Argentina, mayo 1975), con el copyright de la Editorial Sudamericana e impreso en los Talleres Gráficos Torres (Bartolomé Mitre 1370, Buenos Aires, Argentina). Con la mente puesta en el espíritu de los libros cartoneros, no puedo evitar releer este fragmento:

Hay una reiterada dialéctica entre la vida y el arte, entre la verdad y el artificio. Una manifestación de aquella enantiodromia de Heráclito: todo marcha hacia su contrario en el mundo del espíritu. Y cuando la literatura se vuelve peligrosamente literaria, cuando los grandes creadores son suplantados por manipuladores de vocablos, cuando la gran magia se convierte en magia de music-hall, sobreviene un impulso vital que la salva de la muerte. Cada vez que Bizancio amenaza con terminar con el arte por exceso de sofisticación, son los bárbaros los que vienen en su ayuda: los de la periferia, como Hemingway, o los autóctonos, como Céline; tipos que entran a caballo, con sus lanzas ensangrentadas, en los salones donde marqueses empolvados bailan el minué.

No es el único libro artesanal que tengo frente a mí. Hace pocas semanas me llegó Epidermis, de Claudia Morassi, cuarenta hojas de formato pequeño, tiraje de cien ejemplares producidos artesanalmente, primera edición de julio del 2006, Montevideo, Uruguay. Con impresión de computadora, hojas F4 subdivididas en cuatro partes, engrampadas en dos mitades y encoladas a una tapa de cartón común. La tapa lleva una banda de tela gamuzada color rosa viejo y letras pintadas en témpera, leo: «MANTRA / la última palabra de tu boca / un mantra en mi cabeza / Hipócrita / un grito en mi cabeza / y el golpe seco de la sílaba / en mi cabeza / Hipócrita / la gota cae / un millón de veces / repetida / la gota estalla / en mi cabeza / en mi cabeza hipócrita / mientras te miro / por última vez / antes de irme».

¿Podría, por amor a la escritura —la propia, la ajena—, tomarme el mismo trabajo que Claudia o los editores «cartoneros»? Me dan calambres de sólo pensarlo. Pero está visto que la edición también puede hacerse así: artesanal y apasionadamente.

Pilar Chargoñia (Montevideo, Uruguay)

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