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Lengua, traducción, calidad editorial y proyecto de ley del Libro

Lengua, traducción, calidad editorial y proyecto de ley del Libro

Gracias a esa estimable fuente de información y análisis sectorial que suele ser el blog Opinión Con Valor +, me ha llegado la edición del Diario de Sesiones del Congreso de los Diputados español correspondiente a la sesión número 34, celebrada por la Comisión de Cultura de este organismo. En ella se recogen, entre otras, las comparecencias de Mario Merlino Tornini, presidente de la ACEtt (Sección Autónoma de Traductores de Libros de la Asociación Colegial de Escritores de España), y de Antonio M.ª Ávila Álvarez, director ejecutivo de la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE), con motivo de la tramitación del nuevo marco legal de definición y regulación del libro que es el proyecto de ley de la Lectura, del Libro y de las Bibliotecas.

Entresaco de esta sesión algunos párrafos relacionados con la presencia en el texto de cinco cuestiones que suelen ser objeto de análisis de esta bitácora: la lengua; el ERE; la responsabilidad del editor (publisher); el reconocimiento de la figura de algunos de los profesionales más directamente vinculados con la calidad formal de una obra publicada (traductores y correctores, en este caso; no se dice nada, por desgracia, de los grafistas, los editores de mesa, los redactores, los maquetadores...); y el modo como interpreta (u obvia, sin más) todo ello la FGEE —aspecto que destacaré con especial énfasis.

De la intervención de Mario Merlino:

El señor Presidente de la Asociación Colegial de Escritores, Traductores, ACE (Merlino Tornini):
En principio, reafirmo las gracias por estar aquí y por tener la posibilidad de expresar la posición de la Asociación de Traductores. [...] al definir las funciones del editor no se menciona explícitamente su responsabilidad respecto a los criterios de calidad del libro, lo que implica una vez más un reconocimiento no meramente simbólico de quienes contribuyen a su creación: autor o traductor, ilustrador y yo diría hasta corrector de estilo, etcétera. Precisar las funciones de los interlocutores en el caso concreto de las tareas que nos corresponden a nosotros como asociación, es decir, las funciones del editor y las del autor o traductor, ha de favorecer por lo menos, desde el punto de vista de los ideales íntimos, un mayor entendimiento, una relación responsable en la negociación de los contratos, un pacífico disparo a favor de la calidad del libro y, por tanto, a favor del respeto a los lectores que, en última instancia, son los genuinos destinatarios del libro. Por ello hemos insistido —y seguimos en esa lucha— en la necesidad de formar comisiones paritarias que apunten a un acuerdo en la negociación entre traductores y editores.

La señora Rodríguez-Salmones Cabeza [del Grupo Parlamentario Popular, a Antonio M.ª Ávila]:
En el proceso de creación y de edición del libro, cuando se necesita, el traductor es la pieza fundamental sin la cual nosotros no podríamos nunca llegar a la lectura. Hay muchos otros ámbitos donde el traductor tiene un reconocimiento físico. ¿Usted cree que este reconocimiento en los créditos del libro y en la propiedad intelectual debería hacerse a todos los que hoy figuran en esos créditos, al traductor, al corrector y al ilustrador? Nos encontramos con que hay tres ausencias claras en la ley. Los problemas son distintos —iba a decir los niveles, que según—, pero ¿qué se derivaría de ello en problemas de derecho, de propiedad intelectual y de tramitación de estos derechos?

Usted no ha entrado en una cuestión importante. ¿Cómo se percibe, se retribuye y se reconoce al traductor? Hay grandes traductores profesionales, hay traductores menos importantes y hay traductores por aquello de que se traduzca una obra y que una persona conoce el idioma.

Dirá que esto sucede igual con los escritores y con los editores. Yo he hablado de esta cuestión con los editores, del reconocimiento del traductor, del mayor reconocimiento del traductor y el editor inmediatamente plantea que hay traductores y traductores, por entendernos. Hay traductores cuyo reconocimiento parece fundamental y hay traductores que han hecho bien su trabajo y sencillamente han traducido, pero no son equiparables a los traductores que tienen ese gran reconocimiento. Entonces mis tres preguntas serían estas. ¿Cree que los ilustradores, los traductores y los correctores tendrían que tener un tratamiento similar? ¿Qué se deriva de ello en derechos de propiedad y en la gestión de los derechos? Y por otro lado, ¿es cierto que dentro de la profesión del traductor encontramos unos desniveles tan importantes que el editor, a veces, lo pone sobre la mesa como uno de los límites por los cuales las traducciones no tienen el reconocimiento que nosotros, como usted, creemos que deben tener en todo este proceso?

El señor Bedera Bravo [del Grupo Parlamentario Socialista, a Mario Merlino]:
[...] Por lo que se refiere al proceso, desde la creación hasta la lectura, hasta que el libro llega a manos del ciudadano, si los autores son la génesis, es evidente que ustedes han tenido bastante mala prensa, históricamente hablando, aunque no sé si, como decía la señora Rodríguez-Salmones, porque hay categorías o no. Nos consta que no es su caso. Usted es Premio Nacional de Traducción del año 2004, sabemos dónde está, y quizá por eso pueda respondernos mejor a algunas de las preguntas. Han tenido mala prensa. Ha habido bastantes avances en los últimos tiempos desde la época de la democracia, quizá cierto reconocimiento o al menos que aparezcan, porque efectivamente hay obras en las que no aparecen. Cuando un lector, un niño, toma un libro en sus manos, puede entenderse que el libro está escrito en castellano, cuando muchas veces no aparece ni el nombre del traductor. Usted, que también es traductor de italiano, habrá oído lo de traduttore-traditore, el famoso adagio italiano, famoso negativamente quiero decir. Ustedes han tenido mala prensa, y quizá sea ahora el momento de cambiarlo.

Por eso quiero hacerle algunas preguntas: ¿No cree usted que el concepto autor ya engloba también a los traductores?

Aparece en la Ley de Propiedad Intelectual. ¿Cree usted necesario que se explicite todavía más en esta ley la importancia del traductor? Y enlazando con lo que acabo de decir sobre los premios —artículo 5, donde se recogen los premios nacionales—, ¿cree usted que para los traductores es un acicate el mantenimiento o incluso la ampliación? Usted hablaba del mantenimiento de las dos vertientes, de las contestaciones que daban. ¿Cree usted que esto es un paso adelante en ese reconocimiento?

Otra pregunta que le quiero hacer, aunque tiene que ver colateralmente con su actividad principal, es qué opinión tiene usted del tratamiento que da la ley al formato libro, a la desaparición del objeto. Algunos somos un tanto mitómanos y nos gusta no solamente leer un buen libro, sino también ver una buena edición. ¿Qué opinión tiene usted?

[...] quiero comentarle una última cosa. Usted ha hablado de que hay chapuzas, a lo que también me sumo. Esto de hablar en segundo lugar tiene sus cosas buenas en algunos momentos, y sus cosas malas en otros, cuando vamos de la mano. Me gustaría que usted respondiera cómo ve esta cuestión para que no les digan aquello que decía Voltaire, que las traducciones incrementan los defectos de las obras y ensombrecen las bellezas. ¿Cómo ve usted todo esto?

El señor Presidente de la Asociación Colegial de Escritores, Traductores, ACE (Merlino Tornini):
[...] Con respecto a la primera intervención, sobre autores, traductores, correctores e ilustradores —vaya conjunto—, hay cosas que usted ha preguntado y que usted misma ha respondido. Decía que en el campo de la escritura hay buenos escritores, escritores regulares y malos escritores. [...] Con los traductores hay que seguir el mismo criterio que se sigue con los autores. Aquí es donde está la dificultad. El editor que especula con que hay traductores que no son tan buenos, si en realidad lo que quiere es gastar menos en la producción del libro, que contrate a un traductor regular, y lo que no le paga al traductor bueno que se lo pague al corrector o a cualquier otra persona que intervenga en el proceso de producción del libro. Esto —ahora se me mezclan un poco las cosas— tiene que ver con la mala prensa de los traductores. Claro que hay traductores que son malos profesionales, pero como hay malos profesionales en todos los ámbitos de la actividad humana. La capacidad de control de esa calidad es difícil. En cualquier caso, quiero insistir en la importancia del traductor y de su mención, no sólo en los créditos, no solo en la paginita con la letra muy pequeña, sino también en la cubierta, también en la portada, ya que puede ser un elemento a tener en cuenta, si el editor sabe elegir. Porque si llega un traductor novato —no estoy hablando solamente de los que estamos formados— que nunca ha hecho un trabajo de traducción, para eso existen las pruebas que puede hacer el editor y si la prueba es buena, por qué no darle un espacio a ese traductor recién llegado. Yo, como muchos colegas, comencé así. Perdón si me disperso un poco, pero comencé así y además lo hice en un momento en que la producción era magnífica, y tuve la suerte —aunque como figura en el Mesón
La Cueva del Vino, de Chinchón: La suerte es el minucioso cuidado de todos los detalles— de hacer mi primer trabajo en Alfaguara, cuando dirigía la editorial don Jaime Salinas, y era la primera vez que en España aparecía el nombre del traductor en la cubierta, y había un celoso cuidado en la calidad de las traducciones. ¿Por qué no recuperar esa buena historia —que la hay en España, esto fue en el año 1977, afortunadamente en los comienzos de la democracia—, y se sigue por ese camino? En cuanto al reconocimiento de los derechos, evidentemente ahí hay negociaciones que corresponden a cada asociación o a cada gremio por separado. Debo reconocer la importancia de los ilustradores y hasta de los correctores, pero eso forma parte de una negociación, no estrictamente individual, porque cada individuo puede ir arropado por la asociación que lo protege, pero en este caso, como usted me preguntaba a propósito del reconocimiento de los derechos, es lo que le puedo responder.

Con respecto a esos lugares comunes, que muchas veces utilizan los editores para hablar mal de los traductores, ¡basta de lugares comunes! Habrá que enfrentarse con un traductor bueno, habrá que buscarlo. Si el traductor es recién llegado, insisto en que habrá que someterlo a una prueba. Nadie se va a escandalizar porque lo sometan a una prueba, si todavía no tiene experiencia anterior.

[...] estamos hablando mucho del sentido de la responsabilidad, de la responsabilidad profesional, y yo les exigiría a los editores que asumieran definitivamente su responsabilidad profesional como editores, y que no se convirtieran en meros mercachifles.

Con respecto a la mala prensa, de alguna manera ya lo he citado. Por ejemplo, cuando se quiere publicar un libro no se discute si la obra es interesante o puede ser hasta llevadera, como para pasar el rato; pero cuando se ha hecho el contrato con el autor en ningún momento se le plantea que tiene una frase un poco torcida o mal escrita. Parece que el traductor siempre tiene la culpa de la mala redacción de los textos. [...] Supongamos que una traducción no es del todo buena, pero para eso existe el trabajo de corrección. Hay correctores que a mí y a muchos colegas míos, muy profesionales, nos siguen haciendo observaciones y muchas de ellas correctísimas.

No tengo ningún problema en reconocerlo, porque no es que el texto nos salga maravillosamente bien siempre, ya que a veces tenemos caídas, como todo el mundo.

Pero si hay un buen nivel en conjunto, esas correcciones son aceptables y necesarias. Por eso son importantes los correctores y por eso los citamos.

Con respecto a si hace falta insistir, ya que se ha avanzado en la conciencia de que le traductor también es un autor, creo que sí. Hace falta insistir porque todavía no es una conciencia generalizada. Cuando esa conciencia sea efectivamente generalizada, la palabra sobrará, pero a estas alturas todavía no sobra, y sigue siendo fundamental para que hasta en la ley se especifique claramente que el traductor es un autor. Desde el punto de vista de la organización, nosotros somos la sección autónoma de traductores, dentro de la Asociación Colegial de Escritores, y eso implica un reconocimiento.

[...] Me da la sensación —no seré yo el que les convenza de que hay que hacerlo— de que tampoco modifica demasiado la estructura de la ley añadir ese considerando.

De la intervención de Antonio M.ª Ávila:

La señora Rodríguez-Salmones Cabeza [del Grupo Parlamentario Popular, a Antonio M.ª Ávila]:
[...] ¿A usted qué le parece que traductores, correctores e ilustradores tengan un tratamiento en esta ley, que no lo tienen? Sé que lo de los impresores les parece una laguna porque en sus alegaciones lo hicieron saber, pero es una laguna que no se ha recogido y no entendemos la razón, porque si hay algo vinculado a un libro, es el impresor, sin la menor duda y sustancial, pero querríamos saber qué dicen ustedes.

Nosotros lo vamos a proponer, ustedes lo hicieron en las alegaciones recogiéndolo también y mañana les oiremos.

Hay una laguna que el primer compareciente y en general todo el que ha comparecido hasta ahora ha reconocido y es la relativa al autor. El autor no existe —bueno sí existe, qué tontería—, entendámonos, definición: autor, no existe; impresor, no existe. Entonces se puede no hacer definiciones porque no es necesario hacer muchas definiciones, pero nos parece que ellos tienen que estar. [...]

En cuanto a otras cuestiones que ustedes han dicho en las alegaciones, la lengua y el espacio iberoamericano son sustanciales al libro. No es que sean de la máxima importancia es que son meollo en el libro.

El señor director ejecutivo de la Federación de Gremios de Editores de España, FGEE (Ávila Álvarez):
[...] Falta la figura del impresor, la habíamos pedido. Entiendo que la del autor no está, porque está en la Ley de Propiedad Intelectual. Por tanto, ahí está la figura del autor, puro y duro, la del traductor y la del ilustrador, y su sitio y su sede natural debe ser la Ley de Propiedad Intelectual. Esa es la razón por la que no está en la ley, porque está en la Ley de Propiedad Intelectual. Siempre hemos considerado que el traductor es autor, que el ilustrador es autor y así se contempla en el negocio editorial. [...] Justo porque entendemos que la lengua es tan importante es por lo que pedíamos la mención especial al espacio iberoamericano, porque —esto enlaza con una de las preguntas que me hacía el representante del Grupo Parlamentario Socialista— no solo es un mercado comercial, es algo más y ese algo más es ese espacio único en español que estamos construyendo entre América y España —y ojalá que algún día se incluya a Guinea o a Filipinas— y es el que creemos que debe potenciarse de manera especial.

Ese espacio también explica por qué, siendo un país atrasado por unas infraestructuras culturales deficientes, con un mal servicio público que ha habido tradicionalmente —y que explica una tasa baja comparada con la Unión Europea, pero que va subiendo en los últimos años—, somos una industria editorial: porque hemos tenido que salir fuera debido a que el mercado interno era raquítico. El editor español necesita a América, viaja a América. En cuanto se crea una editorial, a los dos años ya están haciendo su viaje a América. No se puede entender la industria editorial sin América y lo que eso significa. Por eso nos es tan importante la mención a la lengua española y al espacio en español con nuestros colegas iberoamericanos.

 

Silvia Senz

Artículos estrechamente relacionados:

Sobre el espacio común iberoamericano del libro y la responsabilidad lingüística de las editoriales, recomendamos leer, de Victoriano Colodrón:

«El territorio de La Mancha: libros, lengua y... dinero. (Unidad y diversidad del español en el “espacio común del libro”)»,

 

Y en este blog:

«Lecciones de lengua, traducción, edición y consumo cultural (a cargo de Javier Marías)»

«Copyleft, función social del editor y calidad editorial»

«Contrastes culturales de la idea de editar»

«Oficios por proteger, oficios que conocer: el Forum des métiers du livre»

«La fijación del español internacional (y de la edición en español) en EE. UU. , ¿una cuestión de prestigio, imagen, medios y libros de estilo? (3.ª parte)»

«Diversidad lingüística hispanoamericana, español como recurso económico y políticas lingüísticas institucionales»

«Lectura fácil, o la edición inclusiva (I)»

«La corrección y la edición: una senda desconocida hacia el lector»

«De niños y editores»

«Especies editoriales en extinción: Manifiesto de los Correctores de Español»

«Corrijo, luego no existo»

«En el día del corrector de textos»)


4 comentarios

Silvia -

Fran, creo que son las asociaciones las que proponen enmiendas a esa ley. Si ellas no actúan y reclaman participación, la comisión de cultura no las llama.

Fran -

Y de paso también podían llamar a la Asociación Española de Traductores, Correctores e Intérpretes, que algo tendrán que decir también.

Silvia -

El asunto es que a la FGEE sólo le interesa la lengua en tanto medio para llegar al mercado internacional del libro en español. Punto pelota.
Las asociaciones deberían poner énfasis en procurar que las leyes de protección del consumidor garantices la devolución íntegra del importe de un libro por problemas formales y lingüísticos. Por ahí sí que los tendrían pillados por donde más les duele.

Ana Lorenzo -

Creo que no está muy claro para los que hacen la Ley del libro quién sí y quién no tiene que estar definido en ella, y no entiendo muy bien que se mezcle con la Ley de propiedad intelectual; parece que tuvieran miedo de que luego reclamasen algún tipo de derechos o canon (tan de moda hoy en día). Pues no, los correctores, por lo menos, sólo queremos un reconocimiento, trabajo, que no se nos salte en las etapas de la edición y un sueldo o remuneración dignos.
Menos mal que Mario Merlino sí deja claro que es un proceso necesario.
Vamos, que en general sigue vigente lo de «corrijo, luego no existo» que tan adecuadamente denunció Montse.
Un beso