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Paradojas del españolismo lingüístico, 1. De cómo la negación del nacionalismo español impulsa las ventas editoriales de las tesis contrarias

Paradojas del españolismo lingüístico, 1. De cómo la negación del nacionalismo español impulsa las ventas editoriales de las tesis contrarias

El diálogo entablado en los comentarios de esta nota del estimado Llibreter me ha dado el pie para escribir esta serie sobre las (a veces hilarantes) paradojas a las que conduce el negacionismo (y la autonegación) del españolismo lingüístico.

Como ya saben los lectores de este blog, hace unos meses el catedrático de lingüística general de la Universidad Autónoma de Madrid, Juan Carlos Moreno Cabrera, publicó una obra de divulgación sociolingüística (El nacionalismo lingüístico. Una ideología destructiva) centrada especialmente en el españolismo lingüístico, que, por la categoría intelectual de su autor y por su potencial polémico, ha recibido una atención mediática (1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8...) y de público (va ya por su segunda tirada) extraordinarias para un trabajo que no deja de pertenecer a un campo de estudio especializado y un tanto agreste para el profano.

Si bien la mayor parte de los medios españolistas han pasado de puntillas sobre ella —en un silenciamiento que en su día auguró Màrius Serra—, paradojas de la vida, el suplemento cultural de El Mundo —diario que ya había osado entrevistarlo cuando se publicó la obra— se atrevió a dedicarle toda una señora reseña, salida de la pluma de Pilar García Mouton. Una reseña completa y bien ecuánime, a mi juicio, pero que, al ser difundida por un medio ideológico como es el periódico de P. J. Ramírez, no iba a poder eludir los tabús que su línea editorial impone.

Pilar G. Mouton podía hablar de la obra de Juan Carlos y hasta podía decir lo evidente: que iba sobre el nacionalismo lingüístico y particularmente sobre el español; pero siempre con el cuño de la casa. Porque el diario de Pedro Jota lleva demasiado tiempo evangelizando al lector para que una simple reseña ponga su doctrina en un brete. Un lector de El Mundo no puede abandonar su lectura sin habérsele inculcado en cada artículo las creencias de aquellos oráculos que marcan la esencia (no exclusiva) de este diario:

– que nacionalistas (¡y de lo peor!) sólo lo son los periféricos;

– que las personas como Pedro Jota no son nacionalistas: son simplemente españoles;

– que su lengua —la común, tan común como la financiación de su promoción— es tan generosa y tienen tan alto valor democrático que se ha convertido en la de todos;

– que se acepta y se extiende pacíficamente por sus cualidades intrínsecas, acompañando la imagen de España —que, efectivamente, antes ha sido roja que rota— allá donde va (y que donde va, triunfa [o no]);

– y que adherirnos a la hermandad panhispánica es el «único» camino posible hacia un progreso y una universalidad que la convertirán en el 2050 en la primera lengua global (por delante del idioma de la pérfida Albión), uniendo al orbe entero en la concordia, y sacando, como valiosísimo petróleo que es, de pobres a los pobres (ordenadores de todo a cien mediante).

Y así, en firme cumplimiento de este catecismo de la redacción, van y los editores de turno le enjaretan a la reseña de Pilar G. Mouton no la cubierta del libro reseñado (que sería lo preceptivo en toda reseña), ¡sino una foto de un señor no identificado, que (según el pie) había sido multado en Cataluña por rotular en castellano! Sin duda que los trabajadores de El Mundo son fieles a la línea editorial del amo, pero no les haría ningún daño consultar de vez en cuando su propia hemeroteca. De hacerlo, habrían leído estas declaraciones del reseñado: «Si en Cataluña no hay rótulos en catalán, ¿dónde los va a haber?».

En fin, no hay que lamentarse; todo lo contrario: como feliz consecuencia de la «rigidez» de la línea editorial de El Mundo, el libro de Juan Carlos Moreno habrá llegado a la morada de más de un lector/suscriptor despistado (y habrá provocado, sin duda, más de un soponcio).

Silvia Senz

4 comentarios

Jorge Alejandro -

Interesante artículo, muchas gracias por compartirlo.
En mí opinión, es tan grave la imposición de un idioma como la prohibición del mismo, sea cual fuere su magnitud legal. Prohibir/Imponer, por momentos se me hacen tan similares.

Saludos desde las pampas Argentinas

Carles -

Agradezco de todo corazón la lucidez y sensatez del señor Moreno

Pablo -

Menuda cagada de los de El Mundo, seguro que se les ha colado sin que se dieran cuenta.

Es una suerte que en el resto de España quede gente razonable como el señor Moreno. Ojalá cunda el ejemplo.

Alfa Segovia -

Estoy de acuerdo con la "hermandad panhispánica" porque el idioma que hablamos en- mi caso en Uruguay- aunque tenga peculiares características regionales TAMBIÉN es español.
Ojalá que así sea entendido por más hablantes y que no peleemos por nimiedades sino por la concordia idiomática,sin censura a otras lenguas que también tienen su derecho a existir y a ser aprendidas.
No hay otro camino, para comunicarnos que seguir aprendiendo más y más.