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¿Es la nueva norma panhispánica una norma pluricéntrica y multipolar? IV: la acientífica visión de la lengua en los estudios gramaticales de tradición filológica, base teórica del estándar

¿Es la nueva norma panhispánica una norma pluricéntrica y multipolar? IV: la acientífica visión de la lengua en los estudios gramaticales de tradición filológica, base teórica del estándar

Extracto de un estudio de Juan Carlos Moreno Cabrera, cuya lectura íntegra recomendamos («Gramáticas y academias. Para una sociología del conocimiento de las lenguas», Arbor, CLXXXIV, 731 mayo-junio 2008):

 

«Uno de los tópicos más comunes sobre la concepción de los idiomas en las sociedades occidentales es la idea de que las lenguas, para estar desarrolladas, necesitan tener una gramática, un léxico y una ortografía establecidos y elaborados. Cuando no es este el caso se tilda a las lenguas de hablas, variedades lingüísticas, dialectos, lenguas primitivas, lenguas étnicas, etc. Los tres elementos esenciales de la planificación lingüística, según E. Haugen (1966, 288), son precisamente la constitución de una gramática, de un diccionario y de una ortografía. Ellos son claramente definitorios de las elaboraciones culturales de las lenguas naturales, pero, desde una perspectiva estrictamente lingüística y en contra de lo que muchos creen, no son en modo alguno definitorios de éstas últimas, por lo que su utilización para caracterizar las lenguas en general da lugar a resultados claramente erróneos y ligados a una determinada ideología, que pretende imponer una variedad lingüística sobre otras al dotarla de estos tres elementos básicos de la planificación lingüística. En efecto, la competencia gramatical de un individuo no puede ser adecuadamente caracterizada recurriendo a una serie limitada de reglas sintácticas fijadas y rígidas; existen muchos puntos fluctuantes en dicha competencia que dan lugar a una actuación lingüística mucho más abierta, flexible y adaptable que la que se puede caracterizar mediante un conjunto de reglas completamente definidas y constantes.

Por otro lado, el léxico efectivamente usado en una comunidad no es un conjunto cerrado de elementos con uno o varios significados fijos y constantes. Las palabras, en su uso, adquieren continuamente nuevos significados y matices significativos; algunos de ellos perduran y otros son puramente ocasionales y, además, se introducen continuamente palabras nuevas o nuevas acepciones de palabras ya conocidas, lo cual hace que el léxico sea abierto, difuso,lábil y variable. Los diccionarios intentan recoger aquellos elementos que presentan una cierta estabilidad y constancia en una comunidad, pero al hacerlo eliminan un rasgo fundamental de ese nivel lingüístico: su carácter abierto, lábil e indefinido, que hace posible la adaptabilidad continua a las nuevas circunstancias que van sucediéndose a lo largo del devenir social e histórico de las comunidades.

Por último, la ortografía, como conjunto de reglas fijadas de escritura y pronunciación de letras, en el sistema alfabético, no refleja en modo alguno el hecho de que la fonética de las lenguas, como en los dos casos anteriores, es variable, difusa y está repleta de variantes intermedias que cumplen una determinada función adaptativa y distintiva, por lo que constituye un sistema dinámico y abierto del que surgen los cambios fonéticos, esenciales e imprescindibles para el desarrollo de una lengua histórica.

La actividad normativa y estandarizadora de las academias se basa precisamente en estos tres ejes esenciales, considerados como constitutivos de la esencia de las lenguas humanas, aunque, como acabamos de razonar, no lo son en absoluto. Las labores gramaticales y lexicográficas son características de dos profesiones centradas en los tres elementos esenciales de la ideología planificadora (gramáticas, ortografías y diccionarios); quienes realizan esas labores proponen y las academias (integradas en parte por esas personas) sancionan un tipo de reglamentación de las lenguas que se considera natural y reflejo de su esencia misma, por lo que adquieren una aureola científica que se utiliza para justificar los aspectos de predominio político, social y económico que están detrás de determinadas reglamentaciones lingüísticas, que no sólo no se adecuan a la naturaleza misma de las lenguas [...] sino que impiden conocer en su esencia esa misma naturaleza.

Ni siquiera el concepto mismo de lengua en el que se basa toda la ideología de la gramática, del diccionario y de la ortografía, escapa a una serie de presupuestos ideológicos típicos de un tipo de sociedad determinada. [...]

Estas ideas sobre el lenguaje y las lenguas están firmemente asentadas en nuestro pensamiento pero no han surgido del estudio científico del lenguaje humano realizado con los hallazgos lingüísticos y gramaticales actuales, sino que han sido heredadas de una tradición cultural que se remonta a la Grecia Clásica.

[...]

La realidad de las lenguas es muy distinta [...]. Las lenguas no son entidades unitarias conformadas por sistemas homogéneos, sino complejos poblaciones de competencias lingüísticas que están continuamente en interacción y que se adaptan mutuamente de forma constante.

[...]

La institucionalización del conocimiento de las lenguas occidentales modernas, que surge con el nacimiento de las academias lingüísticas típicas de algunos países de la Europa Occidental, se produce a partir del siglo XVI con la fundación de la academia de Florencia (1582), de París (1635), de Madrid (1713), de Copenhague (1742), de Lisboa (1779) o de Moscú (1783)5. Dicha institucionalización está íntimamente relacionada con el proceso de estandarización de las lenguas a través de la escritura y de forma crucial con el nacimiento e implantanción de la imprenta. Era necesario fijar por medio de la escritura las variedades lingüísticas a las que se pretendía dar respaldo oficial; de ahí, la importancia de la ortografía. Muestra de ello son, por ejemplo, la Ortografía Castellana de Gonzalo Correa (1630), las disquisiciones ortográficas sobre el francés de Jacques Peletier (1550) o la ortografía inglesa de John Hart (1569).

Estas actividades se basan conceptualmente [...] en una concepción filológica de la gramática que proviene de la Antigüedad Clásica, según la cual es necesario fijar la gramática de la lengua, y tienen su antecedente más inmediato en el surgimiento de las lenguas vulgares frente al latín como lenguas de pleno derecho tan sistematizables y regularizables como éste. El ennoblecimiento de las lenguas vernáculas europeas aparece materializado a partir del siglo XV y a través de la actividad de gramáticos pioneros como Leon Battista Alberti, autor de una gramática toscana (1437), que no se publicó hasta principios del siglo XX, como Antonio de Nebrija, con su Gramática Castellana (1492) o como William Bullokar, autor de una gramática inglesa (1586). Estos gramáticos intentaron mostrar que sus lenguas vernáculas tenían gramática, como el latín, a pesar de no ser lenguas escritas. Al hacerlo se enfrentaron a una paradoja: “Estos tres gramáticos se vieron envueltos en una paradoja: querían demostrar que sus lenguas vernáculas respectivas estaban ordenadas por reglas, que ‘tenían gramática’. Pero en la medida en que la gramática se identificaba popularmente con el latín, la única forma de hacer esto era mostrando que las lenguas vernáculas tenían las mismas reglas que el latín. La demostración de que las lenguas vernáculas tenían las mismas reglas que el latín pasó a ser de este modo una tarea urgente” (Law, 2003, 241).

Esta situación ha sido y sigue siendo determinante para el conocimiento gramatical de las lenguas europeas. Veamos un ejemplo concreto, entre los muchos que podrían proponerse. Las lenguas griega y latina disponían de una forma verbal sintética pasiva. Por ejemplo, en latín amaris significa “eres amado” frente a amas “amas”. Por consiguiente, los gramáticos latinos, tomando el ejemplo de los gramáticos griegos, incluyeron en sus gramáticas una voz pasiva. Al realizar las gramáticas de las lenguas romances, en las que se perdió la forma sintética de la pasiva y fue sustituida por una forma analítica con el verbo ser, los gramáticos y las gramáticas en general reconocen una voz pasiva, como ocurre en el caso del español. [...] Lo interesante aquí es que el verbo español tiene otras realizaciones diatéticas que también se expresan de forma perifrástica, pero que no aparecen habitualmente en las gramáticas del español como voces del verbo. Un ejemplo claro es la voz causativa, que opone la forma intransitiva de un verbo como ir a su forma transitiva causativa hacer ir. No se suele hablar en español de una voz causativa igual que se habla de una voz pasiva. La razón es que los gramáticos del latín y del griego no reconocieron un morfema causativo sistemático en la morfología verbal de estas lenguas y, por tanto, no incluyeron en sus gramáticas una voz causativa. [...] Es sencillo percatarse de que formas causativas como hacer venir, hacer comer o hacer pesar son mucho menos ambiguas y más consistentes en su significado que las pasivas. A pesar de ello, es fácil encontrar en una gramática del español una referencia a la voz pasiva analítica y muy difícil una descripción de la voz causativa analítica que, como mucho, se encuadra en el estudio de las perífrasis verbales. [...]

Las instituciones relacionadas directamente con la lengua en las sociedades modernas, tales como las educativas y las académicas en general, transmiten a la sociedad una visión de la lengua profundamente inserta en las concepciones filológicas que he explicado en las secciones anteriores de este trabajo y que tiene como consecuencia el establecimiento de una forma de lengua fundamentalmente escrita que se considera correcta y aceptable y cuya adopción oficial en las instituciones fundamentales del estado lleva a la creencia en la incorrección de aquellas formas de lengua que no se atienen a las normas establecidas en las academias y adoptadas en los ámbitos educativos o de comunicación social y culturales en general.

Esta concepción de que sólo hay una norma correcta, necesariamente relacionada de modo directo o indirecto con la lengua escrita es utilizada como un medio poderoso de control social y es una fuente de discriminación y sometimiento (Bourdieu, 1985, 28).

Lejos de eliminar estas falsas impresiones, las instituciones del estado en general y las academias e instituciones culturales en particular, las afianzan y las promueven con el fin de privar de valor y marginar el habla espontánea de la mayor parte de la gente común, lo cual crea un sentimiento de culpabilidad que produce inseguridad y falta de autoestima. Se trata de una violencia invisible que acaba siendo asimilada por los lingüísticamente oprimidos y se manifiesta en el fenómeno de la autorrepresión gramatical (Bourdieu, 1985, 26).

En esta línea, es fundamental tener en cuenta que existe una idea equivocada según la cual la lengua oral espontánea es una degeneración o corrupción de la lengua culta. [...]

Esta idea de la lengua vulgar como degeneración de la culta es absurda, dado que es ésta la que se fundamenta en aquella y no al revés. Aunque los hablantes tengan como modelo más o menos consciente la lengua culta, tal como ha sido inducido por la educación, e intenten atenerse a los modelos oficiales considerados como correctos (y por más que esos intentos tengan sin duda alguna influencia, aunque superficial, en la actividad lingüística de la población), la competencia lingüística automática (la que se utiliza en la mayor parte de las situaciones de la vida cotidiana) se fundamenta en unos hábitos lingüísticos constituidos y adquiridos en la etapa infantil pre-educativa de adquisición de la lengua, que no se pueden modificar de modo sustancial en la vida adulta. Esto nada tiene que ver con el descuido o la indolencia de los hablantes, que hablan a su aire sin preocuparse de la gramática y del diccionario. El habla característica de una comunidad se atiene a una serie de reglas (no coincidentes con las reconocidas oficialmente para la correspondiente lengua culta) tanto fonéticas como morfológicas, sintácticas y semánticas, que permiten un espacio de variación específico en todos los ámbitos y que hacen que un extranjero que no domine todas esas reglas con el conjunto de sus variedades y realizaciones variables, sea inmediatamente reconocido como tal al hablar nuestra lengua. [...] El habla espontánea tiene su propia gramática que normalmente no coincide con la reconocida oficialmente como correcta y que caracteriza una determinada lengua estándar. Por tanto, la lengua oral espontánea (o las diversas variedades de ella) no presenta la misma gramática que la lengua culta pero más relajada, laxa o descuidada sino una gramática diferente, que, por desgracia, los lingüistas apenas conocen, dado que durante la mayor parte del tiempo y siguiendo las concepciones filológicas de la gramática de origen clásico, se han dedicado a describir las lenguas cultas escritas y no las lenguas tal como se hablan espontáneamente.

[...]

«El lingüista Richard Kayne, uno de los especialistas en gramática generativa más reconocidos del mundo, observa, en los diversos dialectos italianos, una serie de sutiles diferencias sintácticas que son fundamentales para el estudio de la sintaxis microparamétrica, en la que se puede observar cómo pequeñas variaciones entre dialectos vecinos (que dan lugar muchas veces a juicios de desviación o incorrección) pueden ayudar a la formulación de los parámetros de la gramática universal. Por ejemplo, respecto de la sintaxis de los clíticos en función sintáctica de sujeto, se han detectado al menos 25 dialectos italianos que presentan distintas realizaciones posibles de este parámetro, que se corresponden con reglas gramaticales diferentes. Según las pesquisas de Kayne y de los estudiosos de la variación sintáctica de los dialectos del norte de Italia, se puede afirmar que hay al menos un centenar de lenguas italianas en esa zona, que difieren de forma sustancial en alguna o algunas reglas de sus gramáticas. Sobre la base de que diferencias sintácticas muy pequeñas pueden ser muy significativas en el estudio de las propiedades universales de las lenguas y de que es casi imposible encontrar dos individuos que compartan exactamente los mismos juicios de gramaticalidad, Kayne llega a la siguiente sorprendente conclusión: “Haciendo una extrapolación a la totalidad del planeta, se puede llegar a la conclusión de que el número de lenguas/dialectos sintácticamente diferentes es al menos tan grande como el número de personas vivas en el momento actual (es decir, más de cinco mil millones) [...]. Se podría objetar que muchas de estas lenguas difieren una de otra de manera nimia [...]. Sin embargo tales diferencias minúsculas podrían ser (o no ser) de una importancia teórica sustancial” (Kayne, 2000, 8).

Kayne observa además que tan solo con 33 parámetros de variación sintáctica pueden obtenerse más de ocho mil millones de lenguas posibles, según estén positiva o negativamente especificadas para cada uno de esos parámetros.

Se supone, por otro lado, que para caracterizar la gramática universal se necesita un número aún mayor de parámetros. La importancia de esta sintaxis microparamétrica que, a través de pequeñas variaciones sintácticas entre variedades lingüísticas, intenta hacer explícitos los principios de la gramática universal, es para Kayne uno de los avances científicos más importantes de la lingüística moderna: “La sintaxis microparamétrica es una potente herramienta, cuya constitución se puede quizás comparar con el desarrollo de los primeros microscopios, ya que nos permite hacer comprobaciones de diversas cuestiones acerca de las unidades más elementales de la variación sintáctica. Y ya que los principios invariantes de la GU no pueden ser entendidos sin tener en cuenta la variación sintáctica, esta herramienta promete ofrecernos pruebas valiosísimas que determinarán nuestro entendimiento de esos mismos principios” (Kayne, 2000, 9).

Es decir, el reconocimiento y estudio de la variación sintáctica como esencial en la naturaleza de las lenguas o variedades lingüísticas humanas es fundamental para el avance de la lingüística. Sin embargo, la gramática de base filológica, la dominante en muchas instancias de la sociedad, impone una visión rígida de las lenguas humanas en la que priman las reglas fijas y constantes sobre las variables, y en la que las fluctuaciones se consideran un fenómeno marginal, derivado e incluso aberrante [...].

[...]

Una de las gramáticas más influyentes en la historia reciente de la filología española ha sido la del venezolano Andrés Bello, que data de 1847. Según ha mostrado Moré (2004, 68), aunque Bello es perfectamente consciente de la diversidad lingüística del español en América, considera que gran parte de dicha diversidad surge de la incultura y el descuido de la gente vulgar. Bello hace su gramática con el propósito [...] de uniformar o unificar los hábitos lingüísticos y garantizar la unidad del código de comunicación (Moré, 2004, 69). La variedad lingüística que para Bello más se acerca al ideal de perfección lingüística del español es la que se usa en Toledo y Valladolid (Moré, 2004, 75), es decir, la castellana. Esta es una de las piedras angulares de la elección del modelo de lengua que va a describirse. Las otras dos son la lengua de los textos escritos que tienen excelencia literaria y los usos de la gente educada (Moré, 2004, 89). Aquí hay una serie de decisiones personales de Bello, en su papel de gramático, que se presentan, sin embargo, como instancias concretas de unas realidades objetivas que se imponen de modo natural [...].

S. Fernández Ramírez es autor de una de las gramáticas descriptivas del español más importantes e influyentes en el quehacer gramatical y filológico posterior. En el prólogo a la edición de 1951 de su Gramática Española (Fernández Ramírez, 1985, 297-310) el autor reconoce que ha utilizado un material exclusivamente literario, en concreto, escrito y afirma que “pocas veces he manejado testimonios orales” (Fernández Ramírez, 1985, 306). Como consecuencia de esto, razona de la siguiente manera: “Este hecho hará pensar, probablemente, que me alejo de la fuente viva del decir y que mi Gramática toma una dirección filológica más que lingüística. Es posible que así sea. En ella he tratado también algunas veces de caracterizar los estilos de los escritores. Rehúyo, por otra parte, la anotación de los hechos más aberrantes de la norma común, especialmente en la fonética y en la morfología. [...] [N]o debe perderse de vista que mi objetivo es el español común, el español cuidado que hablan las gentes cultas y universitarias de Madrid. Y entre ese español hablado y el literario no existe, sobre todo en nuestros días, una distancia considerable. Las diferencias son más de léxico que de gramática. [...] Estimo, además, poseer un criterio bastante seguro, pues yo soy natural de Madrid, de antepasados madrileños por la rama materna y sólo muy breves temporadas he residido fuera de la capital de España” (Fernández Ramírez, 1985, 306-308).

Queda claro, entonces, que [para Fernández Ramírez] la labor del gramático es describir la lengua más cercana a la literaria escrita, es decir, la de aquellos que durante años han estado en contacto con la literatura escrita y que, por tanto, tienen una mayor posibilidad de realizar en su lengua oral esos modelos escritos. Lo que no se atiene a ellos es calificado de aberrante, pero lo que se denomina aberración no es más que el resultado de la actuación de las leyes inexorables de la evolución lingüística, que se intentan eliminar en la concepción filológica de la gramática y del léxico.

Más recientemente, en el prólogo de su Gramática de la Lengua Española, [gramática descriptiva auspiciada por la Real Academia Española] Emilio Alarcos (Alarcos, 1994) declara su propósito en los siguientes términos: “Mi propósito consistía en exponer los rasgos de la gramática del español que se descubren en los actos orales y escritos de los usuarios de la lengua en este siglo XX. Hoy día concurren normas cultas diversas en los vastos territorios donde se practica el español como lengua materna. [...] La Academia, [...] ha defendido criterios de corrección basados en el uso de los varones más doctos, según decía Nebrija. El redactor ha procurado la imparcialidad en los casos de conflictos normativos, si bien se reflejan a veces sus preferencias personales” (Alarcos, 1994, 18).

La declaración es cristalina: [Alarcos] se propone describir los actos escritos característicos de las normas cultas y adoptar una posición imparcial en los casos de conflicto normativo: es decir, entre dos normas cultas escritas. Se trata, como dice el autor más adelante, de la norma centro-norteña peninsular y de la norma americana (Alarcos, 1994, 19).

Alarcos, sin embargo, expresa una cautela escéptica, según sus propias palabras (Alarcos, 1994, 18), hacia el normativismo, que podría considerarse como la doctrina según la cual lo correcto es lo que la norma establece y todo lo demás es incorrecto o aberrante, como señalaba Fernández Ramírez: “Ya no sería gramática el resultado de reducir la exposición de los hechos a un seco repertorio de usos correctos e incorrectos, sin dar ninguna explicación, como el viejísimo Appendix Probi. Y ya sabemos los hablantes neolatinos el brillante éxito práctico de los esfuerzos normativos del Pseudoprobo: casi todo lo que condenaba ha triunfado en los romances” (Alarcos, 1994, 18).

Tiene razón Alarcos que, como lingüista experto que era, reconocía que las aberraciones señaladas en el Appendix Probi, eran el resultado de las leyes lingüísticas cuyo funcionamiento dio como resultado las lenguas romances. [Sin embargo] si la gramática no debe ser un repertorio de formas correctas e incorrectas y debe centrarse sólo en aquellas consideradas normativas, entonces ocurrirá lo mismo que lo que el autor critica con ironía respecto del Pseudoprobo: la gramática habrá renunciado a dar cuenta de la lengua natural, para quedarse con una descripción de una lengua artificial filológicamente aquilatada

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