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Primo de Rivera i la història de la Diada del Llibre i el Día del Idioma Español/Primo de Rivera y la historia del Día del Libro y el Día del Idioma Español

Primo de Rivera i la història de la Diada del Llibre i el Día del Idioma Español/Primo de Rivera y la historia del Día del Libro y el Día del Idioma Español

[Versió en català:]

El 1976, en ple post-franquisme,  Josep M. Ainaud de Lasarte va escriure un opuscle sobre les circumstàncies i el rerefons polític de la institució del Dia del Llibre (fiesta del Libro Español en el seu origen, també declarada en alguns països llatinoamericans —sembla ser que a instàncies acadèmiques— com a Día del Idioma Español). Aquí teniu l’extracte que l’any 1997 en va fer la revista El Temps.

 

[Versión en castellano:]

En 1976, un año después de la muerte del dictador Francisco Franco, Josep Maria Ainaud de Lasarte escribió un opúsculo sobre las ciscunstancias y el trasfondo político de la institución del Día del Libro (fiesta del Libro Español en sus orígenes, también declarada Día del Idioma Español en algunos países latinoamericanos, parece ser que a instancias académicas).

Creemos que merece la pena ofrecer una traducción al castellano del extracto de la obra de Ainaud de Lasarte que la revista El Temps publicó en 1997, para que nuestros lectores hispanohablantes tomen consciencia de sobre qué procesos de represión y sustitución cultural y qué clase de proyectos nacionales —no sólo en España, sino también en la propia América Latina, en alguno de cuyos países se ha puesto en tela de juicio la constitucionalidad del Día del Idioma Español— se construyen los hitos simbólicos del nacionalismo (pan)hispánico:

 

Cómo nació el Día del Libro

Todas las cosas tienen un creador o al menos un espíritu que las inspira. Y en el caso de la Fiesta del Libro, el animador fue una persona inquieta y entusiasta que muchos de nosotros todavía hemos conocido y tratado en sus últimos años. Hablamos de don Vicent Clavel Andrés, escritor y editor valenciano, amigo y correligionario de Blasco Ibáñez, establecido desde el año 1920 en Barcelona, donde rigió durante mucho tiempo la Editorial Cervantes y donde murió en 1967. Gran enamorado de la figura ilustre del creador del Quijote, el editorial Clavel hizo de Miguel de Cervantes el ejemplo de escritor, y del Don Quijote, el modelo de libro. No nos tiene que sorprender, pues, que su editorial —fundada en Valencia en el año l9l6— se cobijara bajo aquel nombre prestigioso, y que para honrar el «Príncipe de los Ingenios» quisiera instituir un día especialmente dedicado a homenajearlo. Vicent Clavel creyó que la fecha más apropiada para celebrarlo sería la del día del nacimiento de Miguel de Cervantes y, de una manera aproximada, determinó que debió de ser el 7 de octubre. Hay que decir que la fecha del nacimiento no consta documentalmente como es frecuente en aquella época, pero sí la de su bautizo, que fue el día 9 de octubre de 1547. Como en Castilla era normal que los recién nacidos recibieran las aguas bautismales poco después del nacimiento, algunos autores habían propuesto la fecha del 7 de octubre como la del nacimiento de Cervantes, y así lo aceptó también Vicent Clavel. Este, desde el año 1922, era vocal de la Cámara Oficial del Libro de Barcelona, entidad eficiente y prestigiosa que había sido fundada el año 1920 por el editor Gustau Gili, y que prestaba atención a todo lo que representara difusión o enaltecimiento del libro. Y así, encontramos que la Memoria de la Cámara Oficial de Barcelona registra la propuesta de Vicent Clavel en los términos siguientes:

«Día del Libro Español. Otra iniciativa de nuestro celoso compañero don Vicente Clavel: dedicar un día de cada año a celebrar la Fiesta del Libro Español. Este modélico proyecto pasó a estudio de la correspondiente ponencia y está pendiente de decisión.»


En la Memoria correspondiente al año 1924 no encontremos ninguna referencia, sin embargo, el año 1925, el día 2 de febrero, Clavel volvió a proponer la celebración de la fiesta e inició las gestiones en Madrid. Finalmente, el día 6 de febrero de 1926, el rey Alfonso XIII firmaba el Real Decreto por el cual se instituía, oficialmente, la «Fiesta del Libro Español». En aquel tiempo ocupaba el poder el Directorio presidido por el general Primo de Rivera, y a uno de sus ministros se había dirigido la Cámara Oficial del Libro con la confianza de que serían atendidos, y no se habían equivocado. El ministro de Trabajo, Comercio e Industria era un catalán, Eduard Aunós —un inquieto leridano hasta entonces estrechamente vinculado con Francesc Cambó y con la política regionalista, pero que por sus vínculos con otras personalidades militares ahora colaboraba con el Directorio—. Don Eduard Aunós acogió con entusiasmo la propuesta de Clavel, hecha a través del Comité Oficial del Libro del Ministerio de Trabajo, Comercio e Industria «a fin de que se instaure en España la fiesta anual del libro español en la perdurable fecha del natalicio del inmortal Cervantes». Hacía falta dedicar esta festividad a enaltecer y difundir el libro, básicamente con el aliciente de su venta en la calle, con el descuento del 10 % (el espíritu de aprovechar rebajas y oportunidades económicas tiene mucho cartel entre cierta gente), y ofreciendo protección oficial y económica a la creación de bibliotecas populares. Determinaba, además, que aquel día en todas las escuelas y centros de enseñanza, incluso en los militares, se dedicara una hora a la lectura de fragmentos escogidos de obras literarias que exaltaran «la Patria y el libro español». Creaba, también, unos premios de mil pesetas que otorgarían las Cámaras Oficiales del Libro de Madrid y de Barcelona a los mejores artículos periodísticos «que se publican en idioma español». La idea era ambiciosa: llegaba a precisar que los municipios destinarían hasta el 3% de sus presupuestos a la creación de bibliotecas al reparto de lotes de libros; sin embargo, como tantas otras ideas y proyectos echados a volar, no enraizó con bastante fuerza.
Hay que decir que tanto el rey Alfons XIII como el general Primo de Rivera no contaban con mucha simpatía en los medios intelectuales y que, por otra parte, la trayectoria republicana de Vicent Clavel tampoco era demasiado bien vista en determinados ambientes. Pero todo el mundo admitía que un buen nivel cultural era indispensable para dar, en los medios internacionales, una imagen prestigiosa del Estado.[...]
Hay que reconocer; de entrada, la buena intención del Día del Libro de promover el libro y la lectura. Pero no tenemos que olvidar unos errores que tuvo ya en sus inicios. Por una parte, la discriminación evidente hacia los libros escritos en otras lenguas distintas de la castellana: se habla siempre y de una manera expresa de «lengua castellana» de «la lengua de Cervantes». Una discriminación que cuesta mucho superar, y que de una manera oficial, podemos decir que no fue derogada hasta la reciente promulgación de la vigente Ley del Libro, del día 2 de marzo de 1975, que en su artículo 1.º afirma:

«La presente ley tiene por objeto establecer un régimen especial encaminado a promover el libro español, en sus diversas expresiones lingüísticas, y a fomentar su producción y difusión.»

Aquella discriminación inicial podía alejar de la conmemoración oficial a muchas personas e instituciones que se mantenían fieles a la lengua del pueblo; en el caso concreto de Cataluña, las más prestigiosas y más populares. Por otra parte, el tono que tomó la conmemoración oficial fue a menudo el del tópico, de escasa elevación cultural. Así, las expresiones «sagrario imperecedero» refiriéndose al libro, o «genios de la Raza» para hablar de los clásicos castellanos, no eran las más adecuadas para actos de un cierto nivel literario o para medios de probado espíritu crítico.
Tenemos un ejemplo bien típico en aquel inefable Himno al Libro del mismo año 1926, una de las estrofas del cual decía:

«En himnos fervientes cantemos en el Libro / loor en Cervantes, ingenio español, y miedo la alta cultura constantes velemos y vibre en nuestra alma de España el honor.»

Ciertamente, no todas las celebraciones caían en este defecto: la Asociación Cervantina, de Madrid, o las sesiones de la Real Academia de la Lengua, sabían mantener el tono académico, pero no llegaban al pueblo.
Dentro de esta tónica transcurrieron las conmemoraciones de los años siguientes (1927, 1928, 1929), alternando con las famosas celebraciones de la Exposición Internacional de Barcelona y con la Exposición Iberoamericana de Sevilla, hasta llegar a 1930. Este año, después de una polémica de si sería preferible seguir conmemorando la supuesta fecha del nacimiento de Cervantes (el 7 de octubre) o la de su muerte (el día 23 de abril, comprobada documentalmente), se acuerda celebrar esta última, considerando que el mes de abril era más indicado para actos al aire libre que el de octubre, donde el tiempo no acompañaba. Además, la coincidencia con el inicio del año escolar perturbaba la venta de libros de texto en las librerías del ramo. Pero los hechos políticos darían un nuevo cariz a la fiesta: el día 14 de abril de 1931 la República era proclamada en toda España y el rey Alfonso XIII se marchaba camino del exilio. De aquellos años, hay que remarcar la diferencia que se observa entre su celebración en Barcelona y en Madrid. En Barcelona, la fiesta va tomando un cariz más popular y comercial —tenderetes de libros en la calle, de todo tipo; circulares de la Cámara Oficial del Libro a libreros y maestros, recordándoles celebrar la festividad—, mientras que en Madrid priman los actos académicos de mayor solemnidad.[...]
En el año 1930, la fiesta alcanza en Barcelona un éxito extraordinario al cual contribuye la edición de diversas novedades literarias catalanas de una gran aceptación popular. Es en este periodo cuando los editores deciden publicar las novedades coincidiendo con el Día del Libro y organizan actos de firmas de ejemplares para los autores. En Barcelona, la venta de aquel día sobrepasó los 5000 volúmenes, y se publicaron dos opúsculos interesantes para la historia de la fiesta. El uno, titulado La Diada del Llibre, es una breve y ágil descripción de los puestos de libros que ocupan las calles barcelonesas, firmada por Carles Orgilés i Sánchez. El otro, escrito por el impresor Víctor Oliva, El libro español, fue editado por la Cámara Oficial del Libro barcelonesa y se repartieron más de 40 000 ejemplares gratuitamente entre los compradores de libros.

Cervantes y Sant Jordi: una rosa y un libro

Al día siguiente de aquel Día del Libro, un periodista barcelonés escribía:

«Es de esperar que la próxima festividad se celebrará el 23 de abril coincidiendo con la de Sant Jordi; alcanzará todavía mayor esplendor y será una verdadera fiesta del libro catalán.»


El periodista resultó un buen profeta y, desde 1931, la fiesta del libro se convirtió en auténticamente popular. Y no sólo en Barcelona: en Gerona, en Sabadell, en Arenys de Mar, en Badalona, en muchas poblaciones catalanas, el Día del Libro arraigaba sólidamente. La Cámara Oficial del Libro publicó, en 1931, un estudio de Manuel de Montoliu sobre el Quijote: Lo que España debe a un libro, y en 1932, un pequeño y modélico volumen de Jordi Rubió i Balaguer, director de la Biblioteca de Cataluña, que ponía sus conocimientos al alcance de todos:
Com s’ordena i cataloga una biblioteca, de una utilidad notabilísima. Realmente, la coincidencia de la fiesta del libro y la de Sant Jordi daba un cariz nuevo y popular a la festividad. Otro periodista barcelonés lo confirmaba al comentarlo:

«Hemos acertado. La fecha del 23 de abril, en el que la muerte de Cervantes coincide con la fiesta de Sant Jordi: rosas, libros y Santo...»


El Día del libro, desde entonces, tiene en Barcelona —y por extensión en muchos de otros lugares de los Países Catalanes— un carácter peculiar. Si bien no es fiesta oficial, la calle entera tiene un aire festivo: hombres y mujeres, chicos y chicas, todo el mundo lleva en la mano la rosa y el libro. La festividad del Patrón de Cataluña y la feria de rosas que la conmemora tienen uno nuevo atractivo literario.
Y no es en absoluto que Barcelona no tuviera afecto por la figura y la obra de Cervantes, todo lo contrario. El escritor castellano había dedicado a Barcelona aquel elogio que siempre es apropiado transcribir:

«Y así, me pasé de claro a Barcelona, archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos, y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y belleza, única.» [Don Quijote de la Mancha, Segunda Parte, cap. LXXII.]

 

[...] Incluso ha habido escritores que han querido establecer una cierta semblanza entre Sant Jordi, caballero de un ideal, rescatador de doncellas, y Don Quijote. Joan Estelrich escribía:

«Don Quixot és la melangiosa caricatura de Sant Jordi, lluitant amb els molins de vent, entabanat per una justa i noble demència.»


Y en un fragmento poco citado del Quijote, el caballero exclama delante de una imagen de Sant Jordi, elogiándolo:
 

«Y, levantándose, dejó de comer, y fue a quitar la cubierta de la primera imagen, que mostró ser la de San Jorge puesto a caballo, con una serpiente enroscada a los pies, y la lanza atravesada por la boca, con la fiereza que suele pintarse. Toda la imagen parecía una ascua de oro, como suele decirse. Viéndola don Quijote, dijo: “Este caballero fue uno de los mejores andantes que tuvo la milicia divina; llamóse don San Jorge, y fue, además, defendedor de doncellas. Veamos esta otra”.» [Don Quijote de la Mancha, Segunda Parte, cap. LVIII.]


Entretanto, en Madrid la fiesta tomaba un cariz diferente. Ya en 1932 se había intentado celebrar «la Feria del Libro de Madrid», de una duración de más días, con unas casetas de venta situadas en el Paseo de Recoletos que más adelante se trasladaron a la zona del Parque del Retiro y, después de la guerra civil, proliferaron por diferentes ciudades españolas. Sin embargo, el Día del Libro, a pesar de haber sido trasladado al 23 de abril, no arraiga en Madrid ni en las poblaciones de fuera del ámbito catalán. En Valencia, en esta época, hay que remarcar la acción cultural del Ayuntamiento, que en 1932 publicó y difundió unos pequeños volúmenes del historiador valenciano Francesc Almela i Vives sobre El libro valenciano y La llengua valenciana, Normes d’Ortografia Valenciana el año 1933. En Sabadell, la popularidad de la fiesta del libro se debió, en buena parte, a la Acción Municipal Docente, organizada al estilo de la Comisión de Cultura del Ayuntamiento de Barcelona, que dedicó uno interés especial al libro. [...]
El estallido de la guerra civil dificulta seriamente la producción editorial: escasez de papel, de materias primas, inseguridad general. El Día del Libro del año 1937 se celebró aún con la aparición de algunas novedades literarias, y en 1938 el Departamento de Cultura de la Generalitat de Catalunya intentó dar una sensación de normalidad celebrando de una manera relevante la Diada del Llibre que, por excepción, fue el día 15 de junio. [...]
Pero la guerra seguía su curso inexorable, y antes de un año, el 1.º de abril de 1939, acababan las hostilidades. Un país deshecho intentaba celebrar el Día del Libro de 1939, quizás el más gris de los repasamos en esta historia. Los años que siguieron al final de la guerra se resintieron de las limitaciones impuestas. Además de las dificultades materiales —papeles de mala calidad, encuadernaciones deficientes—, sorprendía la ausencia absoluta de libros catalanes, impuesta por la rigurosa censura. Hasta 1950, prácticamente, el libro en catalán no se volvió a publicar y, poco a poco, reanudó su lugar en los puestos callejeros del Día del Libro. De aquellos años hay que recordar el tenderete que l’Obra del Diccionari, del Diccionari català-valencià-balear que dirigía a Francesc de B. Moll, instalaba en Barcelona, en lo alto de la Rambla, gracias a la tenacidad y al esfuerzo de Joan Ballester.
Poco a poco, la vida editorial recuperaba el impulso de los años anteriores a la guerra, y muy pronto el número de volúmenes editados —la mayoría de producción editorial, en lengua castellana— superaba, de mucho, la de 1936. Las Cámaras Oficiales del Libro habían sido englobadas en 1941 en una nueva entidad: Instituto Nacional del Libro Español, centralizado en Madrid, pero que en Barcelona mantuvo una activa y eficiente delegación dirigida por August Matons, con la colaboración de Santiago Olives. Los Gremios de Libreros y de Editores aportaron su colaboración, y consiguieron publicar algunos opúsculos dentro de la línea de los editados por la Cámara Oficial del Libro antes de la guerra. [...]
Desde 1950, la Fiesta del Libro vuelve a ser popular. Los Gremios de Libreros y de Editores, con la colaboración del INLE, editan carteles, sellos publicitarios, organizan exposiciones, sortean lotes de libros entre los compradores y dan nacimiento, el año siguiente, a la Feria del Libro de Ocasión Antiguo y Moderno, que a partir de entonces se celebra en Barcelona, con gran afluencia de público, coincidiendo con las fiestas de la Virgen de la Mercè, patrona de la ciudad. La Feria, que este año conmemora el XXV.º aniversario, concentra la venta del libro viejo y ha permitido reservar el Día del Libro exclusivamente para los libros nuevos. Cada año, con ocasión del Día del Libro, se encarga el pregón o conferencia inaugural a una personalidad del mundo de la política o de las letras. Una de las que alcanzó más resonancia fue la del ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, en el año 1963, defendiendo la licitud del libro en catalán y la promoción de la lengua y la literatura catalana. El año 1967, por iniciativa de un grupo de editores catalanes, el INLE editaba el primer catálogo de libros en catalán, que hasta hoy ha ido apareciendo alrededor del Día del Libro.
La fiesta se ha continuado celebrando el día de Sant Jordi, con la excepción de algunos años en que, por coincidir con alguna fecha litúrgica (Viernes Santo, Lunes de Pascua), ha sido trasladada a una fecha diferente. Así, en 1962, cuando se celebró en Barcelona el XVI Congreso de la Unión Internacional de Editores, al cuidado del INLE, el Día del Libro tuvo lugar el 12 de mayo, coincidiendo con la jornada de clausura del Congreso y (dicho sea de paso) llovió a cántaros. [...]
© 1997 El Temps / Josep M. Ainaud de Lasarte

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