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La nueva RAE, un espejismo de representatividad, neutralidad ideológica, laboriosidad y modernidad, 7: la «Nueva gramática de la lengua española» entra en escena

La nueva RAE, un espejismo de representatividad, neutralidad ideológica, laboriosidad y modernidad, 7: la «Nueva gramática de la lengua española» entra en escena

[Entradas anteriores de esta serie: 1, 2, 3, 4, 5, 6.]

Recomendamos al lector la entrevista al director de la RAE, Víctor García de la Concha, publicada hoy en El Cultural de El Mundo. Hay mucho jugo que sacarle, y en esta nota vamos a exprimirla al máximo.

Para empezar, y que sepamos, Marta Caballero es la primera periodista que osa preguntar por la política de edición y difusión de la obra académica, planteando una cuestión que venimos apuntando desde hace tiempo y que animó esta breve tertulia en Libro de Notas: ¿Qué prevalece en el interés de los académicos: prestar servicio al hablante llegando a él paralelamente en versiones en papel sujetas a copyright y en una versión consultable en línea, o el puro afán de hacer caja?

Nosotras, que nos dedicamos a estudiar y observar el quehacer académico histórico y presente, no tenemos duda alguna del sesgo mercantil que la Corporación fue adquiriendo desde mediados del XIX, especialmente debido a la muy lucrativa venta de las ediciones escolares oficiales de la gramática y la ortografía (Compendio, Epítome y Prontuario). Y este rasgo lo sigue manteniendo, como ya se vio con el Diccionario panhispánico de dudas o con el bicefálico Diccionario del estudiante. El propio García de la Concha es muy claro al respecto: lo importante no es consultar la Gramática, sino tenerla en la estantería de casa:


Se coja o no, bueno es tenerla en casa, como se tiene un diccionario. No está de más que esté junto a Larsson en la estantería.


Ciertamente, lo que cuenta es seguir vendiéndola al ritmo que ya llevan e ir sacando versiones en papel sin descanso a lo largo del próximo año. Y para colocar todo ese material, una versión en línea es sin duda un enorme obstáculo.

De hecho, técnicamente no hay justificación alguna para no haber sacado una versión de libre acceso, paralela a la primera versión en papel. Del mismo modo que la Academia ha obtenido financiación para esta versión extensa, para la manual y para la escolar, podría haberla obtenido para la versión en línea a fin de tenerla disponible al menos cuando se publique la edición completa de esta primera versión (es decir, cuando aparezca el volumen de Fonética y Fonología). Además del patrocinio privado (con dotaciones constantes y puntuales), goza de una importante financiación pública anual con la que mantener su infraestructura tecnológica y humana, y por tanto tiene capacidad para elaborar versiones en línea de su obra, en paralelo a las versiones en papel. Otras academias con menos medios, ya lo hemos dicho, no escatiman una inmediata versión abierta de su obra normativa.

Lo que también escatima la RAE es la opción de participar en la elaboración de su obra. Nos dice García de la Concha que, a toro pasado, junto a la versión en línea de la gramática «abriremos un correo para sugerencias y correcciones». Muy bueno lo suyo: poner a la gente a trabajar gratis y a posteriori, sin tener que mencionar su aportación. Ya sabemos que, en todas sus apariciones mediáticas, en todos los prólogos y avances de su obra, lleva años empeñada en hacernos creer que, como la lengua (incluso la norma) se hace en la calle, la función de la Española y de sus academias asociadas es rigurosamente notarial. Con este fin, la RAE apoyó esa impresentable pantomima de espíritu colaborativo que es la Wikilengua. Pero la pura verdad es que la Docta Casa tiene su portón cerrado ya no sólo al hablante común, sino a todo aquel que podría hacer una aportación verdaderamente valiosa a su obra: especialistas externos y profesionales de la lengua (maestros, correctores, traductores, editores de texto...).

Tampoco es este el espíritu de otras academias de España. Sin ir más lejos, la «Academia» catalana (Secció Filològica de l’Institut d’Estudis Catalans), valiéndose de las nuevas tecnologías, puso en marcha el Fòrum d’Estandardització (Foro de Estandarización, FOREST), abierto a las observaciones razonadas de los profesionales de la lengua catalana sobre su trabajo en curso y sobre sus orientaciones normativas (directrices que también hace públicas), a fin de lograr el mayor consenso posible en la realización de su nueva gramática. No nos cabe duda que la nueva gramática normativa catalana sabrá reconocer esta aportación.

Algo así también está al alcance de la RAE, pero semejante espíritu de consenso no es propio de una institución que incluso cuando elabora obras en colaboración con el resto de academias asociadas lo hace como academia rectora. Si algo le ha importado siempre a esta rancia institución es dejar bien claro quién manda.

Del mismo modo que no cesan de repetir la letanía de que su función es notarial, tampoco pierden oportunidad de definir tal cometido como la tarea de levantar acta del uso consagrado (atendiendo a los usos registrados mayoritariamente en los corpus académicos) y del uso prestigioso. Pero resulta que si bien lo usual puede medirse si se dispone de suficientes registros de uso (es decir, de corpus representativos del español, como NO lo son los académicos), el prestigio es un fenómeno de apreciación subjetiva de los hechos lingüísticos enormemente lábil, que no puede medirse con ninguna tecnología; sólo puede registrarse por breves periodos mediante estudios sociolingüísticos de las actitudes de los hablantes, un campo apenas explorado en lo que atañe a las modalidades del español.

De hecho, a conformar esa apreciación social de los usos, es decir, a dar prestigio a unas formas y a hurtárselo a otras se ha dedicado esta Academia desde siempre; porque si alguna función estandarizadora ha desempeñado es la de modelar un canon del «buen castellano». Hoy, no hay más que leer su obra para ver que, entre el barullo descriptivo que nos ofrece (y decimos barullo porque no hay textos más inconsistentes y asistemáticos que los redactados del DRAE y el DPD), sigue sobresaliendo lo que siempre ha sido una norma académica: una selección sumamente restrictiva (luego, escasamente representativa) de usos, a partir de juicios de valor que rara vez tienen que ver con lo usual (es decir, con lo normal) y que demasiado a menudo se corresponden con lo arbitrario e incluso con lo desinformado. Tomen como ejemplo los lectores esta desopilante recomendación del DPD:


espuma. Para designar el plato de consistencia esponjosa preparado con claras de huevo y otros ingredientes, se recomienda usar en español el término espuma, calco del francés mousse: «Como postre, espuma de chocolate con fresas de temporada» (País [Esp.] 17.5.04).


Si bien una mousse es, como se dice en el DPD, «un plato de consistencia esponjosa preparado con claras de huevo y otros ingredientes», una espuma, en técnica culinaria, no es una mousse. Las espumas, creadas por el prestigiosísimo cocinero Ferran Adrià en 1994, se realizan sin leche ni huevos (como sí los tiene la mousse), y su textura ligera y esponjosa se obtiene aireando la preparación básica de ingredientes con un sifón también ideado por Adrià (junto con su equipo de investigación culinaria, de la Fundació Alícia). Para justificar el uso de espuma por mousse, el DPD da como ejemplo una cita de la noticia de la boda real entre Felipe de Borbón y Leticia Ortiz publicada en El País, donde se menciona el postre que se sirvió a los comensales, sin contrastar antes de qué clase de preparado se trataba y sin apercibirse de que la cena de gala la prepararon al alimón, justamente, Juan Mari Arzak y Ferran Adrià. Sabemos que los miembros de la familia real son muy campechanos, pero ¿se los imaginan ustedes ofreciendo a lo más granado de la sociedad mundial una mousse corrientita como remate del ágape? Y, ya puestos, ¿por qué no servirles un pijama? Muestra más castiza y popular de postre no la hay.

Por desgracia, esta libre intrepretación académica de la alta cocina no se limita al DPD: la entrada en cursiva de mousse en el DRAE2001 en línea («1. amb. Plato preparado con claras de huevo que dan consistencia esponjosa a los ingredientes dulces o salados que lo componen») aparece como propuesta para supresión en la próxima edición, y la entrada espuma aparece como artículo enmendado en la próxima edición, en la que se incorpora como nueva acepción la, hasta el momento, definición de mousse: «4. f. Plato preparado con claras de huevo que dan consistencia esponjosa a los ingredientes dulces o salados que lo componen». No les extrañe el disparate: existe toda una comisión de armonización dedicada a procurar que las tonterías académicas queden convenientemente replicadas en todas sus obras. Con lo fácil y panhispánico que habría sido recomendar castellanizar mousse con la palabra que en diversos países de América se viene usando para denominar este postre: esponjado. Pero va a ser que el panhispanismo, cuando no pasa por el Manzanares, se deja correr.

Todo el dinero que se ha destinado a esta mercantilizada gramática podría haberse dispuesto para auspiciar diversas gramáticas descriptivas de los españoles de hoy. Y no del español de América y del español de España (dos divisiones dialectológicas ficticias), sino de sus variedades geográficas reales, tan desconocidas a día de hoy que cuesta creer que la Academia dispusiera del material necesario para hacer de ellas una mínima compilación, lo que a su vez invita a pensar que en esta Nueva gramática de la lengua española hay más inventiva que rigor (eso sí: siempre al servicio de una identidad panhispánica unitaria). Lo puramente cierto es que estamos aún muy lejos de conocer la variedad del español, ni tan siquiera en sus niveles cultos, y que sin ese conocimiento previo no es posible fundamentar una gramática normativa donde se describa «la unidad común y las variedades de una construcción aquí y allá»:


[...] si hace ya 40 años Lope Blanch tildaba —sin asomo de exageración— al español americano de ilustre desconocido, tampoco ahora estamos muy desencaminados cuando repetimos las palabras del profesor hispano-mexicano. En efecto, en estos momentos las tareas a las que se enfrentan los estudiosos del español de América son enormes, algunas derivadas de los defectos existentes en trabajos anteriores o —en los más de los casos— de la ausencia de trabajos que nunca se llevaron a cabo, en otras ocasiones como resultado de los nuevos procesos y fenómenos que se están produciendo últimamente y cuyo estudio detallado se debería comenzar ya en estos momentos para poder comprenderlos en toda su magnitud y analizar las consecuencias que pueden tener en el futuro. = Por ejemplo, es del todo imprescindible llevar a cabo estudios de zonas cuya realidad dialectal desconocemos, o conocemos únicamente por descripciones parciales y a menudo realizadas por simples aficionados, tales como el oriente boliviano (Santa Cruz de la Sierra y los departamentos aledaños), Paraguay o Centroamérica, entre otras regiones. Como añadidura, en muchas ocasiones los estudiosos se siguen basando en estudios llevado a cabo hace más de 30, 40 y 50 años —véase el caso de Henríquez Ureña (1940) para República Dominicana, Vidal de Battini ( 1949) para el interior argentino o Lope Blanch (1953) para el verbo mexicano—, por lo que la validez actual de sus datos es del todo discutible; se debe, por tanto, desarrollar trabajos que, volviendo sobre los temas indicados, revaliden lo que estos investigadores registraron en su tiempo o muestren las diferencias producidas con el paso del tiempo. = Por otro lado, los cambios sociales y demográficos que se han producido en las últimas décadas en Latinoamérica han transformado sus ciudades en grandes centros urbanos de muchos millones de habitantes, auténticos microcosmos lingüísticos en los que se producen, entre otros fenómenos, una importante estratificación sociolingüística y un abundante contacto interdialectal que a veces está modificando de manera radical la forma de hablar propia de urbes como Lima, Buenos Aires, Bogotá o Ciudad de México;[...] pues bien, es preciso continuar con el proyecto que ya explicó certeramente Lope Blanch (1986) sobre el estudio de la norma culta de las ciudades latinoamericanas, y ampliarlo a análisis sociolingüísticos completos que nos ofrezcan una radiografía lingüística de estas metrópolis, en muchas ocasiones importantes focos de difusión y estandarización lingüística. Del mismo modo, y como añadidura de lo anterior, es necesario rematar los Atlas Lingüísticos que pretenden cartografiar el continente, y cuyos datos serán de sumo valor para complementar el estudio del español urbano, así como para el establecer —ahora sí— una posible división dialectal de Hispanoamérica. = Por lo que se refiere a las nuevas situaciones a las que se enfrenta el español de América, se ha citado ya el contacto interdialectal que se produce en las ciudades del continente y que determina —o puede determinar— cambios en la variedad lingüística afectada; pues bien, del mismo modo sería interesante analizar los efectos que, por ejemplo, puede tener la llegada de inmigrantes latinoamericanos a las diferentes ciudades españolas —Madrid, muy especialmente— en las hablas propias de estos centros urbanos, así como la valoración que españoles y latinoamericanos tienen sobre los usos lingüísticos empleados por éstos que chocan con la norma estándar de su nuevo lugar de residencia, entre otros muchos otros aspectos. = En todo caso, se hace evidente la necesidad de conocer, en primer lugar, la realidad dialectal de América, no sólo para poder llevar a cabo (algunos de) los proyectos mencionados anteriormente, sino también como forma de enriquecer nuestra comprensión de esa realidad multiforme y heterogénea que constituye actualmente la lengua española. [José Luis Ramírez Luengo, «Más allá del océano: una descripción del español en América», Per Abbat: boletín filológico de actualización académica y didáctica, núm. 2, 2007, 73-102; pp. 96-98. La negrita es nuestra.]


Aunque RAE y Asale hayan consultado la escasa descripción disponible, tampoco habría forma de saber qué estudios han manejado para esta gramática, más allá de unos corpus académicos cuya distribución geográfica de registros (50 % de España, 50 % de América, aun siendo los hispanohablantes americanos en un 90%) no tiene nada de representativo. Como todo su afán científico consiste en aparentar omnisciencia, la divina RAE nunca ha publicado un repertorio bibliográfico donde se citen sus fuentes. Mentimos: con fines presuntamente promocionales, la gramática de 1854 citó como fuentes las prestigiosas gramáticas de Salvá y Bello. Un análisis minucioso de esa edición de la gramática académica muestra, sin embargo, que Salvá y Bello la inspiraron bien pobremente (véase Gema Belén Garrido Vílchez [2002], pp. 165-178, y J. J. Gómez Asencio [2009], p. 2).

Pero, a fin de cuentas, ¿de qué extrañarnos? Ni el rigor descriptivo ni la coherencia normativa son los principales desvelos de la RAE. Desde su misma cuna, su labor ha estado guiada por el chovinismo y el nacionalismo lingüísticos, que la mueven a librar una inecesante batalla en la competencia interlingüe internacional por el prestigio exterior, y a afirmar la unidad nacional y transnacional por medio de la llamada «lengua común». Y, para quien sepa leer entre líneas, estos son los mensajes constantes en el despliegue mediático que acompaña la presentación de la NGLE, incluida la entrevista de El Cultural:


El director de la RAE presenta hoy la primera gramática española desde 1931, obra que reúne por primera vez "el español universal"
[...]

García de La Concha e Ignacio Bosque celebrarán desde hoy un triunfo que les ha costado más de una década y que es resultante del esfuerzo de todas las Academias del mundo. Lo harán rodeados de los Reyes y de los mandatarios de estas instituciones en unos fastos que festejarán, por fin, la compilación del español del mundo en cinco kilos y medio.

[...]
Gracias a este factor hoy podemos disfrutar de una gramática que muestra la unidad común [...].

[...] esta es la gramática donde está todo y el español carecía hasta ahora de una obra de nivel, de fuste, que sí tenían las otras lenguas de nuestro entorno. No teníamos una como la de Cambridge, y ahora la tenemos. Y quisimos hacerla además así de completa. Es más, empezamos haciendo una gramática del español total sin preocuparnos de la envergadura científica, pero cuando ya llevábamos dos años de trabajo reflexionamos sobre ese punto: después de cien años no podíamos salir con una gramática de COU sino con una que pusiera el español al nivel de las grandes lenguas.


Silvia Senz y Montse Alberte


 

1 comentario

Félix -

He seguido con interés la serie de artículos que han dedicado a este asunto.
Sin matizaciones, debo agradecer los datos y las razonables explicaciones que han expuesto.
Me he permitido la libertad de copiar un par de párrafos de este "post" en mi bitácora y enlazar con A&C, ojalá que sean muchas las personas que lean sus textos para bien de la cultura (en este caso, del idioma castellano) y para crear conciencia social de que es necesario que la RAE cumpla su función primordial: la de servicio.
Un saludo y "felicitats pel treball que fan".