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Razones de la norma mediática para la divergencia

Razones de la norma mediática para la divergencia

[Avance de una publicación en curso.]

A finales de la década de 1970, en los medios de comunicación de masas españoles empezaron a proliferar libros de estilo que no siempre seguían las pautas académicas. En aquel momento, resultaba difícil hacerlo: la labor de la RAE estaba (aún más que hoy) francamente desfasada, presentaba clamorosos huecos y evidentes inconsistencias, estaba muy alejada de la conducta lingüística de una sociedad democratizada, y resultaba por todo ello inadecuada para muchos campos de expresión. Así lo reconocía el académico Fernando Lázaro Carreter en su discurso «Los medios de comunicación y la lengua española», pronunciado durante la Primera Reunión de Academias de la Lengua Española sobre el Lenguaje y los Medios de Comunicación (Madrid, 1985):


[...] nuestro Diccionario [...] tiene rasgos heredados de la tradicción establecida por la Academia misma. [...] es selectivo por naturaleza [pero] tampoco realiza un determinado modelo de selección, sino que es confeccionado según criterios de consenso, el cual depende de la cambiante composición de las Academias, y de circunstancias aleatorias que conocemos bien. Reducimos el caudal léxico circulante a un promedio de aquel que los académicos nos formamos individualmente de nuestro particular ideal de lengua, aunque sea controlado por los datos objetivos que proporcionan nuestros insuficientes ficheros. El impulso casticista sigue moviéndose, cuando para otorgar plaza a una palabra nueva o a una nueva acepción, pedimos que sea acreditado su empleo por textos solventes, o aplazamos su introducción hasta que obtenga ese crédito. Por su parte, el purismo nos impide ceder ante vocablos extranjeros comúnmente empleados e insustituibles —de hecho, insustituidos— porque su catadura gráfica o fónica proclama ostensiblemente su extranjería. Pero, a la vez, mantenemos centenares de vocablos no usados ni usables, arcaicos, sólo presentes en viejos textos a cuyo desentrañamiento, pensamos, debe contribuir el Diccionario; o conservamos dialectalismos o localismos causalmente allegados. No es firme [...] el criterio para inventariar términos técnicos y científicos, y definimos, por ejemplo, el ácido múriático, pero no el lisérgico, de terrible presencia en las lenguas actuales. La fundamental aportación de voces americanas tampoco es fruto de una actividad sistemática. Por esta y otras razones, nuestro Diccionario representa una extraña idealización del léxico hispano, en el que conviven sincronía y diacronía, voces comunes y extravagantes, modalidades diastráticas y diatópicas que no se justifican más que otras ausentes; y en la que pueden producirse omisiones asombrosas, por el modo del trabajo lexicogáfico, que no procede a revisiones y rastreos metódicos. El resultado es que la lengua reflejada en el Diccionario no se ha usado nunca, ni se usa, en parte alguna; y que la lengua que se usa sólo parcialmente está en él. [P. 30.]

[...]

Hasta hace poco, el Diccionario académico era testimonio de una cultura, dirigido a los participantes, actores o receptores, en esa cultura. Su simple posesión constituía una señal de aceptación, y hasta cualificaba a su posesor como miembro efectivo o desiderativo de aquella determinada comunidad cultural representada por el código académico. Este era, y aún sigue siendo, rasgo de identidad de un grupo, todo lo extenso que se quiera, pero ya no el más influyente en los destinos de la lengua. Por lamentable que resulte, hay que reconocerlo. = Esa nueva sociedad es mucho menos literaria que la de antaño; sus modelos lingüísticos no suelen ser, o no lo son tanto, los grandes escritores, multitudinariamente desconocidos, sino la prensa y los programas de radio y televisión. Y, por tanto, también hemos de prestar atención a esos modelos, si nos importa describir la lengua real. Es bien sabido que una gran parte del lenguaje periodístico, o es oral, o tiende a la oralidad. En la misma medida, se aparta de los estilos formales o literarios anteriomente dominantes. [P. 32.]

[...]

La situacion [idiomática] ha cambiado espectacularmente: la comunicación entre los distintos niveles de lengua es ahora absoluta. Se han disuelto los sólidos muros que mantenían jerarquizado el léxico en virtud de méritos sociales y culturales. Y ese abatimiento de barreras no se ha producido sólo entre las «clases» internas de la lengua, sino también entre lenguas distintas [...] es causa, si no determinante, sí coadyuvante en grado máximo, ese agente mediado de formidable eficacia que son los medios de comunicación. Actúan con diligencia extrema transportando léxico —y otras cosas, pero a él me limito— de lengua a lengua, y de estrato social a estrato social. El cambio lingüístico, antes tan despacioso, puede ser hoy casi instantáneo [...]. La historia de las lenguas ha adquirido un dinamismo nunca conocido, cuyo motor más enérgico es el transistor [...]. [
Pp. 31-32.]

 

Ya desde mediados del siglo XIX, la ideología panhispanista había ido colocando en la misma posición de prioridad que el casticismo y el purismo  (principales desvelos diecicochescos de la institución) el mantenimiento de un determinado ideal de unidad lingüística y cultural de los «pueblos hispánicos», cuya guarda y custodia estaba en manos exclusivas de la RAE. Pero ese ideal, según se ve en las palabras de Fernando Lázaro Carreter, no siempre correspondía con las orientaciones que parecían guiar a la prensa, la radio y la televisión en el siglo XX. Con preferencia sobre el unitarismo, entre los medios escritos y audiovisuales primaban criterios específicos del lenguaje, la comunicación y el negocio periodísticos que no siempre convergían (y siguen si hacerlo) con la norma académica:

1. Los criterios de inmediatez comunicativa (propia de las publicaciones diarias) y de eficacia (propia de todo tipo de medio productivo), que exigen:

  • dar rápida respuesta a aquellas cuestiones de lenguaje escrito y formal que se plantean con frecuencia en los medios y sobre las que no existe referencia suficiente o adecuada, mediante la confección de un prontuario (repertorio normativo) de fácil consulta, desprovisto de aparato teórico-explicativo;
  • agilizar y optimizar, con ello, el trabajo de los redactores, los editores de texto y los (ya casi extintos) correctores.

2. Los criterios de actualidad informativa y especialización, que requieren tomar decisiones sobre usos neológicos y terminológicos a los que la academia no atiende (o no en debida forma).

3. Los criterios estilísticos de:

  • claridad del discurso, que supone una escritura tendente a la concisión y que evite toda grafía o construcción que pueda resultar ambigua o difícilmente inteligible para el público al que el medio se dirige;
  • expresividad, que implica el uso de recursos de captación de la atención del receptor;
  • rigor, que exige usos coherentes e implica asentar criterios de escritura unificados;

4. El criterio de identidad corporativa, que requiere el establecimiento de opciones de grafía propias, que confieran al medio un sello distintivo.

5. Los criterios de proximidad (en los medios no internacionales) y sincronía, que conllevan:

  • De un lado, la adecuación del lenguaje empleado al momento y al lugar, es decir, al uso idiomático contemporáneo que, a juicio del medio, el receptor comparte y considera aceptable, y a la variedad local con la que este se identifica.
  • En zonas bilingües o plurilingües, la inclusión de elementos de otras lenguas que el receptor entiende y reconoce como propias.

6. El criterio de corrección política, que incorpora al tratamiento textual una conducta no discriminatoria, contraria a la que presentaban —y lo siguen haciendo— la Gramática y el Diccionario académicos.

Por mucho que la RAE pretenda ampliar su influencia en los medios, con la participación de académicos en los libros de estilo de prensa (el propio Fernando Lázaro Carreter fue, en este sentido, pionero), en el Departamento de Español Urgente de Efe (hoy, Fundéu) o por medio de convenios como el que convertía el Diccionario panhispánico de dudas en obra de referencia para diversos medios españoles e hispanoamericanos, lo cierto es que la especificidad e independencia de criterio de estos, las limitaciones e incongruencias que la norma académica sigue relevando y la constatada ausencia de guardianes idiomáticos en los medios de comunicación siempre los llevarán por líneas divergentes de la norma académica.


Silvia Senz

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