Tópicos y verdades, o mentiras, a medias (1.ª parte)
El 18 de enero de este año el suplemento Cultura de La Vanguardia publicó un artículo titulado «No más tópicos, por favor», de Ricardo Artola, director literario de no ficción de Editorial Planeta, en el que rebatía lo que él consideraba los nueve lugares comunes sobre el sector editorial y retaba a los lectores a aceptar una apuesta: «aquí dejo un correo electrónico: nomastopicos@hotmail.com. Si me convencen de que la mitad de lo que he dicho es mentira, me como el sombrero».
Y como la idea de que un director de Editorial Planeta se comiera el sombrero me pareció sumamente interesante, le transmití mi opinión y todavía sigo esperando, yo y unos cuantos compañeros sufridores más del sector editorial. Pero, al parecer, nuestros mensajes se habrán perdido por el ciberespacio, porque no sé de nadie que haya recibido respuesta. Aunque también puede ser que el señor Artola se esté comiendo el sombrero, y, claro, responder mensajes comiendo un sombrero no debe de ser tarea fácil.
Quiero que mi carta al señor Artola esté en esta bitácora, y lo quiero por dos razones: porque los medios de comunicación tradicionales, generalmente ya fagocitados por un gran grupo o surgidos de él, nos están cerrando la boca y porque este es el lugar en el que debe estar, aparte de en el buzón de correo de nuestro aspirante a comedor de sombreros.
El señor Artola, «harto de escuchar siempre las mismas obviedades sobre el mundo del libro», atacaba contra el primer tópico:
1. Las grandes editoriales SÍ publican buenos libros. Me limitaré a citar algunos libros que hemos publicado en el sello Planeta (el más grande de todos), en 2005: Rubicón, de Holland; la reedición del Hitler, de Fest; el Atlas de Historia de España, de García de Cortázar, o La mujer desnuda, de Morris. Me atrevería a decir que, para cualquier editor español, grande, mediano o pequeño, habrán sido objeto del deseo.
A lo que yo (correctora, por cierto, de uno de los libros que Ricardo Artola citaba: el Rubicón) le respondí: «Usted dice que sí, que las grandes editoriales publican buenos libros, y yo quiero decirle, por mi experiencia, que a menudo son buenos por casualidad. Si tenemos en cuenta los plazos de tiempo de los que disponen los profesionales que intervienen en el proceso de edición (traductor, correctores, maquetadores, editores...) y las tarifas con las que se les remunera su trabajo, que un libro esté bien traducido, bien corregido y bien editado roza el milagro. Y el milagro se produce porque confluyen en esa obra profesionales preocupados por su trabajo, que dan mucho más de lo que deberían dar, que se entregan y se preocupan por la calidad de lo que están haciendo, aunque nadie se lo esté pagando. Cuando esto no es así, cuando un traductor, por ejemplo, decide que ofrece la calidad correspondiente a lo que se le está pagando, la traducción es una auténtica birria, y si esta traducción birriosa cae en manos de un corrector que se guía por la misma filosofía («me pagan una porquería, yo entrego una porquería»), la obra es un puro desastre. Y obras de este tipo las hay montones, y dado que las grandes editoriales publican mucho, es fácilmente deducible que las grandes editoriales también publican desastres.»
Y seguía Artola argumentando:
2. Los libros son baratos ¿Con qué se compara?, ¿de qué libros se habla?, ¿para quién? Estamos hartos de oír: "Un libro cuesta como dos copas y dura toda la vida". Será verdad, pero ese argumento nunca ha convencido a nadie. Para mí casi todos los libros son baratos y, como decía un amigo, "nadie renuncia a la cultura a priori, los que dicen que son caros es porque necesitan una coartada para no leer" (Teo Marcos, Campaña Alianza 100). Pues eso...
A lo que yo le respondí: «Libros caros o libros baratos. Pues mire, depende. Cuando en un libro que cuesta 20 euros, por ejemplo, me encuentro párrafos mal traducidos, que no se entienden; erratas y errores de todo tipo —léxicos, gramaticales, sintácticos y tipográficos—, el libro no solo es caro, es un timo. ¿Y sabe qué? Que cada vez me pasa más. Los Reyes Magos tuvieron a bien regalarme un libro. El libro está mal. Quien se ocupó de la traducción se despistó en más de ocasión y ahí están las frases sin sentido, quién se ocupó de introducir las correcciones del corrector no prestó demasiada atención a lo que hacía, quien se ocupó de la corrección tipográfica necesita repasar algún buen manual de la materia... Pero supongo que corría prisa que saliera al mercado. En fin, que bien podrían los Reyes Magos ir a reclamar que se les devolviera el dinero porque el producto es defectuoso, ¿no le parece? Al menos con una lavadora que no centrifugara, por ejemplo, cualquiera lo haría; ahora bien, como los libros también sirven para ocupar espacio en la estantería del salón...».
Y sobre un supuesto tercer tópico, comentaba Artola:
3. Viva Dan Brown. Contra los que se pasan la vida quejándose de los libros que se venden mucho pero que, según ellos, son despreciables, reivindiquémoslos de una vez por todas, porque son un pilar fundamental de esta industria. No sólo dan beneficios a quien los publica, sino que aumentan los niveles de lectura más y mejor que cualquier campaña de fomento de la lectura que conozca. Soy radical: es más fácil que un lector de Dan Brown acabe leyendo a Proust a que lo haga quien nunca ha cogido un libro ni para calzar una mesa. Además, yo leí este verano La conspiración y me divertí mucho... ¿o es que leer tiene que ser un sufrimiento?
Y yo le respondí: «¡Ay, Dan Brown y los best-sellers! Serán autores y obras importantes para las economías de las editoriales y seguro que favorecen el aumento de los índices de lectura, pero, ya puestos a preocuparnos por las economías editoriales y por los índices de lectura, también podríamos preocuparnos un poquito por seleccionar lo que se edita. Quizá si las editoriales no publicaran tanto, es decir, cualquier cosa, las editoriales podrían dedicar más recursos a lo que vale la pena editar, los libreros podrían asesorar mejor a los lectores (no se perderían entre montañas de libros o de cajas de novedades que ni llegan a abrir) y los lectores tendrían en sus manos mejores libros. Por suerte o por desgracia he tenido que corregir libros que nunca deberían editarse, ni bien ni mal, simplemente no deberían editarse porque son una completa memez. Digo yo que los dineros que se invierten en este tipo de libros bien podrían destinarse a otro tipo de obra, así quizá esta ganaría en calidad».
(Continúa aquí.)
Montse Alberte (Barcelona, España)
1 comentario
Virginia Avendaño -
"Los grandes editores siempre tendrán unos pocos escritores de prestigio para adornar sus escaparates, el resto serán escritores de fórmula, y al cabo de un tiempo hasta las fórmulas se restringirán... Cuando más sube el costo de producción, más poder para los que ponen el dinero."
Raymond Chandler, El simple arte de escribir, Cartas y ensayos escogidos, Tom Hiney y Frank MacShine (editores), traducción de César Aira, Buenos Aires, Emecé, 2002. Titulo original The Raymond Chandler Papers, Selected Letters and Non-Fiction, 1909-1959.