Blogia
addendaetcorrigenda

«Muerte de un apicultor» (de Lars Gustafsson, en Nórdica Libros), o las señas de indentidad de una editorial viva y emergente

«Muerte de un apicultor» (de Lars Gustafsson, en Nórdica Libros), o las señas de indentidad de una editorial viva y emergente

Vengo a hablarles de un libro, por dentro y por fuera, como me gusta a mí que me los cuenten. No soy crítica profesional, ni editora; ustedes sabrán disculparme si a veces me dejo llevar y no estoy dentro de la corriente del pensamiento cultural de hoy, o si coincido; no sé por dónde va. Discúlpeseme si algún término de edición está mal usado; ahí tienen abajo los comentarios para hacerme el favor de corregirlo.

Lo que sí soy es una gran lectora que además es una apasionada de los libros. Alguna vez un amigo me recomienda: «Ana, no dejes de leer éste. Está lleno de erratas pero aun así te va a encantar». Y lo leo. Qué gusto por dentro, lástima por fuera.

Este libro que les recomiendo es un lujo: por dentro y por fuera. Lo edita una editorial de reciente aparición, Nórdica Libros, y lo edita maravillosamente. Es el tercer volumen de su colección Letras Nórdicas y aparece, como los demás, en rústica cosida. El diseño es bonito y armonioso; transmite equilibrio. A cada obra le corresponde un color que la identifica y que la acompaña en las páginas de guarda (les juro que las hay, aunque sea edición en rústica). Este detalle ornamental e identificativo, propio de las ediciones de lujo, Nórdica Libros lo emplea no sólo en Ilustrados, sino en las dos que tiene en rústica, la ya mencionada, y en Otras Latitudes.

Y siguen los preciosos detalles de una edición cuidadosa de alguien que no puede negar que le gustan los libros: en la página de derechos no aparece sólo la mención al autor del diseño de la colección, o al autor de la traducción; de forma inusual, a estos elementos ya habitualmente reconocidos de la cadena de creación y edición los acompaña la mención a los realizadores de la maquetación y, pásmense, de la corrección ¡tipográfica! Qué quieren que les diga, yo sólo recuerdo haberlo visto en otros dos casos: las obras de Trea y los ChiquiCuentos de Bruño (una colección dirigida a personas «A partir de 4 años», según reza en la cubierta posterior). Correctores: estamos de enhorabuena. Nórdica Libros: desde este blog, nuestra más profunda reverencia. Así se hace camino.

Otra delicia es el colofón. Lean el de este libro en cuestión: una N en la misma tipografía en que aparece el nombre de la editorial (y que también figura en el lomo). Abajo:

Esta edición de Muerte de un apicultor,

compuesta en tipos AGaramond 12/15

sobre papel offset Hermes marfil de 90 g,

se acabó de imprimir en Madrid el día

13 de septiembre de 2006, aniversario

de la muerte de Italo Svevo

¿Qué me dicen? Sobran los comentarios.

Muerte de un apicultor es una obra de Lars Gustafsson, filósofo, novelista y poeta sueco, que nos llega traducida por Jesús Pardo, traductor habitual de sus obras —y de otros muchos autores nórdicos, por cierto— al español. La traducción fue hecha originalmente para Muchnik Editores, y ha sido recuperada ahora por Nórdica Libros, decidida a dar a conocer autores inéditos y a rescatar obras de difíciles localización en el circuito comercial. Y, créanme, la edición de esta obra ha sido un acierto; prueben a encontrarla sin recurrir a Nórdica.

El autor la define en la cubierta posterior de su libro como una «[…] quinta y última parte, independientemente de las anteriores, de una pentalogía sobre mi tiempo y mi generación, a la que he dado el título genérico de Las grietas en el muro. […]

»Ahora, por fin, se trata de un cuerpo, sólo de un cuerpo. Las luces se van apagando, una a una —como en la Sinfonía del Adiós, de Haydn—, el círculo se va reduciendo y al final no se ve otra cosa que el fondo esencial de la cuestión: un ser humano».

Bien, yo me he leído el libro como una parte independiente, es decir, no voy a relacionarlo con la pentalogía, entre otras cosas, porque no la he leído completa y porque el libro en sí me parece completo.

¿Saben? Morir, habiendo sido profesor, habiendo sido marido, habiendo sido filósofo (aunque sea casero, que no hay que confundir al personaje con el autor por mucho que los dos compartan nombre y fecha de nacimiento) como un apicultor es un lujo. Yo querría morir de semejante guisa. ¿Por qué? Porque eso quiere decir que te agarras a la vida y que lo que estás haciendo en ese momento es lo que más te importa y te define; porque quiere decir que a la vanidad le has dado una buena patada en el culo y no mueres como profesor, lo fui, ministro, lo fui, premio nobel, lo conseguí…; porque a pesar de mi repelús por las abejas, qué gran paciencia y cuidado nos parece que tienen los apicultores de pocas colmenas, como el protagonista, y más aún en Suecia, donde tras el invierno hay que hacer recuento de los panales que han muerto.

Es curioso que el condenado a muerte sea el último en enterarse; nos lo cuenta el narrador al despedirse de nosotros en las dos primeras páginas del relato. Lo huele el perro… Nosotros, los lectores que compartimos las reflexiones del apicultor, las digresiones, los dolores, los recuerdos, las justificaciones, las ilusiones y las esperanzas, las dudas, el dolor, el dolor que lo atrapa, sabemos que el final es «un cáncer mortal que, poco a poco, y demasiado tarde sin el menor género de dudas, acabó localizándosele en el bazo, con metástasis cancerosas en tejidos circundantes» (p. 12).

Fíjense en la descripción maestra del protagonista que hace el autor en apenas dos párrafos en estas páginas. Primero, de qué procede (divorcio, jubilación anticipada, ex profesor) y adónde dirige su camino (apicultor, pueblo pequeño); su relación con el mundo (dinero, comunicación: teléfono, televisión) y con las mujeres; su edad y su físico; su verdadero problema. Y aquí nos deja las notas y nos da la noticia del cáncer. ¿Cuál es el problema, lector? ¿Es el cáncer? ¿Es el no haber llamado a tiempo al hospital? ¿Es algo que leemos en sus notas? ¿Es un problema que nos sea común? ¿Es ser sólo un cuerpo? «Yo no soy más que un cuerpo. Todo lo que tengo que hacer, todo lo que me es posible hacer, sólo lo puedo hacer dentro de este cuerpo» (p. 137).

Se nos presentan las tres fuentes de donde sale todo el relato: tres cuadernos escritos por el apicultor. En ninguno de ellos se aprecia un afán del ex profesor por dirigirse a nadie; son, más bien, pensamientos, notas, recuerdos, apuntes dirigidos a sí mismo. Los hay breves y largos, triviales o caducos (como el de los gastos y los ingresos de un mes) y trascendentales (como el maravilloso «Cuando Dios despertó», que ocupa todo un capítulo, y que, más allá del pequeño cerebro humano, nos presenta una imaginativa explicación de un enfermo terminal de cáncer al por qué Dios no le cura, con la hipótesis de que esto sucediera si un Dios «maravilloso y único, anterior al universo y verdaderamente extraño al tiempo y al espacio, y, en consecuencia, más viejo y al tiempo más joven que todo cuanto él mismo creara, más grande que el espacio en su totalidad y menor que la partícula más elemental» (p. 160) despertara de un sueño de millones de años —para Él un suspiro— y comenzara a conceder todo lo que se le ha pedido, sin seguir moral alguna en sus concesiones. No se lo pierdan, es un pequeño tratado de filosofía; ¿dónde trazar la línea que separa el bien de lo bueno, de lo adecuado, del capricho?).

Hay un cuento que sí tiene destinatario: en El gran órgano de la isla de OG, Lars crea «una historia de terror mucho mejor que la que podían ofrecerles [a sus amigos Uffe y Jonny, de doce años más o menos] aquellas malas revistas comerciales» (p. 100). El cuento no está acabado, pero otra nueva visita de sus amigos nos deja saber que «No les impresionó tanto como yo había pensado. El comienzo les pareció bien, pero encontraron que le faltaba acción» (p. 129). A mí no me ha extrañado. Para un hombre que sufre un dolor terrible, que representa además la posibilidad de un diagnóstico de cáncer, el cuento no puede ser más terrorífico; para unos chiquillos, falta acción. Y es que el dolor físico es un personaje de terror que aparece, por actuación o por omisión, en toda la novela.

El libro no tiene desperdicio. Los recuerdos, que a medida que el dolor crece, abandonan sus experiencias más cercanas para remontarse a la infancia; son una delicia esos recuerdos de infancia. Magnífico un recuerdo de una infancia inexistente en Oslo.

El humor de la historia del coche del tío Sune, la necesidad de existir en los otros de los años de juventud alocada, el extraño matrimonio con Margareth, el lazo que establece su mujer con Ann, el frío y la humedad que rodean siempre las historias…

Una frase se repite a lo largo del libro, aunque es el autor quien la introduce ya en las primeras páginas, antes de dejar hablar a Lars: «Empezamos de nuevo. No nos rendimos». ¿Quiénes?

Este libro está lleno de dolor y muerte y, sobre todo, de mucha vida. Nos sugiere respuestas, nos plantea preguntas. Creo que sí, que el autor ha sido capaz de cerrar el círculo en torno a lo que pretendía: un ser humano.

Ana Lorenzo. Rivas Vaciamadrid (Madrid), España.

4 comentarios

Ana Lorenzo -

Me alegro de que os haya apetecido leer el libro por la reseña: eso es lo que pretendía. No sé si se distribuye allí, Virginia, pero será cosa de trasladar a los editores el interés. Por correo hay más gente que también ha dicho lo mismo. A ver qué dicen; lo malo es que lo de la distribución no es moco de pavo, pero por probar...
Un beso. Ana

Mar Rodríguez -

Hola:

¡Qué bonita reseña! Ya se me han puesto los dientes largos... a ver si termino los dos que estoy leyendo y me lanzo a dar la chapa en la biblioteca para que consigan este :-).

Saludos,
mar

Silvia -

Nórdica es un ejemplo del valor que un editor aporta a una obra: estética, manejabilidad, identidad, visibilidad, comprensibilidad, legibilidad y, por encima de todas estas cosas, interés por la difusión cultural y respeto por el autor, por el lector y por el arte de hacer libros.
En un momento tan crítico de la edición, en el que la desprofesionalización del sector avanza a un ritmo galopante, y en el que el autor empieza a disponer de circuitos alternativos cada vez más engrasados, que le permiten ya publicar por su cuenta, con costes y riesgos asumibles, el editor, el distribuidor y el librero han de ser capaces de entender que su futuro depende de lo que fue su pasado: dar un valor añadido, profesional y de largo alcance, a sus servicios.

Virginia Avendaño -

Ana: tu reseña me dio muchísimas ganas de leer ese libro (por alguna causa que no conozco, además, la apicultura me atrae).
Y digo yo ¿no es eso lo que busca una buena reseña?: inducir a la lectura de lo que uno apreció, compartir los buenos autores.
No creo que se consiga ese libro en Buenos Aires, pero gracias igual.
Un beso,

Virginia