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Prestigio y calidad lingüística: el futuro del mercado de la edición... en EUA

[Viene de aquí.]

Vivimos una época de profunda crisis del purismo y el prescriptivismo normativo español, fruto de un obsoleto modelo de norma culta única y hegemónica, que ha dado paso a una política académica de diplomática defensa de la diversidad (o norma policéntrica piramidal), y fruto también de la actual aceleración del proceso de cambio lingüístico, propiciado por un creciente mestizaje de lenguas y culturas y por el efecto amplificador de nuevos usos lingüísticos que tienen los medios de comunicación de masas .

La lengua española tiene ya un alcance y una variedad de usos tan inabarcable, y su difusión está hoy en tantas manos, que establecer medios dinámicos de criba, regulación y fijación de los usos, con el fin de conformar una norma común, resulta una labor compleja que exige nuevos métodos. Parece que el único que se plantean hoy las autoridades normativas al respecto es sentarse a esperar que fructifiquen en el terreno neutral de los medios de comunicación hispanos de EUA las semillas de la norma mediática panhispánica que van sembrando, con ayuda de los mecanismos de autorregulación de la propia lengua y del abono que procuran los imperativos de la sociedad de la información, la mundialización y el papel del español como activo económico (esto es, la necesidad de emplear un español internacional para la comunicación, el desarrollo de tecnologías de la lengua y la enseñanza del E/LE). Se diría que no confían en que haya otros medios que permitan a la unidad del español —y a sus valedores— sobrevivir a su diversidad dialectal, a la pluralidad de su norma culta, a su ineludible descastellanización, a la mala imagen de un modelo excluyente y eurocentrista de norma culta, y a las razones secesionistas andaluzas, de viabilidad legal abierta por procesos de secesión hasta hace poco refrenada (pero ya efectiva), que afectan a otras lenguas de España.

Atrás parecen quedar los días en que el control de los restringidos medios de expresión de una lengua permitieron, sobre la base del purismo idiomático, de determinados criterios de corrección y de la ejemplaridad, separar el grano de la paja y establecer claramente un modelo de lengua homogénea y genuina, cuya prevalencia se ha garantizado mediante la asociación de ese modelo a la expresión —sobre todo escrita y, por tanto, más fija— propia de hablantes de un elevado nivel cultural, y a los conceptos de prestigio y distinción social. Hoy, cualquier uso parece aceptable —o no rechazable en principio—, siempre que permita una comunicación eficaz, y de que no derribe las paredes maestras del español o altere su código ortográfico. (No olvidemos que la ortografía es la plasmación de la unidad del idioma y, por puramente convencional, la parcela más inasequible al cambio lingüístico; salvo, claro, que unánimemente se decidiera simplificarla para facilitar su aprendizaje y mejorar su uso; o reformarla para que represente los rasgos fonéticos y fonológicos mayoritarios del español, que están más próximos a los que refleja la propuesta de ortografía andaluza que a los del habla que fundamenta la actual ortografía.)

Esta crisis del prescriptivismo ha modificado sustancialmente la percepción general de la corrección lingüística, como todos los correctores de español (escrito, especialmente) un poco bregados hemos ido observando en nuestra práctica profesional; y no sólo por el principal efecto que este nuevo punto de vista ha tenido en nuestro trabajo (la progresiva supresión de los procesos de corrección y de la figura del corrector profesional en los medios escritos y orales), sino por el cambio de actitud en las demandas de los autores, lectores y editores que siguen exigiendo un texto correcto. Lo que cuenta a ojos de muchos de ellos ya no es tanto nuestra labor censora como nuestra mediación para hacer un texto más comprensible y legible. Lo relevante de una corrección no es cazar esas irregularidades de la lengua que reflejan una evidente fase de transformación de usos y paradigmas (impropiedades léxicas o extranjerismos mínimamente establecidos, solecismos generalizados...), sino procurar que los usos sean uniformes para no marear al lector; que —sin sobrepasar los difusos límites entre escritura y corrección de textos— el texto esté bien articulado; que el registro y el nivel de lenguaje sean los adecuados al texto y al destinatario; que la ortografía sea impecable, y que las convenciones ortotipográficas y la puntuación sirvan para mejorar la construcción y comprensión del texto.

Parece que corregir ya no equivale, pues, a conferir prestigio a un texto, sino a acercarlo al lector. No obstante, parece también que la vieja (o no tan vieja) idea de que la lengua correcta y ejemplar, «el buen escribir y el buen hablar», imprime un marchamo de calidad y distinción social a quien la usa no ha sido completamente desechada y pervive —por necesidad— en el terreno de las relaciones públicas y empresariales y en el asentamiento del español en Estados Unidos.

Hace poco me topé con un curso organizado por la Fundación Canaria Empresa de la Universidad de La Laguna (Tenerife), titulado «Norma lingüística y prestigio social (la lengua española en las relaciones sociales y laborales)». Los objetivos de este curso, dirigido a universitarios canarios (de habla canaria, se supone) en situación de desempleo, son: «a) Concienciar a los alumnos de la importancia que tiene el correcto uso del idioma en las relaciones sociales y laborales. b) Informarles de conceptos lingüísticos fundamentales relacionados con la unidad y la variedad idiomáticas: dialecto, sociolecto, registro, norma lingüística. c) Proporcionarles la información y los recursos fundamentales para que puedan afrontar y resolver con buen criterio los distintos problemas lingüísticos».

Se diría, pues, que la noción de que el uso correcto y apropiado del lenguaje es sinónimo de «saber estar» y de cultura y que contribuye a mejorar la imagen pública pervive en la conciencia de los hablantes. ¿A qué se debe esta mentalidad que equipara dominio de la norma lingüística con nivel social y cultural elevado? Sin duda, como hemos señalado, a que el criterio de corrección que, de manera general, se ha aplicado a la confección de la norma común está referido al nivel culto, puesto que se considera que el hablante de este nivel es el más capacitado para la comunicación eficaz y que el nivel culto de la lengua, por su riqueza expresiva, es el más eficaz como vehículo de pensamiento y cultura. Por esta razón, la corrección del habla sigue teniendo entre los hablantes un papel determinante en la aceptación y promoción social de un individuo; pero no sólo en la de un individuo, sino en la de toda una comunidad de hablantes, como ocurre con el español de los hispanos de Estados Unidos de América.

En el caso del español que se habla en Estados Unidos, el muy diverso origen social y geográfico de la inmigración hispana, y sus enormes diferencias en cuanto a nivel educativo y de dominio del español (no siempre lengua materna en ciertos grupos de inmigrantes) generan una imagen social de rechazo del español como lengua de cultura y pensamiento. A ese rechazo se suma, como bien apuntaba Rainer Enrique Hamel, la resistencia de la sociedad anglohablante a una quebequización del país y nuevas políticas fronterizas y lingüísticas proteccionistas, de «combate del español en los ámbitos de prestigio, sobre todo en la educación, la academia y en otras instituciones públicas, reforzando una política monolingüe de Estado. Por esta razón, el futuro del español en EE. UU. está estrechamente relacionado con su penetración y aceptación en los ámbitos de prestigio y el desarrollo o la adaptación de una norma estándar. Mientras las variedades o la posible koiné emergente permanezcan como “dialectos sin techo”, su estabilidad será probablemente limitada».

La conciencia, pues, de que el futuro del español en Estados Unidos depende de la mejora de su imagen pública, lo que a su vez exige un uso correcto y elevado, sumado al hecho de que no hay mejor caldo de cultivo de una nueva norma de alcance hispánico que el de un español poliforme aún por cohesionar, y a las grandes expectativas de negocio que abriría la pervivencia del español en EUA (ya una lengua cada vez más presente en medios y publicaciones), ha llevado a diversas institucionales lingüísticas y culturales españolas a promover esa mejora del uso del español en los medios de comunicación hispanos. (Otro asunto es que lo hagan con mejor o peor fortuna.) Nada se sabe, sin embargo, de políticas lingüísticas institucionales encaminadas a promover la calidad lingüística de los libros en español que se comercializan en Estados Unidos, pese a que no hay mejor medio que el del impreso eminentemente vehículo de cultura para asociar la lengua española de Estados Unidos a esa necesaria imagen de cultura y excelencia. Quizá los editores españoles, preparados, con ayuda de las instituciones culturales españolas, para dar el gran salto al mercado estadounidense, deberían recapacitar sobre este punto y plantearse la conveniencia de recomponer los ya muy corruptos procesos de control de calidad del texto sobre la base de que calidad, prestigio y mercado se retroalimentan. Al menos en Estados Unidos.

Silvia Senz Bueno (Sabadell, Cataluña, España)

3 comentarios

Virginia Estaciones -

En referencia la ortografía, llevo un cierto tiempo leyendo y oyendo acerca de propuestas de reforma y simplificación de la ortografía de la lengua española, con argumentos peregrinos que, francamente, me hacen pensar que lo que los motiva ciertamente no es otra cosa que la vagancia.

Vamos a ver, ¿realmente son tan complicados y supuestamente arbitrarios los criterios ortográficos de la lengua española? Comparada ésta con otros idiomas, románicos y no románicos, a mí no me da esa impresión, sino la contraria. Las arbitrariedades y numerosas excepciones a la norma (cuando la hay) no han hecho desaparecer el inglés, o el francés. Ni abundan (o yo no los conozco) los defensores casi histéricos de una necesaria reforma simplificadora de estas lenguas.

Seamos serios, por favor. Simplificar la norma es despreciar el idioma. Otra cosa es racionalizar los criterios, eliminando normas o criterios (o incluso tendencias) absurdas o innecesarias que puedan existir, como en su día se hizo al dejar de acentuar gráficamente los monosílabos para hacerlo tan sólo en casos muy concretos, que no entrañan ninguna dificultad ni requieren un Doctorado en Física a cualquier persona que posea unos conocimientos equivalentes a los de un niño de catorce años (y acabo ya, sin entrar a discutir sobre la deficiente enseñanza de la lengua, que se percibe según se ve cómo se escribe)

Ana Lorenzo -

Pues no me convencen las distintas propuestas de ortografía que aparecen en los enlaces que das, Silvia, pero ya que parece que la gente «tira» por ahí, espero que esa reforma se haga rapidito, que mis hijas están aún en primaria y a las dos les vendría muy bien una simplificación total de cualquier cosa (por cierto, simplificación: eso implica que lo de una ortografía para cada variedad, ni hablar; y la reforma propuesta en http://dat.etsit.upm.es/%7Emmonjas/reforma.html no me deja claro la acentuación, entre otras cosas).
Yo sigo pensando que la ortografía sí une la lengua, por mucho que digan que se mantuvo unida sin ella hasta el siglo xvi; no eran tiempos en que los medios difundieran todo tan rápido, para bien —unifica hasta la imaginación de la gente, cómo no va a unificar el uso— y para mal —todo lo que con rapidez y sin pulir llega hasta donde llega—. Ya seguiré. Un saludo.

Javier Dávila -

En mi contacto con el mercado estadounidense he visto que la calidad editorial no está puesta ya, para retomar tus palabras, en el ideal de una imagen de cultura y excelencia, sino en criterios de inteligibilidad. Desde cierto ángulo, esto significa un giro radical: la cultura pasa a ser idiosincrasia y la excelencia, llaneza.
Los nuevos editores se amparan en nociones inobjetables de pluralidad y equivalencia de las visiones del mundo, pero no pretenden abarcar una multiplicidad de puntos de vista, sino, todo lo contrario, renunciar desde el principio a toda intención abarcadora. El mercado, con todo lo masivo que es, dicta que los productos se corten a la medida. El resultado es que el control de calidad ya no atiende tanto al contenido de un libro, como transmisor de civilización, sino que se plantea en términos de satisfacer a los consumidores (no he dicho que tenga que ser malo): libros adornados por fuera y vendidos muy vistosamente.
Desde luego, el idioma —español, inglés o el que sea— no amerita la lectura amorosa y sabia de un corrector. He visto, en cambio, equipos de “revisores” que asesoran a los editores en materias de formación y ortografía y sugieren modificaciones constantes. Pero si antes podíamos estar tranquilos porque la ortografía estaba en manos celosas y expertas, pasa cada vez menos. ¿Se volverá también idiosincrásica la ortografía?
Hace 10 años los editores españoles de revistas no consiguieron abrir el mercado estadounidense en español. Entonces se dijo que la causa era que a los lectores les parecía extraño el español ibérico. Los editores mexicanos le han dado vueltas a este dato, sin que hasta hoy se hayan dado grandes pasos. Yo insisto en que hay que ver adónde apunta el control de calidad, y empezar a reflexionar en eso, que, me atrevo a decir, es otro dato de la realidad.
Aquí me detengo, Silvia, y pido perdón por alargarme y por lo deshilvanado, que escribo a vuelapluma.