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Fomento de la lectura/Foment de la lectura

Curso en línea de Introducción a la Lectura Fácil

Curso en línea de Introducción a la Lectura Fácil

La Associació Lectura Fàcil y el área formativa de la Fundación Bertelsmann presentan un curso online de Introducción a la Lectura Fácil (o Fácil Lectura), que constituye la primera oferta formativa en línea de un campo emergente de investigación y trabajo interdisciplinar, en el ámbito de la accesibilidad a la lectura.

Como ya hemos reseñado ampliamente en este blog, la LF/FL tiene como finalidad acercar la lectura a personas con dificultades lectoras transitorias (inmigrantes recién llegados, neolectores adultos, personas con escolarización deficiente...) o permanentes (personas con trastornos neuropsicológicos, senilidad, dislexia...).

El curso, que ya ha abierto el periodo de inscripción, está destinado a profesionales y expertos del ámbito  bibliotecario, de la enseñanza, de la edición, de la cultura y de la comunicación, interesados en conocer el concepto Lectura Fácil/Fácil Lectura, como útil instrumento de promoción lectora. También destina una sección a las instituciones que trabajan internacionalmente en este campo y a las publicaciones que actualmente pueden encontrarse editadas según los criterios de la LF/FL.

 

Contenidos:

1. Introducción

2. El derecho a la lectura

3. ¿Qué es la Lectura Fácil (LF)?

4. La LF en España y en otros países

5. ¿Qué son los materiales de LF?

6. ¿Quiénes son los lectores potenciales de LF?

7. ¿Qué caracteriza los materiales de LF?

8. ¿Cómo se distinguen los libros de LF?

9. ¿Quién publica libros en LF?

10. Buenas prácticas o ideas para trabajar con los libros de LF

11. ¿Cuál es la función de las bibliotecas?

12. Algunos textos en formato LF

13. ¿Qué dicen los lectores?

14. ¿Dónde encuentro más información?

 

El coste del curso es de 50 €. Hay descuentos especiales para grupos y los ciudadanos latinoamericanos tienen un precio reducido.

Para más información, esta dirección de contacto.

El llibre de divulgació científica, a l'abast

El llibre de divulgació científica, a l'abast Dins del marc de la celebració, enguany, de l’Any de la Ciència i de la 12.a Setmana de la Ciència, Cosmocaixa (en col·laboració amb l'Institut de Cultura de l'Ajuntament de Barcelona i la Llibreria Laie) organitza, del 9 al 18 de novembre, al vestíbul de la seva seu barcelonina i amb accés gratuït, la III Mostra del Llibre de Ciència, amb exposicions de les principals novetats de llibre de divulgació científica —un gènere que guanya adeptes— i de fons editorials recuperats per a la mostra per la seva rellevància i interès, complementades amb activitats adreçades a escoles, famílies i educadors. Aquesta edició incorpora, com a elogiable novetat, una selecció de llibres amb el logotip distintiu LF, de Lectura Fàcil.

Entre les activitats previstes durant la mostra hi ha la presentació a càrrec de l'Institut de Cultura de l’Ajuntament de Barcelona d’una guia de 100 títols clau de la divulgació científica en llengua catalana o espanyola, feta amb el propòsit de donar recomanacions de lectura (de llibres de divulgació, novel·les científiques, assajos, llibres juvenils...) per a tota mena de públics. L'obra ha estat coordinada per Núria Pérez, amb l'assessorament d'un equip de reconeguts científics i escriptors de Barcelona.

Un metro de libros

Un metro de libros

La primera vez que vi un cajón de “Un metro de libros” no fue en la estación del tren subterráneo que está a dos calles de mi casa, sino en la estación Copilco, una de las dos que colindan con la Universidad de México. Tengo la impresión de que ahí, en la estación Copilco, empezó a materializarse la iniciativa. Dos estaciones al norte, la estación Miguel Ángel de Quevedo es la parada obligada para ir a la primera librería Gandhi, que ahora está escindida en dos locales, uno frente al otro, casi como si la avenida pasara por en medio de la librería o como si la librería se hubiera cruzado la calle por el subsuelo. Antes, había ardillas en los árboles del camellón. Pero ahora no voy a hablar de ardillas ni de la primera librería Ghandi (ya hablaremos otro día de las librerías de la ciudad de México), sino de los cajones “Un metro de libros”.

La librería Gandhi siempre ha tenido buenas ideas y “Un metro de libros” es la última. Consiste, simplemente, en instalar en lugares públicos cajones de unos cinco metros de largo por dos de ancho, que al destaparse forman un pequeño exhibidor de libros. En general, los cajones están dispuestos en pares, uno junto al otro. Uno tiene libros, discos y revistas de interés general y variado, y el otro, literatura infantil. El criterio de selección de la oferta se descubre al primer examen: son saldos baratos, materiales que han pasado por sus segundos mercados y reciben, quizá, la última oportunidad de venderse. El surtido es muy parecido en todas las estaciones del metro, aunque también se descubre que los encargados de cada cajón tienen su margen de iniciativa que les confiere una mínima personalidad, un toque vaguísimo de originalidad. Por ejemplo, en los cajones de la estación Cuatro Caminos hay más libros con reproducciones de obras maestras que en los otros que conozco. En Zapata se aprende a confeccionar horóscopos y en División del Norte se venden discos compactos para oscuros fines salutíferos, como hacer ejercicio o aprender a relajarse. Ahí completé mi colección, lo confieso ruborizado, de videos de la madre Wendy, justo ahora que ya no hay reproductores de VHS y no puedo mirar el documental. En un cajón del metro Balderas compro ejemplares de La luz en la pintura, un libro español pequeño y modesto, atinadísimo, que regalo tenazmente a mis amigos, para que vean que precisamente es la luz la que distingue a la pintura de la fotografía.

No voy a hacer un recuento de todo lo que me he comprado en esos cajones apetitosos. Lo que quiero es señalar sus dos virtudes: la primera, que están al paso de la gente, como los quioscos de periódicos y revistas pero dentro de las instalaciones del metro. La mayoría de los cajones reciben a los viajeros en cuanto cruzan los torniquetes y en silencio los invitan a llevarse algo para leer.

La empresa de “Un metro de libros” empezó casi al mismo tiempo que una iniciativa del gobierno de la ciudad de México, que consistió en imprimir grandes tirajes de una obra que se prestaba a los viajeros. Éstos estaban obligados a devolver la pieza a la salida (como es de imaginar, casi nadie devolvía el libro que había tomado, de modo que al paso de los días los estantes de esta biblioteca ambulante se quedaban vacíos, en espera de la siguiente tirada). Por esta coincidencia, la gente pensaba que los libros de los cajones eran un préstamo y esto hacía abrigar dudas sobre la viabilidad del modelo de venta. Pero la iniciativa del gobierno local fracasó, se suspendió con el cambio de régimen y, hasta donde sé, el nuevo gobierno de la ciudad no tiene pensado recuperar la biblioteca itinerante. En cambio, los cajones siguen en su lugar y quiero creer que son rentables para quienes los trabajan.

La segunda virtud de la empresa es que los libros no cuestan prácticamente nada. Dado que son saldos que en otro caso se venderían como papel, su precio es bajísimo. Si nos concentramos en lo mejor de la oferta, por 20 pesos (menos de dos dólares) uno lee a Kierkegaard, a Shakespeare o a Darío. Cuesta 10 pesos (menos de un dólar) un ejemplar atrasado de Saber Ver o de Letras Libres. Con 90 pesos uno se lleva el Diccionario Anaya. Con 30, un volumen de alguna historia universal. Se venden los libritos de Mondadori “Mitos poesía” y los de Aldvs. A veces se encuentran clásicos de Cátedra y de Rei. Entre los libros infantiles hay delicias. Si el catálogo está lejos de ser interminable, basta de todas maneras para surtir un pequeño librero en la casa de una familia de pocos recursos.

Estas dos bondades, la cercanía y la baratura, son un hecho concreto que fomenta el hábito de leer, que acerca la tentación de un libro a todos sin discursos ni aspavientos. Ya me quejaré en otra nota de lo que no me gusta de Gandhi, que no es poco. Ahora quiero decir que simpatizo mucho con esta iniciativa que ha resultado buena y práctica y a la que le deseo prosperidad y larga vida.

Javier Dávila (ciudad de México)

 

Posdata a «Un metro de libros» (10/05/2007)

Decía apenas ayer, a propósito del préstamo de libros en las estaciones del metro, que “el nuevo gobierno de la ciudad no tiene pensado recuperar la biblioteca itinerante”. Pero esta tarde se anunció que el 4 de junio se reiniciará el programa “Para leer de boleto en el metro”. El nuevo libro es una antología de autores mexicanos contemporáneos, entre los que están Juan Villoro, Elena Poniatowska, Ignacio Solares, Eduardo Langagne, David Martín del Campo y Silvia Molina. El tiraje es de 250 mil ejemplares.

En el boletín de prensa dice la coordinadora de Fomento a la Lectura de la Secretaría de Cultura del Distrito Federal, Paloma Saénz: “De lo que se trata es de ganar nuevos lectores, consolidar a los eventuales y proporcionar lecturas a quienes no pueden adquirir libros por problemas económicos”.

El programa se reanudará en una línea del metro. Si al cabo de tres meses funciona, se extenderá a otra y así sucesivamente, con la intención de abarcar toda la red, que suma 175 estaciones.

 

Los clubes de lectura, una experiencia personal e intransferible

Los clubes de lectura, una experiencia personal e intransferible

Lo confieso, soy adicta a la lectura... y ahora a mi club. Cuando escucho a los «grandes» llenándose la boca con cifras de ventas, millones obtenidos, miles de libros publicados, ganancias y pérdidas, premios y descréditos, derechos de reproducción y de (im)propiedad intelectual —porque, a ver: las ideas no salen de la nada, por lo tanto...— y lo comparo con los hechos, con cuántos lectores más han conseguido, con cuántos libros realmente se han corregido e impreso con primor... me entran ganas de enviarles (a franquear en destino, claro) las teorías económicas sobre «rentabilidad» o de espetarles, como dirían por acá, «Pa’ este viaje no hacían falta tantas alforjas». Porque más que fomentar la lectura, quitan las ganas de leer. A ver quién es la guapa que aguanta la lectura de libros escritos con una sintaxis infumable (e ilegible, e intragable), libros con argumentos que se sostienen con alfileres de latón y que podían haberse perfectamente quedado en el cajón, hasta que alguien recogiera el tocho y lo enviara a reciclar.

Las iniciativas gubernamentales, como el «Plan de fomento de la Lectura» (sic) por otra parte, están completamente obsoletas: el «Pasaporte de Lectura» es para... el curso escolar 2002/2003. Una visita a algunos enlaces, para tratar, sencillamente, de encontrar alguna actividad para fomentar la lectura me da error, «Server not found». Buscando la dirección de la biblioteca de mi barrio, me sale la información de hace al menos diez años y la referida a clubes de lectura es, por decir algo, anticuada.

Y, sin embargo, los clubes de lectura están aquí, con un poco de suerte y si no se entrometen mucho las instituciones, para quedarse.

¿Cómo se define un club de lectura? La definición del Ministerio de Cultura es restrictiva y bastante errónea (para empezar), pero sirve de punto de partida:

Un club de lectura es un grupo de personas que leen al mismo tiempo un libro. Cada uno lo hace en su casa, pero una vez a la semana, en un día y a una hora fijos, se reúnen todos para comentar las páginas avanzadas desde el encuentro anterior.

¿Por qué digo que inexacta y restrictiva? El club de lectura en el que participo, por ejemplo, se reúne una vez al mes. La mayoría trabajamos y los que están jubilados participan en dos mil actividades de apoyo comunitario que llenan su tiempo, además de tener una rica y activa vida familiar y social. No leemos por páginas, sino libros enteros de un mes para otro (aunque a veces pueda ocurrir que alguno no lo acaba o que no le apetezca leer el libro de ese mes).

En lo que sí acierta la definición es en que un club de lectura es «un grupo de personas que leen [...] y se reúnen para comentar» lo que han leído. Aciertan también en las razones de los clubes de lectura: el acto íntimo y personal de la lectura se complementa con el comentario con otras personas; el punto de vista propio se complementa con el punto de vista de los demás.

El resto (clasificación, características, composición) ya son especificaciones varias que, también, varían: se considera ideal un grupo de entre veinte y veinticinco personas, pero si muchas son participativas, es mejor que haya menos; hay clubes muy diferentes según sus objetivos, etcétera.

Un aspecto que no se menciona en el estudio-clasificación-intento de definición es el crecimiento y la evolución de los clubes de lectura. No conozco más que el club en el que participo, pero va cambiando desde que empezó. El primer año fue más bien una toma de contacto de los miembros del club: nos conocimos, escuchábamos la introducción y las explicaciones preliminares sobre libro y autor, opinábamos desde el estómago y el corazón y, básicamente, terminábamos contextualizando el libro y a su autor (el autor en su momento histórico, y el libro en relación al resto de su obra y en relación con otros libros) y dando una serie de opiniones sobre ambos.

Este segundo año los participantes en el club de lectura hemos evolucionado: ya no es cuestión de escuchar a la coordinadora, sino que ahora estamos tomando la responsabilidad de preparar nosotros algún libro. A finales del año pasado escogimos un tema que nos interesaba; a partir de esa selección personal, hemos tratado literatura africana, nos disponemos ahora a leer a Stefan Zweig y está en el aire una sugerencia de una obra de ciencia ficción y también de un escritor asturiano. Y en eso andamos.

Los clubes también pueden intentar colaborar con la comunidad. El nuestro tiene ahora un cuaderno de bitácora en internet, para compartir qué leemos, por qué nos ha gustado o por qué creemos que no merece la pena lo que hemos leído. Colaboramos con la biblioteca sugiriendo exposiciones de libros, y también estamos intentando organizar encuentros con los autores. El 1 de febrero será Pepe Monteserín (del que leímos Matómelo Dumas) el encargado de reunirse con nosotros en la biblioteca, y probablemente se haga algún encuentro más.

La iniciativa no siempre parte de la biblioteca; en nuestro caso (creo que ya lo expliqué en una ocasión) fue la Consejería de la Mujer la que intentó implicar a la mujer rural en la lectura. Acabó implicando a mujeres y hombres, rurales y urbanos, jóvenes y jubilados, gente que lleva años leyendo y gente que ha leído su primer libro al incorporarse al club.

Volviendo a lo que decía al principio, la receta del MCE no está completa: se necesita dinero institucional para el club (los libros no son gratuitos y el espacio que se utiliza es un espacio público; los informes sobre los libros se fotocopian con material público también) y, en nuestro caso, la liberación de una bibliotecaria de sus tareas habituales durante algún tiempo, para conducir el club por los vericuetos del comentario de los libros (aunque el tiempo que acaba sustrayendo a sus horas libres también es considerable).

La conclusión: soy parte interesada y subjetiva. Me gusta la iniciativa, por las posibilidades de apertura de la lectura a personas que no suelen leer demasiado, por las posibilidades de escuchar nuevos puntos de vista... y porque siempre se puede ir a tomar un café después de las reuniones, para acabar de perfilar la opinión. ☺

Mar Rodríguez (Asturias)

Darabuc, palabras como música

Darabuc, palabras como música

Darabuc es una palabra exótica, y realmente parece que viene de 'darbuka', término árabe que designa un tambor con forma de copa, hecho en cerámica o metal y cuya parte más amplia es la que está en el lado superior y se tapa con piel o con plástico. Del ejecutor exige que tenga tanta precisión que sean sus dedos y no sus manos las que elaboren los ritmos y saquen del instrumento la percusión. ¿No oyen ya sus ritmos y sus sones, esas cascadas de armonía?

Porque Darabuc es también un autor y un sitio de literatura infantil que hoy quiero presentarles. Y lo que une a ese autor, a ese sitio y a ese instrumento son, precisamente, el ritmo y la magia de la música, el que él haga que las palabras suenen como suenan los golpes de darbuka.

En Darabuc no encontramos un sitio de fomento de la lectura al uso; en su sitio, primero, encontramos una obra —deliciosa— del autor: La vieja Iguazú. Es premio de la segunda edición de Luna de Aire. Y el autor nos ofrece el comienzo en «Así empieza el libro». Pero además, nos dice: «Si quiere leerlo gratuitamente, puede visitar cualquiera de estas bibliotecas o solicitar el libro a su bibliotecario.» Y es que el autor es, ante todo, lector, y eso se nota.

Se nota, con mucho, en su CEBRALOQUÍA: un tesoro, subtitulado Una antología a rayas de loquemas para niños. Darabuc desnuda a la literatura de cualquier intento de pedagogía y la ofrece como la música, con su misma fuerza: poesías elegidas con gusto y cuidado por alguien que se divierte con las palabras, que, como dice en la presentación, lo mismo las disfruta en un idioma que en otro:

Si no sé leer en japonés o en alemán, ¿de qué me vale que pongas el texto original?
Pues vale para jugar, que es sano, y bueno, y divertido, y barato... No hace falta saber leer los poemas en buen inglés, alemán o japonés para disfrutarlos: podemos tomarlos como un juego, comparar cómo suena cada uno o fijarnos en el aspecto y la textura de las palabras. El poeta francés Jacques Roubaud creó un espléndido libro de poemas-juego con la sonoridad del japonés, que se puede disfrutar sin saber una palabra de japonés.

 

Lo cierto es que la presentación es una declaración de intenciones, o de diversiones. La literatura para Darabuc no es un camino encorsetado, como no lo es la antología: es mejor dejar abiertas las puertas al juego y el oído a los ritmos, por mucho que no entendamos del todo. Pero aun así, si algo no nos gusta, vayamos a otra cosa, mariposa:

¿Y si un poema no me gusta?
Pues vuélvelo a leer, por si acaso, y pregunta siempre lo que no entiendas... Y si aun así no te gusta, pues a por otro poema, no hay nada malo. ¡No creo que a nadie le gusten todos los sabores de helado, o todos los embutidos, o todas las frutas del mundo entero!

Si abren su CEBRALOQUÍA, mayores o niños, se toparán con muy distintos autores, múltiples idiomas, traducidos y no, pero a toda la selección le une un carácter homogéneo: la de la diversión y la de la capacidad de sorpresa y disfrute ante las palabras, los versos, los juegos, los absurdos. Esa capacidad la tienen los niños y la conservan, con suerte, algunos adultos. Darabuc no sólo es capaz de elegirnos esas joyas que nos podrían pasar desapercibidas, también sabe crearlas. Les aconsejo que se lean, solos o con sus niños, La vieja Iguazú, si quieren volver a saborear versos infantiles sin ñoñería de por medio.

Ana Lorenzo, Rivas, España.

Por qué quieres tú que yo lea

Por qué quieres tú que yo lea

Les prometí un pequeño artículo sobre la lectura y, en concreto, sobre una estupenda guía que escribe Joan Carles Girbés, editor en la Editorial Bromera, editorial que es, además, Fundación para el fomento de la lectura. La Fundación Germán Sánchez Ruipérez, otra veterana en esto de ayudar a que la lectura llegue a todos y, en particular, a los más pequeños, tiene entre sus enlaces a la Fundación Bromera y, desde luego, es un acierto. Pero de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez y de su Servicio de Orientación Lectora (el Sol), les prometo otro artículo; vayamos ahora con la preciosa Guía práctica para hacer lectores a los hijos o con Leer para crecer.

Joan Carles Girbés empieza esta guía con una pregunta imprescindible: «¿Por qué queremos hacer lectores?»

Y contesta esta pregunta, sí, pero entonces hace la pregunta del millón:«En principio, quien ha decidido abrir las páginas de Leer para crecer tiene la sana intención de fomentar la lectura, de hacer lector a otro, puede ser su hija, una sobrina o un niño del vecindario. Compartir nuestro tiempo con los pequeños para contagiarles el amor por los libros es una de las actividades más gratificantes que podemos llevar a cabo porque, a pesar de las prisas que caracterizan nuestra vida cotidiana, de las múltiples propuestas de ocio y de la dura competencia audiovisual, hoy en día todavía es posible “hacer lectores”.

»Pero, antes de continuar, es necesario que dediquemos unos minutos a reflexionar sobre esta cuestión fundamental: ¿por qué? Es decir, ¿por qué queremos que esta persona se aficione a la lectura?»

Aquí está. Ésta es. Nos la hemos hecho y nos la hacemos miles de veces o, mejor: una y otra vez; un día, de una manera; otro, de otra; un día, la respuesta nos parece tan obvia, tenemos tantos argumentos que nos sobran: de Emili Teixidor, de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, de los clásicos, de los griegos, de los académicos, de los vanguardistas, del niño de al lado... Otro día nos faltan las palabras, pero nos sobra la historia, la Historia —the story and the history— con sus mil y un ejemplos de cómo la palabra escrita da al ser humano su libertad, su trascendencia, su cultura: ¿qué es la cultura sino la memoria de los hombres? Lo bueno y lo malo, todo lo que transmite el hombre de sí mismo a sí mismo. Sin escritura, sin lectura, ¿habríamos podido no partir de cero cada vez? ¿Habríamos podido llamar crisis existencial a ese vacío que nos llega a todos más o menos en la adolescencia y que gracias a los libros constatamos estupefactos que no es patrimonio de nuestro yo, sino de la humanidad? ¿Seríamos capaces de jugar de chiquititos con las palabras como jugamos sin haber oído las nanas de bebés, sin haber oído ni siquiera una rima, buena o mala? ¿Miguel Hernández habría continuado tratando de llevar al papel sus versos de no haber comprobado que la poesía existía y que el hombre era poeta, por muy autodidacta que queramos clasificarle?

Dice Joan Carles que en esta guía no trata del analfabetismo porque «En la actualidad, por fortuna, casi no hay analfabetos en nuestro ámbito (...)». Tampoco yo estoy refiriéndome aquí a este problema que en muchas partes del mundo aún es un reto al que mucha gente dedica grandes esfuerzos con grandes resultados. Quiero referirme aquí, como Joan Carles, al fomento de la lectura, al intento de contagiar, no a «la capacidad de leer, sino a la disposición para hacerlo».

Daniel Pennac, citado en esta guía, dice en sus Derechos del lector que éste tiene el derecho a no leer pero advierte, como creo que advertimos todos, de un peligro: «que no sea la lectura la que renuncie al lector, sino éste a ella». De acuerdo, no obliguemos a leer a quien no quiera, pero que el adulto que no lea no haya dejado de hacerlo por no haber tenido en su vida la oportunidad: que la sociedad muestre a los niños y también a sus padres de qué disponene además de de parques, de cines, de campamentos, de piscinas, de polideportivos...

La guía Leer para crecer está llena de aciertos; por ejemplo, en este mundo de medias tintas, se agradece que alguien tenga una postura clara y la defienda, sin tener que transigir y tragar con todo: se lo juro, afirmaciones claras: «Es que leer es un rollo... ¡Stop! ¡Eso sí que no! “Es que a mí no me gusta leer.” Sería más correcto decir: “Es que nunca he leído un libro que me guste”, porque a menudo quien afirma que leer es aburrido es porque aún no ha encontrado las lecturas adecuadas a sus gustos e intereses, ese libro corto o larguísimo que le hará descubrir sensaciones nuevas, aprender, crecer, madurar, vibrar de emoción y encontrarse consigo mismo. ¿A quién no le gusta el cine? Pueden que no gustarle las películas de amor, o las de terror, o las de acción, pero seguro que hay determinadas películas que le entusiasman. Con la literatura pasa lo mismo.»

Y no se pierdan el apartado des-sacralizador de los libros, ni el de los beneficios de la lectura, que tiene una condición: «será un secreto entre nosotros (...); nunca le diga a un niño —nos recomienda Joan Carles Girbés— “si leyeras más, traerías mejores notas”. Que no nos quepa duda: una sentencia como ésta le alejará más todavía de los libros.»

La guía insiste en las bondades de la lectura para la vida y el ocio del lector; es cierto que el hábito de leer facilita el estudio, la comprensión, la concentración, etcétera, y todo esto está recogido en el capítulo de los beneficios, junto a muchas otras cosas, pero una cita de Umberto Eco nos apunta hacia dónde vamos a ir: «No debemos leer para tener éxito, sino para vivir más».

Y para el autor de la guía, y suponemos que también para Eco, vivir más es «vivir otras vidas, vivir más intensamente, vivir enriqueciéndonos en nuestras horas de ocio».

Aprendemos con esta guía a tener paciencia, a que «cada niño es un mundo», así que no comparen —las comparaciones son odiosas; ¿se han fijado que siempre pierde alguien, que sólo quedan iguales cuando se sacan parecidos familiares?—, no se preocupen si su hijo mayor a los diez años ya leía encantado los libros de aventuras de Rudyard Kipling y de Stevenson y el pequeño, con once, apenas termina el de la colección El Tigre, y eso que trae una lupa y le lee usted siempre medio capítulo. Todo requiere su tiempo y cada niño requiere sus libros.

Además de enseñar, la guía es bien divertida. Las ilustraciones corren a cargo de Josep Vicó Crespo y acompañan sabiamente al texto: bonitas y divertidas, esta vez el ilustrador se leyó el libro —hay tantas veces que pienso que los dibujos que están ahí podrían estar en cualquier otra parte— y, además, con buena intuición, pensó que podría caer en manos de... cualquier mano, es decir, cualquier edad. Unos dibujos bonitos y que difícilmente desagradarán a nadie.

El decálogo de la familia comprometida con la lectura viene seguido por «Diez consejos infalibles para que [los niños] odien los libros»: amén de que cualquier padre se sentirá identificado con alguna de las situaciones —en las que habrá caído con la mejor intención, cómo no— los consejos son dignos de ser memorizados para poder evitarlos siempre que podamos. Es divertidísimo el de «Pidámosles un resumen. Imaginemos la escena: Estamos acomodados en el sofá, delante de la tele. Es un día especial porque emiten nuestra serie favorita. Nos gusta tanto que pasamos la semana esperando que llegue el miércoles para verla. ¡Es tan divertida! Pero hoy es diferente. Esta noche tenemos un señor sentado a nuestro lado que observa cada movimiento que hacemos. Nos ha pedido —en realidad nos lo ha exigido— que le hagamos un resumen comentado del capítulo. Tres hojas. “¡Y no vale hacer la letra grande!”, nos ha advertido muy serio.» Continúa de esta guisa. Claro, cualquiera se atreve ahora a pedir el resumen al niño, menudo modo de hacerle odiar el libro. Pero vaya manera divertida de dejárnoslo patente.

Lo cierto es que la guía sigue con propuestas para leer a los niños, para sabr cómo y cuándo y dónde. Debería estar traducida al castellano y distribuirse en el resto de España. Pero al menos se hace en Valencia, y además pueden ustedes visitar la Fundación Bromera. Y si están pasando este verano en esa costa maravillosa, tienen la oportunidad de disfrutar de libros de autores valencianos en una campaña organizada por la Fundación Bromera y apoyada por los diarios Levante y El Mundo, de modo que con ellos se llevan a casa un libro por muy poquito: véanlo en Llegir en Valencià.

Feliz verano.

Ana Lorenzo. Rivas Vaciamadrid, Madrid, España.



Tejiendo redes de cultura: las modernas bibliotecas

Tejiendo redes de cultura: las modernas bibliotecas

Las bibliotecas ya no son ese lugar al que se iba a «sacar libros»… Integradas en centros culturales, se han convertido en el punto que aglutina a personas de diferentes edades e intereses, con el nexo de unión de la lectura.

Algunos avances que he observado como usuaria de las bibliotecas:

  1. Mayor riqueza en recursos para los usuarios: ahora ya no sólo se pueden pedir libros en préstamo, sino también música, DVD y CD-ROM.
  2. Mayor número de salas integradas: hay sala de lectura de revistas, sala para medios informáticos (con conexión gratuita a Internet), sala de estudio y sala infantil, que yo haya utilizado.
  3. Variedad de actividades: la biblioteca, en su función de impulsora de la cultura, ahora ya prepara ciclos de cine relacionados con libros, utiliza diferentes celebraciones para ciclos temáticos de lectura.
  4. Impulso para la lectura: además de una sala infantil adecuada para niños, banco para lectura, posibilidad de sentarse en el suelo, entorno visual de gran riqueza y estímulos (el último, un mapa rompecabezas de África, por el libro del mes)... La iniciativa del libro del mes consiste en una exposición con texto e imágenes de un libro infantil especialmente atractivo por su temática, tipografía, ilustraciones, etc.
  5. Aglutinación de personas interesadas: organizan, por ejemplo, «clubes de lectura» que se reúnen periódicamente, para obtener información sobre autores, comentar lecturas, etc. etc.
  6. Apertura a las posibilidades: las sugerencias son bienvenidas Sonriente. La bibliotecaria ya no es esa señora que te dice que el libro que buscas no está, sino que «el libro que buscas no está... disponible, pero que vamos a buscarlo».
  7. Zonas de intercambio: apenas comienzan a aparecer lugares para dejar libros y revistas, en una especie de liberación controlada de libros, para otros usuarios.


Las campañas de fomento a la lectura harían bien en dedicar dinero y esfuerzos a la promoción de las bibliotecas, un punto inicial de acercamiento a la lectura que a veces parece desaprovechado.

Mar Rodríguez (Asturias, España)

Locura por la lectura: propuestas imaginativas para que los niños lean

Locura por la lectura: propuestas imaginativas para que los niños lean

Cuando hablamos de programas para fomentar la lectura, muchas veces olvidamos esa «brecha» que todo el mundo recuerda cuando nos referimos al mundo digital, pero en la que no caemos cuando atañe al mundo alfabetizado, más en concreto al mundo del acceso material, físico, al libro.

En «Yo sí puedo», una experta pedagoga cubana, Leonela Reyes, ha creado un método para enseñar a leer y a escribir, fácilmente adaptable a diferentes lenguas y culturas: se propone con él alfabetizar a los analfabetos, comenzando por las mujeres, porque, dice, «una madre que sabe leer y escribir no permite que los hijos sean analfabetos y sembrará en su hogar el interés por la lectura, por entender el mundo a través de los libros».

Leía yo hace poco en el suplemento dominical de El País, en el consabido artículo de Javier Marías, titulado esta semana «Los defensores contraproducentes», que sería buena idea presentar la lectura «[...] como algo envidiable que no está al alcance de cualquiera (sí económica, pero no intelectualmente), y hasta atreverse a compadecer a quienes no lo frecuentan, pobres y disminuidos diablos. Nada atrae tanto como lo que se muestra indiferente y aun desdeñoso, se hace de rogar, se pone difícil. No sé, tal vez esto tampoco sirva, pero, vistos los efectos de la actitud contraria, de la pedigüeña, tristona, resentida y sórdida, es al menos una idea. Aunque sea antigua». Pues señores, sólo tengo un pero; bueno, dos. Que no se aplique a los niños, como no se les aplican las multas ni la responsabilidad de ponerse ellos solitos el cinturón de seguridad —y menos aún si los adultos de su familia no usan el cinturón ni han abierto nunca un libro— y que tampoco se lleve a cabo esta campaña en los lugares en que el analfabetismo o los recursos económicos la conviertan en inútil, aparte de grosera. Por lo demás, si es en zonas ricas, con bibliotecas suficientes, dedicada a los adultos, ¿qué riesgo corremos con probar? Llevamos años probando lo contrario y sí, hay que reconocer que muchas veces, resultados y estudios en mano, dan ganas de tirar la toalla.

Gracias al cielo, hay gente con más moral que el Alcoyano: vean este curioso reto de la alcaldesa de Santa Catarina, México, a los niños de su municipio. «Un total de 238 203 libros leyeron los niños de Santa Catarina que participaron en el reto de lectura “Descubre la Magia”, por lo que este jueves, la alcaldesa, Irma Adriana Garza Villarreal, bajará en rapel de un helicóptero en movimiento.» Menuda locura, ¿no? Pues es el tercer año que lanza el reto a los niños escolarizados para incentivar la lectura y parece que los niños responden año tras año, e incluso van siendo cada vez más los colegios que se apuntan al desafío y los libros leídos por niño. No, no conozco las anteriores pruebas a las que retaron los niños a su alcaldesa, pero espero que se mantenga en forma si sigue con este loco y eficaz programa de fomento de la lectura.

¿Otros programas u otras iniciativas? Abuelas cuentacuentos, en Resistencia, Chaco, y en Posadas. La idea fue de Giardinelli; viajó a Alemania y allí vio que las abuelas iban a los hospitales a leer a los moribundos. «Si la lectura ayudaba a bien morir, ¿por qué no a bien vivir?» Las abuelas están encantadas y las bibliotecas también: después del paso de las abuelas cuentacuentos, los chicos acuden en masa a sus salas.

En las bibliotecas públicas de Roselle o de Monroeville (ambas en Estados Unidos) han decidido montar unos sitios web atractivos con clubes de lectura, para animar a sus usuarios. En la primera, además de recomendaciones y recursos, páginas sobre los autores, el horario de la biblioteca, etcétera, podemos entrar a comentar nuestro libro favorito, a discutir el libro propuesto para ese mes o a proponer nosotros uno. En la segunda nos conformaremos con el club de libros, pero a nuestro comentario y recomendación podrán contestarnos otros usuarios y nosotros podremos hacer lo mismo. ¿Qué leen los adolescentes americanos? Por supuesto no faltan los de Harry Potter, de J. K. Rowling, ni un montón de libros de misterio de Anthony Horowitz, pero también están títulos como The Catcher in The Rye (El guardián entre el centeno), de J. D. Sallinger, o Treasure Island (La isla del tesoro), de Robert Louis Stevenson.

En mi barrio, en mi municipio, mi hija pequeña acude a un programa elaborado por dos personas con paciencia e ilusión infinitas (César y Fernando) en el que participan los niños desde tercero a sexto de primaria. Se llama Las cinco esquinas y se emite los sábados de 11 a 13 horas, y allí aprenden los entresijos de este medio; tiene diversas secciones, en las que cada niño colabora con otros, y una de ellas es «Un león en mi sillón», donde cada cual recomienda un libro, incluso una vez uno de los locutores mayores nos recomendó el de El curioso incidente del perro a medianoche, de Mark Haddon. Mi hija me explicó las reglas de recomendación de libros y el nombre del programa: «Tiene que ser un libro que te hayas leído, tienes que decir el título y el autor, y si tiene dibujos, dices también quién los ha pintado; y no vale decir cómo acaba». En cuanto al nombre, simple y llanamente: león, el animal que más tiene de lector; y el sillón porque ¿dónde va uno a leer mejor?

Y recuerden: nunca es tarde y uno puede empezar cualquier cosa a los setenta, pero cuando mejor y más se lee es en la adolescencia. No esperen a nada, comiencen desde ya a leer a sus hijos, nietos, sobrinos... y sigan hasta que ellos mismos los echen y les pidan silencio para leer en voz baja. Si lo echan de menos, búsquense otro niño, pero siempre pueden sentarse a su lado y compartir esa lectura íntima que hizo posible el libro de bolsillo.

Ana Lorenzo. Rivas Vaciamadrid (Madrid), España.