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Un metro de libros

Un metro de libros

La primera vez que vi un cajón de “Un metro de libros” no fue en la estación del tren subterráneo que está a dos calles de mi casa, sino en la estación Copilco, una de las dos que colindan con la Universidad de México. Tengo la impresión de que ahí, en la estación Copilco, empezó a materializarse la iniciativa. Dos estaciones al norte, la estación Miguel Ángel de Quevedo es la parada obligada para ir a la primera librería Gandhi, que ahora está escindida en dos locales, uno frente al otro, casi como si la avenida pasara por en medio de la librería o como si la librería se hubiera cruzado la calle por el subsuelo. Antes, había ardillas en los árboles del camellón. Pero ahora no voy a hablar de ardillas ni de la primera librería Ghandi (ya hablaremos otro día de las librerías de la ciudad de México), sino de los cajones “Un metro de libros”.

La librería Gandhi siempre ha tenido buenas ideas y “Un metro de libros” es la última. Consiste, simplemente, en instalar en lugares públicos cajones de unos cinco metros de largo por dos de ancho, que al destaparse forman un pequeño exhibidor de libros. En general, los cajones están dispuestos en pares, uno junto al otro. Uno tiene libros, discos y revistas de interés general y variado, y el otro, literatura infantil. El criterio de selección de la oferta se descubre al primer examen: son saldos baratos, materiales que han pasado por sus segundos mercados y reciben, quizá, la última oportunidad de venderse. El surtido es muy parecido en todas las estaciones del metro, aunque también se descubre que los encargados de cada cajón tienen su margen de iniciativa que les confiere una mínima personalidad, un toque vaguísimo de originalidad. Por ejemplo, en los cajones de la estación Cuatro Caminos hay más libros con reproducciones de obras maestras que en los otros que conozco. En Zapata se aprende a confeccionar horóscopos y en División del Norte se venden discos compactos para oscuros fines salutíferos, como hacer ejercicio o aprender a relajarse. Ahí completé mi colección, lo confieso ruborizado, de videos de la madre Wendy, justo ahora que ya no hay reproductores de VHS y no puedo mirar el documental. En un cajón del metro Balderas compro ejemplares de La luz en la pintura, un libro español pequeño y modesto, atinadísimo, que regalo tenazmente a mis amigos, para que vean que precisamente es la luz la que distingue a la pintura de la fotografía.

No voy a hacer un recuento de todo lo que me he comprado en esos cajones apetitosos. Lo que quiero es señalar sus dos virtudes: la primera, que están al paso de la gente, como los quioscos de periódicos y revistas pero dentro de las instalaciones del metro. La mayoría de los cajones reciben a los viajeros en cuanto cruzan los torniquetes y en silencio los invitan a llevarse algo para leer.

La empresa de “Un metro de libros” empezó casi al mismo tiempo que una iniciativa del gobierno de la ciudad de México, que consistió en imprimir grandes tirajes de una obra que se prestaba a los viajeros. Éstos estaban obligados a devolver la pieza a la salida (como es de imaginar, casi nadie devolvía el libro que había tomado, de modo que al paso de los días los estantes de esta biblioteca ambulante se quedaban vacíos, en espera de la siguiente tirada). Por esta coincidencia, la gente pensaba que los libros de los cajones eran un préstamo y esto hacía abrigar dudas sobre la viabilidad del modelo de venta. Pero la iniciativa del gobierno local fracasó, se suspendió con el cambio de régimen y, hasta donde sé, el nuevo gobierno de la ciudad no tiene pensado recuperar la biblioteca itinerante. En cambio, los cajones siguen en su lugar y quiero creer que son rentables para quienes los trabajan.

La segunda virtud de la empresa es que los libros no cuestan prácticamente nada. Dado que son saldos que en otro caso se venderían como papel, su precio es bajísimo. Si nos concentramos en lo mejor de la oferta, por 20 pesos (menos de dos dólares) uno lee a Kierkegaard, a Shakespeare o a Darío. Cuesta 10 pesos (menos de un dólar) un ejemplar atrasado de Saber Ver o de Letras Libres. Con 90 pesos uno se lleva el Diccionario Anaya. Con 30, un volumen de alguna historia universal. Se venden los libritos de Mondadori “Mitos poesía” y los de Aldvs. A veces se encuentran clásicos de Cátedra y de Rei. Entre los libros infantiles hay delicias. Si el catálogo está lejos de ser interminable, basta de todas maneras para surtir un pequeño librero en la casa de una familia de pocos recursos.

Estas dos bondades, la cercanía y la baratura, son un hecho concreto que fomenta el hábito de leer, que acerca la tentación de un libro a todos sin discursos ni aspavientos. Ya me quejaré en otra nota de lo que no me gusta de Gandhi, que no es poco. Ahora quiero decir que simpatizo mucho con esta iniciativa que ha resultado buena y práctica y a la que le deseo prosperidad y larga vida.

Javier Dávila (ciudad de México)

 

Posdata a «Un metro de libros» (10/05/2007)

Decía apenas ayer, a propósito del préstamo de libros en las estaciones del metro, que “el nuevo gobierno de la ciudad no tiene pensado recuperar la biblioteca itinerante”. Pero esta tarde se anunció que el 4 de junio se reiniciará el programa “Para leer de boleto en el metro”. El nuevo libro es una antología de autores mexicanos contemporáneos, entre los que están Juan Villoro, Elena Poniatowska, Ignacio Solares, Eduardo Langagne, David Martín del Campo y Silvia Molina. El tiraje es de 250 mil ejemplares.

En el boletín de prensa dice la coordinadora de Fomento a la Lectura de la Secretaría de Cultura del Distrito Federal, Paloma Saénz: “De lo que se trata es de ganar nuevos lectores, consolidar a los eventuales y proporcionar lecturas a quienes no pueden adquirir libros por problemas económicos”.

El programa se reanudará en una línea del metro. Si al cabo de tres meses funciona, se extenderá a otra y así sucesivamente, con la intención de abarcar toda la red, que suma 175 estaciones.

 

12 comentarios

Ana Maya -

¿Pues que creen? estos locales destinados a difundir la cultura están a punto de desaparecer por que al STC Metro le representan mejores ganancias los locales de comida chatarra. Sí, el gobierno prefiere tener gente obesa que gente educada.

O. Calvo -

Mientras se fomente la lectura, toda acción es buena; en el DF y todo el país, el problema principal es que se lee muy poco, ya puede ser en préstamo o 5 pesitos, pero al final pocos se llevarán un libro.
Felicidades por un blog tan completo.

Retro Jordans -

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Supra Skytop -

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agustin rostoll -

hola que tal? les comento que me gusto mucho su blog , es de mucha ayuda , por cierto esoty escribiendo lo que para mi es el futuro de la literatura , una novela online donde se la puede seguir semana a semana , sembrando asi la espectativa , espero que me puedan ayudar a encontar la manera de publicitarlo y si me pueden extender una mano en su blog les agradeceria

MARIO CESAR CAMACHO -

Buenas tardes ustedes compran libros
saludos

Ana Lorenzo -

Javier, yo también simpatizo con la iniciativa. Ya te conté que aquí a veces ponen libros al peso; se encuentran de saldo libros descatalogados que uno buscaba y no lograba comprar: otra ventaja.
Un beso

Javier Dávila -

Claro que te he regalado, Noemí. Y gracias por pasar al blog.

noemi -

Javier:
Sólo te recuerdo que soy tu amiga y no me has regalado libros de esos cajones.
Un abrazo

Javier Dávila -

Pilar:
Ahora que leo tu comentario (y recordando un comentario de Ana Lorenzo en otra parte, también sobre la venta callejera de saldos) me doy cuenta de cuánto importan los libros para la vida de las calles de una ciudad. Nunca he estado en Montevideo, pero se me alumbran tus avenidas al oírte hablar de sus ferias, y me imagino esas mesas cubiertas de libros, como dice tu cita de Benedetti, de décima mano, llenos de historia y de ganas de seguir contando.
Así como se trazan mapas de las corrientes literarias, acaso podríamos emprender la cartografía de nuestras lecturas, con sus plazas y sus calles céntricas o periféricas, en las que nos encontramos o nos perdemos unos a otros, entre todos esos libros.

Pilar Chargoñia -

Uruguay no tiene subtes (metros, trenes subterráneos) y tampoco la venta de libros por metros. Ojalá nos copiemos la idea para las estaciones de ómnibus (en vez de tanta revista boba). Qué bueno acercar el libro (cualquier libro) al lector de paso hacia su rutina diaria de trabajo o de paseo. Por aquí son una constante las ferias de libros en días de fin de semana, en calles céntricas, como decía Mario Benedetti, "libros de segunda o de décima mano". Ahí encontramos de todo un poco: la buena literatura y de la otra, libros para niños, revistas de decoración... Las más recorridas en Montevideo: la feria del Centro, en la calle Tristán Narvaja (los domingos) y la de la Ciudad Vieja, en la peatonal Sarandí (los sábados).

Doctor -

Saludos del Doctor, Crítico insolente de Blogs

http://elburladordemitos.blogspot.com/