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Breve y disparatada teoría sobre las inexplicables razones de algunos silencios

Las academias de la lengua hispanoamericanas —generalicemos, que el espacio también es oro— se han llamado a silencio. Sus intervenciones son pocas, incompletas, elitistas. La omnipresente razón económica de las faltas de intervención en el ámbito cultural es de sobras conocido por todos. Otra razón posible, sutil y agazapada: la falta de pasión, esa que hace superar obstáculos a fuerza de persistencia. A los españoles, en cambio, esta pasión les sobra. España aúna la pasión con el comercio, allí —les hago un guiño de picardía, lectores— se «hace», «valoriza» y «defiende» el idioma «que les pertenece». A «nosotros», el mundo ancho y ajeno desparramado al oeste del Atlántico, nos gana la modorra, la molicie, la pereza ancestral...

Una variante lingüística regional es la mezcla de los idiomas que las masas migratorias han amalgamado. El lenguaje, todo lenguaje hablado y escrito por cierta cantidad de gente durante cierta cantidad de tiempo —y no es necesario precisarlo más— sí genera identidad. La lengua está subsumida en la cultura y confiere identidad. Decir que una lengua no confiere identidad es decir que a un grupo humano se le puede imponer una cultura que le sea ajena. Se puede hacer, cómo no..., a la fuerza.

A las academias de la lengua hispanoamericanas sólo les queda resistir, hacer investigaciones exhaustivas y de muy bajo perfil, en ámbitos públicos o privados. El sistema educativo, principal meta de su labor, no llegará a conocer su titánica tarea, ni a valorarla, siquiera por el mero hecho de verse reflejada en ella.

Son muy pocos los conocedores y estudiosos de la lengua, los lingüistas y académicos, españoles o hispanoamericanos, que conocen el trabajo publicado por José del Valle. Son muy pocos los que ven los riesgos de la comercialización del idioma español. Cuidar la lengua —en sus variantes regionales, siempre— enriquecerla, mimar a los escritores y autores que la usan con soltura y regocijo..., ¿para qué?

Paciencia, nos piden algunos, paciencia, tenemos las normas que dictaremos sobre el español neutro o internacional. ¿Ah, sí? Claro, nos dicen, desde los principales medios de comunicación os diremos qué hacer; estamos unidos, la lengua es una sola, nos entendemos perfectamente: todos miramos las mismas telenovelas, los mismos culebrones, la misma contracultura... ¡Yo no!, quisiera gritar. Tranquilos, nos dicen, tranquilos, que tenemos la prensa, y desde ella nos hemos de entender... Tenemos, insisten en machacarnos, los subtitulados de las películas que veis en familia los fines de semana y fiestas de guardar... Y aún falta, pienso para mi coleto, que me digan que tenemos la televisión por cable y sus aguadas traducciones al maravilloso y único español estándar.

La mayoría de los editores —y el nexo entre la industria del libro y los medios de comunicación o multinacionales es evidente— son gestores culturales que se encuentran abocados a la comercialización de la cultura para subsistir. El idioma español es un negocio que se planifica desde la península ibérica, con el aval de las multinacionales y el silencio de las academias hispanoamericanas; las editoriales —nacionales o extranjeras— publican libros «vendibles». ¿Y la cultura?

Mmm... No nos hagamos mala sangre, más bien elaboremos una propuesta fantástica, para reírnos un ratito:

● Estandarícese regionalmente la lengua desde las academias correspondientes para estudiar las variantes, conocerlas, investigarlas...

● Responsabilícese a los editores que, sin ver más allá del criterio comercial, deciden no publicar los libros aprobados por la crítica especializada.

● Restrínjase la edición de libros, revistas, periódicos, blogs, folletos, etc. a las publicaciones cuidadosas que formarán el corpus del idioma.

● Penalícense los malos usos lingüísticos (faltas de ortografía, esencialmente) sobre cualquier soporte, analógico o digital, desde los ministerios de educación correspondientes.

Soñar puede costar bien poco. Gracias a todos por aguantar hasta aquí; me estaba haciendo falta un desahogo.

Pilar Chargoñia, Montevideo, Uruguay; valchar@dinet.com.uy

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