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Lectura fácil, o la edición inclusiva (I)

Lectura fácil, o la edición inclusiva (I)

Publicar no es lo mismo que editar

Como ya hemos comentado en innumerables ocasiones, pese a que lo corriente, hoy en día, es hablar del papel del editor en términos exclusivamente mercantiles e industriales, lo cierto es que, según creemos en este blog, la principal función del editor, la que define su esencia, es la de mediador cultural. El sentido de la existencia del editor genuino —no del mercachifle de churros encuadernados, profesión bien distinta— está en seleccionar obras y autores que, a su juicio, poseen algún rasgo de interés cultural, científico, lúdico o formativo, y ponerlos (de la mejor manera posible y sin arruinarse en el intento) al alcance del lector a quien cree que pueden convenir.

Téngase en cuenta que, cuando digo «poner al alcance», no me refiero a buscar los canales de venta más adecuados para comercializar una obra, ni a darla a conocer mediante las estrategias de comunicación más certeras, por necesario que sea planificar correctamente ambas cosas. Es decir, no me refiero (sólo) a publicar, sino (sobre todo) a editar, ese arte —que no es de magia, aunque muchos crean que los libros se hacen solos— del que se habla tan poco.

Probablemente uno de los mayores problemas a la hora de valorar la edición de libros actual es la perenne confusión de estos dos conceptos, incluso entre las personas con nociones de edición. Una confusión que lleva a que el primero acabe eclipsando por completo al segundo.

Así pues, para delimitar campos y evitar superposiciones, y para dar la relevancia que se merece al buen trabajo de edición (principal finalidad de esta bitácora), conviene que los definamos con precisión:

Por editar se entiende (o debería entenderse): «Someter un original de texto (y de ilustración en obras ilustradas) a una serie de procesos que tienen por objeto darle forma tipográfica, adecuándolo al uso y al lector al que irá destinado». En el sector del libro, existe un proceso previo a este, el de la preedición, que, siguiendo a Martínez de Sousa (Manual de edición y autoedición) puede definirse como el «Conjunto de estudios, gestiones y pasos necesarios para decidir sobre la conveniencia de editar y publicar una obra (libro o revista) o un conjunto de obras (colección)».

Por publicar se entiende, fundamentalmente, «Sacar a la luz pública una obra ya editada, para lo cual es necesario darla a conocer al lector y ponerla a su alcance, por diversas vías».

 

El trabajo de edición (en teoría)

Según esto, el trabajo de edición tiene como principal meta convertir un documento en bruto (con o sin ilustración) en un documento con forma tipográfica, pero no de cualquier manera. El editor debe procurar siempre adaptar la obra a su función y a su destinatario, y para ello debe cuidar que todos los elementos del proceso de edición, humanos y materiales, se apliquen a ello, de tal modo que tanto la apariencia gráfica, como el lenguaje (léxico y construcción del texto) y el contenido de la obra se adecuen a las características del lector al que va dirigida (edad, nivel de formación, especialización, lengua materna...), al registro del discurso (obra científica, académica, técnica...), y al tipo de obra (obra divulgativa, práctica, de referencia...).

El recurso que con más frecuencia utiliza un editor —un editor que se ocupe de editar— para marcar al autor (si se tercia) y a los distintos profesionales de la edición (traductores, ilustradores, correctores, diseñadores gráficos, maquetistas...) el tratamiento que deben dar a una obra es el libro de estilo.

Un libro de estilo (editorial) no es otra cosa que una guía de trabajo interno, destinada a orientar la tarea de cuantos participan en la creación y edición de una obra, especialmente en lo referente a aquellos aspectos que pueden resultar especialmente dudosos o a los que hay que prestar particular atención.

Los libros de estilo editoriales, tal vez por tener su origen en los códigos tipográficos de los talleres de impresión, suelen reunir pautas referentes a la grafía tipográfica de diversos elementos de un impreso (citas, lemas, folios, notas...), dudas lingüísticas comunes e incluso normas de traducción y adaptación (especialmente de onomástica), no en vano muy buena parte de lo que se produce (al menos en España) son traducciones.

Los libros de estilo de ciertas colecciones y de editoriales especializadas (científicas y académicas) suelen incluir también aclaraciones más precisas sobre el tratamiento ortotipográfico de terminología específica, convenciones ortotécnicas, e incluso, para los autores, normas deontológicas y doctrina sobre el trabajo documental, la cita y el plagio.

Todos los libros de estilo, sin excepción, coinciden además en el propósito de comprometer a todos los profesionales de la edición en la consecución de un trabajo de edición uniforme, distintivo y (si son buenos libros de estilo) de calidad.

 

El trabajo de edición en la práctica (o cómo editar de espaldas al lector)

No obstante, la prueba tangible de que el editor (español, al menos) no conoce suficientemente su oficio o no se lo toma lo bastante en serio es la dificultad para encontrar en cualquier libro de estilo editorial orientaciones referidas a las características personales del lector. Escribir y editar una obra pensando en el lector —labores que podríamos denominar «escritura y edición adaptadas»— requieren, por parte del autor, competencias específicas (competencia pedagógica, competencia divulgativa...), amén de una especial eficacia discursiva para ajustar su estilo, en lo posible, al grupo humano al que se dirige; y exigen al editor la aplicación de estilos tipográficos adecuados y de ciertos criterios de adaptación (del léxico, de referencias culturales en la traducción...).

La especial importancia sociocultural que tiene adaptar cada publicación a su lector (esto es, hacérsela particularmente legible y comprensible), y muy particularmente al lector en formación, ha llevado a diversos especialistas en LIJ a definir estilos particulares (ajustados a franjas de edad y niveles formativos) para los textos dirigidos a niños y jóvenes, así como una amplísima tipología textual. Sin embargo, y pese a que buena parte de la producción editorial (libros de texto, obras de referencia y libro infantil y juvenil) va dirigida a este colectivo, estos estilos discursivos específicos no se han plasmado aún en ninguna guía de estilo, ni se les ha asociado, por tanto, ningún estilo tipográfico.

(Sigue aquí.)

Silvia Senz (Sabadell)

2 comentarios

Silvia -

Ojalá pudirérmos cambiar tan fácilmente la terminología...
Y si lo deseas, Anisótropo, tienes esta casa abierta para hacer esa crítica de libros científico-académicos que propones.

Anisótropo -

¿Por qué no hacemos como los angloparlantes y llamamos "editor" al que edita y "publicador" al que publica?

Si mi opinión sirve de algo, me gustaría aprovechar para decir que las ediciones españolas (de autores tanto españoles como extranjeros) de libros de texto de caracter científico de nivel universitario son penosas. Podría sacar de cualquier libro de éstos diez errores en menos de cinco minutos.