¿Hasta cuándo, Academia, hasta cuándo? El ninguneo de la RAE a los cantes y bailes flamencos
Permítanme que comience este artículo de forma antiperiodística. Les confieso que lo que se disponen a leer ya lo han contado antes muchos otros, de forma más completa y cabal e incluso de manera más entretenida. No se llamen a engaño, pues: no les voy a descubrir nada nuevo sobre la discriminación que los cantes y bailes flamencos sufren en el Diccionario de la Real Academia (DRAE), ni sobre las carencias metodológicas de este mismo diccionario. Si se esperaban una perspectiva diferente o novedosa, no sigan leyendo: se aburrirán. Y ahora pido disculpas a la editora del blog por decir esto.
Mucho se habla de que el DRAE es un mal diccionario, y si nos ceñimos al ámbito del flamenco, no podemos sino estar de acuerdo con los que así opinan.[1] Primero, porque de los cincuenta y tantos nombres de cantes y bailes flamencos, la RAE recoge sólo la mitad; segundo, porque la Academia no sigue un criterio uniforme a la hora de definir estos términos; y tercero, porque las definiciones que ofrece son insuficientes y poco esclarecedoras. No es extraño, pues, que muchos se hayan quejado del errático comportamiento lexicográfico que sigue la Real Academia Española al elaborar su diccionario general.[2]
Imaginen por un momento a un japonés aficionado al flamenco —y les aseguro que hay muchos— que, después de asistir a un tablao de Tokio, llega a su casa y se va al DRAE en línea para saber algo más de los cantes y bailes que figuran escritos en su folleto. Imaginen que busca tangos y se topa con que es ¡un baile argentino!; imaginen que busca luego milonga y resulta que es ¡otro baile argentino!; imaginen que —un poco mosqueado ya— busca rumba y comprueba con estupor que lo que acaba de oír en el tablao es ¡un son cubano!; imaginen por último que busca guajira, y se encuentra —ya con la boca abierta de par en par— con que es ¡otro son cubano! Díganme, ¿pensaría nuestro aficionado nipón que la Academia ha hecho bien en no incluir las acepciones flamencas de estas palabras en el DRAE, o diría al estilo de Obélix: «¡Están locos estos hispanos!»?
Y lo peor es que no hablamos de locura, sino de dejación; porque, como recogen los propios bancos de datos académicos,[3] hay testimonios escritos que revelan, por ejemplo, que los tangos flamencos son incluso más antiguos que los argentinos, con los que comparte únicamente la etimología. Por otro lado, la existencia de milongas, rumbas y guajiras —ejemplos de cantes de ida y vuelta—[4] está igualmente atestiguada, y es bien conocida dentro y fuera de Andalucía. Y, si no, que levante la mano el que no haya bailado una buena rumbita flamenca poco antes de que se lo llevaran de la fiesta por tomar en demasía. No son los tangos y las milongas únicamente cantos y bailes argentinos, no; como tampoco son la rumba y la guajira exclusivamente sones cubanos. Bastaría con que la RAE incluyera estas acepciones flamencas en el Diccionario para remediar esta parte del entuerto, pero parece que —entre tanto congreso y viaje intercontinental— a nuestros académicos no les queda el tiempo suficiente para realizar labor tan simple. El caso es que, sea por esto o por cualquier otra razón que se me escapa, ya tenemos ninguneados a cuatro cantes y bailes flamencos; desgraciadamente —y como veremos—, no son los únicos.
Casos igual de graves, por lo huérfano que lo dejan a uno, es no encontrar en el DRAE palabras hermosas como cantiñear (que mi procesador de textos insiste en transformar en cantinera). Está derivado este verbo de cantiña, otro cante flamenco que tampoco figura en el DRAE, uno más. Cantiñear es cantar flamenco a media voz, sin explotar, como cantando para uno mismo o al estilo de las nanas. Créanme si les digo que oír a la pareja de uno cantiñear a la par que lee o teclea en el portátil es buen síntoma: una de esas pequeñas alegrías que nos regala la vida en común. Lamento que la RAE los prive a ustedes de darle nombre a este canturrear flamenco que tan grata sensación produce. Como también lamento que los prive de conocer la acepción flamenca del término pellizco, que es la capacidad que tiene el intérprete flamenco de sentir —y fundamentalmente de transmitir— un sentimiento de especial autenticidad y jondura. Tener pellizco es una cualidad altamente apreciada en el mundo flamenco, que la RAE, como en tantas otras ocasiones, pasa inexplicablemente por alto.
Así las cosas, más de uno podría pensar ya que esta dejación académica se produce porque los andaluces seguimos siendo hablantes de segunda para casa tan docta y castellana, pero este no sería un comportamiento científico y moderno; y la Academia es un organismo cientifiquísimo y modernísimo, bien que lo repite la prensa. Podríamos maliciar que la desidia de la RAE se debe a que está más interesada en revender sus diccionarios que en perfeccionarlos, pero este no sería un comportamiento científico; y nuestra academia de la lengua —ya les digo— sabe mucho de ciencias. Podríamos creer que, para la Real Academia, el vocabulario plebeyo no casa bien con su concepción patricia del Diccionario, pero ese no sería un comportamiento científico; y —cómo no insistir en ello— la Academia es ante todo una entidad científica. Podríamos concluir que todo se debe a que en la RAE abundan más las celebridades que los lingüistas, pero eso no sería científico y… No, mejor dejo ya de remedar a Marco Antonio, que es cansino el desvarío shakesperiano, y sigo con la exposición.
Punto y aparte merecen aquellas palabras que, aunque nacidas fieles a la fonética andaluza, el DRAE insiste en disfrazar de castellanas: seguidillas en vez de siguiriyas o seguiriyas, alboreadas en vez de alboreás, granadinas en vez de granaínas; ya puestos, no sé cómo la RAE no se empeña en llamar bacalado al bacalao, sonaría también mucho más fino, dónde va a parar. En fin, costó un verdadero mundo que la Academia aceptara a los bailaores y a los cantaores (que no son ‘bailadores’ ni ‘cantadores’, claro), pero un universo entero será necesario para que admita también a los tocaores (que por supuesto, no son ‘tocadores’). Pobrecitos míos, qué culpa tendrán ellos de que en Andalucía nos comamos las letras y no sepamos nombrar castellanamente a los guitarristas flamencos. Si hasta parece que la Academia les tuviera ojeriza, ya les digo. Porque, no contenta con negarles el nombre a los tocaores, tampoco les permite que puedan estar al toque, aunque los bailaores estén al baile, y los cantaores al cante.[5] Para la RAE, al toque es —exclusivamente— peruanismo por de inmediato. ¡Qué arte y poderío más grande tiene esta RAE, Dios mío! «De inmediato», dicen; y llevan los tocaores toda la vida al toque, y en el casón neoclásico no se enteran ni a la de tres.
En fin, como les decía, de los alrededor de cincuenta tipos de cantes y bailes flamencos, el DRAE recoge chispa más o menos la mitad. Son estos: alegrías, bulerías, cañas, caracoles, carceleras, deblas, fandanguillos, farrucas, jaberas, livianas, malagueñas, martinetes, mineras, peteneras, polos, rondeñas, serranas, sevillanas, soleares, tanguillos, tarantas, tientos, verdiales y zorongos. A las ausencias ya nombradas de tangos, milongas, guajiras, rumbas, vidalitas, colombianas, y cantiñas —casos en los que o bien la entrada no figura en el Diccionario o bien no se incluye la acepción flamenca del término—, hay que sumar las siguientes: bamberas, bandolás, cabales, campanilleros, canasteras, cartageneras, fandangos, garrotín, jabegotes, levanticas, marianas, mirabrás, murcianas, nanas, romances, romeras, saetas, tonás, tarantos, villancicos, zambras y zapateados. Y a todos ellos hay que añadir los términos que no figuran con su grafía andaluza: seguiriyas, alboreás, granaínas y medias granaínas. Disculpen que todavía me asombre, pero es ciertamente increíble que, siendo el flamenco un arte que ha transcendido las fronteras de Andalucía y que incluso sirve para representar internacionalmente a España, no estén recogidos en el Diccionario general del español los nombres de los palos o estilos propios de este arte. Realmente, ¡están locos estos [académicos] hispanos!
Podría añadir ahora que este desinterés de la RAE por el léxico flamenco es el mismo que muestra ante los andalucismos en general; pero prefiero no hacerlo, la verdad, no me tiren de la lengua. Además, en realidad los cantes y bailes flamencos no tienen de andalucismo más que el nacimiento. Estos nombres no son una mera variación léxica de ámbito regional; no estamos ante formas diferentes de llamar a una misma cosa, caso de auto, carro, coche, etc. Los nombres de los cantes y bailes flamencos son la única y exclusiva manera de llamar a realidades antes inexistentes, por lo que su exclusión del Diccionario es una pérdida irreparable para todos los hablantes. Hace bien, pues, la RAE en no tratar a estas palabras como regionalismos ni como tecnicismos, y por ello mismo resulta todavía más evidente cuán incompleta es su labor al respecto, y cuán heterogéneo y falto de coherencia es su criterio lexicográfico.
Les decía antes que no andaría yo muy errado si achacara esta incuria académica al secular ninguneo que la RAE muestra al léxico propio de Andalucía. Si no lo hago, es porque no quiero que suceda como la última vez que hubo quejas al respecto. No insistan, pues; no quiero decirles lo que ocurrió tras la proposición no de ley que se presentó en el Parlamento de Andalucía para fomentar el uso del andaluz en la comunidad y para instar a la RAE a que admitiera un mayor número de andalucismos en su Diccionario. Prefiero no contarles que a los lingüistas andaluces promotores de la iniciativa, encabezados por Antonio Rodríguez Almodóvar, ni siquiera tuvieron que contestarles entonces desde Madrid, porque fueron once catedráticos de Lengua de universidades andaluzas los que, con cifras en la mano, dejaron bien claro que, comparando el número de hablantes de Andalucía con los de México —ese fue el ejemplo que pusieron—, los andalucismos no estaban discriminados en absoluto, sino que su situación era incluso ventajosa.[6] Lo que no llegaron a decir estos catedráticos fue cuál era el número exacto de palabras que, demográficamente hablando, nos correspondía inventar a los andaluces. Podrían haber empezado por ahí, especificando nuestro cupo, y así nos ahorraríamos en el futuro el trabajo de crear para nada. Tampoco explicaron estos mismos catedráticos por qué, en vez de andar con la calculadora en la mano, no se dedican ellos mismos a algo un poco más lingüístico; algo parecido a lo que yo estoy haciendo en estos momentos: a investigar con un mínimo de rigor decenas de palabras nacidas en Andalucía que tienen un uso más que comprobado dentro y fuera de nuestra tierra, y que, sin embargo, no figuran en el Diccionario de la Academia. No, les repito que no seré yo quien hable de este tema, ya sé que no serviría para nada.
La segunda crítica que hay que realizarle al DRAE es la escasa uniformidad existente en la redacción de las definiciones. Es evidente que no todas las voces relacionadas con el flamenco se incorporaron al Diccionario en la misma época, pero aun así es chocante que cada entrada parezca estar redactada por personas diferentes; eso sí, todas ellas con el mismo —y limitado— conocimiento del flamenco. Si yo les preguntara a ustedes qué tienen en común una trucha, un besugo y un atún, seguramente todos me contestarían que los tres son peces. Y llevarían razón, claro; de hecho, pez es el hiperónimo que engloba a estos tres animales. Sin embargo, si usted le pregunta al Diccionario académico qué tienen en común bulerías, soleares y alegrías, no se encontrarán con la respuesta lógica: que son cantes y bailes flamencos. Como si los hiperónimos no existieran, la Academia emplea en unas ocasiones cante, en otras canto, en otras aire musical, en otras copla y en otras canción popular. Así, y según el DRAE, la bulería es un «cante popular andaluz»; la carcelera, un «canto popular andaluz»; la caña, una «canción popular andaluza»; la malagueña, un «aire popular de la provincia de Málaga»; la rondeña, una «música y tono característicos de Ronda», y la serrana, una «canción andaluza variedad del cante hondo». En fin, que parece que los cantes y bailes flamencos no existieran como tales. ¿Ningún lexicógrafo académico se da cuenta de algo tan evidente como esto?
Y nos queda la tercera crítica. La falta de claridad y precisión de las definiciones. En muchos casos no se especifica el étimo de las palabras, por lo que nadie puede saber que bulería,[7] por ejemplo, viene de burlería, y de ahí el carácter festero de esta variedad de cante y baile flamencos. En otras ocasiones, no se aclara si estamos ante un cante, ante un baile o ante ambas cosas, y sólo en algunas entradas se nos precisa qué tipo de métrica y compás tiene el cante en cuestión. Así, si busca usted petenera, se encontrará con que es un «aire popular parecido a la malagueña, con que se cantan coplas de cuatro versos octosílabos», pero se quedará sin saber que la petenera también es un baile. Si busca seguiriya (bueno, seguidilla gitana, según la RAE), conocerá usted la métrica del cante, pero no su compás; y justo lo contrario le sucederá con las soleares, entrada en la que se especifica el compás pero no la métrica. Un auténtico desatino lexicográfico, ya les digo. Puro DRAE.
Bueno, voy a ir terminando; y como ya remedé antes a Shakespeare, voy a cambiar de palo y a intentarlo ahora con Cicerón; a ver si ironizando con los clásicos latinos, los patricios de la lengua se dan por aludidos, que ya sé que no: ¿Hasta cuándo, Academia, hasta cuándo? ¿Hasta cuándo abusarás de nuestra paciencia flamenca? ¿Por cuánto tiempo se va a seguir burlando de nosotros los cabales este delirio tuyo llamado Diccionario? ¿Cuántos más como yo ahora tendrán que volver a escribir de lo mismo, a insistir en lo mismo, a repetir lo tantas veces repetido? ¿Cuántas tonás tendremos que cantarte, cuántas cantiñas, cuántas seguiriyas, cuántos mirabrás? ¿Cuándo tendremos de una vez el Diccionario que nuestra lengua se merece?
En fin, pura retórica, señal de que he dicho suficiente, así que acabo. Y como empecé de manera antiperiodística, no puedo sino terminar de la misma forma. Disculpen si dejé lo importante para el final:
El ninguneo del léxico flamenco es una de las deudas que, por antigua y por grosera, más mancha el ya manchado prestigio lexicográfico de la Real Academia Española y su diccionario general. Una deuda que los señoritos del idioma no quieren pagar porque a sus reales excelencias no les da su real y excelentísima gana. Una deuda contraída con los más desheredados: con los gitanos, con los jornaleros, con los analfabetos, con los arrabaleros, con todos los andaluces que tuvieron la osadía de utilizar la lengua de sus padres para crear nuevas palabras con las que cantar y bailar sus penas y alegrías. Una deuda con los verdaderos dueños y señores de la lengua.
Luis Carlos Díaz Salgado. Sevilla
[1] El problema que representa un DRAE lexicográficamente pobre estriba, sobre todo, en que el resto de diccionarios generales del español bebe de esta obra académica. Además, el DRAE es el diccionario con más prestigio de todos los existentes, y por eso debería ser científicamente impecable.
[2] Especialmente recomendables son las críticas de José Martínez de Sousa.
[3] El CREA y el CORDE. Ambos se pueden consultar en línea en la página web de la Real Academia Española.
[4] Los cantes de ida y vuelta son la guajira, la rumba, la milonga y la vidalita; aunque ninguno de ellos figure en el DRAE con su acepción flamenca (la vidalita ni siquiera eso). Todos ellos nacieron en América y fueron posteriormente aflamencados en Andalucía. La colombiana, otro cante flamenco también sin sitio en el diccionario académico, es — a pesar de su nombre— un cante nacido en España sin influencia americana, uno de los denominados cantes de levante.
[5] Según el DRAE, cante es la acción de cantar como baile es la acción de bailar; sin embargo, toque no figura como la acción de tocar (un instrumento).
[7] También hay quien opina que proviene de bullería, de bulla. En casos como este se echa en falta la opinión académica propia de un diccionario normativo.
5 comentarios
Javier Osuna -
http://losfardos.blogspot.com.es/2013/03/el-flamenco-y-la-rae-definiciones-de.html
Atentamente
Enrique García Delgado -
Opino que sería conveniente un mayor interés por parte de los académicos a la hora de precisar estos y otros términos; pero, si soy sincero, esto no es algo que ocurra únicamente con andalucismos o con la jerga flamenca...
Un científico (pongamos por caso un químico) que ojee el DRAE imagino que esbozará una sonrisa al leer las definiciones que sobre algunos términos científicos (átomo, isótopo,...) aparecen en nuestro diccionario. Rozando el ridículo en ocasiones.
El otro día, casualmente, ojeaba un manual del conductor, y aparecen en él términos que en poco se parecen a los reflejados en el DRAE; parada o estacionamiento tienen en ese ámbito un significado distinto al que refleja nuestro diccionario. Y así ocurre en cualquier otro campo como la medicina, ingeniería y un larguísimo etcétera.
Entiendo que sería recomendable subsanar errores y ausencias como los relatados en el artículo, pero no es menos cierto que ellos no son exclusivos del ámbito flamenco y/o andaluz.
En unas definiciones de carácter general como deben ser las del DRAE, especificar la métrica y el compás de una cartagenera, me parece excesivo...
Carlos Valín. -
Estoy de acuerdo con parte de la crítica de Luis Carlos. Pero también es verdad que la Academia recibe críticas y presiones de muchos lados, y hacer un diccionario que recoja todas las acceciones de cualquier término lo volvería inviable. Por ello tienen que elegir. ¿Y qué pasaría si introdujeran un número de términos muy elevado cuyo origen sea Andalucía o cualquier otra parte de España? ¿Pues que desde américa se quejarían del hispanocentrismo de la Real Academia. De hecho ya e oído mucchas críticas en ese sentido. Por eso, las decisioens de la Academia no son, con frecuencia, fáciles. Otra cuestión es que no tengan especialistas en ciertas áreas (por ejemplo, en el mundo del flamenco) y que cometan erróres o imprecisiones en sus definiciones. Ahí creo que la crítica es pertinente.
Ramón Machón -
Los académicos de la lengua saben poco de jaleos, y menos de jaleos extremeños. Debe ser porque, aunque le dan a la lengua, son más bien monacalmente silenciosos, o sordos, que es lo mismo pero al revés.
Francisco Javier Cubero -
Gracias por el artículo, muy bueno.