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Sobre lengua, nacionalismo y política lingüística española: entrevista a José del Valle

Sobre lengua, nacionalismo y política lingüística española: entrevista a José del Valle

Merece la pena republicar (y reeditar, con citas y enlaces añadidos) esta entrevista al sociolingüista y experto en glotopolítica José del Valle , publicada originalmente en el blog El diario sin nombre con motivo de la aparición de su última obra como autor y editor, que ya anunciamos aquí:

lunes, 22 de octubre del 2007

Entrevista a José del Valle

José del Valle ha publicado La lengua, ¿patria común? Ideas e ideologías del español (Iberoamericana/Vervuert), un volumen en el que se plantean muchas más cuestiones aparte de la ya incluida en el título. Lo que une las páginas de este libro es una visión de la glotopolítica actual, una palabra tan fea como algunos aspectos que conllevan las diversas políticas lingüísticas.
La visión del libro es más un panorama, pues algunos capítulos vienen firmados por otros especialistas que aportan algo distinto a la manera de ver las cosas de José del Valle.

«Yo soy editor del volumen y autor o coautor de cuatro de los ocho artículos que incluye. La idea de realizar un estudio sobre las políticas de defensa y promoción del español, y especialmente de los discursos de legitimación que las arropan, se me ocurrió ya cuando concluía otro libro titulado La batalla del idioma. La intelectualidad hispánica ante la lengua, que edité en colaboración con Luis Gabriel-Stheeman. En 2005, al ver el interés y la polémica que había suscitado, se me ocurrió que el nuevo proyecto debía enriquecerse de nuevo con la presencia de otras voces, incluso algunas, como las de Lara y López García [esta última, en la Revista de Filología Española, LXXXIII, 2003, 317-340], que habían expresado críticas interesantes hacia mi trabajo y adoptado posiciones divergentes de las mías.»

Los autores incluidos son Mauro Fernández, que escribe «De la lengua del mestizaje al mestizaje de la lengua: reflexiones sobre los límites de una nueva estrategia discursiva»; Laura Villa, que ayuda a del Valle a delimitar el capítulo «La lengua como recurso económico: Español S. A. y sus operaciones en Brasil»; Kathryn A. Woolard, que habla sobre «La autoridad lingüística del español y las ideologías de la autenticidad y el anonimato»; Ángel López García, que describe las «Ideologías de la lengua española: realidad y ficción»; y Luis Fernando Lara, que anima «Por una reconstrucción de la idea de la lengua española».

El libro anterior La batalla del Idioma. La intelectualidad hispánica ante la lengua, publicado por José del Valle y Luis Gabriel-Stheeman en la misma editorial, era un excepcional preámbulo. En él se hablaba de cómo los intelectuales de ambos lados del océano, durante los siglos XIX y XX, se entretenían en marcar qué era el español, y la relación entre las diferentes identidades hispánicas.

Ahora, José del Valle se ocupa del presente. Muchos nos tomamos la lengua, a los que la difunden y promueven desde los diferentes gobiernos, de forma inocente; como algo más propio de académicos que de políticos o comerciantes.

Le pregunto a del Valle qué son las políticas lingüísticas y me responde que «las políticas lingüísticas son acciones sobre la lengua y su contexto de uso, por parte de individuos o agencias gubernamentales o no gubernamentales. Se puede intervenir en la forma de una lengua, por ejemplo, regulando aspectos de su escritura, de su léxico o de su gramática. O se puede actuar sobre su entorno por medio, por ejemplo, de la defensa o proscripción jurídica de su uso en determinados contextos. La política lingüística nos puede afectar de un modo fundamental, pues incide de modo directo sobre la asignación de valor y legitimidad a distintas lenguas o tipos de prácticas lingüísticas —pienso aquí en acentos, dialectos, hablas en las que se mezcla más de una lengua—. La manera en que desde las instituciones se valora nuestra forma de hablar nuestra lengua, nuestro dialecto o nuestro acento, puede tener consecuencias determinantes sobre nuestras posibilidades de participación en la vida social. Imagínate, por ejemplo, el efecto que puede tener sobre la población inmigrante de Estados Unidos, país donde vivo, una política lingüística que prohíba la educación bilingüe, es decir, que excluya el español de las escuelas salvo como lengua extranjera. O piensa en el efecto enriquecedor que tendría, y en el alboroto político que armaría, que se propusiera para toda España la obligatoriedad de estudiar, antes de completar la enseñanza primaria, al menos un año de catalán, euskera y gallego».
José del Valle acaba de adivinar un pensamiento mío, el de la inclusión de las tres lenguas nacionales en los planes de estudio de todo el país. Lo excepcional de Galicia, Euskadi y Cataluña no es que tengan un idioma propio, lo excepcional es que son bilingües. El manejar un idioma más es siempre una ventaja.

El origen de la intención de regular y promocionar la lengua no es algo actual. «El impulso de moldear el perfil lingüístico de una comunidad es tan antiguo, sospecho, como el lenguaje mismo. Para apreciar su antigüedad en nuestro ámbito cultural basta recordar los esfuerzos de codificación del castellano llevados a cabo durante el reinado de Alfonso X o los debates sobre qué herramientas lingüísticas utilizar en la colonización de América y en la administración del Imperio —las lenguas generales, por cierto, resultaron ser instrumentos mucho más eficaces que el castellano—. Pero yo diría que la naturaleza de las políticas actuales de promoción y defensa de las lenguas tiene raíces más cercanas: está, por ejemplo, la racionalidad moderna que asocia la estandarización lingüística con el desarrollo material y cultural de los pueblos; o la emergencia histórica del nacionalismo, de los estados-nación, que intensificó y extendió a todos los ámbitos de la sociedad la condición simbólica de las lenguas. En la actualidad, y en España concretamente, nos encontramos, por un lado, con las políticas de defensa y promoción del español: estas están, desde mi punto de vista, relacionadas con los intereses geopolíticos del país tal como se han ido definiendo desde finales de los ochenta. Por otro lado, tenemos la defensa y promoción del catalán, euskera y gallego: estas políticas tienen su origen en la dinámica generada por la existencia de movimientos nacionalistas, es decir, en las disputas sobre la estructura del Estado español y sobre la conformación de sistemas culturales relativamente autónomos», me dice del Valle.

La desgracia para ciertos idiomas es que se han convertido en el blasón de varios nacionalismos que conviven en España, en el más evidente rasgo diferenciador entre los hombres.

«Los nacionalismos lingüísticos se legitiman siempre en base a la existencia de una lengua “propia”. Veremos lo que pasa en las próximas décadas, pero todo apunta a que el trasiego de gentes de un lugar a otro siga aumentando. Las sociedades occidentales van a tener que irse acostumbrando al plurilingüismo. Las reivindicaciones de autogobierno y control político sobre un territorio, que están en la raíz de todo nacionalismo, tendrán que buscar fórmulas identitarias y principios de convivencia flexibles para constituir la nacionalidad y para formar a una ciudadanía abierta. La conformación de naciones plurilingües, fundadas sobre principios de democracia y justicia social y no sobre el valor de la acumulación de riqueza y del consumo; ese es el verdadero desafío de los nacionalismos que se pretenden progresistas», me asegura del Valle.

Entonces ¿puede ser que todos nuestros problemas vengan del 78, que no hayamos dado con un modelo de convivencia de las lenguas en España?

«No, hombre, todos, no. La verdad es que mi visión de la realidad sociolingüística española no es tan dramática. En mi tierra, Galicia, el bilingüismo se va gestionando con bastante serenidad, aunque quede mucho camino que recorrer y aunque, como es natural, surjan de vez en cuando polémicas en torno a la política lingüística. Pero también se polemiza, y con más vehemencia, sobre política forestal, sobre política de vivienda, sobre la TVG, sobre la Ciudad de la Cultura... Y en mis visitas a Cataluña no he percibido un grado de crispación mayor que el que hay en Estados Unidos o en Francia. Sin embargo, creo que tienes razón en tanto que las polémicas lingüísticas hay que entenderlas en el contexto de esa condición inacabada del estado Español, esa estructura aún abierta que está siendo todavía negociada. Sólo cabe esperar que la solución definitiva, si llega, se resuelva de manera democrática, respetando la voluntad de las gentes. Los problemas lingüísticos que a mí me preocupan más son otros: los de los niños, inmigrantes o no, que acceden a escuelas infradotadas para atender sus necesidades educativas, entre las cuales está el manejo de los diversos registros de las lenguas dominantes; los de los maestros, que se encuentran que sobre ellos cae la responsabilidad de improvisar modelos pedagógicos adecuados para aulas plurilingües; o los de los inmigrantes que llegan a trabajar y necesitan herramientas lingüísticas para funcionar competentemente en el mercado laboral y para entender cuáles son sus derechos y obligaciones. Ojalá las políticas de defensa y promoción del español giraran en torno a estos problemas.»

Algunos planes de estudio de las lenguas gallega, vasca y catalana nacieron como reacción a una supuesta sustitución de estas lenguas por el español ¿era un peligro cierto o se trataba de una forma de revertir la hegemonía del español en el habla de aquellas tierras?

«Las dos cosas. La instalación del catalán, gallego y vasco en las comunidades que reivindicaban su derecho a oficializarlas requería, cuando menos, crear condiciones de hegemonía compartida con el español. El punto de partida era, sin duda, una situación de radical desequilibrio, que exigía la adopción de medidas agresivas para la instalación de estas lenguas minorizadas en ciertos espacios sociales. Se avanzó mucho en ese terreno, aunque aún queda mucho que andar, y las poblaciones catalana, gallega y vasca parecen, en general, habrá quienes discrepen, satisfechas con el proceso. Quiero insistir en el “parece”, pues no es asunto que haya estudiado con calma. Lo más interesante, para mí, es identificar qué hay detrás de la voluntad de alguna gente cercana a las agencias españolas de política lingüística de producir una visión apocalíptica del estado del español en estas comunidades.»

Unas de las estrategias de estas agencias españolas es subrayar el carácter casi universal de idioma castellano, optándose por un panhispanismo que renuncia a las marcas de identificación con un país en concreto, ¿no es así?

«Aquí tengo que discrepar. No creo que el español haya perdido todas las “marcas de identificación con un país”. El español se identifica, eso sí, con muchos países, y por eso es una lengua internacional que sirve como “marca de identificación” al nacionalismo panhispánico. Se la presenta como lengua global desde las agencias españolas de política lingüística en el contexto, por un lado, de su promoción como producto de mercado, y por otro, de la pugna simbólica que sostiene con el catalán, el euskera y el gallego. Con frecuencia, al hablar del español como lengua global se pretende desacreditar a estas lenguas por su condición “local”. Uno de los asuntos que varios de los colaboradores tratamos de desenmascarar en el libro es, precisamente, las marcas de identificación del español como instrumento de una política económica y exterior concreta. Además, el español de global aún tiene bastante poco. Para adquirir esta condición tendría no sólo que ser estudiada como lengua extranjera sino también ser utilizada como lingua franca, es decir, como vehículo de comunicación entre hablantes de otros idiomas. Podremos presumir de lengua global cuando chinos y árabes se comuniquen en español. “El español, lengua global” es un eslogan que cumple fines publicitarios y políticos, como lo es la nueva campaña de imagen de El País: «el periódico global en español”.»
José del Valle remarca el acento de El País, en una referencia con mucha retranca a la publicitaria tilde que se incluye, desde hace poco, en las cabeceras de este diario. Parece que ya no quedan rebeldes, ni siquiera en contra de la ortografía.

Pero entonces ¿qué relación hay entre la famosa globalización y el español?

«Desde el punto de vista lingüístico, algunos de los procesos asociados con la globalización —la revolución en las tecnologías de la comunicación y del transporte— han creado nuevas condiciones sociolingüísticas para los individuos, que hemos visto ampliadas las redes de interacción en las que nos movemos; para las comunidades, que han visto de pronto alterado su perfil demográfico y lingüístico tradicional; y para los agentes de política lingüística, que han visto crecer el ámbito de aplicación de sus acciones. Internet, el abaratamiento del transporte y la creación de múltiples proyectos transnacionales (ONG, expansión empresarial, convenios interuniversitarios, por ejemplo) han dado lugar a que algunos hispanohablantes de distintos orígenes —los que tenemos el privilegio del acceso a esos recursos, claro está—- tengamos más contacto que nunca. Está todavía por ver qué efectos tendrá este nuevo panorama sociolingüístico no sólo en el español, sino también en el modo en que se piensa sobre la lengua. Lo que sí ya estamos viendo, y así lo mostramos en el libro, es cómo algunas agencias de política lingüística van tomando posiciones para controlar el desarrollo del idioma y de su carácter simbólico en este nuevo contexto. Pienso aquí en los esfuerzos de la RAE por configurar el español como basamento de la comunidad panhispánica, y los del Instituto Cervantes para controlar la conformación de la lengua como producto de mercado y para su explotación.»

Y si es así ¿cuales son las funciones de instituciones como la RAE, el Instituto Cervantes o los medios de comunicación?

«La RAE declara tener como misión principal la preservación de la unidad del idioma, y el Instituto Cervantes, su promoción internacional como lengua extranjera. Sin embargo, detrás de estos obvios objetivos hay proyectos más ambiciosos. No hay que olvidar que la renovación de la RAE y la creación del Cervantes coincidieron con la expansión internacional de empresas de capital predominantemente español, muchas de las cuales escogieron América Latina como destino. En un contexto de expansión comercial como el que se iniciaba a finales de los ochenta, los sucesivos gobiernos españoles, socialistas y populares, en colaboración con el empresariado y con importantes sectores del mundo de la cultura, movilizaron una serie de agencias para que le ofrecieran cobertura cultural al proyecto de expansión económica; es decir, para que produjeran una visión del español al servicio del proyecto: la comunidad panhispánica como hermandad-mercado y el español como producto comercial en torno al cual se debe organizar y controlar una industria. Ahí estaban ya los modelos ofrecidos por la Alliance Française y por el British Council. Todo esto, naturalmente, se va produciendo con la complicidad de sectores de las sociedades latinoamericanas y con la de ciertos grupos mediáticos que tienen mucho que ganar.»

Solemos distinguir claramente las acciones de gobiernos como el catalán, gallego o vasco con respecto al idioma, pero puede que ciertas políticas del gobierno central con respecto al español no sean advertidas, ¿no es así?

«Yo diría que la condición política de la defensa y promoción del catalán, euskera y gallego ha sido sin duda más visible. Me pregunto cuánta gente percibe la acción de la RAE o del Cervantes o las aportaciones de Prisa, BBVA, Banco Santander o Telefónica a las actividades de estas agencias como actos de política lingüística. Y sin embargo lo son. Obviamente, la percepción del carácter dominante de una lengua como un hecho natural —la elisión de las estructuras de poder que produce y reproduce— es parte de su condición hegemónica.»

¿Hemos pasado de una política que pregonaba que el español de España era el más válido y acertado a una especie de panhispanismo como lugar común entre los países que hablan el español?

«Sí, sin lugar a duda. El discurso público de la Real Academia Española es en la actualidad inequívocamente panhispánico. Es posible que esta actitud, esta elaboración de una norma policéntrica, tenga un efecto democratizador sobre la lengua. Pero aún queda mucho camino que recorrer: por un lado, incluso en la propia América Latina está muy extendida la idea de la superioridad del español peninsular centro-norteño, y por otro, los textos normativos claves (ortografía, gramática y diccionario) aún tienen que ser sometidos a un meticuloso análisis por parte de los especialistas correspondientes. Lo que a mí me interesa es explorar, y lo hacemos en uno de los capítulos del libro, si ese abrazo de la diversidad interna es real y qué circunstancias pueden haberlo motivado.»

Desde hace tiempo, los redactores repiten titulares que hablan de la conquista del español, el idioma, de nuevas tierras; una euforia lingüística que incluso ha reclamado a los EE.UU., país en donde enseña y vive del Valle, para el castellano.

«En mi opinión, es una euforia de naturaleza esencialmente nacionalista. Los discursos de exaltación y las letanías de virtudes (comunicativas, económicas, conquistadoras) que se vierten sobre la lengua son manifestaciones desplazadas del sentimiento nacionalista español. Se me podría objetar que de esta euforia participan también argentinos, mexicanos, colombianos, etc. Cierto. La euforia lingüística, como tú la llamas, es una expresión del nacionalismo español panhispánico. No hay que olvidar que la defensa de la identidad nacional de España ha tendido siempre a anclar su legitimidad precisamente en el carácter panhispánico de la cultura que le sirve de base. Y panhispanistas los ha habido siempre a ambos lados del Atlántico. Pero ojo, que no quiero con esto decir que la comunidad panhispánica sea una pura entelequia. Tiene efectivamente una base real en ciertos patrones comunicativos compartidos por muchos, aunque no por todos, de los que conforman el mundo hispánico. Y tampoco estoy insinuando que el nacionalismo panhispánico sea en sí mismo algo malo. Desde mi punto de vista la valoración ética o política de un movimiento nacionalista, sea cual sea (panhispánico, español o gallego), debe fundamentarse en el examen cuidadoso del modelo de sociedad que propone», aclara del Valle.

«Volviendo a la euforia: es innegable la creciente popularidad del español como lengua extranjera, hecho del cual nos hemos beneficiado profesionalmente muchos, y su visibilidad social al ser una de las lenguas habituales de muchos hispanos. Por cierto, en EE.UU. se da el mismo tipo de desplazamiento discursivo al que hacía referencia hace un momento: la creciente prominencia de la población hispana genera, entre ciertos sectores de la sociedad americana, ansiedades que se expresan a través de la exigencia de la oficialización del inglés. Curiosamente cuando se afirman cosas tales como “el español conquista EE.UU.” se perpetra el mismo tipo de distorsión que caracteriza el lenguaje de la extrema derecha estadounidense», me comenta del Valle.

Está claro que la utilización del idioma por parte de la política puede dar a un mismo hecho una doble explicación. ¿No será que los hablantes son más sensatos que ciertas autoridades y legisladores de la lengua?

«Yo diría que son más serenos, que la interacción cotidiana entre la gente tiene poco que ver con las polémicas lingüísticas públicas de fuerte carga simbólica, y en las que lo que está en juego trasciende lo puramente lingüístico. La gente sabe perfectamente para qué habla: para comunicarse, para insultarse, para crearse una imagen, para aproximarse o, por el contrario, distanciarse del interlocutor. Me acuerdo de un episodio que viví hace ya unos años, cuando se debatía en Galicia sobre el topónimo A Coruña/La Coruña. En el barrio coruñés de A Gaiteira, donde vivía mi madre, le pregunté a una vecina nuestra, militante de muchos años del Bloque Nacionalista Galego, qué opinaba del asunto y me contestó: «“¡Trapalladas! A xente o que quere é darlle de comer aos fillos”.»

(José del Valle es catedrático de lingüística hispánica en el Graduate Center de CUNY, Nueva York (EE.UU.). Además está afiliado al Programa Doctoral de Lenguas y Literaturas Hispánicas y Luso-Brasileñas, del cual es vicedirector, y al Programa Doctoral de Lingüística. En la actualidad dirige el Centro de Estudios Galegos del Graduate Center. Recibió el título de Licenciado en 1988 en la Universidad de Santiago de Compostela, España; el M. A. en 1990 en SUNY Buffalo y el Ph. D. en 1994 en la Universidad de Georgetown. Fue profesor en las universidades Miami de Ohio y Fordham del Bronx antes de incorporarse a CUNY en el 2002. Fue también profesor visitante en las universidades de Virginia y Princeton.)

3 comentarios

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