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Los voceros voceras de la Academia del Insulto

Los voceros voceras de la Academia del Insulto

 

Menuda la ha liado la ministra de Igualdad con su ocurrencia de llamar miembras a las miembras de no sé qué institución. Dicen los que dicen que saben de esto —nuestros queridos puristas y académicos de pro—, que a la miembra del gobierno se le ha notado la vena feminista en demasía, y que nadie puede hacer con la lengua su santa voluntad; que hasta ahí podríamos llegar; que para eso ya están ellos, los salvaguardas del idioma correcto y de la pureza lingüística tradicional.

El caso es que, aprovechando que la ministra ha pedido a la Real Academia que admita el nuevo palabro en su diccionario (ándese con ojo, ministra, que no sabe usted bien con quién se las gasta en estos asuntos), han sido varios los escritores y académicos de la lengua en acudir a los periódicos para negar la corrección del término miembra, al que, como poco, han calificado de «aberración» y «burrada». Así, y según recoge el diario El País, para Fernando Savater, Juan Manuel de Prada y Javier Marías, decir miembra es una «estupidez», una «sandez» y una «muestra de feminismo salvaje». Magnífica lección gramatical, sí señor; y elegante, sobre todo elegante.

Bastaría con haberle contestado a la ministra que la misión de la Academia no es establecer qué palabras pueden o no pueden entrar en el diccionario, sino que su labor consiste en recoger las que realmente se emplean: con esta declaración tan simple habría sido suficiente, y todo ello sin ni siquiera entrar en disquisiciones morfológicas, que esa es otra. Pero no, había que dejar claro con algún que otro improperio —dedicados sobre todo a las odiosas feministas y a las ministras incautas— que nadie puede cambiar la lengua a su antojo, y mucho menos sin contar antes con la aquiescencia de la Academia y la de sus oráculos de la corrección. Y aquí es justo donde se equivocan estos críticos; y lo hacen tanto en el fondo como en las formas.

Porque, guste o no, cualquiera, incluidos los ministros, puede usar las palabras que le resulten más adecuadas, incluso aunque estas voces sean un puro invento, como es el caso; de la misma forma que también cualquiera es libre de rechazar las que le parezcan absurdas o agramaticales. Vaya, que si yo estoy empleando la voz miembra en este artículo es porque no le veo nada malo a la palabra —salvo su novedad—, pero no por ello fuerzo a nadie a seguir mi ejemplo. Comprendo, además, que habrá quien se ría o se sonría (siempre lo nuevo resulta extraño e incluso chocante), pero de ahí a caer en la grosería, la ordinariez y la descalificación personal, como han hecho algunos académicos, escritores y periodistas, va todo un mundo.

Especialmente grosero con la ministra se ha mostrado el hasta hace poco vicedirector de la Real Academia Española, Gregorio Salvador, en su tiempo dialectólogo y hoy en día portavoz ideológico de la RAE. Siempre presto a la gresca lingüística, y haciendo gala de su habitual estilo guerrillero, Salvador también ha tachado de «estupidez» el uso de la voz miembra, a la par que ha llamado «estúpidos e ignorantes» a quienes osan emplear esta palabra. Para rematar tan moderada intervención ante la prensa, Gregorio Salvador ha recomendado a Bibiana Aído que «escriba a la RAE si quiere que el término se incluya en el diccionario»; que escriba y que luego espere bien sentadita, claro está, porque como ha enfatizado el propio Salvador, «siempre tenemos locos que escriben a la Academia pidiendo cosas peregrinas». En otras palabras, que la Real Academia Española admitirá a las miembras cuando las ranas críen pelo.

Lo curioso de esta historia es que no sería nada raro que los batracios acabaran luciendo melena (algo bastante común en asuntos lingüísticos), y bien podría ocurrir que Gregorio Salvador y compañía tuvieran que envainarse sus comentarios, tal y como hicieron los que en su día despotricaron contra médicas, arquitectas, juezas, presidentas, fiscalas, concejalas, modistos y azafatos; por poner sólo algunos ejemplos de voces inusuales en su momento, pero ya admitidas —aunque de muy mala gana— por la RAE, que comprueba con indisimulado enfado cómo la gente las emplea con normalidad, a pesar de que ella misma las condenara en un principio.

Así parece reconocerlo el segundo Salvador de nuestra historia, el también lingüista y académico Salvador Gutiérrez, quien —admitiendo el matiz feminista del término miembra, pero recordando el abecé de la profesión lingüística— ha afirmado que «la última palabra la tiene siempre el pueblo», y que si alguien introduce un cambio y el cambio es admitido por el pueblo, pues sanseacabó. Bien dicho: así es como dirime este tipo de disputas un verdadero estudioso de la lengua; y este es el mensaje de sensatez y mesura que divulga un auténtico lingüista para fomentar el respeto mutuo entre todos los hablantes. De ahí que sea tan necesario que el concepto de corrección lingüística no quede en manos de puristas gruñones, periodistas malhablados y escritores oportunistas.

Quizás les parezca curioso que dos lingüistas como Salvador Gutiérrez y Gregorio Salvador puedan abrigar ideas y actitudes tan diferentes sobre el mismo tema, especialmente si tenemos en cuenta que ambos son, además, miembros de la Real Academia Española. Pero todo se torna diáfano si recordamos que Salvador Gutiérrez es un científico de prestigio que lleva sólo unos meses en la institución; al contrario que Gregorio Salvador, que es uno de los miembros más veteranos de la RAE. Se hace evidente que el virus academicista todavía no ha tenido tiempo de dañar el intelecto de Salvador Gutiérrez, mientras que el sistema neuronal de Gregorio Salvador está ya irremediablemente perdido, y de ahí que pierda su objetividad científica con la misma asiduidad con la que pierde la educación y los modales.

Porque, no satisfecho con tachar de ignorantes, locos, tontos y estúpidos a quienes tengan la osadía de usar su lengua como mejor les venga en gana, (por cierto, ministra, infórmese un poquito mejor antes de meterse en estos berenjenales), el vocero más voceras de la RAE ha llegado incluso a recriminar la labor gubernamental de Bibiana Aído, a quien ha pedido que «se deje de bromas y se ocupe de resolver problemas de desigualdad preocupantes que hay en España, como las dificultades que tienen los padres en algunas comunidades para que sus hijos estudien castellano». Y chúpate esa, ministra; que nada hay mejor para cosechar aplausos en el ruedo ibérico que mezclar churras feministas con merinas catalanistas.

Sin embargo, y ya puestos a exigir responsabilidades, la ministra de Igualdad debería hacer eso mismo con la RAE, un organismo pagado con el dinero de todos cuyas señas de identidad son el conservadurismo, el machismo y la endogamia (y ahora también la chulería y el mal gusto, por lo que hemos podido leer en la prensa). Quizás ha llegado ya el momento de que el Estado tome medidas para evitar que en la institución estatal encargada de recoger los usos más habituales de nuestra lengua, científicos del lenguaje de la talla de Salvador Gutiérrez tengan que compartir asiento con escritores pepesabidillos metidos a gramáticos, filólogos trasnochados con delirios ultras y algún que otro amiguete despistado y suertudo que pasaba por allí. Alguna excepción hay entre tanta medianía lingüística, caso de Salvador Gutiérrez, Manuel Seco, Ignacio Bosque o Francisco Rico; pero eso es lo irónicamente grave, que los lingüistas sean las excepciones en una academia de la lengua.

Por lo tanto —y en vez de pedirle a la RAE que incluya tal o cual palabro en el diccionario—, lo primerito que debería hacer la ministra de Igualdad es exigirles a los académicos que expliquen y aclaren cuáles son los méritos necesarios para convertirse en tales. Quién sabe, quizás así los estúpidos, los locos y los ignorantes que creemos que otro mundo y otra Academia son posibles llegaríamos a entender que en una institución lingüística compuesta por 46 miembros sólo haya tres mujeres, tres solitarias miembras que además ni siquiera son lingüistas. Y esto último es lo que hace que la bancada académica resulte definitivamente grotesca.

Resumiendo, que el Estado financie corporaciones patriarcales y endogámicas como nuestra Real Academia del Insulto es tanto o más bochornoso y denunciable que el que a una ministra bisoña le dé por decir miembra, cancillera o ujiera. Esto último puede provocar la risa floja durante algunos días, pero lo primero causa una vergüenza tan permanente y un sonrojo tan duradero que uno se pregunta cuándo tendremos un gobierno con la sensatez necesaria para modificar de una vez los Estatutos de la Real Academia Española. Porque ya va siendo hora de que en la principal institución normativa de nuestra lengua estén sentados los verdaderos estudiosos del idioma —sean hombres o mujeres—, y no cualquier sobrino de su tío elegido por el igualitario método del dedazo: y esta sí que es una tarea digna de un ministerio de Igualdad. Ya les digo, ojalá ese gobierno llegue algún día y ojalá sepa devolverle a la Academia de la Lengua el cariz científico que nunca ha tenido. Los lingüistas lo celebraríamos; y las lingüistas imagino que todavía más.

Luis Carlos Díaz Salgado (sociolingüista)

Sevilla, 12 de junio del 2008

6 comentarios

Anisótropo -

Otra cosa: ¿Por qué no nos ponemos de acuerdo en introducir en nuestros escritos, siempre que sea posible, la palabra "miembra" sin un matiz enfático ni peyorativo (es decir, sin ponerla entre comillas ni en cursiva) para ver si finalmente no les queda otra a los académicos de la RAE que incluirla en su querido y puro diccionario y así la gente se da cuanta, finalmente, que la RAE no dicta nuestra lengua?

No temáis por hacer el ridículo: seguro que la mayoría se lo toman como una ironía (total, la mayoría no saben ni para qué se usan las comillas ;-).

Sería una especie de "Google bombing".

Ahí queda la propuesta. Si funciona, me voy a reir mucho cuando la RAE tenga que incluirla y todo salga en los periódicos. Bueno, quizás sueño demasiado.

Anisótropo -

Creo que mejor no se puede explicar. Coincido completamente.

Me llama mucho la atención cómo la inmensa mayoría de la gente en este país --incluidos amigos periodistas que tengo-- piense que el significado de las palabras lo dicta la famosa RAE.

Y luego tachamos de ignorantes a los estadounidenses. Al menos ellos tienen claro que un diccionario se debe limitar a recoger el uso del idioma (cosa que no impide que existan manuales de estilo que recomienden ciertos usos sobre otros).

Lucía Azores Hernández -

Este es el primer artículo que leo sobre este tema con el que comparto hasta la última coma. Cuando tenemos ante nosotros un debate abierto sobre una cuestión determinada, creemos que la dialéctica hará evolucionar la discusión hasta ahondar en la raíz de manera natural; tristemente descubrimos que lo que suele suceder es lo contrario: se deforma, se detiene en lo epidérmico, en lo anecdótico, que en resumidas cuentas coincide con lo deseado institulcionalmente (¿por qué será?. Es cierto que la anécdota abre el debate: miembros-miembras, se puede estar de acuerdo o no, pero lo abre para que se evolucione en su desarrollo, para que profundice en su significado, no para que se insulte y, por ende, se desvíe el debate de lo esencial, de lo que nos atañe a todos: el supuesto carácter democrático de la Academia (aún le concedo el don de la mayúscula), quién regla las condiciones del lenguaje, qué legitimidad encuentra y sobre la base de qué. Son éstas las verdaderas preguntas que debemos tener presentes, que lejos de ofender a nadie lo que buscan es la mejora de una institución.
Enhorabuena por darnos estos grandes minutos de lectura en los que se incide en lo relevante, por mucho que moleste a consagrados estamentos.
Lucía

Ana GSOM -

/El problema es inventarse terminos nuevos para discriminar. "Miembros" es un término neutro que ya incluye ambos géneros./
Yo creo que en ciertos casos es válido hacerlo (aunque éste no sea uno de ellos). Si, por ejemplo, una institución agrupa personas de ambos géneros, pero en determinado momento sólo se habla de la parte femenina que la integra, sería válido el uso de la palabra "miembras", no para discriminar si no para diferenciar. No creo que el nuevo término quite riqueza al vocabulario si sustituye a expresiones como "miembros femeninos".

José Luis -

El problema es inventarse terminos nuevos para discriminar. "Miembros" es un término neutro que ya incluye ambos géneros. ¿Qué necesidad hay de separar más todavía ambos géneros buscando nuevos términos que los diferencien? Ninguna.
Puede estar bien que se generalicen términos como alumnado (alumnos y alumnas), ciudadanía (ciudadanos y ciudadanas)... ¿tendría sentido hablar de alumnado y alumnada o de ciudadanía y ciudadanío? Mucho me temo que no.

Alfa Segovia de Stanley -

Hola Don Luis Carlos Díaz Salgado:
Le escribo desde Uruguay, lugar donde también se usan términos masculinos y femeninos con la finalidad de "quedar bien" políticamente.
Es muy común que nuestros gobernantes rioplatenses empleen:"uruguayas y uruguayos",-les falta orientales y orientalas- todavía no se animaron- "argentinas y argentinos", y demás cuestiones de género- falta de génera- válgame Dios.
Incluso una de nuestras ministras dijo este lindo trabalenguas para referirse enfáticamente a la participación de los uruguayos: "todos y todas, sobre todo todas"
Quizás la Real Academia debería enviar algún comunicado para aclarar que el género masculino podría haberse llamado de otro modo, por ejemplo: A y el femenino: B; en ese caso, no habría conflicto.
Cordiales saludos,
Alfa