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Especies editoriales en extinción: Manifiesto de los Correctores de Español

Al hilo de los efectos que ha tenido en la prensa en español la sistemática sustitución de los correctores profesionales por herramientas de corrección automática, Juan José García Posada comenta en un artículo de El Colombiano titulado «Correctores corruptores»:

Fiarse de los programas de corrección automática es un error grave en el que se incurre en los medios periodísticos si se obra con la pretensión de agilizar el tiempo de entrega de textos. Algo similar sucede con los traductores computarizados. Unos y otros cometen equivocaciones fatales. En la memoria de un corrector electrónico pueden caber todos los diccionarios. Pero carece de la intuición, la capacidad de asociación y la facultad de análisis lógico necesarias para decidir en determinados casos cuáles son el vocablo, la frase, la expresión correctos.

Sirven estas palabras como prolegómeno de un texto que lleva ya casi nueve meses divulgándose por la Red, que suma ya más de 8000 adhesiones en La Página del Idioma Español y que es una muestra más del desgarrador canto del cisne que entona un colectivo de profesionales de la cultura escrita absurdamente condenado a la extinción: el Manifiesto de los Correctores de Español. Un canto del cisne que trasciende lenguas, culturas y fronteras y que adquiere una cadencia angustiada en la voz de Sophie Brissaud, desolada en la de Pablo Valle o levemente esperanzada en la de Silvia Senz. En cualquier caso, un tono grave y reflexivo en todos estos acentos, porque la desaparición de estos valedores del idioma, muletas del escritor/traductor, puntales del editor y defensores del lector tiene una trascendencia en la calidad de lo escrito, el buen uso de la lengua y la transmisión cultural que no puede equipararse con el ocaso de otros oficios. Así lo señala García Posada cuando concluye:

Parece como si ese Manifiesto portara la voz de otro gremio que clama en el desierto. No obstante, el reconocimiento del carácter esencial del corrector en todo proceso editorial es al mismo tiempo la aceptación de que el texto se exponga al escrutinio del lector, al control legítimo de legibilidad, inteligibilidad, claridad y dignidad de todo aquello que se escriba para el público. Con todo y la tecnología, es preciso reivindicar la respetable función del corrector.

Por supuesto que el primer corrector debe ser el propio autor: Si el redactor no relee, no verifica, no corrige, pierde el derecho a reclamar por los errores cometidos. Y si en lugar de admitir que su escrito sea leído y verificado por un corrector experto y confiable que actúa como lector calificado y exigente, prefiere dejárselo al programa de corrección automática del computador, no sólo está permitiendo que su producción intelectual caiga en manos de un corruptor, sino que está poniendo en peligro su credibilidad y la del medio periodístico.


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