«Por la dignidad del corrector»
Resulta tan extraño encontrar en los medios palabras de elogio y apoyo al papel del corrector, que forzosamente esta bitácora ha de recogerlas en su integridad y agradecerlas de todo corazón.
Ojalá las instituciones que supuestamente se encargan de velar por la lengua española tuvieran con los baluartes del idioma que somos los correctores de español un gesto comparable al que tuvo Màrius Serra en La Vanguardia o ha tenido ahora Miguel Ángel Román en Libro de Notas.
Por la dignidad del corrector
28.02.06
El pasado 23 de febrero saltaba a esta bitácora un enlace sin comentarios, humilde, lejos de las ostentosas y estentóreas polémicas que cruzan como fugaces destellos el firmamento de la información. El mismo (aún andará por el margen derecho de nuestra primera plana) refería a un Manifiesto de los Correctores de Español. Desde esa página perdida en el océano internético un grupo de profesionales “como la copa de un pino” reclaman un derecho que la ignorancia les viene negando: el de elevar su rancio oficio a la categoría de profesión reconocida, moderna, titulada, reglada y avalada por una formación coherente y acreditable.
El corrector es un sujeto oscuro al que uno le coge cierto asco. A nadie que se dedique a juntar letras le apetece que tras parir con esfuerzo una frase que contiene un sublime mensaje expresado en geniales términos, le sea devuelta esposada bajo la acusación de flagrante error de concordancia, anorexia de signos de puntuación y bulimia de adverbios, firmando la denuncia alguien que ha tomado nuestro texto con un distanciamiento emocional que no habríamos sospechado en un ser dotado de alma.
Sin embargo, tras haber disparado tiros en ambas trincheras (tres si contamos la de lector, que no es banal) no puedo sino defender y ensalzar la labor de estos peritos de la lengua.
Como lector irredento me extasío en ocasiones ante la perfección estructural mostrada en las construcciones sintácticas de los grandes de nuestra literatura, las mismas citas que luego enarbolan los académicos para tirarnos de las orejas y plantarnos el ejemplificador texto ante nuestras nescientes narizotas, sentenciando: “así se escribe el español”. Y en ocasiones me he llegado a preguntar ¿qué porcentaje del poderío léxico y gramático de Galdós, Borges, Azorín, Rulfo o Larra fue tal cual cincelado por sus plumas y cuánto fue, sin desdoro suyo, bruñido por la inestimable profesionalidad de sus anónimos correctores de texto y estilo?
¿Cuántos barbarismos fueron naturalizados, cuántas redundancias desterradas, cuántos calcos maquillados y laísmos normalizados por estos profesionales antes de constituirse en gemas engarzadas en las joyas de nuestra literatura? Me temo –o más bien celebro– que muchos más de los que la mitomanía quisiera reconocer.
El idioma es un tesoro, una herencia de incalculable valor acrisolada durante siglos y que constituye, por encima de la etnia, la historia y aun de la geografía, la más íntima amalgama de un pueblo. Los hablantes del español, que nos contamos por centenares de millones, haríamos bien en formar una guardia pretoriana diestra en el manejo del diccionario, experta en las añagazas de la gramática, leal a los dictados académicos, profesionales dignos –en reconocimiento y salario– que velen por la pureza lingüística de nuestros testimonios orales y escritos y confiárselos antes de echarlos a volar hechos una germanía descoyuntada e ininteligible.
Por todo esto, y más argumentos que sería ocioso presentar aquí, estampé mi apoyo virtual al pie del enlace antes citado. Tal vez, y al precio baldío que están estos respaldos cibernéticos, sirva solo testimonialmente, pero mi conciencia no me permitía salir de allí sin dejar mi registro.
3 comentarios
Mercedes Casey -
Vera Cristina Varela -
Concha -
Gracias por esta iniciativa. Me ha llevado hasta aquí el boletín La palabra del día y os aseguro que, aunque sólo sea por la corrección de los textos, no dejaré de entrar en esta bitácora. Sin embargo, hay algo que no me ha gustado en uno de vuestros comentarios, y es el uso de frases como éstas: Sólo somos correctores, nada más que correctores, simples correctores". Aunque sé que responden a una ironía, no hay nada peor que descalificarse a uno mismo, aunque sea en broma. Lo que uno cree, lo proyecta y esa es la imagen que da a los demás. Comencemos por creernos la importancia de nuestro trabajo, puede que si abandonamos el victimismo nos vaya mucho mejor, e ¡incluso nos paguen más!