Ediciones, sorpresas y carreras
El uno de febrero, esta misma bitácora se hacía eco de las palabras de Jesús Badenes , director general de librerías del grupo Planeta, sobre lo desconocidos que eran los escritores de best-sellers de ahora y lo conocidos que eran los de antes. Bueno, señores, yo no sé si es que antes nacían, no con el pan, sino con el contrato bajo el brazo o si su relación desde pequeños con el mundo de la cultura era, según Badenes, determinante; la verdad es que nunca se me había ocurrido. Lo cierto es que los desconocidos tampoco lo son tanto, al menos a mi entender.
El fenómeno boca-oreja, andar de boca en boca o como se quiera llamar existe y existió, pero es como en todo: primero va la moda y luego los amigos que nos lo recomiendan. Aunque es cierto que siempre hay —gracias al cielo no somos tan previsibles— algo que se escapa a toda regla y triunfa o fracasa sin que nadie de márquetin o mercadotecnia, de sociología, de riesgo económico ni de psicología de masas logre explicarlo.
La sombra del viento bien pudo ser una sorpresa para sus editores, que quizá a pesar del premio no esperaban tantas ventas ni que el libro se vendiera en el extranjero —y es que hoy en día hablar de un best-seller o un superventas es hablar de cifras millonarias de ventas, en una competición de cien metros lisos, y no de fondo, entre millones de aspirantes, porque se publica todo—. El libro tiene un comienzo precioso y ensoñador; si uno ama los libros, además, no puede evitar enamorarse de ese muchacho y de ese mundo en donde un libro te elige en una biblioteca con la que todos hemos soñado y ambos os pertenecéis el uno al otro hasta que la muerte os separe. Pero ni el libro se mantiene en este estilo ni esto es una crítica de libros. El caso es que en 1993 Ruiz Zafón fue ganador del premio Edebé con El príncipe de la niebla, novela destinada a un público juvenil. Escribió, dirigidos al mismo público, El palacio de la media noche, Las luces de septiembre y Marina. Por cierto, todas de intriga y un amor no muy típico. Ah, y mucha maldad. Léanlos, o lean alguno de ellos; si eligen El palacio de la media noche encontrarán un cierto personaje inmortal y pirómano, ¿les recuerda a alguien? Bueno, a lo que íbamos; en el 2001, Carlos Ruiz Zafón queda finalista del premio Fernando Lara con La sombra del viento. Vaya, no me parece que hablemos de un desconocido que publica su primera obra en una pequeña editorial.
Conste que he elegido a este autor porque me he leído su best-seller y sus libros, que saqué para mi hija de la biblioteca municipal, a la que por cierto le han encantado. No sé si será así con los demás desconocidos, me figuro que sí. Si no recuerdo mal, antes de que La hermandad de la Sábana Santa o La biblia de barro hicieran de Julia Navarro una superventas o bestsellariana —¿se puede, al estilo de la redonda de pizzería?—, ya había publicado libros como Nosotros, la transición, Entre Felipe y Aznar, 1982-1996, Señora Presidenta...
Digo todo esto para que no piensen los pobres autores inéditos que tener un libro circulando gracias a una gran editorial y llegar a tan extenso público es así de fácil: España es ahora la tierra de las oportunidades; uno llega, escribe, manda el original y hala, a otro libro, mariposa. Bueno, pues no. De esos sueños que nos intentan vender, uno entre un millón (a lo mejor Dan Brown es ese uno), pero no creo yo que a Carlos Ruiz Zafón, a Julia Navarro y a tantos más que se quedan por el camino, o que no se quedan, que simplemente llegan a otro público, haya que quitarles el mérito de su trabajo y su persistencia.
El último premio Ramon Llull lo ha ganado Màrius Serra —¿conocen Verbalia?— con Farsa, que ya está en catalán, pero que no aparecerá en castellano hasta septiembre. El pasado veintidós de marzo, en La Vanguardia, Jordi Galves reseñaba el libro y resumía así el tema de la novela:
Intentaré resumir lo que esta novela quiere decir. En plena celebración de los fastos del denominado Fòrum de les Cultures se quiere agasajar a un grupo incontrolado de inmigrantes sin papeles que pretendía encerrarse en el museo del Barça hasta lograr regularizar su situación. Uno de ellos, significativamente «un moro», acabará tras una rocambolesca peripecia formando parte de un número de prestidigitación de un mago henchido de vanidad, el Gran Morelli, quien le transformará en la quintaesencia del cliché del buen inmigrante: catalanohablante, con acento de Osona, que conoce el Virolai y Els segadors, viste como un empleado de La Caixa, posee Visa y Mastercard, carnets del RACC, del Caprabo, del Barça y de Amics del Zoo. El lector percibe de inmediato que lo que se nos cuenta es una astracanada, una exageración a partir de una realidad muy concreta.
No sé ustedes, pero yo estoy deseando que se publique en castellano. Lo publicará Planeta, la misma editorial que publicó La sombra del viento. A lo mejor se llevan una sorpresa, a pesar del premio; a lo mejor no, quién sabe. Quizá digan que era un desconocido.
Si los editores tuvieran más tiempo para leer, cribar, elegir... para ser editores y no sólo empresarios, que también, quizá no se llevarían tantas sorpresas porque de la línea de meta no partirían tantísimos y la carrera sería de fondo, como venía siendo y como algunos editores independientes intentan mantener. Y claro, así no haría falta dopaje.
Ana Lorenzo (Rivas Vaciamadrid, España)
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