En la casa del náhuatl
El año que está por terminar trajo, entre tantas cosas, el anuncio hecho por el alcalde de la ciudad de México, Marcelo Ebrard, sobre su decisión de incluir la enseñanza obligatoria del náhuatl en el sistema de educación primaria local. En esta nota argumento que la medida no es viable en el aspecto material y que es dudosa en el cultural. También sugiero una alternativa práctica y necesaria: la enseñanza de etimologías nahuas.
El 2 de mayo de 2007, Marcelo Ebrard instituyó el Consejo de los Pueblos y Barrios Originarios del Distrito Federal, una iniciativa amplia para “integrar las etnias al futuro de la ciudad”. Lo que más ha llamado la atención de la iniciativa es la “recuperación” del náhuatl, la lingua franca de Mesoamérica hasta aproximadamente finales del siglo xvi, cuando las crisis demográficas de los pueblos indígenas pusieron a las lenguas autóctonas en la vía de la extinción. En el plan de Ebrard, un punto fundamental es la decisión de enseñar el idioma en las escuelas de la ciudad. Aunque parecería que la propuesta llega incluso a ofrecer carreras universitarias bilingües, el proyecto empezaría en el año lectivo 2008-2009, con cursos de náhuatl en las escuelas primarias.
Ahora bien, la idea de fomentar el uso del náhuatl no es nueva y, para no ir más lejos, este mismo año fue abordada desde muy pronto. Aparte del estudio académico de las lenguas indígenas, que siempre ha sido un campo muy activo en el país (el ejemplo más conspicuo es el Seminario de Cultura Náhuatl, fundado por Miguel León Portilla), el uso cotidiano del náhuatl contemporáneo no ha dejado nunca de recibir atención. En preparatorias de zonas rurales de la ciudad se imparte náhuatl como materia optativa. En algunos de los centros de enseñanza popular llamados casas de cultura se ofrecen clases baratas y eminentemente prácticas. En la Universidad Nacional Autónoma de México se imparten cursos de comprensión de náhuatl a la par de los cursos de comprensión de lenguas modernas, como inglés, francés, alemán o italiano.
No es, pues, novedosa ni extraña una iniciativa de fomento del náhuatl. Lo que sucede en este caso es que, como es lo habitual tratándose de ucases, el anuncio formal de Ebrard ha polarizado opiniones, las cuales se han fundado más en simpatías y antipatías políticas que en argumentos pertinentes a la materia. No ha sido gratuito, pues el propio discurso del alcalde ha colocado el tema en un contexto político. Se justifica el estudio obligatorio de náhuatl en las primarias como gesto de reivindicación de los grupos nahuas del valle de México, como algo que se les debiera de mucho tiempo. A grandes sectores de la izquierda mexicana (como de otros lados) les gusta el papel oficioso de defensores de oprimidos, y ¿quiénes más oprimidos que los indígenas y sus lenguas?
El náhuatl está más vivo y es más vigente de lo que parece a primera vista. Le falta articulación, difusión, canales. También voluntad política, sí, y aún corre peligro, pues sólo lo habla un uno por ciento de la población de la ciudad. Pero si la medimos con el interés y la disposición de la gente, no se trata de un objeto arqueológico que tenga que ser desenterrado y “rescatado” del olvido. Entonces, lo nuevo del proyecto de Ebrard es lo elefantiásico. Según cifras de la Secretaría de Educación Pública, en la ciudad de México hay casi un millón de estudiantes de primaria. ¿Se va a enseñar náhuatl a tantos estudiantes? ¿Quién lo hará? ¿Los jóvenes diplomados en lenguas indígenas, siempre insuficientes? ¿Los maestros de primaria, que saben tan poco idioma? Cualquiera que sea la decisión, y cómo se hará para que funcione, falta saber cuánto va a costar. ¿Saldrá el dinero del presupuesto del Consejo de los Pueblos y Barrios Originarios del Distrito Federal? ¿De la Secretaría de Educación Pública? ¿Se pondrá todo a punto para empezar a impartir las clases el próximo verano? Tiene el aspecto de ser un proyecto dispendioso y condenado al fracaso.
Lo anterior es apenas un esbozo de los aspectos materiales. Falta todavía contemplar el lado cultural. El espacio mental del náhuatl es diferente del nuestro. La visión del mundo de quien piensa en náhuatl es otra y no es nada fácil empaparse de ella. Además, el náhuatl sufre el fenómeno común de las lenguas marginales, a saber, la falta de un vocabulario contemporáneo. ¿Cómo se piensa suplir eso? ¿Se pretende que los niños aprendan la lengua clásica, digamos, la lengua histórica? ¿O se espera que aprendan el insuficiente náhuatl moderno, que los propios indígenas han acercado tenazmente al español hasta casi convertirlo en un híbrido de las dos hablas?
Todo esto no significa que la idea no tenga nada rescatable. Como dice el propio Marcelo Ebrard, “hay que ver el náhuatl como una lengua viva”. Viene a cuento aquí citar un acontecimiento editorial y cultural ejemplar. Con el patrocinio de la Universidad de México y del propio gobierno de la ciudad, se acaba de presentar el Diccionario del náhuatl en el español de México, coordinado por Carlos Montemayor, que se repartirá en buena parte de la zona nahua del país (Guerrero, Hidalgo, Morelos, Puebla y Veracruz, aparte de la ciudad de México). El diccionario recoge unos dos mil nahuatlismos vigentes en el habla cotidiana de la región. La obra recuerda que el español de México tiene un gran caudal nahua. Recuerda también que nuestra toponimia es nahua. Ese camino es el único viable, al menos por ahora.
Nuestra lengua, que es como decir nuestra casa, nuestra patria, tiene buena parte de nahua. La toponimia es copiosa. Si se me permite hablar en primera persona, vivo a dos calles de la avenida Cuahutémoc. En mi casa, miro por la ventana de la cocina la sierra del Ajusco y si me asomo por la ventana de la recámara de mi hijo, el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl. Llego a la universidad por el metro Copilco o, si voy por la superficie, recorro Cuahutémoc, paso por Xoco y por Coyoacán. Al norte de la ciudad está Naucalpan, al poniente, Azcapozalco, y al oriente Iztacalco. Al sur Churubusco y más allá, Xochimilco, Tláhuac. Las principales avenidas de la vieja Tenochtitlán siguen siendo vías transitadísimas: Tacuba, Tlalpan, Iztapalapa. No me extiendo ni hablaré, aunque se me antoja, de chocolates, atoles, tamales y demás suculencias cotidianas. Lo que importa aquí es que estas palabras son una presencia al mismo tiempo poderosa y fantasmal. Su vigor muestra lo recia que puede ser un habla fundada en una cultura grande; pero también nos pasan ante los ojos como cosa dada, despegada de su origen puramente americano.
Por ahora, esto es lo que hay que aprender y lo que hay que enseñar en las escuelas: el náhuatl del español, sus usos y sentidos. Las etimologías nahuas del español. No será suficiente para que el náhuatl sea una lengua general de comunicación ni tampoco le ganará muchos titulares a las autoridades. ¿Pero hay alguien por estos días que de verdad se pueda imaginar a los mexicanos hablándose en náhuatl? Ni siquiera hay, con toda honestidad, quien pueda imaginar que llegue alguna vez ese momento. Por ahora, es viable, barato y provechoso incorporar las etimologías nahuas como materia de los programas oficiales. No se necesita capacitar a nadie para impartirlas y bien podemos omitir, pragmáticos, las dificultades que plantea la fonética.
Por ahora. Después, el destino del náhuatl, lo mismo que el destino del español, dependerá de lo bien que todos nosotros sepamos morar y demorarnos en la casa de nuestra lengua.
Javier Dávila (ciudad de México)
3 comentarios
gustavo -
De San Miguel Tzinacapan, Cuetzalan para el mundo.
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Silvia Senz -
Ana Lorenzo -
Gracias. Un beso.