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La nueva RAE, un espejismo de representatividad, neutralidad ideológica, laboriosidad y modernidad, 13: De leales servidores de Franco a caballeros del rey

La nueva RAE, un espejismo de representatividad, neutralidad ideológica, laboriosidad y modernidad, 13: De leales servidores de Franco a caballeros del rey

[Entrada precedente de esta serie: aquí.]

Si se lee lo que la Academia dice de sí misma en relación con su papel en el periodo franquista cualquiera diría que ejerció una resistencia heroica que, de haber sido cierta, sin duda habría enviado a sus miembros al presidio o al exilio, o los hubiese, cuando menos, condenado al ostracismo. De este jaez es la versión oficial sobre la destitución de Ramón Menéndez Pidal como director de la RAE tras la contienda civil española, en 1939 (cargo que no recuperaría hasta 1947), y su sustitución por el escritor José María Pemán, que ocupaba el cargo de facto desde 1937; cese forzado que en la historia de la institución escrita por Alonso Zamora Vicente se califica de "voluntario apartamiento" (p. 464).

Pero más engañosa aún fue la versión que, de este y otros hechos, dio el director de la RAE, Pedro Laín Entralgo, en un artículo titulado "La Academia y las dos Españas", publicado en El País el 01/12/1983, donde afirmaba lo siguiente:


[...] la Academia por antonomasia ha sido la única institución de la vida pública española que en su régimen propio ha sabido desconocer la diferencia entre españoles vencedores y españoles vencidos. Que canten los hechos. Como consecuencia de la guerra civil, cuatro académicos de número, el político Niceto Alcalá Zamora, el naturalista Ignacio Bolívar, el físico Blas Cabrera y el filólogo Tomás Navarro Tomás, y tres académicos electos, Antonio Machado, Ramón Pérez de Ayala y Salvador de Madariaga, españoles vencidos todos ellos, tuvieron que optar por el exilio; a los cuales pueden ser añadidos Ramón Menéndez Pidal y Gregorio Marañón, que, voluntariamente evadidos de la zona republicana durante la contienda, sólo años más tarde juzgaron prudente volver a España. Pues bien: ninguno perdió su derecho en el seno de la Academia, ninguno produjo vacante en sus listas. Los sillones ocupados de hecho por los que no pudieron o no quisieron volver [...] los siguieron hasta su muerte, y a ellos sucedieron y de ellos hicieron el elogio reglamentario, en sus respectivos discursos de ingreso, los que sólo a su muerte fueron elegidos [...]. La misma actitud ha mantenido la Academia en la provisión de vacantes a partir de 1939. Distantes todos de los españoles vencedores, inequívocamente fieles, algunos, a su nunca ocultada condición de españoles vencidos, sucesivamente han ingresado en su recinto Gómez Moreno, Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre, Julio Rey Pastor, Rafael Lapesa, Julián Marías, Antonio Rodríguez Moñino, Antonio Buero Vallejo... Más nombres podrían añadirse. Y mientras siga viva en nuestra sociedad la huella de la contienda fratricida, nunca la aceptará en su conducta la Real Academia Española. En esa misma línea debe verse la renuncia de Pemán a la dirección de ella, cuando Menéndez Pidal regresó a España; porque esa decisión no fue solamente motivada por los méritos insuperables de don Ramón, también porque había sido la guerra civil la que impidió a éste, la permanencia en el desempeño del cargo. No será inoportuno mencionar aquí que don Ramón, a quien tanto parecía venerarse, fue vejado en más de una ocasión por el Gobierno de Franco. [...]


La vergonzosa falta a la verdad de las palabras de Pedro Laín motivaron, por alusiones, la siguiente y contundente réplica del nieto de don Ramón, el filólogo Diego Catalán Menéndez Pidal, publicada el 17/01/1984 en el mismo periódico con el elocuente título "Depuración en la Real Academia Española":



Un reciente artículo de Pedro Laín sobre la tolerancia de la Real Academia Española durante los tiempos menos tolerantes de la España franquista, junto con afirmaciones difundidas por Julio Rodríguez Puértolas en un manual de literatura de amplia difusión, me obligan a recordar un pequeño hecho histórico sobre las relaciones de Ramón Menéndez Pidal, mi abuelo, con la media España que venció a la otra media en 1939. Cuando regresó de un temporal y disimulado exilio a reunirse con su familia (que había quedado en España, en parte forzadamente, en parte voluntariamente), perdió su centro de trabajo -el Centro de Estudios Históricos, que fue suprimido y sustituido por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas- y se refugió en su actividad de investigador en su casa de Chamartín. Los tribunales de depuración por los que pasó (llegó a tener su cuenta de banco intervenida) no le quitaron, es cierto, su puesto de académico; pero una comisión de la Academia, presidida por don Julio Casares, fue a San Rafael (Segovia) para pedirle su dimisión como presidente de la misma. La carta que en esa ocasión escribió a sus colegas de la Academia no fue siquiera leída públicamente en la corporación, como él había pedido. Sólo años después, cuando el régimen fue evolucionando hacia una mayor aceptación de los disidentes, volvería a ocupar la presidencia de la Academia (diciembre de 1947) y a asistir a las reuniones de la misma.


Valga recordar, además, que José María Pemán, el académico que ocupó la presidencia de la RAE durante casi todo el periodo comprendido entre 1937 y 1947 (año en que Menéndez Pidal recuperó el cargo), había participado activamente en las purgas académicas que había sufrido, entre muchos otros, Menéndez Pidal. Vale la pena leer lo que se dice al respecto en las páginas 60 y siguientes de La destrucción de la ciencia en España: depuración universitaria en el franquismo (Luis E. Otero Carvajal, Mirta Núñez Díaz-Balart; Editorial Complutense, 2006). Pero habla por sí misma la Circular de 7 de diciembre de 1936 (publicada en BOE n.º 52, Burgos, 10/12/1936) emitida por el propio Pemán en calidad de Presidente de la Comisión de Cultura y Enseñanza y dirigida a los Vocales de las Comisiones Depuradoras de Instrucción Pública, en la que se los arenga y se les da consignas sobre la forma de llevar a cabo la depuración del personal docente, poniendo como ejemplo de institución de la máxima peligrosidad a la Institución Libre de Enseñanza:


Innecesario resulta hacer presente a los señores Vocales de las Comisiones depuradoras de personal docente la trascendencia de la sagrada misión que hoy tienen en sus manos. Con pensar que la perspectiva del resurgir de una España mejor de la que hemos venido contemplando estos años, está en razón directa de la justicia y escrupulosidad que pongan en la depuración del Magisterio en todos sus grados, está dicho todo.

El carácter de la depuración que hoy se persigue no es solo punitivo, sino también preventivo. Es necesario garantizar a a los españoles, que con las armas en la mano y sin regateos de sacrificios y sangre salvan la causa de la civilización, que no se volverá a tolerar, ni menos a proteger y subvencionar a los envenenadores del alma popular, primeros y mayores responsables de todos los crímenes y destrucciones que sobrecogen al mundo y han sembrado de duelo la mayoría de los hogares honrados de España. No compete a las Comisiones depuradoras el aplicar las penas que los Códigos señalan a los autores por inducción, por estar reservada esta facultad a los tribunales de justicia, pero sí proponer la separación inexorable de sus funciones magistrales de cuantos directa o indirectamente han contribuido a sostener y propagar a los partidos, ideario e instituciones del llamado «Frente Popular». Los individuos que integran esas hordas revolucionarias, cuyos desmanes tanto espanto causan, son sencillamente los hijos espirituales de catedráticos y profesores que, a través de instituciones como la llamada «Libre de Enseñanza», forjaron generaciones incrédulas y anárquicas. Si se quiere hacer fructífera la sangre de nuestros mártires es preciso combatir resueltamente el sistema seguido desde hace más de un siglo de honrar y enaltecer a los inspiradores del mal, mientras se reservaban los castigos para las masas víctimas de sus engaños.
Tres propuestas pueden formular las Comisiones depuradoras, conforme a la Orden de 10 de noviembre; a saber: l.º Libre absolución para aquellos que puestos en entredicho hayan desvanecido los cargos de haber cooperado directa o indirectamente a la formación del ambiente revolucionario. 2.º Traslado para aquellos que, siendo profesional y moralmente intachables, hayan simpatizado con los titulados partidos nacionalistas vasco, catalán, navarro, gallego, etc., sin haber tenido participación directa ni indirecta con la subversión comunista-separatista, y 3.º Separación definitiva del servicio para todos los que hayan militado en los partidos del «Frente Popular» o Sociedades secretas, muy especialmente con posterioridad a la revolución de octubre y de un modo general, los que perteneciendo o no o esas agrupaciones hayan simpatizado con ellas u orientado su enseñanza o actuación profesional en el mismo sentido disolvente que las informa.


A este Pemán le concedió el rey Juan Carlos en 1981 el título de Caballero de la Insigne Orden del Toisón de Oro, que suena a título de Tintín pero que en realidad es la máxima distinción que concede la corona. Este mismo año ha sido también ortorgada, por "su servicio a España y a la Corona y, sobre todo, su labor a favor de la unidad de la lengua española", a otro director de la RAE: Víctor García de la Concha (cf. Real Decreto 47/2010, de 22 de enero), gran impulsor del neopanhispanismo académico por encomienda real; un galardón que los lingüistas José del Valle y Luis Gabriel-Steeman profetizaron así:


La Real Academia de la Lengua parece haber entendido a la perfección el poder legitimador y simbólico del Rey. Es ahora más “Real” que nunca. Víctor García de la Concha no ha dejado de invocar a Su Majestad para justificar la misión de su institución y para fortalecer la imagen del compromiso de España con la armonía panhispánica: “Desde diciembre de 1998, la RAE no hace nada sin consultar con las restantes academias, tal y como me encargó el rey Juan Carlos cuando fui elegido director” (El País 07/09/2000). La relación de don Víctor con el Rey parece discurrir por productivas sendas. Recientemente, en una entrevista concedida a El País, el Director de la RAE hizo un sugerente comentario humorístico: “Hasta comienzos de siglo todos los directores de la Academia fueron Toisón de Oro. Le he dicho al Rey que a ver si restaura la tradición” (El País 04/06/2000). El Toisón, antigua orden de caballería presidida por el Rey de España, evoca reveladoramente las estructuras de poder y la distribución de legitimidad lingüística tal como han sido imaginadas por las instituciones culturales. La unidad del reino, salvaguardada por la figura del Rey, refleja la unidad de la cultura hispánica que la lengua encarna. Del mismo modo que el monarca, haciendo uso de sus prerrogativas, cumpliendo con su responsabilidad, arma caballeros a los más honrados, valientes y diestros de entre sus súbditos, así la Corona española arma a los miembros de la nobleza lingüística que quedan declarados verdaderos campeones de la causa. Se materializa así, literalmente, la “aristocracia en la plazuela” que Ortega reclamaba metafóricamente y que García de la Concha invoca con tanto fervor. Como los caballeros en la corte del Rey Arturo, la nobleza lingüística se sienta en torno a una tabla redonda. La Real Academia Española y las academias latinoamericanas, revestidas del reconocimiento Real, también se sientan en círculo, “codo con codo”, posando para un retrato de perfecta igualdad y armonioso diálogo. [José del Valle y Luis Gabriel-Steeman: «“Codo con codo”: la comunidad hispánica», en José del Valle y Luis Gabriel-Steeman (eds.): La batalla del idioma. La intelectualidad hispánica ante la lengua, Vervuert-Iberoamericana, 2004, p. 251.]




Silvia Senz



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