Lengua, estandarización y construcción nacional
Presentamos uno de los diversos casos que demuestran que, en lo que respecta a la construcción existosa de una nación y de su lengua nacional, puede más la voluntad férrea y sostenida de un pueblo (unidad a menudo culturalmente heterogénea) y la pericia y el acierto de sus planificadores y legisladores lingüísticos que cualquier otra consideración aparentemente de más peso, como el pasado histórico, la realidad sociolingüística o la evidencia científica. Si la nación (y la pannación) es siempre un constructo, la lengua que la identifica puede igualmente ser (re)construida; de hecho, toda forma de estandarización linguística no es más que una (re)construcción idiomática con fines primordialmente políticos e identitarios. La historia de la codificación del castellano y de su elevación a lengua común así lo demuestran, y la revitalización del nacionalismo panhispánico, paralela al cambio normativo académico, nos da nuevas pruebas de ello.
Tomen, de paso, nota del caso noruego los que se escandalizan con los procesos de planificación y oficialización de las mal llamadas «lenguas de España» e incluso con los casos de segregación lingüística en el seno de alguna de ellas; si eso les parece una situación conflictiva y sin futuro, tengan por seguro que las hay peores y aun así sostienen un Estado viable. A fin de cuentas, la construcción de la nación es un proceso siempre conflictivo e inconcluso, incluso en los casos de éxito; una sociedad perpetuamente cambiante e ideológicamente plural así lo impone. Lo único que cabe cuestionar no es la existencia de una nación que se afirma como tal o aquello que configura sus señas de identidad, sino, como decía José del Valle, los valores que subyacen al proyecto de comunidad que propone.
Los noruegos perdieron su independencia en el siglo XV y pasaron a formar parte del reino de Dinamarca. Previamente, tuvieron una lengua propia y altamente desarrollada, que había sido usada durante la Edad Media. Pero después, tras la conquista, fueron perdiendo gradualmente su lengua. El danés se convirtió en la lengua de la alta cultura en Noruega, y también en la lengua de las clases altas noruegas. En consecuencia, un noruego solía escribir danés y pronunciarlo a la manera noruega. Esta diferencia entre escribir correctamente en danés y pronunciar en noruego fue sin lugar a dudas más complicada y remota que la discrepancia entre saber la ortografía correcta del inglés y pronunciarlo. Al contrario, incluso con la ortografía correcta del danés, el noruego estaba mucho más cerca de la ortografía que el inglés o el francés. (Por supuesto, en muy pocas lenguas pueden ir a la par, porque la pronunciación cambia muy rápidamente, y la escritura no puede ser reformada y removida cada siete años.)
En los inicios del siglo XIX los noruegos comenzaron de nuevo a pensar en ellos mismos como nación independiente. Como el siglo progresó, la ideología nacionalista noruega llegó a un momento en el alguien cayó en la cuenta de que era necesaria la ayuda de una lengua para hacer más conspicua y eficiente la idea de una nación separada. Aquí podemos esperar encontrar el síndrome urdu —esta vez, cambiando la ortografía del danés como si fuera hablada por los noruegos para hacerla el vehículo oficial de Noruega, introduciendo palabras de la lengua vernácula, adaptando declinaciones gramaticales para aproximarlas a la lengua hablada, haciendo la pronunciación más llamativamente noruega, y así sucesivamente. En ese momento escritores como Ibsen contribuyeron definitivamente a ‘norueguizar’ su danés, pero moderadamente, ya que no querían perder su público mayor, que era el danés.
Una persona llamada Ivar Aasen pensó que este no era el mejor modo de crear una identidad noruega. Así que construyó una nueva lengua, que él denominó ‘Landsmål’, esto es, ‘la lengua del pueblo’. La construyó realizando una síntesis de los diferentes dialectos noruegos más bien occidentales que él consideraba reliquias de la vieja y auténtica lengua noruega e introduciendo rasgos del noruego medieval escrito. Hizo una nueva lengua del mismo modo que Gottchalk, y Lutero antes que él, hicieron el Hochdeutsch, o del mismo modo que Lomonosov hizo el ruso (aunque, en efecto, Lomonosov sólo introdujo una mayor sistematización en el ruso). Pero Ivar Aasen creó una lengua casi completamente nueva en el sentido de que su nueva lengua escrita estándar no se parecía a ninguno de los dialectos en los que se había basado para hacer su lengua.
Todo esto podría haber sido tomado por la elite noruega como una simple curiosidad, algo sin importancia, el juego de un mero filólogo. Algo así sucedió en Escocia, donde un grupo de escritores liderados por el poeta Hugh McDiarmid construyó un escocés sintético que nunca llegó a obtener mucho respaldo o apoyo de la población o la elite escocesa.
Ivan Aasen, sin embargo, fue extremadamente exitoso reclutando pequeños núcleos de intelectuales. Gradualmente su lengua se convirtió en un hecho social y muy poderoso entre los políticos noruegos. Obtuvo incluso más apoyo después de 1905, cuando Noruega se separó por la fuerza de Suecia. Desde entonces, el caso del Landsmål contra la lengua más antigua no ha devenido sólo un asunto de discusión libre entre intelectuales, filólogos y profesores de lengua, sino más bien un asunto de conflicto político. Varios cientos de horas de discusión y de páginas se han dedicado a la rivalidad entre las lenguas. El estado ha creado todo tipo de comités para decidir qué tipo de lengua debería emplearse.
A finales de los 30, el estado noruego creó un comité que creó una tercera lengua que ellos denominaron Samnorsk —‘noruego unido’— tomando elementos del Riksmål (la antigua lengua Dano-Noruega) que era la lengua de la mayoría, y uniéndolos con elementos del Landsmål, la lengua de Aasen. Un comité formado por dos profesores universitarios, dos políticos y un cura discutió acerca de cómo deberían ser los verbos, cómo debería estructurarse la pronunciación, qué ortografía debería ser aprendida por los niños, y cosas así. Pero antes de que ellos empezaran a tener éxito, la II Guerra Mundial los interrumpió y vino el gobierno de Quisling, que era además más radical en esto que el gobierno anterior.
Desde la guerra, el debate ha continuado; así pues, desde 1907, el noruego ha sido reformado al menos siete veces en lo que se refiere a la ortografía. Ningún noruego sabe hoy con precisión qué lengua debería ser usada y cómo deberían ser escritas las palabras. Los estudiantes universitarios tienen que ser capaces de expresarse en las dos lenguas. Pero cada una de esas lenguas, debido a la proliferación de comités gubernamentales, tiene ahora al menos tres o cinco variedades. Así que existe una variante moderada, una menos moderada, una radical, etc., para cada una de las dos lenguas oficiales de Noruega.
Los comités noruegos han cambiado incluso los nombres de las lenguas. El antiguo Riksmål es ahora llamado oficialmente Bokmål, es decir, ‘la lengua del libro’. Y la otra es llamada Nynorsk, es decir, ‘nuevo noruego’. Si abres el periódico conservador de Oslo, el Aftenposten, estás leyendo una lengua; si abres el periódico de tendencia socialdemócrata, el Dagbladet, estás ante otra. Se ha convertido en un candente asunto político porque, casi inmediatamente después de la I Guerra Mundial, la nueva lengua —esto es, la nueva ‘antidanesa’, anti-alta sociedad, la naturaleza nacional de la identidad— fue apoyada por el partido laborista, que la hizo ir más allá de lo cultural.
La situación hoy es absolutamente desconcertante. He aquí una nación que estaba por ser planificada deliberadamente, con una determinada identidad que, construida deliberadamente, debía ser emparejada con una determinada lengua. Como la lengua no existía, la inventaron. En el momento en el que quisieron llevar algo de paz a esa rota sociedad, el gobierno no tuvo mejor idea que reunir a un comité para formar una tercera lengua, con el fin de dar a la nación un vehículo unificado. Pero hoy en día nadie emplea en Noruega una “lengua común noruega”, y el conflicto lingüístico continúa encolerizando con intensidad intermitente.
Pregunte a un noruego cuántas lenguas conocen, y le dirá: “doce: sueco, danés y diez noruegas”.
[El caso del noruego está detallado en el clásico libro de Einar Haugen, Language Conflict and Language Planning: The Case of Modern Norwegian (1966).]
Itamar Even-Zohar (2007 [1985]): «Conflicto lingüístico e identidad nacional» (trad. de Jorge Mojarro Romero).
Silvia Senz
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