¿Qué entendemos por nación y por nacionalismo lingüístico?
Un comentario de Demetrio Gómez a la entrada precedente nos da pie para aclarar los conceptos de nación y de nacionalismo que manejamos en las notas de este blog sobre asuntos glotopolíticos.
Partiendo del enfoque de B. Anderson (2005) y de la concepción performativa introducida por Bhabha (1990), la idea de nación podría entenderse como la creencia asumida por grupos sociales (e incluso culturales) heterogéneos de pertenecer a una misma comunidad, a la que llegan inducidos por la difusión de un constructo identificador1 que les sirve de elemento cohesivo y marco de referencia para concebirse, distinguirse y actuar como grupo compacto. Un constructo, por otra parte, que, aun cuando se asuma como un axioma, no deja de estar sujeto al conflicto constante que causan sus propias contradicciones y su oposición a los valores y definiciones de los grupos que quedan marginados por la idea hegemónica de nación, y que resulta, por ello, inherentemente inestable y necesariamente recreable.
El hecho de que el lenguaje humano (verbal y no verbal) sea un potentísimo indicador de pertenencia cultural, junto al potencial del código escrito como forma de condensación, delimitación y representación en un solo cuerpo formal de hablas filogenéticamente muy afines, convierten a la lengua en uno de los principales elementos —a veces, en el único— de construcción de una identidad compartida por grupos sociales diversos.
A diferencia de otros identificadores como la raza, el territorio, la religión o la clase social, la lengua tiene, por una parte, la enorme ventaja de no ser necesariamente excluyente —la comunidad que se identifica por lo que considera una lengua compartida puede también aprender otras lenguas e incluso incorporarlas a su identidad—, y, por otra, la desventaja de verse sujeta al efecto disgregador del cambio lingüístico, dado el carácter inexorablemente evolutivo que tiene el lenguaje y que no tienen —o no al mismo ritmo— la raza, el territorio, la clase social y la religión. No obstante, cuando el nacionalismo que toma como base la lengua (nacionalismo lingüístico) se combina con el unitarismo político y el uniformismo lingüístico, es decir, cuando el nacionalismo lingüístico tiene un cariz expansionista y glotofágico, la lengua seleccionada como nacional se convierte en la única lengua políticamente avalada, socialmente digna y difundida, y con ello económicamente rentable en las comunidades del territorio que ocupa la nación, aun cuando no sea la nativa de todos sus ciudadanos.
Según la visión que tenga de las lenguas (especialmente de la que representa a la nación) y según su modo de mover la lengua nacional en el tablero político, el nacionalismo lingüístico puede revestir formas muy diversas, que pueden darse incluso de manera combinada. Puede ser:
1. Defensivo-conservacionista, si su fin es proteger y preservar un determinado patrimonio cultural (caso de los nacionalismos de todas aquellas comunidades culturales amenazadas por la expansión de otras).
2. Irredentista, si lo que se pretende es rescatar territorios y poblaciones perdidas, que se consideran propias por razones históricas y lingüísticas (caso, en cierto modo, del nacionalismo vasco).
3. Segregacionista, si su objetivo es distinguirse de otro grupo nacional culturalmente muy afín (caso del blaverismo2 valenciano).
4. Pluralista jerárquico, si lo que se defiende es un marco político (autonómico o federal) donde coexitan las diversas lenguas y culturas territoriales, pero constituyendo una de ellas como lengua común (generalmente, la del poder central), de tal modo que —salvo conflicto con políticas de revitalización y conservación de lenguas minorizadas—3 se conceda a sus hablantes el privilegio de hacer uso de su lengua en todo el Estado en virtud de la atribución del principio jurídico de personalidad, que garantiza al individuo determinados servicios públicos en su lengua independientemente del lugar donde se encuentre. En contrapartida, los hablantes de las lenguas no seleccionadas como lengua común —generalmente minorizadas a consecuencia de una acción política de aculturación y homogeneización— verán restringidos sus derechos lingüísticos a la recepción de servicios públicos en su lengua exclusivamente en su territorio de origen, en virtud del principio jurídico de territorialidad. Este es el tipo de marco político que rige, por ejemplo, en España. Cabe decir que esta situación es particularmente conflictiva y acaba resultando en un proceso enlentecido de homogeneización, en el que la lengua que cuenta con el apoyo político del poder central va desplazando, por una acción combinada de política y mercado, al resto de lenguas de un modo mucho más taimado —por lo imperceptible— que una política de persecución manifiesta. En cierto modo, el nacionalismo pluralista jerárquico es la coartada perfecta del nacionalismo ofensivo-expansionista para aniquilar al «otro».
5. Pluralista igualitarista, si su fin es defender un tipo de organización política de tipo confederal donde las diversas lenguas y culturas vernáculas coexistan en igualdad de condiciones (caso de los nacionalismos gallego y especialmente catalán).
6. Ofensivo-expansionista, si su intención es anexionarse nuevos territorios y expandir su lengua y cultura a otras comunidades culturales, bien erradicando las formas de vida, la cultura y, por ende, las lenguas autóctonas, bien marginándolas y minorizándolas. De existir un sentimiento nacional en los pueblos de los territorios anexionados, incluso se puede promover o forzar a la adopción de la identidad dominadora y al abandono de la propia.
En este último caso, en lo que respecta a la lengua, el nacionalismo ofensivo-expansivo parte de tres premisas ideológicas (Moreno Cabrera, 2008 : 109):
1. La primera es la del carácter intrínsecamente superior de la lengua nacional.
2. La segunda es el carácter políticamente unificador de la lengua nacional.
3. La tercera consiste en suponer que, una vez desaparecido el Imperio, se puede mantener la lengua como inductora de un imperio espiritual, que a su vez permite legitimar el mantenimiento del imperio económico, facilitando, dentro del bloque idiomático, un movimiento internacional de capital real y de capital simbólico (lo que incluye la lengua y la cultura, igualmente transformables en bienes tangibles), particularmente beneficioso para la metrópoli.
El nacionalismo español pertenece a esta última categoría, y la tercera premisa citada fundamentó, en el siglo XIX, el giro hispanoamericanista del nacionalismo español, la ideología de la unidad del idioma y el actual golpe de timón de la política lingüística de la RAE y la Asale hacia el polimorfismo normativo y hacia un largamente reclamado consenso interinstitucional.
1 Esto es, una elaboración de su imagen colectiva constituida por una serie de principios, conceptos, mitos y símbolos, sustentados algunos de ellos en rasgos compartidos como la lengua, la religión, el territorio, la raza, la clase social, el pasado histórico o las tradiciones culturales.
2 Denominación con la que se conoce el movimiento social regionalista que, desde las postrimerías del franquismo —y merced a una serie de complicidades políticas, económicas y periodísticas—, convierte el anticatalanismo en un elemento de movilización e instrumentaliza la defensa de la lengua valenciana, no sólo como denominación local de las variedades del catalán del antiguo Reino de Valencia, sino sobre todo como lengua que se pretende distinta de la catalana. El movimiento blaverista es el responsable de la Real Acadèmia de Cultura Valenciana (real sin contar con el apoyo oficial de la Corona [actualización en comentarios, infra]), que ha creado y usa su propio estándar, distinto del estándar oficial del valenciano de la Acadèmia Valenciana de la Llengua, continuista este del estándar catalán y reconocedor de la unidad de la lengua (Acadèmica Valenciana de la Llengua, 2006: 12-15; en línea), lo que ha desencadenado una confrontación abierta entre ambos organismos.
3 Caso de la inmersión lingüística en catalán en el sistema de educación primaria de Cataluña.
Silvia Senz
3 comentarios
Silvia Senz -
Jesús: tomo nota (de nuevo). Gracias
Demetrio Gómez -
Indo ao tema: sigo mantendo que, do meu ponto de vista, a definición que dades do "nacionalismo pluralista igualitarista" e do "ofensivo expansionista" corresponden a referentes de características contrarias e, xa que logo, deberían nomearse con palabras diferentes.
Eu gosto dos termos "nacionalismo" para o primeiro e "imperialismo" para o segundo.
Un saúdo
Jesús -
«En 1986, la Academia fue aceptada en el Instituto de España como una academia asociada. En 1991, el rey Juan Carlos I, le concedió el título de Real, por lo que la entidad fue reconocida y denominada a partir de entonces Real Academia de Cultura Valenciana, nombre con el que consta actualmente en el Instituto de España.»