Diversidad lingüística hispanoamericana, español como recurso económico y políticas lingüísticas institucionales
Como profesional de la lengua española y de la edición, hace tiempo que me interesa analizar el escollo que supone la variedad lingüística del español a quienes explotan el ERE (español como recurso económico).
Nótese que cuando hablo de español como recurso económico me refiero básicamente a:
* Servicios lingüísticos: planificación lingüística, servicios lexicográficos, documentación, terminología y traducción.
* Enseñanza de español para extranjeros.
* Productos editoriales para la enseñanza del español.
* Tecnologías de la lengua.
* Audiovisual.
* Música.
Y cuando hablo de escollo me refiero a los esfuerzos de localización de estos productos que obliga a realizar la demanda de los consumidores o de los estudiantes extranjeros de español en cada lugar.
Estos esfuerzos de adecuación lingüístico-cultural al consumidor suponen al productor no sólo una mayor inversión de recursos, sino —lo que es más grave en un mundo globalizado— la imposibilidad de crear empresas transnacionales con mercados amplios.
Para superar este inconveniente se están poniendo en marcha ciertas iniciativas encaminadas a crear acuerdos iberoamericanos que permitan desarrollar estándares de diversa índole. En el ámbito de la enseñanza del español a extranjeros y la edición de materiales educativos se han dado los primeros pasos para crear un sistema de certificación internacional del español. Según palabras de Jaime Otero, del Real Instituto Elcano, «Los sistemas de certificación de las competencias lingüísticas tienen una gran importancia no sólo por sus repercusiones económicas en el caso de aquellos idiomas que dan lugar a una industria de la enseñanza de lengua extranjera, sino también como elemento esencial de política lingüística, al contribuir a codificar una variedad común que permite mantener la función comunicativa del idioma y por tanto la unidad lingüística». Sin embargo, de momento, su desarrollo parece centrarse sólo en criterios de evaluación de contenidos y gestión de las acreditaciones, pero no en lo que resultaría primordial: decidir qué lengua enseña y evalúa este sistema unitario.
Aunque se ha puesto en evidencia la conveniencia de enseñar un modelo unitario de lengua, en referencia a los que se usan en la enseñanza a extranjeros de otras lenguas (francés e inglés), y se han hecho propuestas para conjugar las diversas variantes del español en el aula de ELE, decidir qué español enseñar es una labor que topa con múltiples suspicacias nacionales, infraestructuras económicas preexistentes e intereses institucionales, y que resulta tremendamente difícil de abordar. Veamos sólo algunos:
1. De forma general, reticencia de los propios hablantes/consumidores a aceptar una variante estándar, que ven como una artificio extraño e impuesto y un desplazamiento intolerable de su variante natural.
2. Particularmente, en el caso de los estudiantes extranjeros de español, necesidad de aprender un español que les permita tanto comunicarse internacionalmente como desenvolverse en el país hispanoamericano donde aprenden español y residen. (Una necesidad muy difícil de cubrir, por cierto.)
3. Desarrollo, en los países señera de la cultura española (Argentina y México, en especial) de sus propios planes y certificaciones de enseñanza de ELE. Las respuestas, por parte de las instituciones argentinas dedicadas a la enseñanza del español, al sistema internacional de certificación de ELE propuesto por el Instituto Cervantes en el Congreso Internacional de la Lengua Española celebrado en el 2004 en Rosario han sido muy cautas y muy exigentes. Seguramente no quieren perder así como así la buena posición que les deparan sus acuerdos con Brasil, y en un futuro con Paraguay y Uruguay. Tampoco quieren —y razones fundamentadas tienen para ello— que un sistema internacional de certificación suponga la imposición de un modelo ajeno a la diversidad lingüística del español de América y de las lenguas de Hispanoamérica.
(Subterráneamente, sigue cociendo el caldo de cultivo del rechazo y la crítica abierta al nuevo imperialismo económico de España en América, a la hegemonía del español como lengua única (en España o en América), al modelo de norma española basado en la lengua culta castellana, a la supeditación de las academias americanas de la lengua a las directrices españolas, y al panhispanismo que exhibe la RAE.)
4. Creación, paralela a la propuesta del sistema internacional y único de certificación de ELE (que supuestamente implicaría un modelo de lengua común), de todo tipo de instituciones internacionales de estudio de la lengua española y centros de referencia mundial de ELE en Castilla-León, La Rioja —comunidad cuyo presidente integra el patronato de la Fundéu, junto al presidente del Instituto Cervantes, entre otras autoridades relacionadas con la políitica lingüístico-cultural de España— y Cantabria (España). En estos centros, que cuentan con el apoyo de miembros destacados de la cúpula académica española e hispanoamericana, se vende el castellano como modelo de prestigio en la enseñanza de ELE.
Estas son las instituciones y centros aludidos:
* El Centro Internacional de Investigación de la Lengua Castellana (CIILE) en San Millán de la Cogolla (La Rioja).
* El Centro Internacional de Estudios Superiores del Español (CIESE) de Comillas (Cantabria, España), cuya papel en la proyección del español y la cultura española en los EUA empieza a evidenciarse.
* La Fundación de la Lengua Española (Castilla-León, España).
* El Plan del Español para Extranjeros de Castilla y León (España), cuyo objetivo es convertir esta comunidad en referente mundial en la enseñanza y la defensa del español.
* El Instituto Castellano y Leonés de la Lengua (España) y sus cursos de español de negocios para extranjeros.
* La amplísima oferta de la Universidad de La Rioja (cuna del español) de cursos, posgrados y maestrías virtuales de formación de expertos en didáctica del español para extranjeros.
5. Aparente renuencia de la RAE a elaborar un modelo estándar de lengua, que sin duda la haría muy impopular en América. Hay que decir que, como estándar, serviría la lengua culta (modelo de lengua normativa), en concreto una lengua culta hispánica general. La RAE (y las academias asociadas), como única autoridad lingüística con capacidad prescriptiva, podría aplicarse a la labor de establecer esa norma común si no fuera porque los académicos han dejado completamente de lado su labor normativizadora. La obra académica reciente ya no prescribe (el prescriptivismo ya no se lleva), sino que recomienda (lo que significa dejar la lengua al libre albedrío de cada hablante); por si fuera poco, se contradice a sí misma, y no establece criterios claros de adaptación o grafía de extranjerismos.
En cuanto a los textos académicos básicos, la ortografía, que Lázaro Carreter consideraba garantía de la unidad de la lengua, es, a decir de muchos, lamentable, y aún no hay nueva gramática.
Por lo que se refiere a la necesaria labor de regulación terminológica pendiente, apenas se ha puesto en marcha el trabajo en lenguas de especialidad, que de momento sólo desarrolla en España el organismo catalán Termcat. Hoy por hoy, la RAE ha centrado su tarea lexicográfica en la compilación de unos usos que no acaba de regular.
Eso sí, cualquier paso que dé la Real Academia Española, cualquier presencia académica (o real) en los medios aparece siempre encabezada por una política panhispánica de unidad en la diversidad de resultados lingüísticos poco tangibles —si no hay norma unitaria, no hay lengua común y no hay, por tanto, unidad— y de dudosos fines, que proyecta no pocas sombras, pero que resulta muy útil para guardar las formas en cuanto a corrección política, en una época en que el negocio del español precisa la aplicación de una cuidada estrategia diplomática dentro y fuera de España .
Precisamente —siendo esta una bitácora de correctores y editores de texto— esa dejación tan jipi de la labor normativa de la RAE («Dejemos que la lengua fluya») no sólo tienen parte de responsabilidad en la caída en desgracia de la tarea de corrección lingüística —siendo como es sumamente necesaria por muchas razones que en otra ocasión comentaré—, sino que pone en entredicho la necesidad misma de una academia de la lengua.
Silvia Senz (Sabadell, Cataluña, España)
(Artículos relacionados:
«Norma, libros de estilo, cultura escrita y monopolios lingüísticos»
«El expolio del oro de las palabras. La rebelión brasileña contra los corsarios del idioma, y otros acontecimientos de la mercantilización del español, a pie de página»)
21 comentarios
Melissa -
karen marin -
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jose carlos alvarez rimirez -
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Opino que puede perfectamente coexistir todo: negocios territoriales que exploten los diversos patrimonios culturales y variantes lingüísticas iberamericanos; negocios turísticos y editoriales que los respalden; acuerdos internacionales para crear estándares útiles para el desarrollo de tecnología, certificaciones y lo que sea en español... Todo lo que haga falta para crear riqueza en los países hispanohablantes, siempre y cuando quienes desarrollan la labor puramente lingüística, en ciertos casos con dinero público: 1) no monopolicen el negocio; 2) realicen un trabajo dialectológico y normativo paralelo, porque todo tiene su función: las variedades sirven para la comunicación, expresión y creación local; la lengua culta, sobre la base de lo común a todas las lenguas cultas hispanas, para la comunicación internacional y la enseñanza; la lengua de especialidad, para el desarrollo de la ciencia y la tecnología. La paradoja es que las autoridades académicas siguen sin trabajar en serio en esos españoles que el negocio y también las comunidades de hablantes requieren.
Carlos Jiménez Romera -
la n-ésima polémica del Español como Lengua Extranjera
En mi neurosis habitual y cotidiana, que me obliga compaginar en mi labor profesional mi faceta de traductor/corrector/editor con mi faceta de lingüista, siguen enfrentándose dos tendencias: mi anhelo por una norma que establezca claramente lo que es correcto y lo que no, que simplificaría mi vida como editor, y mi convicción (como lingüista y como persona) de que es imposible `poner puertas al campo'.
Después de mi paso por los estudios de lingüística se ha confirmado mi intuición de que la norma es un mal necesario, pero sin olvidar que es un mal, como cualquier intento uniformizador. Una vez que han desaparecido todas las autoridades que nos decían cómo actuar, cómo pensar, cómo votar, sin mayor argumento que la metafísica del bien y del mal, muchas miradas se tornan hacia la Real Academia, porque el común de los mortales sigue
creyendo firmemente que alguien le puede decir cómo debe hablar. Sólo así se explica que el debate sobre el matrimonio homosexual en España derivase en una estéril discusión terminológica donde, asumido el significado, sólo se podía poner en cuestión el significante.
Sobre el problema de la estandarización, en primer lugar, hay que recordar que el legítimo deseo de comunicarse con el mayor número de personas no puede justificar que la mayor parte de los hablantes se sientan culpables por no hablar `bien'; la existencia de una lengua o más bien de un registro culto no puede servir de excusa para marginar.
Por otra parte, es indiscutible que hoy existe un estándar por el que todos los hablantes del castellano nos entendemos; la formalización de dicho estándar para su enseñanza a extranjeros no deja de ser un buen negocio, especialmente si alguien consigue hacerse con el monopolio. Pero situemos el problema en su verdadero contexto: no se trata de un
problema lingüístico, sino económico. Cada cual intenta hacer creer que su opción es la mejor, incluso la única aceptable, para conseguir mayores ingresos económicos, no para fortalecer la lengua como vehículo de comunicación. Si algo une a todos los hispanos del mundo, eso es la preferencia por el dinero fácil frente al trabajo honesto y continuo por el bien común, la lengua en este caso. El Diccionario Panhispánico de Dudas es un ejemplo de lo que se puede hacer a través de la cooperación, pero si de lo que se trata es de sacar ventajas competitivas frente al otro lado del charco, es evidente que la cooperación no sirve... ¿justifica esto la imposición, el despotismo ilustrado?
Y para terminar, recordemos que normalmente la mayoría de los problemas de comunicación se derivan del hecho de que una parte no tiene especial interés en que se le entienda, o de que la otra no tiene especial interés en entender. ¿Habría que unificar toda la jerga de los negocios? ¿Con qué tradición nos quedamos, con la Europea o con la Norteamericana? Si el problema se reduce a establecer una terminología precisa para cada campo de actividad, basta y sobra con una ristra de buenos diccionarios especializados.
carloslesta -
¿Qué peruano podría decir que hable \"español\" cuando en toda la América Indígena, al \"español\" se lo conoce como castilla?
Comencemos por desarmar esas estructuras culturales centralistas, tan caras a la idiosincracia española, y acéptese que el castellano es el nombre de la herramienta que habrá que pulir, dar brillo y esplendor.