Corrijo, luego no existo
No descubro nada si digo que los correctores ya estamos acostumbrados a que no se nos reconozca nuestro trabajo; de hecho, ni nuestro esfuerzo ni nuestros conocimientos suelen verse recompensados de ningún modo. Nos podemos indignar más o menos, podemos maldecir a los grandes grupos editoriales y a los no tan grandes, podemos denunciar el mercantilismo de la cultura y podemos sentir repugnancia ante el negocio que unos cuantos se están montando con la lengua española; son reacciones normales, lo mínimo, creo yo, que se puede esperar de un colectivo que está tan maltratado.
Ahora bien, que otro se arrogue nuestro trabajo, esto ya mosquea bastante más. Y justo esto es lo que me ha pasado a mí con el último libro infame que me ha tocado corregir.
Tras un índice plagado de errores (mayúsculas puestas a boleo y la puntuación más aleatoria que jamás haya visto) me encontré con los «Agradecimientos». Ahí figuraba medio país, la virgen y los santos: tres páginas. Pero lo mejor estaba aún por llegar: «Y a Pepito Pérez, corrector, [...]». Ingenua de mí, pensé que sería una corrección sencilla, puesto que ya había pasado por las manos de Pepito Pérez (este nombre es, obviamente, falso; pero qué más da: también es falso que este texto haya pasado por un corrector, por lo menos, por uno de verdad). Pronto me di cuenta de que aquello que tenía entre manos era un puro bodrio y todavía me pregunto si Pepito Pérez es un completo inepto o simplemente un holograma.
La autora, que es periodista, no sabe escribir, eso para empezar, y tiene la poca vergüenza de entregar a la editorial un texto que no es un original, sino un borrador; eso sí, no tiene ningún reparo en destacar la labor de un tipejo que se supone corrector.
Yo me pregunto qué narices he estado haciendo yo con las más de 400 páginas del librucho en cuestión. ¿Quién ha advertido de los cientos de anacolutos que pululan libremente por el texto gracias a la inestimable labor de Pepito Pérez? ¿Quién ha corregido todos los gerundios de consecuencia, todas las recciones prepositivas incorrectas, todas las faltas de concordancia? ¿Quién ha puesto en su sitio las mayúsculas y minúsculas que Pepito Pérez dejó que camparan a su antojo? ¿Quién ha puntuado todo el texto a fin de que fuera legible? ¿Quién ha acentuado las palabras como les corresponde? ¿Quién ha hecho que ese montón de palabras puestas una detrás de otra puedan llegar a significar algo?
También me pregunto en qué pensaba Pepito Pérez cuando se encontró cosas como «mesas para decorar los platos», «un torno para tamizar», «Via san Giovanni de Dios», «anotaciones en los bordes de un papel», «así como, porque no decirlo el cariño que se pone», «Los manteles y servilletas, eran habitualmente de algodón» o «pidió que no le pusieran monumentos», «y un largo etc.». Engendros como estos los hay a montones, y algunos me llevan a pensar que Pepito Pérez, si es que realmente hizo algo, ni le pasó al texto el corrector de Word («Esta situado en la ciudad», «no sólo por ...., si no también ...»).
En fin, que el lector va a creerse que la autora sabe mucho y que Pepito Pérez es un hacha. ¿Y yo? Yo simplemente no existo.
Montse Alberte, Barcelona (España)
5 comentarios
Agone -
Ten ánimo Montse, otros intentamos que no siempre sea así.
sdsdhjsdhj -
Braulio -
Laura Farina -
Trabajamos todos los días para mejorar algo que pocos de entre los Expertos saben que estaba mal, así que difícilmente te lo van a agradecer; y en su ignorancia seguramente te tildarán de mosca cojonera.
No sé muy bien qué nos mueve: tal vez profesionalidad o tal vez pundonor o amor a los libros; desde luego, no el dinero o el reconocimiento, porque, como sabes, “ser corrector es una profesión donde se pasa fácilmente del anonimato al desprestigio.”
¡Ah! y al autor del primer comentario, ese tal Agone, dile que se pida unos cacahuetes de mi parte, que se los ha ganado ;-)
Laura
Ana Lorenzo -
Un saludo.