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Edición y calidad/Edició i qualitat

Lecciones de lengua, traducción, edición y consumo cultural (a cargo de Javier Marías)

Lecciones de lengua, traducción, edición y consumo cultural (a cargo de Javier Marías)

Ayer, en El País, Javier Marías comentaba así el segundo de dos reportajes (1 y 2, este último puntualizado posteriormente en una carta al director) publicados, respectivamente, en el suplemento Babelia y la sección «Cultura» del diario, acerca del arte invisible de la traducción y de la precariedad laboral que afecta a los traductores de libros. En el más reciente de estos reportajes, «Traducciones crecientes, dinero menguante», se recogían con particular detalle los resultados de un reciente estudio socioprofesional realizado por la ACEtt sobre las condiciones de trabajo de los traductores de libros en España, en la línea del estupendo Libro Blanco de la Traducción en España (reseñado aquí: 1, 2, 3 y 4), que esta misma asociación publicó en 1997 y que aún puede adquirirse solicitándolo en la asociación y consultarse en bibliotecas universitarias.

De lo que denuncia Marías —que no es la primera ni la segunda vez que critica la situación de la traducción y la edición en España— entresaco este párrafo:

Más de una vez he hablado del lamentable estado de nuestra lengua y de nuestras traducciones en particular, de las cuales nos nutrimos tanto o más que de lo escrito en español (¿o es que no son traducción innumerables noticias de prensa y televisión, o los subtítulos de las películas y las series?). Pero es que el círculo vicioso ya está creado, gracias en buena medida a los editores iletrados y avaros: éstos dan el trabajo al más pringado, éste aplica la ley de la jeta y no se molesta en mejorar, los críticos casi nunca enjuician las traducciones, para bien ni para mal, de modo que esos editores a los que se les debería caer la cara de vergüenza por ofrecer productos defectuosos cuando no infames, jamás son reprendidos por nadie ni ven disminuir sus beneficios, como merecerían; y a los lectores, por último, parece darles todo igual, o ya no saben distinguir. Hoy hay muchos que creen estar al día y haber leído a los mejores autores extranjeros, cuando lo único que han leído es un burdo simulacro, patoso y lleno de infidelidades y errores, de lo que originalmente escribieron. Así como uno no compra la leche Tal o los embutidos Cual, la nevera X o el ordenador Z porque sabe que son una porquería, a estas alturas deberíamos ya saber que de la editorial H o V uno jamás debe adquirir un libro traducido. Yo mismo podría darles aquí una pequeña lista, pero esa no es mi misión. Lo sería de los críticos, en primer lugar, y de los propios lectores a continuación. Y sólo así, al cabo del tiempo, podría acabarse con lo que expresaba un veterano traductor en el reportaje mencionado: «Hasta que podamos demostrar que las traducciones, las buenas y las malas, afectan a las ventas, a las editoriales les importarán un comino». Las traducciones también conforman —cada vez más— nuestra lengua, y ésta, francamente, jamás debería importarnos un comino a ninguno de los que la hablamos.

Poco que comentar a esta andanada de Marías. Lo que se dice es lo que hay, bastante lo sabemos. Sólo añadir que todas las asociaciones profesionales que, como ACEtt y Unico, realizan estudios de este tipo, deberían trabajar coordinadamente, compartir datos y experiencias, no en vano todos los profesionales del libro y de la producción textual formamos parte de una misma cadena y estamos a merced de una misma filosofía y una misma política de producción cultural. A estas alturas, el propio Javier Marías debería saber —no ya como traductor que ha sido, sino como autor y editor que es— que una edición esmerada pasa por muchas manos. Como académico de la lengua y flagelo de los malos usos ajenos, Marías debería, además, plantearse si a su libérrima interpretación del léxico y la gramática —puesta en evidencia por sus críticos más feroces— le corresponde un sillón en una institución que supuestamente no persigue ya un ideal lingüístico (pureza) y estilístico (elegancia), basado en modelos ejemplares de la lengua escrita (los doctos y los buenos escritores), sino que tiene como objeto velar por la unidad del idioma, observando el uso diario y recogiendo las manifestaciones comunes y generalizadas en una propuesta de español estandarizado: la norma culta panhispánica.

 Por otra parte, si, como señala Marías, el libro es un producto, es responsabilidad de los lectores reclamar por un producto defectuoso, llevando su queja a las últimas consecuencias. (En esta bitácora ilustraremos en breve sobre los pasos que hay que dar en este sentido.) Atañe sólo al lector exigir a las editoriales servicios de atención al cliente como es debido, reclamar a la crítica valoraciones formales de cada obra, y solicitar a las instituciones culturales y de defensa del consumidor la creación de leyes que amparen estas quejas y de la figura de un defensor del lector de libros, que ponga coto al negocio a costa de la educación y la cultura —del que hemos tenido ejemplos bien recientes precisamente en ese diario en el que escribe Marías.

 

Silvia Senz (Sabadell)

 

 

Lecturas y ediciones recomendables: «El último encuentro», de Sándor Márai

Lecturas y ediciones recomendables: «El último encuentro», de Sándor Márai En varios sitios he leído la información de que los blogs suelen dar recomendaciones de lecturas, que funcionan como un boca a boca, con opinión tan —o más, o menos— autorizada e influyente como la crítica literaria que se lee en publicaciones especializadas o en la sección del diario de turno. Me sorprendió, era una función que no había percibido hasta el momento. Son tantos los blogs y los blogueros, son tan variadas las áreas que se puede cubrir desde ellos… Escribir en un blog es un tema de comunicación por escrito. Sí, se me dirá, pero para esto están también los foros, las listas. No es igual, el blog exige un compromiso diferente, diario y convencido. ¿Compromiso? Sí, compromiso con el otro, con la relación establecida. En los foros, grupos cerrados de interlocutores con gustos similares por una disciplina equis, el compromiso comunicativo es relativo, puedo pasar meses sin decir esta boca es mía, puedo ocultarme detrás de matorrales virtuales y espiar sin ser visto, puedo transformarme en quien no soy; puedo, en definitiva, dejar de decir «este soy» o, mejor, «aquí estoy y este soy». En un blog ese compromiso es la base de la escritura. Este soy y aquí estoy y esto es lo que digo. Como el que tiene boca se equivoca, pues me equivocaré; el riesgo del error es secundario frente al intercambio de tú a tú que me propone este medio (después me agarra el insomnio, y no me suelta, cuando me pongo a repasar las cosas que escribí).

Quería —apenas se trataba de esto— recomendar una vez más la lectura de El último encuentro, del húngaro Sándor Márai. En Ediciones Salamandra, 1.ª edición de noviembre de 1999; 30.ª edición de julio del 2006.

Una novela impecable (188 pp.), de estructura firme. Nada de narradores no fiables al modo de las novelas con personajes adolescentes que no pueden captar el mundo adulto al que asoman porque no tienen los códigos necesarios y nada tampoco de novelas de «alta biografía» (descarto las mayúsculas y uso las comillas por el estupor que me causa el nombre) de que habla Martin Amis en su novela Experiencia. Es la búsqueda humana de la verdad —palabras muy hondas—, en un enfrentamiento entre dos amigos, al cabo de los años.

El autor desarrolla el argumento en un racconto o flash back que escapa a los modos habituales. Sin artificios literarios, de aquellos que exigen al lector una búsqueda denodada de las claves que no siempre están presentes cuando y donde debieran estar. Los personajes son seres completos, con prontuarios sin fisuras; podemos verlos, psíquica, física y moralmente. Y, claro, la historia nos pide un esfuerzo de comprensión y sensibilidad de nuestra parte y nos da a cambio un espejo más, una iluminación que alimenta nuestro espíritu. ¿Qué más se puede pedir a un libro? ¿Que esté bien corregido? Lo está. ¿Que esté bien traducido? Obvio que también, si nos cala tan hondo.

Una recomendación de lectura, cuando es adecuada, da las razones de quien las emite para hacerla. No distrae con el argumento ni con la resolución de la historia que se narra. Habla de estructura, pacto ficcional, punto de vista, esas cosas…

Si después de leerla quieren comentarla, ya saben dónde encontrarme (comunicarnos, comunicarnos, comunicarnos).

Pilar Chargoñia (Montevideo, Uruguay)

De niños y editores

De niños y editores Hoy mi hija tiró un libro al suelo. Hoy también he leído un artículo sobre libros y basura... Los editores continúan quejándose de la falta de lectores, aunque no he visto muchas iniciativas suyas a este respecto, pero siguen lanzando libros y más libros a la palestra.

Pertenezco a un club de lectura. La iniciativa no surgió de ningún editor. Según parece, es una de las iniciativas municipales, creo que de la concejalía de la mujer, como parte del programa de fomento de la autoestima, avance intelectual, etc. y la red de bibliotecas municipales, cuando el programa terminó al cabo de un año, decidió llevarlo adelante en los distintos barrios de la ciudad. En el club de lectura nos dejan los libros un mes y allí nos reunimos para comentar gustos y disgustos, aprender un poco más sobre el libro y quién lo escribió, poner en común sensaciones, opiniones, pasados y presentes en literatura. 

Tenemos mucho cuidado con los libros, pero no resisten demasiado, aunque nos esforzamos por tratarlos bien. 

Muchos de los libros que leemos, aparte de en nuestro club, no nos gustan. Algunos han venido acompañados de bombo y platillo editorial, pero no dejan poso en el lector. Leo todos los libros que lee mi hija y he encontrado en ellos ilustraciones muy hermosas... y faltas de ortografía e incoherencia en la puntuación y el estilo general. 

Me dicen, y veo patente en el resultado final, que los periódicos no emplean ya correctores. 

Y poniéndolo todo junto, digo yo: ¿no deberían los editores quejarse menos y editar mejor? ¿Ofrecer un libro digno, encuadernado de modo que pueda durar y corregido por correctores que conozcan su oficio y bien pagados? 

Quizá es el momento de hacer restructuración en el sector editorial, que queden sólo aquellos que dan al libro la importancia que se merece, los que recuerdan que hubo tiempos en que la gente moría y mataba por un libro, por leerlo y por defenderlo. 

Quizá no sea necesaria tanta cantidad, pero sí que se echa en falta la calidad, el olor y el tacto de un buen libro, que pueda ponerse en la biblioteca porque está bien escrito, se ha corregido bien y merece la pena que lo lean y compartan los que vienen después. 

Mar Rodríguez

Escritores, editores, correctores: hombres del Renacimiento

Escritores, editores, correctores: hombres del Renacimiento

28 de noviembre del 2005

 

La cita* (gracias, V. A.):

 

“El centenario de Madame Bovary ha venido a reactualizar, en cierto modo, la figura de ese escritor singular que fue Gustavo Flaubert. Escritos singulares, si pensamos que nunca autor alguno fue menos favorecido por el propio temperamento. La creación le costaba un trabajo increíble. Las frases no acudían a su pluma. Terminar una página era, para él, una tarea de forzado. Adelantaba lentamente en sus libros, renqueando, sufriendo, protestando, como si cumpliera con una intolerable obligación impuesta por otro. No poseía imaginación verbal. Tenía que rehacerlo todo, tachando, quitando, enderezando párrafos cojos. Y aun cuando daba un manuscrito por terminado, Máximo Du Camp, su íntimo amigo, cazaba en ellos gazapos imperdonables; verdaderas perlas, como cierta ‘excursión marítima’ puesta en la segunda página de La educación sentimental, para calificar... un viaje por el Sena. O aquello de ‘Sonó lentamente el toque de la una’, visto más adelante, en la misma novela, que hacía exclamar al corrector, escandalizado: ‘¿Es que les tomas el pelo a tus lectores? ¿Cómo quieres tú que una sola campanada suene lentamente?...?’”

 

De Alejo Carpentier: El adjetivo y sus arrugas, Buenos Aires: Editorial Galerna, 1980.

 

[*Cita tomada del blog de José Antonio Millán, escritor, editor, experto en... tantas cosas; verdadero y esdrújulo hombre del Renacimiento.]

Ahora que arrecian las críticas, algunas feroces, sobre el estilo de Javier Marías, que ha entrado en la RAE sin necesidad de más votaciones que la primera, me gustaría centrarme, apartando de mí y de todos ustedes el consabido y polémico tema de si deben estar en esta institución tantos escritores o sería mejor que los académicos que son y que están, antes de este vuelco hacia la democratización de la cultura, como si esto fuera una cámara de representación en vez de una entidad de trabajo que elabora normas y publicaciones normativas donde agarrarnos todos los hispanohablantes (no sólo los maestros que corrigen los exámenes de nuestros hijos), se rodearan de lingüistas y expertos como ellos para llevar tan gran obra a cabo —empresa monstruosa por lo grande y cambiante—, me gustaría centrarme, digo, en por qué se le exige a un escritor ser además un sabio de la lengua. No, señor. Un escritor ha de ser un maravilloso creador y sí, por supuesto, la lengua, o las lenguas, que algunos escriben en dos, es su herramienta. Javier Marías crea deliciosas novelas. Yo me declaro una de sus seguidoras. ¿Quién puede resistirse a un escritor que comienza así una narración, con tal abigarramiento de verbos, de tal gala?

“No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola de su propio padre, que estaba en el comedor con parte de la familia y tres invitados.”

Javier Marías: Corazón tan blanco.

 

Que Javier Marías tenga en sus novelas errores de sintaxis, de concordancia, incluso errores de concepto y mal uso de determinados adjetivos, ¿de quién es culpa? Que nadie les engañe: la culpa es de su editor. Si el editor contrata a un buen corrector de estilo, el trabajo de éste consiste precisamente en limpiar el texto de todo eso. El escritor inventa historias, inventa nuevas formas de arrebolar los verbos en la frase y hasta se toma la licencia de saltarse las normas, como ambulancia con sirena puesta, siempre que sea para crear, para ir más allá, para darle a la lengua el alma o el juego que nadie más le ha dado o que ya tantos otros le dieron, pero nunca como él lo ha hecho. Y el corrector, experto en lengua, con un gran respeto por la creatividad, con mucha comprensión de lo creado y mucho amor hacia esos dos entes que en el libro conviven, la lengua correcta y pura que fluye como un río cristalino y claro (aunque a veces no sea tan claro como quisiéramos), la creatividad y la invención que surgen como rápidos alocados que lo aceleran o como remansos que lo aquietan y lo convierten en espejo hasta hacer que se pierda el hilo del riachuelo, trata de no magullar ni a uno ni a otro, de dejarlos en perfecto equilibrio, para que, en el tranquilo transcurrir del río, la voz del escritor surja con fuerza y nada le haga sombras.

Si el editor es bueno, no dejará tirado al escritor, no le dejará en la estacada, ni a él, ni al corrector de estilo, ni al lector. Querrá editar un buen libro, pero no le pedirá peras al olmo: nadie le pediría a él que escribiera sus propios libros por el mero hecho de vivir de ellos, ni al corrector, por dominar esos recovecos de la lengua, que fuera un prolífico Lope de Vega. Atención, que sí que existen, por otra parte, hombres del Renacimiento, que escriben como escritores, corrigen como correctores y editan como editores, y todo de los buenos, pero no todos tenemos tantas capacidades y no tenemos por qué avergonzarnos por ello.

Sin ir más lejos, el otro día, leyendo en Anagrama El mal de Montano, curiosísima novela de Enrique Vila-Matas —me dejó con ganas de releerla enseguida, tanto cambia, tantos hallazgos tiene a lo largo de sus páginas, hasta los nombres y las referencias—, vi varias erratas y lamenté que en una historia donde tan importante es «el hombre solo y sin atributos» aparezca en una frase en dos partes del capítulo un «no podía estar más sólo en aquel paraíso de las Azores»; y no, no lo he leído mal, no lo he entendido mal: es el acento el que sobra.

En El viaje vertical, del mismo autor, en La mejor narrativa, de Salvat Editores, procedente de Editorial Anagrama, aparte de mil erratas, de falta de blancos tras el punto que incomodan la lectura, llega un momento en que el protagonista, Mayol, que se ha escondido en un café por culpa de una tormenta, «sentado en una mesa del Orient-Express mientras observaba con cierto alivio y satisfacción [...] que el temporal de lluvia y viento había arreciado de forma considerable y dentro de muy poco podría salir tranquilamente a la calle. De hecho, apenas llovía ya. [...] Se veían ahora incluso algunos rostros algo agradables. Y una prometedora luz, que emergía de las tinieblas de la tormenta que se batía en retirada [...]». ¿Es ese uso de arreciar culpa del escritor? No, es culpa de su editor, que no ha contratado un corrector, o quizá ha contratado un corrector de primeras pruebas o un corrector de ortotipografía y lo ha zanjado. Pues no señor, se necesitan los dos. Un corrector de estilo es el que va a cambiar ese verbo y va a darle al escritor la posibilidad de elegir otro; le va a indicar que arreciar una tormenta es «hacerse más intensa», no «escampar»; el editor se lo va a comunicar, cuando no son ellos mismos los que se reúnen, y el libro va a ganar para todos. Eso es el trabajo de escribir, de corregir y de editar. No queramos ahora prescindir de ninguno de ellos ni echar en cara de uno lo que compete a otro, por muy de moda que esté decir que los correctores, pa’ qué. Que los editores sepan que si prescinden de ellos, tiene consecuencias. Y que sepan ustedes que si ahora arrecian las críticas contra un escritor por sus faltas de ortografía, por sus errores de contenido... por esas pequeñas cosas que no dejan que brille su obra, es que alguien le dejó, perverso, con el culo al aire; tiene derecho a reclamar; y ustedes, pero a quien corresponda.

Ana Lorenzo. Rivas, Madrid, España.

La extraordinaria labor editorial de Anagrama y sus lamentables erratas

La extraordinaria labor editorial de Anagrama y sus lamentables erratas

Los tres últimos libros que he leído (disfruto, necesito y debo leer literatura para mantener la información que es vital a mi oficio de correctora de estilo) son Al otro lado del Canal, de Julian Barnes; Tríptico del Carnaval, de Sergio Pitol y Últimos tragos, de Graham Swift, de esos libros coloridos de la colección Compactos de la editorial Anagrama. Es para mí, hoy por hoy, la mejor editorial por su selección de autores literarios.

En el primero de ellos, edición de setiembre 2005 con tapas en color azul esmeralda —equivalente al verde de un semáforo—, con muy pocas erratas figura, sin embargo, este texto: «[...] bajo su techo cobijaba a jugadores y fulleros, p---s y parásitos». En el resto de los cuentos de este libro se dice la palabra «putas» con todas sus letras, como corresponde. No es grave, es casi una curiosidad. En el segundo libro, edición de 1999 de tapas en amarillo pálido, el de Pitol, las erratas y errores son tantos, que hice un promedio: calculé que había una errata o error cada tres páginas, en las tres novelas del libro. Avanzando en la lectura comprobé que al menos mejoraba: una errata cada cuatro páginas. Estas piedritas en el camino me molestaron más, es grave, pero tampoco es para suicidarse. En el último libro leído, el de Swift —mucho mejor que la película—, edición del 2001 en un rojo alerta, sin embargo, ya hubiera querido reclamar a la editorial por esta compra, con una pregunta bien sencilla: «¿Cómo es posible que una editorial de esta categoría publique un libro que en su página 329 tiene un párrafo inconcluso?». Uno de los personajes, Amy, se despide para siempre de su hija subnormal, June, de 50 años, y también le anuncia —aunque la hija no pueda comprenderla— que su padre ha muerto. Para no abundar en explicaciones, baste la trascripción textual: «Ahora tengo que ser una mujer independiente. Pero no podía dejar de venir así de sopetón, sin decírtelo a la cara: Adiós, June. Y tampoco podía decirte esto sin decirte lo otro. Para ti no significará nada, pero alguien tiene que decírtelo. Si no lo hago yo, nadie va a hacerlo. Que tu propio padre, que jamás vino a visitarte, a quien nunca conociste porque él nunca quiso conocerte a ti, que tu propio padre ». En la página siguiente comienza otro capítulo. Esto es muy grave. Claro que no pierdo el argumento, pero ¿cómo lo expresa el personaje?, ¿cómo lo escribe el autor? O más aún, ¿cuál es la esencia de la literatura sino transmitir una emoción que nos identifica como humanos y nos salva? Esta esencia está dañada. Este es mi reclamo.

En el blog Comunicación Cultural del 13 de julio de este año, se analiza la nueva web de Anagrama y, sin dejar de admitir que es una de las editoriales que más admiran «por su trayectoria y por la extraordinaria labor editorial que está haciendo su editor, Jorge Herralde», se la suspende por sus deficiencias. Se critica su enfoque de comunicación, ya que la web no cuenta con canales para la recepción de las opiniones de los lectores, ni incluye las reseñas publicadas en los medios, ni links a las webs o blogs de los autores, ni sección de enlaces a librerías, talleres literarios, revistas culturales..., entre otras carencias. Suscribo ese reclamo.

 

Pilar Chargoñia, correctora de estilo, Montevideo, Uruguay, <valchar@adinet.com.uy>

La corrección y la edición: una senda desconocida hacia el lector

Hace algunos días tuve la oportunidad de hojear un nuevo libro de arqueología. A simple vista, y sin ir más lejos, encontré algunos «horrores» que no habrían pasado desapercibidos para cualquier corrector: errores ortográficos, ortotipográficos, líneas sin justificar, entre otras. Le digo a uno de los involucrados en las ediciones de estos libros: «Oye, consigan al menos un corrector de pruebas» y, evidentemente, recibí como respuesta una mirada de esas que matan y la frase: «No hay dinero para eso».

«Eso»… La palabrita me quedó dando vueltas en la cabeza desde entonces. ¿«Eso» no es parte imprescindible de cualquier proceso de producción de libros? En mi país, resulta muy caro producir libros según los caminos tradicionales; por eso, algunas personas han optado por la producción informal, entendiéndose esta por «me convierto en editor, diagramador (maquetador), corrector, compaginador, distribuidor y vendedor de mis libros». ¿Y el control de calidad de la producción? Tener educación universitaria y leer libros no es sinónimo de saber hacerlos. Ya es bastante tedioso leer largas descripciones sobre arquitectura, tipos de cerámica, componentes de basurales, etc. como para tener que sobrellevar otros elementos que restan méritos a los trabajos que se publican y dificultan su lectura.

Tal vez esto se deba a que la profesión de corrector no existe en el Perú… y, por tanto, se desconoce su papel en la producción de libros en círculos más amplios que los medios editoriales.

Mi primera reacción fue indignarme, la segunda fue el asombro y la tercera es… ¿cómo revertir esto?

Glenda Escajadillo (Lima, Perú)

Nórdica: compromiso con la calidad

Nórdica: compromiso con la calidad

Llegó a la redacción de esta bitácora la noticia de la creación de una nueva editorial, Nórdica, especializada, como su nombre ya indica, en la edición de autores de los países nórdicos.

Su cuidada página principal, de una sencillez y elegancia exquisitas, ya anuncia un gusto por el buen hacer que su carta de presentación se encarga de confirmar:

Nórdica Libros quiere ser la editorial de referencia en España de las diferentes literaturas de los países nórdicos. En su catálogo irán apareciendo autores clásicos y autores menos conocidos, escogidos por su calidad literaria. Intentaremos editar las obras fundamentales de estos países, algunas editadas antes en España pero que por criterios comerciales han ido desapareciendo de los catálogos actuales. Somos conscientes de la aportación fundamental de los autores nórdicos a la literatura universal y por ello intentaremos, en la medida de nuestras posibilidades, elegir los títulos guiándonos por criterios de excelencia literaria más que por su rentabilidad en términos económicos.

Las obras serán editadas con el mayor cuidado. Creemos que la aportación de las nuevas tecnologías no supone, obligatoriamente, la pérdida de los oficios que hacen que el libro sea el mayor elemento de transmisión cultural tanto por su contenido como por su presencia. Cuidaremos la elección de los textos y las traducciones pero también su rigurosa corrección, la selección de los papeles y tipografías más adecuadas (por su legibilidad y belleza), así como de las mejores encuadernaciones que aseguren la conservación del libro.

En Addenda et Corrigenda siempre hemos pensado que la calidad literaria no puede disociarse de la calidad formal y lingüística y del compromiso del editor con su papel de difusor de cultura, y que ningún editor que pretenda la una puede soslayar lo demás. En Nórdica parecen entenderlo también así.

Esperemos que su declaración de principios se refleje en sus obras y se conviertan no sólo en la editorial de referencia en literaturas nórdicas que quieren ser, sino en una editorial de referencia, sencillamente.

Copyleft, función social del editor y calidad editorial

Copyleft, función social del editor y calidad editorial Me entero por Barrapunto (¡de cuántas cosas me entero por Barrapunto!) de que, en el marco de las Jornadas Críticas de la Propiedad Intelectual, se ha presentado un documento que recoge las preguntas más frecuentes sobre edición y copyleft (también en pdf) elaborado por Traficantes de Sueños y orientado al ámbito editorial.

En esas PMF (o FAQ) se habla de manera bien estructurada, concisa y clara para el profano del concepto copyleft, de sus plasmaciones en el sector editorial (licencias Creative Commons), de cómo puede beneficiar a editores y autores aplicar esta filosofía de liberación total o parcial de derechos a su modus vivendi, a la rentabilización de sus productos y a la difusión y el enriquecimiento cultural, y sobre todo se habla de la historia y contenido ideológico de las actuales leyes de propiedad intelectual y de las funciones sociales del creador y el editor, en virtud de las cuales su obra y producción también debería —según postula el copyleft— ser copropiedad del receptor/lector.

Confiaría en que el copyleft pudiera llegar a extenderse en las prácticas editoriales si no fuera porque apenas se produce comunión entre los conceptos de autor y sobre todo de editor que defiende esta filosofía y la realidad del editor moderno. Para muestra, el contraste con las políticas imperantes en la industria de la edición que provoca la respuesta a la pregunta 7 de estas PMF:

 

7 ¿Cuál es la finalidad de la edición y la razón de ser de los editores?

La edición es un medio de garantizar que las obras científicas y artísticas lleguen al gran público con unos estándares de calidad que normalmente no están al alcance ni del público ni de los autores. La difusión de Internet facilita la distribución de las obras escritas, pero no elimina las necesidades de edición: composición, corrección ortotipográfica, corrección de estilo, traducción de las obras en caso de que no estén en lengua vernácula, etc.

Es legítimo que la edición, que tiene costes de inversión, de formación y de tiempo, a veces enormes, esté remunerada o sea una forma de negocio que permita vivir a quienes se dedican a ello. Sin embargo, la labor editorial tiene la exclusiva finalidad de facilitar el acceso a la cultura y al conocimiento en formatos de calidad suficiente.

Atacar las tecnologías de distribución digital, restringir su uso, penalizarlo incluso, es algo que va en contra de la primitiva función social de los editores. Proteger a una industria contra los medios que facilitarían su función social de forma más eficiente y barata es destruir su razón de ser y, por ende, es contrario a los principios del oficio editorial.


¡Qué lejos estamos de este horizonte, si muchos buques navegan justo en rumbo contrario!...

Silvia Senz Bueno (Sabadell, Cataluña, España)