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Escribir en español latinoamericano

Escribir en español latinoamericano Desde nuestra separación política de los países colonizadores europeos, en América Latina se han escrito diferentes historias, muchas de ellas paralelas y algunas no tanto (comparemos, por ejemplo, a Bolivia con Surinam). Estos mismos paralelismos y divergencias los encontramos en nuestras economías o políticas aplicadas y, de la misma forma, en las lenguas habladas.

Para nadie es un misterio que en este campo las diferencias locales, regionales o nacionales son marcadas, no solo en el aspecto léxico sino muchas veces en lo sintáctico y morfológico. Estrictamente, fuera de romanticismos y de políticas lingüísticas o educativas tendientes a la homogeneización, en algunos casos con pleno derecho (y apelando a criterios de inteligibilidad) se podría reclamar el estatus de lengua para una «variante» del español hablado, digamos, en Argentina. La heterogeneidad lingüística del español en América (y en general de todas las lenguas que ocupan un territorio amplio) es un asunto arduo de estudiar, de analizar y de deslindar.

Pero dejemos esos apasionantes problemas a los dialectólogos y ocupémonos de algo que podría ser más asible: «escribir en español latinoamericano». Se dice que la escritura es un «método de intercomunicación humana que se realiza por medio de signos gráficos que constituyen un sistema». Además, ese sistema puede ser «completo» cuando «puede expresar sin ambigüedad todo lo que puede manifestar y decir una lengua determinada por medio de la oralidad» (Enciclopedia digital Encarta). Esta conceptualización no acarreó mayores problemas teóricos a lo largo de los años, pero el número de estudiosos que iban llamando la atención sobre las divergencias de correlación entre estos dos modos de expresión (oral y escrito) ha ido en aumento. Veamos lo que nos dice Walter Ong (Oralidad y escritura. Fondo de Cultura Económica. México D. F., 1987) sobre esta diferenciación:

La escritura, consignación de la palabra en el espacio, extiende la potencialidad del lenguaje casi ilimitadamente; da una nueva estructura al pensamiento y en el proceso convierte ciertos dialectos en «grafolectos» (Haugen, 1966; Hirsch, 1977, pp. 43-48). Un grafolecto es una lengua transdialectal formada por una profunda dedicación a la escritura. Esta otorga a un grafolecto un poder muy por encima del de cualquier dialecto meramente oral. El grafolecto conocido como inglés oficial tiene acceso para su uso a un vocabulario registrado de por lo menos un millón y medio de palabras, de las cuales se conocen no solo los significados actuales sino también cientos de miles de acepciones anteriores. Un sencillo dialecto oral por lo regular dispondrá de unos cuantos miles de palabras, y sus hablantes virtualmente no tendrán conocimiento alguno de la historia semántica real de cualquiera de ellas.

La misma situación sucede con el grafolecto denominado «español general» o «lengua española general». Y aquel grupo que en grado superlativo ha estado en relación directa con las letras (el grafolecto español, inglés u otro) son seres tan notables, que a su dialecto se le dirá «culto» y servirá como referente que imitar. Este dialecto en su forma escrita puede ser visto y leído en muchos textos académicos y literarios y escuchado en programas de televisión por cable muy interesantes, pero sin muchos televidentes. Y aquí sucede una simpática paradoja: si bien la influencia del habla y escritura «culta» puede sentirse en todos los estratos sociales, esta influencia queda desdibujada/deformada por la carencia de referentes directos cuyo ejemplo seguir (al menos, esto sucede en mi Perú natal). La gente sabe que «hay» una forma de hablar y escribir «correctas» y cada uno intenta (consciente o inconscientemente) hablar «mejor». Los profesores de educación primaria y secundaria desempeñan un papel preponderante en esta situación, pues «su» dialecto español será casi copiado por sus alumnos (en especial, el del profesor de lenguaje, lengua, gramática, comunicación o cómo llame la moda al curso donde se trata de nuestra lengua). Este tira y afloja de la norma española, con el habla y calidad de enseñanza de los profesores, el entorno de los alumnos y otros factores más, tiene un correlato dramático en los niños, cuyos hábitos de lectura en español y conocimiento consciente de la gramática resultan muy pobres (y nuevamente estoy hablando de mi Perú y de Lima, en especial). Pero otra vez nos estamos desviando del tema y hemos de regresar. Creo que actualmente ningún normativo enunciará que tal dialecto hablado en aquella zona de América no pertenece a la lengua española. Me parece percibir, como nunca antes, una intención de «abarcamiento» y de considerar a las variantes y distintos léxicos como «riqueza» y parte del acervo español y ya no como «deformaciones» de la norma, condenadas al ostracismo y la ley del hielo. No queda otra además, so pena de que surjan las lenguas peruana, mexicana, argentina, boliviana y etc. Aun así, la heterogeneidad no ha sido mayor en estos últimos tiempos, por efectos de la globalización económica y de los medios de comunicación masiva, que han venido en auxilio de los normativos para mantener una unidad idiomática. Claro está, unidad con fines de comunicación, y no por la preservación de la «pureza idiomática». Es así que los comunicadores han creado un léxico y reglas gramaticales que, al fin y al cabo, son utilizados solo por ellos. Si los normativos se mesan los cabellos al ver cómo se maltrata la lengua culta en casi todos los estratos sociales, los comunicadores se solazan del éxito «panamericano» logrado, importándoles muy poco las consecuencias que pudiese ocasionar su artificial construcción. Y tan artificial como esa gramática «comunicativa» son todas las gramáticas invariables con fines homogeneizantes. Y, por efecto contrario, esa «gramática» estructurada, aunque no simétrica y con gran cantidad de alternancias fonológicas, léxicas, semánticas y morfosintácticas, y que incluya todas pero todas las variantes hispanoamericanas (y yo no sé si seguirá llamándose en última instancia «gramática») sería la única que podría reclamar para sí el «español latinoamericano». Y pues, escribir en español latinoamericano es tanto el producto de alguien influenciado por alguna lengua originaria de esta parte del continente y que escribirá «del Fernando su casa», como quien escribe desde alguna universidad manteniendo una rigurosidad nacida en la península ibérica. Hay que pensar mucho sobre la «legitimidad» de un autor, si luego de soslayar un buen número de reglas normativas, y si claramente esa escritura es contraria a la norma culta, y sin embargo, sirve a los propósitos que el autor se propone (comunicativos o expresivos) y, además, es regocijadamente captado por sus lectores. Alguien diría que todo vale si el mensaje es captado. La estética y la literatura es un asunto diferente, pero no ajeno. Todo escrito vale por su mensaje y su construcción, y en la medida en que los lectores aprecien, distingan y se sientan impresionados por la combinación exacta de ciertas palabras, entonces, hablamos ya de belleza, placer o estética, en suma, de literatura.

 

Fernando Carbajal (Lima, Perú) 

2 comentarios

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It is my pleasure to read your article! What a vivid photo it is! Thank you for sharing! good luck!

Miluska Luzquiños -

bueno una lectura muy agradable un beso para el que la escribio