Del purismo al desconcierto (2.ª parte)
[Viene de aquí.]
Luego de informarnos sobre la evolución lingüística en América durante los siglos XVIII y XIX, Moure continúa —en su impecable prosa— con los elementos más sustanciales que se dieron desde el siglo XX hasta nuestros días:
Los inicios del siglo XX, aliviando los malos presagios de Cuervo y contrariando una desafortunada baladronada de Azorín, aportaron la sensatez de Unamuno pidiendo que España renunciara a su absolutismo sobre la lengua e incorporara en su beneficio la legitimidad y razón del sello americano. Menéndez Pidal habría de proveer, en 1944, los necesarios argumentos lingüísticos que avalaban la unidad de un «idioma común», noción a partir de la cual la Real Academia Española abandonó finalmente la preocupación por la pureza de la lengua y replanteó su política de cara a los territorios ultramarinos. [...] [H]ubo que esperar hasta 1956 para que el II Congreso de Academias de la Lengua Española recomendara a la Real Academia [Española] el reconocimiento de la legitimidad del seseo. Acaso la demora haya sido una inconsciente revancha histórica contra aquel episodio de 1820, cuando el teniente coronel colombiano Hermógenes Maza, tras identificar a los prisioneros españoles haciéndoles pronunciar la palabra «Francisco», y como sus intenciones no eran precisamente dialectológicas, ordenó que todo realizador de ce interdental fuese decapitado y arrojado al río Magdalena.
Si nos hemos demorado en este excurso, poco original por cierto, del ascenso y decadencia del purismo casticizante como criterio de corrección de nuestro idioma, es porque la renuncia académica a sostenerlo no implicó la desaparición de sus efectos. Creemos, por el contrario, que tanto su sobrevida irreflexiva como el radicalismo de sus detractores han tenido, al menos en nuestro país, consecuencias nocivas para la enseñanza y defensa de la lengua, entendida ésta como la variedad estándar, codificada y normalizada, la que estoy empleando en este momento, la que deseo encontrar en los diarios, la que querría oír en los noticieros, aquella en la que leo a Borges y a Torrente Ballester, la variedad elaborada que me permite escribir y ser entendido por los lectores instruidos que la dominan, y los que deberían dominarla en todo el ámbito del español.
Fue precisamente una formulación de Guillermo Guitarte [...], coincidente con algo que muchas veces pensé sin atreverme a decirlo, la que me dio ánimos para hacerlo hoy: «Hay que decir que la desaparición del concepto de pureza de la lengua crea, a su vez, el problema de encontrar otro criterio que guíe la política lingüística. La falta de un criterio de valor, reemplazado acaso por nociones puramente lingüísticas o sociológicas, puede a la larga ser más perjudicial a la conservación de la lengua que la vieja idea de la pureza.» (Guitarte, Guillermo. «El camino de Cuervo al español de América». En Philologica Hispaniensia in honorem Manuel Alvar. Madrid: Gredos, 1983, I, p. 81.)
[...] Nuestra preocupación por estas cuestiones, los desvelos, nada novedosos, por plantearnos la necesidad de un criterio de corrección admisible y compartido, el trabajo conjunto de las academias y aun su estoica resistencia frente a burlas y desprecios, la circunstancia misma de querer seguir discutiendo sobre la materia, sólo se sostienen sobre la convicción extralingüística de que la unidad de la lengua española es un bien posible y deseable, y sobre la convicción profesional de que los argentinos tenemos voz y voto en ese proyecto.
[...] No podemos pasar revista aquí a las múltiples y ricas corrientes de la lingüística contemporánea, pero me atrevería a decir que la prescripción fue unánimemente vista como intrusa dentro del campo de análisis, o —en una llamativa inversión de papeles— como petición de principio para dar por sentada la «corrección» de las estructuras pasibles de los análisis, que la lingüística realizaría en procura de dar cuenta de la estructura de la langue. De la misma forma, la inserción de las perspectivas antropológica y social, así como ampliaron enriquecedoramente el campo de estudio al quebrar la concepción de la unidad y autonomía de lo lingüístico, y al forzar a admitir la injerencia connatural de elementos que previamente habían sido considerados externos, relegaron aún más la atención hacia el prescriptivismo, y dirigieron su atención antes a los efectos de la sociedad sobre la lengua que a las funciones sociales de ésta, como lo son las actitudes de la gente hacia el uso del idioma.
Y nos parece de suma importancia, porque está en el centro de lo que deseamos decir, la paralela observación de James y Leslie Milroy, en un libro ya clásico (aunque publicado en 1985 [Authority in language, Investigating Prescription and Standardization, London, Routledge and P. Kegan]), acerca de las consecuencias de la desatención de los lingüistas hacia la prescripción, en tanto desde la década de 1950 advierten que es notoria una declinación de la enseñanza de la gramática en las escuelas inglesas. Algunos educadores —dicen estos mismos autores— parecen haber interpretado los ataques a la gramática prescriptiva como ataques a la enseñanza de la gramática en general, e incluso algunos especialistas han denunciado una declinación de la alfabetización (literacy) como resultado de esta tendencia.
[...] [J]unto con el rechazo por el purismo se desconfió del prescriptivismo, que no tiene por qué ser su sinónimo.
Los Milroy [...] destacan —y yo mismo pude comprobarlo— la decepción que habitualmente sienten las personas, cuando los lingüistas nos negamos científicamente a expedirnos sobre dudas concretas acerca de la corrección de alguna de las producciones que nos someten. Afortunadamente, la sociolingüística ha debido aceptar que no es posible estudiar el lenguaje sin atender a la influencia ejercida por los conocimientos que los propios hablantes tienen sobre el valor social de los elementos de su lengua.
[En la tercera y última parte se desarrollarán las convicciones del académico sobre la actualidad lingüística hispanoamericana.]
Pilar Chargoñia (Montevideo, Uruguay)
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