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La nueva Ortografía académica, o cómo seguir saqueando impunemente

La nueva Ortografía académica, o cómo seguir saqueando impunemente

Ya hemos hablado aquí otras veces de la reconocida (por los propios académicos) tendencia de la RAE (mancomunada con la Asale) al saqueo de la obra ajena, especialmente cuando está realizada con un esfuerzo y una brillantez de los que las academias no suelen hacer gala. Decimos saqueo porque, aunque extraoficialmente se reconocen fuentes teóricas ajenas y se admite lo mucho que se ha tomado de ellas, nunca jamás se referencian en una bibliografía final, ni siquiera en esa nueva Gramática que alardea de científica.

Que en este país semejante práctica parasitaria (con cierta solera en la institución) no sea sistemáticamente censurada por los usuarios de la obra académica —por algunos de los autores afectados sí lo es—, ni por las asociaciones profesionales, ni por (lo que es más grave) el mundo universitario, es una prueba más de que vivimos en una monarquía cocotera (García Viñó dixit), repleta de pusilánimes que, con su silencio, otorgan patente de corso a una institución que debería actuar con un mínimo de honestidad y ejemplaridad.

Pudiera parecer que, más allá del atropello a la ética intelectual y al rigor científico que esta práctica supone, no tiene mayor trascendencia que el daño moral que pueda causar a los autores víctimas del expolio. Quienes así piensan se equivocan de medio a medio. La historia académica nos enseña que en aquellas épocas en que la institución española ha gozado, como en el presente, del apoyo político y del sostén económico necesarios para copar el mercado de obras didácticas y de referencia sobre la lengua española —sin particular merecimiento, a tenor de la escasa calidad de sus obras— su predominio ha lastrado tremendamente el desarrollo gramatical, ortográfico y lexicográfico del castellano. Por ejemplo, con respecto a la no tan lejana época de monopolio escolar de que gozaban la Ortografía y la Gramática de la RAE, analizada aquí por J. J. Gómez Asencio, concluye este autor (pp. 1323-1324; la negrita es nuestra):

 

[...] No se favoreció precisamente el desarrollo de una gramática escolar independiente destinada a la enseñanza pública, aunque sí se siguieron publicando textos escolares, sea sin especificación de destinatarios, sea dirigidos a establecimientos particulares. Los modestos autores de gramáticas escolares debieron ver claramente mermados su público y ventas, y limitada su vocación. Se repercutió pues en el modelo de gramática escolar que pudo pensarse y ejecutarse en España en esos años.

[...] Se fomentó el seguimiento de la doctrina oficial (en uso, en teoría y en norma), cuando no su mera copia, simple imitación o incluso burdo remedo. De ahí las frecuentes menciones a la rae ya desde los propios títulos de las gramáticas de autores particulares [...] [debidas] probablemente a la conveniencia de ajustar cualquier texto a esa doctrina, porque era la conocida y la oficial, según qué casos y para qué destinatarios la única permitida, y, desde luego, la que mejor podía hacer presumir una cierta venta al impresor empresario. [...]

[...] Se desalentó el crecimiento de una gramática modernizante e innovadora al margen de la oficialista: investigar libremente en busca de una gramática renovada (sea en su faceta de teoría, sea en su aspecto pedagógico) debió de resultar tarea complicada en este contexto a veces incluso hostil; introducir novedades o proponer reformas fue considerado algo bastante próximo a ser crítico; mantener la independencia se convirtió a algo casi equivalente a estar en la oposición, a actuar en contra. Parece que [...] incluso se coadyuvó a la confusión entre «libro de lectura obligatoria», lo que es una cosa, y «doctrina (teoría lingüística + uso de la lengua) de seguimiento obligatorio», lo que constituye otra.

[...] Se suscitaron, en consecuencia, recelos, enfados y hasta enconos de autores individuales no conformes con el statu quo. [...]

[...] no parece aventurado sostener que la seguridad de la venta y la certeza de los ingresos, la obligatoriedad del texto, la inutilidad efectiva de una eventual crítica externa o de una eventual mejora promovida desde dentro por sectores o individuos reformistas —de cuya existencia no cabe dudar—, el amparo legal de la doctrina emanada de la corporación y de los usos por ella prescritos y descritos, su admitida infabilidad, la protección estatal, la seguridad casi autocomplaciente, el apego de muchos profesores y maestros a la rutina consagrada, la preocupación por complacer las expectativas de ese público conservador en materia de gramática... debieron de ser factores que coadyuvaran al inmovilismo, segaran la capacidad de autocrítica, fomentaran la pasividad, adormecieran la necesidad de cambios, la creación, la capacidad de ser influidos por autores particulares, o retrasaran la modernización. De poca sustancia y no mucho calado, son, en efecto, los cambios que —salvando el caso de 1870— la grae experimenta entre 1858 y 1916.

[...] Su peso sociológico, su influencia [...] en algunos de los prejuicios y actitudes lingüísticas aún hoy vigentes [...] fueron inconmensurables.

 

Tenga el lector en cuenta que todas las obras de referencia, de enorme calidad, que los que llevamos 20 o más años en el mundo de la edición, la corrección, la prensa y la traducción tenemos como libros de cabecera, se elaboraron en el largo periodo de letargo que la RAE vivió desde la década de 1930 hasta inicios del siglo XXI. Gracias al parcial enmudecimiento al que la abocó la pérdida del monopolio escolar debida a la extinción práctica de la ley Moyano, pudieron florecer obras (y casas editoras) como las siguientes, algunas de académicos que sólo pueden brillar al margen de la institución: la primera edición del Diccionario general ilustrado de la lengua española (Barcelona: Vox, 1953), supervisado por el académico Samuel Gili Gaya y prologado por Ramón Menéndez Pidal; el ya clásico Pequeño Larousse Ilustrado o el Diccionario Planeta de la lengua española usual (Barcelona: 1990) dirigido por Francisco Marsà, y los diccionarios, gramáticas, manuales de estilo y ortografías (teóricas y prácticas) de María Moliner, Joan Coromines, Julio Casares, Fernando Corripio, Manuel Seco, Samuel Gili Gaya, Salvador Fernández Ramírez, Emilio Alarcos Llorach, José Polo o José Martínez de Sousa, por citar sólo algunos de los principales. Los periodos de coma de la RAE suelen ser vida para la proliferación de obras de este tipo, concebidas con libertad y rigor.

Por eso si la RAE y la Asale continúan nutriendo su actual hiperactividad a base de parasitar (peor que mejor) la obra ajena, y siguen lanzando luego al mercado publicaciones no siempre adecuadas a las necesidades del hablante y raramente de calidad, que se convierten de inmediato en superventas gracias a campañas de márquetin de enorme repercusión y al prejuicio que otorga crédito y autoridad automáticos a todo lo que estas instituciones publican, nos preguntamos quién va a ser la editorial o el autor que se arriesgue a crear nada de propia cosecha. Por de pronto, el panorama de la lexicografía española independiente es un puro páramo; al menos en España. Y esto coloca a la RAE y la Asale como uno de los principales peligros para el equipamiento del castellano. Los defensores del idioma deberían empezar a defendernos de ellas.

En la misma tónica, la publicación del avance de la nueva Ortografía académica (cuyos referentes ya se filtraron a la opinión pública) es una prueba más de que las academias de la lengua española se resisten a arriar la bandera pirata. Para quienes tenemos buena memoria de las ortografías académicas precedentes y conocemos qué obras se han realizado en este campo de manera independiente, un simple cotejo entre el índice de esta Ortografía en proyecto y el de la Ortografía y ortotipografía del español actual de José Martínez de Sousa (Trea: 2008, 2.ª ed.) nos muestra a las claras —aunque, insistimos, ya se sabía— cuál ha sido en este caso una de las principales fuentes de las academias. Aunque el índice del avance muestra que tampoco hay en ella bibliografía final, se da la paradoja de que, en el colmo del cinismo, la RAE y la Asale tienen el descaro de atreverse a dar al usuario lecciones de cómo se hacen citas bibliográficas y cómo se confecciona una bibliografía. A eso se le llama no predicar con el ejemplo.

Para quien tenga un rato y paciencia, aquí le dejamos ambos índices. Comparen y extraigan sus propias conclusiones:

La Ortografía y ortotipografía del español actual (2. ª ed., Gijón: Trea, 2008) de José Martínez de Sousa en el avance de la nueva Ortografía de la lengua española de la RAE y la Asale (en prensa). Comparativa de índices
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Silvia Senz

5 comentarios

José Yuste Frías -

Hola a todos/as:
Os veo muy bien informados/as... da gusto leeros.
¡Enhorabuena por vuestro blog!
Comentaros que en mi página Facebook
http://www.facebook.com/#!/pages/Jose-Yuste-Frias/125391437472781?ref=ts
estamos comentando también avances y filtraciones que han sido publicadas en la prensa.

José Yuste Frías -

Hola a todos/as:
Os veo muy bien informados/as... da gusto leeros
¡Enhorabuena por vuestro blog!
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Anna -

Dicen en los mentideros académicos que otra de las fuentes de esta ortografía es la "Ortotipografia" de Pujol y Solà (en catalán). Pues estamos buenos, porque Pujol toma mucho de la ortotipografía anglosajona que carece de tradición en castellano.

Silvia Senz -

¡No son nada difíciles de conseguir en España! En cualquier librería del Corte Inglés están, sin que sea siquiera necesario buscar una librería especializada. Y se pueden adquirir en librerías virtuales.

Peter Ujfalussy -

Lamentablemente, las obras de José Martínez de Sousa no se consiguen en Colombia y aparentemente también son
difíciles de conseguir en España. Yo, por ejemplo, no he podido conseguir ninguna de ellas. Obviamente, tampoco he tenido mucho éxito en exportar mis obras, a las cuales he hecho algunas referencias en mi blog "Pregúntele a Petúfar".