Profesionales del libro y lengua correcta en el Proyecto de Ley de la Lectura, del Libro y de las Bibliotecas. Algunas reflexiones personales
El texto del Proyecto de Ley de la Lectura, del Libro y de las Bibliotecas ha sido ya aprobado por el Congreso de los Diputados y remitido al Senado. Así queda el texto, por el momento, en lo que atañe a traductores, correctores y a otros profesionales del libro. (Y, por comparación, aquí puede verse qué queda de lo propuesto.)
Preámbulo
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El apoyo de los poderes públicos al libro, como modelo de expresión cultural, se recoge explícitamente en esta Ley, pero también se reconoce la labor de sus diversos protagonistas. Por un lado, se valora la labor de los creadores, incluyendo entre éstos además de los escritores y autores, a los traductores, ilustradores y correctores en el ejercicio de su función, sin los cuales no existirían las obras que toman la forma de libro, y sin perjuicio de la protección que se regula en la legislación de propiedad intelectual; por otra parte, se recoge la promoción de la principal industria cultural de nuestro país, el sector del libro, con un especial reconocimiento a la labor de los libreros como agentes culturales.
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Desde el ámbito normativo se ha dado un paso de extraordinaria relevancia: por primera vez, la Ley Orgánica de Educación, en su artículo 113, recoge la obligación de que en todo centro escolar público exista una biblioteca escolar, recordando que ésta debe contribuir a fomentar la lectura y a que el alumnado acceda a la información en todas las áreas del aprendizaje como dinámica imprescindible para participar en la sociedad del conocimiento. El acceso de los alumnos a la información debe contar con la garantía de unos textos adecuados en el contenido y en la forma, pero también en el uso correcto del lenguaje. Sólo si los modelos son ejemplares en su ortografía, expresión y gramática, nuestros escolares podrán adquirir las habilidades requeridas en la sociedad de la información: comprender y expresarse con claridad. Un texto cuidado es el mejor recurso para los docentes y sus alumnos.
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Promoción de los autores y de la industria del libro
Artículo 5. Promoción de los autores.
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3. En las campañas de promoción de los autores se dará especial importancia al reconocimiento de su labor creadora, y la de todos aquéllos que, con sus traducciones, han permitido el acceso a obras escritas en otras lenguas, así como al respeto y protección de sus derechos de propiedad intelectual.
Algunas reflexiones al respecto:
1. La complejidad e imbricación de los distintos pasos del proceso editorial (en especial, el del libro) es enorme, como fiel reflejo de la diversidad de autores, funciones, usos, contenidos y lectores de las publicaciones (de nuevo, los de los libros en especial). Si hay que reconocer a todos los responsables de esta circular e intrincada cadena de creación-producción-comercialización-difusión del libro-lectura, reconozcámoslos a todos. Sin embargo, como ya observamos, no todos aparecen en este proyecto de ley, y los que lo hacen no tienen ni el espacio ni el reconocimiento debido, tal vez porque no es el lugar para ello, o tal vez porque no caminan a la par.
¡Qué bueno sería un acercamiento y una acción conjunta de todos ellos, a imagen de iniciativas foráneas, para dar a conocer su labor y trabajar unidos por el reconocimiento social y el respeto empresarial de su papel cultural!
2. Si la tónica cada vez más general es la de endilgar al autor su propia promoción, ¿de veras espera alguien que los editores siquiera mencionen, en los actos de promoción, a los traductores de las obras que publican? Me doy con un canto en los dientes si esta ley sirve para modificar la sempiterna confinación del traductor a la invisibilidad.
3. Se dice: «El acceso de los alumnos a la información debe contar con la garantía de unos textos adecuados en el contenido y en la forma, pero también en el uso correcto del lenguaje. Sólo si los modelos son ejemplares en su ortografía, expresión y gramática, nuestros escolares podrán adquirir las habilidades requeridas en la sociedad de la información: comprender y expresarse con claridad. Un texto cuidado es el mejor recurso para los docentes y sus alumnos».
Últimamente no dejo de leer textos que atribuyen propiedades desopilantes al dominio de la lengua normativa y de la ortografía en particular. Desopilantes teniendo en cuenta que la norma académica no es más que un restringido código lingüístico, común a un área lingüística determinada y convencionalmente establecido por autoridades lingüísticas (las academias de la lengua en el caso del español), que afecta en especial a un cierto registro (la lengua escrita) de un cierto nivel (el nivel culto). Eso es todo. El conocimiento y dominio de la norma académica no nos hace más guapos, ni más inteligentes, ni más estupendos; ni siquiera más «democráticos», aunque se nos quiera persuadir de lo contrario. En esta nota (y sus correspondientes comentarios) del blog La Peña Lingüística, Miguel Rodríguez Mondoñedo reproducía algunas falsas creencias sobre los atributos «espirituales» que, según gramáticos prescriptivistas como Gómez Torrego o Lázaro Carreter, denotan el conocimiento y aplicación de la ortografía. Recientemente, en el transcurso del IV CILE, el director del Instituto Cervantes, César Antonio Molina, comparaba las convenciones ortográficas —que no deciden los hablantes, precisamente— con el consenso democrático, y su falta de observación con una especie de traición sancionable (?) a la convivencia: «saltarse las normas ortográficas, ya sea en los escritos tradicionales o electrónicos, “es una falta de solidaridad con la sociedad que ha pactado la manera de escribir” [...] “La ortografía es como la democracia, que también es un pacto entre ciudadanos y quien lo contraviene es sancionado”».
Con la afirmación, carente de base científica y de argumentación que la avalen, de que «Sólo si los modelos son ejemplares [sic] en su ortografía, expresión y gramática, nuestros escolares podrán adquirir las habilidades requeridas en la sociedad de la información: comprender y expresarse con claridad. Un texto cuidado es el mejor recurso para los docentes y sus alumnos», esta ley contribuye a extender, ahora entre los profesionales del libro, la falacia de que el texto de un libro lingüísticamente «correcto» —presumimos que ese es el modelo ejemplar al que se alude: el de la norma académica—, sin más virtudes retóricas ni expresivas, permitirá que un lector joven desarrolle habilidades de comprensión y expresión lingüística, oral y escrita, y se integre en la sociedad «de la información».
Atenerse a las normas académicas (muchas de ellas, discutibles y discutidas) no bastará para que un texto editado y publicado sea más legible, ni comprensible, ni más ameno y cercano al lector. Ni bastará con aplicarlas en el proceso de corrección de un libro para que su posterior lectura fomente el desarrollo de competencias lingüísticas en el receptor.
Para contribuir a que un lector joven desarrolle el gusto por la lectura y adquiera destrezas de comprensión de ciertas manifestaciones del código escrito —el libro, mezcla de código lingüístico, código gráfico y código iconográfico, no reúne todas las formas de lo escrito, pese a su variedad—, un autor que escriba para niños y jóvenes ha de crear su obra teniendo en cuenta la edad, el nivel formativo, la lengua o variedad lingüística del lector, su manera jergal de expresarse incluso, sus intereses y las estrategias didácticas apropiadas para el aprendizaje del código escrito. Y un editor, en todo el proceso de edición de la obra de un autor, no ha de desatender tampoco el perfil y necesidades del lector y del propio texto, y para ello ha de procurar que se apliquen los controles de calidad pertinentes con la vista siempre puesta en el lector, y que con ese mismo espíritu trabajen el diseñador (otro gran ausente de este proyecto de ley) que dé forma gráfica a cada obra y el ilustrador. Si quiere formar lectores y ayudarlos a adquirir destrezas de comprensión lectora, el editor también ha de ofrecer al niño y al joven obras que lo guíen por una senda de progresiva complejidad lingüística (amén de encomendarse a educadores, animadores y organismos culturales, padres y bibliotecarios para que lo estimulen a leerlas). Y con todo ello, de paso, y si logra hacer del niño un amante de la lectura, también lo ayudará a asimilar las convenciones ortográficas de su lengua.
Los procesos minuciosos y profesionales de edición y control de calidad textual —que sobrepasan, con mucho, el campo de la corrección normativa— hacen la comprensión de un texto más asequible cuando un autor (escritor o traductor) muestra carencias expresivas, y favorecen también el disfrute de la lectura. Nada menos. Pero también nada más. Aun teniendo en cuenta toda su complejidad y la afinada capacidad de mejorar la eficacia comunicativa de un texto, los procesos de revisión de una obra no son claves en la adquisición de competencias lingüísticas, como mucho menos lo es la simple corrección normativa de un texto. Hace falta mucho, mucho más. Que aquí todos seamos o hayamos sido correctores no justifica andar vendiendo motos.
Si se sigue creyendo que la corrección editorial y la edición de textos consiste es aplicar la normativa académica a palo seco, y que la lectura de un texto normativamente correcto tiene las mágicas propiedades para la sociedad, el ser humano y el individuo en formación que los interesados le atribuyen, mal lo tenemos los editores de texto y los correctores (de español, sobre todo) en estos tiempos de mercantilización institucional de la lengua «correcta». Mucho me temo que las instituciones normativas y paranormativas que ya utilizan este engaño para justificar su injerencia en la enseñanza y la promoción de la lectura, tendrán aún mas justificación, al amparo de esta ley, para seguir explotando comercialmente sus productos editoriales de «español correcto» (véanse: 1, 2, notas a 3, y 4), de calidad tan a menudo puesta en duda (véanse: 1, 2, 3, 4, 5...), y sus certificaciones de calidad lingüística de pago.
Silvia Senz (Sabadell)
2 comentarios
Mar Rodríguez -
Sí... A veces basta con poner los libros al alcance de los niños para que empiecen a leer y no lo suelten... Claro, libros en buen estado, para empezar y que resulten apropiados...
Mar
Ana Lorenzo -
Hace ya tiempo que existe el servicio al consumidor y se puede reclamar por un artículo defectuoso: una lámpara que no luce, una pelota que no ha salido completamente esférica de fábrica... Un texto que no tiene calidad es lo mismo: un artículo defectuoso. El problema es que, a no ser que vengan páginas en blanco o ilegibles porque la tinta esté demasiado negra, por ejemplo, no se puede reclamar. Si yo no puedo reclamar que el libro que lee mi hija sea incomprensible, por estar lleno de erratas, por las múltiples faltas de ortografía, por el estilo enrevesado (que no es estilo), etc. tengo la posibilidad de comprar otro o de corregir buenamente lo que pueda y leérselo yo.
Es un elemento básico para que se pueda usar ese libro, sí. Pero no quiere decir que eso haga que el niño vaya a usarlo, de manera mágica, si no pensaba hacerlo. Si mi lámpara está bien, la encenderé si quiero.
Los niños aprenderán a leer de forma comprensiva, a expresarse con claridad, a escribir con concisión e imaginación, etcétera si, además de tener los útiles en condiciones (los textos de calidad) hay una campaña de fomento de la lectura en condiciones: está muy bien que cada centro tenga una biblioteca según esta nueva ley, pero habrá que asignar una partida jugosa, porque se parte de unas condiciones ínfimas, en que hay bibliotecas en salas polivalentes, fondos donados por padres, personal no cualificado, horario imposible que coincide con las clases de los chicos...
Por favor, no echen sobre los hombros del proceso editorial el hacer del niño un lector: ya lo hacen muchas editoriales de la forma que pueden, y muchos traductores, y muchos correctores, y muchos autores... Pero la educación y la cultura exige muchas veces medidas políticas: comprométanse, por favor.