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La riquesa de les llengües, 13: la transcendència de l'extinció d'una llengua

La riquesa de les llengües, 13: la transcendència de l'extinció d'una llengua

La desaparició d’una llengua sempre és un drama: és l’anorreament d’una arquitectura complexa, fruit d’una evolució molt llarga, la pèrdua definitiva d’una cultura, de tota una literatura oral —ja que es tracta sovint de llengües no escrites—, d’una gran quantitat de tradicions, cançons, contes, llegendes... i potser d’idees importants per a la humanitat. I, a més, cal tenir en compte que el vocabulari d’una llengua, la seva gramàtica, contenen nombroses informacions que poden ajudar a reconstruir la història d’una població, les etapes dels seus contactes amb les altres llengües, les seves relacions de parentiu, etc. Des d’aquest punt de vista, la mort d’algunes llengües és una pèrdua enorme per a la nostra comprensió de la història de la humanitat. Estic pensant en el tasmanià: quan els anglesos van arribar a Tasmània al segle XIX van exterminar la població. No només van liquidar els aborígens com si fossin bèsties nocives, sinó que també van esborrar de la memòria del món la seva cultura i la seva història, perquè ningú no va enregistrar la seva llengua. Doncs bé, les quatre paraules que ens en queden no demostren cap parentiu evident amb les llengües australianes veïnes. Amb el tasmanià hem perdut una peça molt important del trencaclosques.

Laurent Sagart, a La història més bonica del llenguatge (trad. d’Anna-Maria Corredor), Barcelona: Edicions de 1984, 2009.

 

Apunts relacionats:

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La riqueza de las lenguas, 12: El aragonés, ¡¿un dialecto?!

La riqueza de las lenguas, 12: El aragonés, ¡¿un dialecto?!

La riqueza de las lenguas, 12: El aragonés, ¡¿un dialecto?!

Hace pocos días, mi hijo mayor vino del instituto diciéndome que su profesora de lengua española le había corregido la categorización del aragonés como lengua, diciéndole que era un dialecto. Descartando en una filóloga la posibilidad de que confundiera el aragonés con los geolectos aragoneses del español, pensé que probablemente esta idea obedeciera al viejo (pero vigente) prejuicio que otorga el calificativo de lengua sólo a las hablas que gozan de reconocimiento político y de un estándar con cierto «rodaje», el suficiente para que la gente lo naturalice y lo identifique como una lengua unitaria y homogénea que en realidad no existe más que como representación identitaria.1

El matiz excluyente y despectivo del término dialecto es reflejo de una concepción piramidal de las lenguas por completo ajena a la lingüística que sólo puede comprenderse como efecto del desarrollo de una determinada visión del lenguaje, anclada en el genealogismo y el chovinismo (Eco, 1994), y de una determinada forma de ordenamiento político y social de las lenguas: la uniformación lingüística propia de la construcción de los Estados nación, proceso al que corresponde la (por suerte deficiente) castellanización del Estado nacional de voluntad sempiternamente homogeneizante que es España.

En la Antigüedad clásica, la palabra dialecto no tenía el menor matiz despreciativo:

En el período clásico, los dialectos griegos se repartían las funciones estéticas. El jónico se utilizaba en la historiografía, el dórico para la lírica coral y el ático para la tragedia. En la época posclásica, los dialectos desaparecieron para dar origen a una koiné basada en el habla de Atenas, de la que desciende el griego actual, aunque no el tsakoniano. [Zabaltza, 2006: 47.]

Pero cuando este vocablo se reintrodujo, como cultismo, en las lenguas modernas, el concepto dejó de ser funcional para marcar la diferencia de estatus e incorporó un sentido claramente peyorativo.

El camino hacia esta categorización jerárquica de las lenguas (y de sus variantes) arranca ya en el siglo XIII. Por entonces, diversas cancillerías reales europeas (en lo que siglos después sería España, la castellana y la catalanoaragonesa) elaboraron estándares escritos aptos para la transmisión del saber y la redacción de documentos legales y administrativos. Con el progresivo establecimiento de las monarquías absolutistas europeas y la conformación de los modernos Estados centralizados, a partir del siglo XVI el dialecto cortesano (codificado y cultivado) se asentó entre las élites como modelo recto, de «buen hablar». Las modernas cortes monárquicas se distinguían de las medievales por su carácter sedentario, por constituirse como uno de los más importantes centros económicos del reino, por concentrar en el centro y dependiendo del monarca los instrumentos de gobierno de todo el reino y, como medio de propaganda y exaltación del poder absoluto del soberano, por someter a la nobleza, que se vio atraída desde la periferia a la corte central y asimilada a sus modos, también lingüísticos.

Desde el siglo XVIII, la conveniencia de una clase social emergente, la burguesía, de conformar un Estado unificado, vertebrado y cohesionado, con un sólido mercado interior, impulsó un sistema político e ideológico donde la idea de la nación única favorecería sus objetivos.

El Estado nación se configuró como un sistema de regulación que disponía aquellos medios de homogeneización de la población que creía necesarios para procurarse recursos humanos móviles e intercambiables, y que utilizaba la maquinaria burocrática y los avances de la ciencia y la tecnología en aras de la eficiencia y la rentabilidad, hasta el punto de convertir el crecimiento económico en el deber patriótico del nacionalista. La acomodación de la diversidad a las nuevas necesidades cohesivas del Estado moderno podría haberse planteado manteniendo la heterogeneidad cultural, sin favorecer a ningún grupo étnico y adoptando un sistema de convivencia no jerarquizado. Pero, siendo la lengua y la cultura los más potentes identificadores sociales y, con ello, generadores de diferencia y —según se recelaba en la Francia revolucionaria— de potencial sedición, y suponiendo además una traba para la optimización de la eficiencia en la gestión de los recursos del Estado, se optó mayoritariamente por la asimilación de la divergencia a las pautas fijadas por el grupo nacional dominante.

Así, considerando que un medio común de intercambio lingüístico facilitaba la cohesión social, la movilidad de las fuerzas de trabajo y la estandarización de las relaciones con el Gobierno, se impulsó la generalización de una lengua nacional común que permitiera la administración y el control de los recursos de la periferia desde un solo centro de poder político, económico y militar, y que incrementara el peso del Estado tanto hacia el interior como hacia el exterior.
Para afianzar el carácter común de la lengua nacional y garantizar su expansión entre la población se haría necesaria la creación y extensión social de una forma estandarizada, para lo que se instituyeron organismos normalizadores como las academias de la lengua y estructuras estatales de difusión como la enseñanza pública, y se promulgaron medidas legales de implantación que afectaban particularmente a la Administración y a la instrucción escolar y que implicaban controles punitivos del uso de otras lenguas.  

De este modo, la lengua central y con mayúsculas, la de la corte, depurada y fijada por academias como la Española, adquiriría el rango de lengua nacional, se asociaría a los conceptos de modernidad y progreso, se impondría legalmente a todos los ciudadanos y se expandiría (a diferentes ritmos y con mayor o menor eficacia en cada Estado) por medio de mecanismos difusores y de presión social como la escuela, la milicia obligatoria, los libros, la prensa y las migraciones (y modernamente, también por medio de la cultura de masas). El resto de lenguas (tuvieran o no tradición de cultivo escrito) quedarían relegadas al uso doméstico y socialmente rebajadas a la categoría de lenguas bajas y superfluas; en una palabra: a dialectos.

En Francia, paradigma del clasismo lingüístico y modelo de Estado nación glotofágico, cuando se erigió la norma literaria en torno al habla de París, el resto de variedades y lenguas se conviertieron ya no en dialectos, sino en patois, palabra cuyo origen y evolución detalla el Trésor de la Langue Française:  procedente del francés antiguo patoier ‘agitar las manos, gesticular (para hacerse entender, como los sordomudos)’, su sentido derivó en ‘comportamiento grosero’ y luego en ‘jerga o lengua peculiar (como el balbuceo de los bebés, el chapurreo de los pájaros, un lenguaje rústico y grosero)’. La Encyclopédie (1778) lo define como «lenguaje corrompido como el que se habla en todas las provincias. [...]. No se habla la lengua más que en la capital» (cit. en Zabaltza, 2006: 47).

En una España que no iniciaría el camino hacia la centralización y la unificacion hasta la llegada de los borbones, y que iría construyendo más lentamente su perfil uninacional sobre la lengua del poder central, idéntico sentido de degeneración y bajeza adquiriría el término dialecto, aplicado a las hablas no cultivadas por escrito ya en época de los austrias y, con la nueva dinastía, a toda lengua o variedad distinta de la del centro cortesano: el castellano. Así se refleja ya en la edición de 1884 (en plena efervescencia del proceso nacionalizador) del Diccionario de la Real Academia Española, y así se mantiene en la acepción tercera de dialecto de su edición vigente (2001):


dialecto. (Del lat. dialectus, y este del gr. διάλεκτος). [...]
3. m. Ling. Estructura lingüística, simultánea a otra, que no alcanza la categoría social de lengua.

Elevado el castellano a la categoría de lengua nacional (definido como tal también desde el DRAE1884), se impuso a la sociedad española desde los Decretos de Nueva Planta en un proceso de implantación al que no acompañaron las estructuras necesarias —la extensión de la alfabetización en castellano sería muy tardía (Viñao, 2009)—, pero que nunca estuvo desprovisto de voluntad asimiladora. Veamos sólo dos ejemplos (ambos anteriores a los dos periodos dictatoriales, militar y fascista, del siglo XX), extraídos de las casi trescientas páginas de que consta la recopilación realizada por Francesc Ferrer i Gironès (1985) de las medidas legales promulgadas en España, desde inicios del siglo XVIII, contra las lenguas no castellanas  (y particularmente, contra el catalán), denominadas despectivamente dialectos:

• El edicto del Gobierno Superior Político de las Baleares de 1837, llamado «del anillo», que reciclaba un método pedagógico infamante (análogo al symbole de la escuela francesa) que ya se venía aplicando desde hacía un siglo y que se seguiría aplicando —y no sólo en las Baleares, como indica nuestra negrita y puede leerse en Lasa (1968: Sobre la enseñanza primaria en el País Vasco, San Sebastián: Auñamendi, pp. 27-29)— para penalizar los «deslices» del alumno en el uso de su lengua nativa:


Considerando que el ejercicio de las lenguas cientificas es el primer instrumento para adquirir las ciencias y transmitirlas, que la castellana, además de ser nacional, está mandada observar en las escuelas y establecimientos públicos, y que por haberse descuidado esta parte de instrucción en las islas viven oscuros muchos talentos que pudieran ilustrar no solamente a su pais, sino a la nación entera; deseando que no queden estériles tan felices disposiciones y considerando finalment [sic] que seria tan dificultoso el corregir este descuido en las personas adultas como será fácil enmendarle en las generaciones que nos sucedan, he creido conveniente, con la aprobación de la Excma. Diputación Provincial, que en todos los establecimientos de enseñanza pública de ambos sexos en esta provincia se observe el sencillo método que a continuación se expresa y se halla adoptado en otras con mucho fruto. = Cada maestro y maestra tendrá una sortija de metal, que el lunes entregará a uno de sus discípulos, advirtiendo a los demás que dentro del umbral de la escuela ninguno hable palabra que no sea en castellano, so pena de que oyéndola aquel que tiene la sortija, se la entregará en el momento y el culpable no podrá negarse a recibirla; pero con el bien entendido de que en oyendo este en el mismo local que otro condiscípulo incurre en la misma falta, tendrá ocasión a pasarle el anillo, y este a otro en caso igual, y así sucesivamente durante la semana hasta la tarde del sábado, en que a la hora señalada aquel en cuyo poder se encuentre el anillo sufra la pena, que en los primeros ensayo será muy leve; pero que se irá aumentando así como se irá ampliando el local de la prohibición, a proporción de la mayor facilidad que los alumnos vayan adquiriendo de espresarse en castellano [...].

• La Real Orden de 15 de enero de 1867, que prohibía las obras teatrales no escritas en la lengua nacional:


En vista de la comunicación pasada a este Ministerio por el censor interino de teatros del reino, con fecha 4 del corriente, en la que se hace notar el gran número de producciones dramáticas que se presentan a la censura escritas en los diferentes dialectos, y considerando que esta novedad ha de influir forzosamente a fomentar el espíritu autóctono de las mismas, destruyendo el medio más eficaz para que se generalice el uso de la lengua nacional, la reina (q. D. g.) ha tenido a bien disponer que en adelante no se admitiran a la censura obras dramáticas que estén exclusivamente escritas en cualquiera de los dialectos de las provincias de España.

Esta canción en aragonés muestra vívidamente cómo los educados durante el particularmente represivo periodo franquista sufrieron en sus carnes la imposición de la lengua nacional, ahora plenamente asumida y defendida por la mayor parte de la sociedad aragonesa, ignorante de sí misma y de su propio pasado.

Ta Boltaña he de baxar
dende Silbes a estudiar,
o maitin prenzipia ya a dispertar.
Dando trucos con o piet,
blincaré de tres en tres,
o tozuelo me fa cuentas d’o rebés.

O morral ye plen de libros
y ficau en o pochón
o recau qu’en casa nuestra me dán.
A gramatica y a istoria
cheografia u relixión,
biellas paxinas ¡que emporcadas ban!

¡Que nieba, que nieba,
a cara se me chela!
¡Ascape, ascape,
tenemos que plegar!
luego ta Boltaña
o maistro mos carraña,
se torna prou furo
y mos clama "chabalins".

Dos bezes en os didos
m’ha trucau a palmeta
por charrar en a fabla
que ye d’o mio lugar.
Debán d’os mios amigos
que charran castellano
d’as antigas parolas
m’en fan abergoñar.
A burla m’han feito
no he estudiau muito tiempo
pos mi pai me manda
as güellas paxentar;
a fosca cozina
con os mixins denzima,
me ye imposible
poder-me conzentrar.

En rematar a clase
a brenda mos minchamos,
arredol d’a gran mesa
d’o biello profesor.
En a estufa se creman
os leños que he trayiu,
rustidas as tortetas
sapen muito millor.

De tardada y al tornar
chunto a l’Ara he de pasar
por o puen que m’endreza ta o lugar.
O camín he de puyar,
me prenzipio a xorrontar,
boi cantando y as bruxas s’en iran.

En os güellos de mi mai
a tristura creigo bier
mil periglos piensa puedo correr.
A mi pai en o treballo
güei le tiengo que aduyar
luego plega ña ora d´ir a zenar

En a olla bulle a sopa
que acotrazia con amor
mai en fa que tot me sepa millor.
Ya en o leito cuan m´aduermo
siento en suenios o cantar
d’ixe gallo que me ba a dispertar.

 

El recuerdo de la castellanización entre los hablantes de aragonés (variante ribagorzana) aún vivos, como los de esta paisana de mi padre, son igualmente elocuentes:


 

Sobran comentarios.

 

Silvia Senz

 

(Para saber más no sólo sobre el aragonés, sino también sobre el asturiano, el sardo y el francoprovenzal y sus respectivos procesos de estandarización: Navarro, Pere (2003): «Processos d'estandardització en les llengües romàniques minoritzades: asturià, aragonès, francoprovençal i sard», en Miquel Àngel Pradilla (ed.): Identitat lingüística i estandardització, Valls: Cossetània, pp. 91-133.

 


 

1De hecho, la categoría científica de lengua no corresponde tampoco a un conjunto de hablas homogéneas; es una simple convención que permite la clasificación en unidades discretas de hablas divergentes pero interconectadas en un continuo espacio-temporal. Con todo, siempre es preferible a la idea política de lengua.

 

Las tribulaciones del verbo 'procesionar'

Las tribulaciones del verbo 'procesionar'

Andaba yo hace unos días pensando en escribir un artículo para las editoras de Addenda et Corrigenda por el cuarto cumpleaños de su bitácora (¡y que cumpláis muchos más!), cuando me llamó la atención el uso que un periodista de televisión hacía del verbo procesionar. La frase en cuestión fue esta: «Desde las tres y media de la madrugada los almonteños han procesionado a la Virgen por la aldea del Rocío…». ¿Qué opinan ustedes? ¿Han dado también un respingo como hice yo en su momento, o les ha parecido una frase normal y corriente?

Antes de que me contesten, debo aclarar que, a pesar de ser un término de acuñación relativamente reciente (no parece que en español tenga más de 30 años), el verbo procesionar no me resulta extraño cuando se emplea como intransitivo: las cofradías, las hermandades, los pasos, los tronos, las imágenes y los nazarenos procesionan en Semana Santa; e incluso figurada o metafóricamente hay aficionados que procesionan —todos en fila— ante las taquillas de un estadio de fútbol,1 o que —como si de una penitencia se tratara— procesionan ante un juez.2 Sin embargo, escuchar que alguien ha procesionado una imagen me sonó tan anómalo como lo sería oír que el Ejército ha desfilado un determinado tipo de misil. En fin, ya digo que no sé si a ustedes les ocurre algo semejante; pero, gramaticalmente hablando, la duda que me asaltó era muy clara: ¿tiene este verbo únicamente el significado de ‘ir o salir en procesión’, o también es común su empleo transitivo con la acepción de ‘sacar en procesión’, y es mi oído el único que se percata del chirrido?

Como lo más sencillo para salir de dudas de este tipo suele ser consultar un diccionario o una obra gramatical que se actualice periódicamente (el uso personal de cada uno puede en ocasiones ser minoritario o incluso antiguo), me dirigí a la página que la Real Academia tiene en internet y tecleé procesionar en su diccionario en línea. Pensaba yo que de esta forma mi duda quedaría resuelta en un par de minutos, al menos en el plano normativo. Sin embargo, lejos de ocurrir así, el resultado que obtuve fue tan sorprendente como decepcionante ya que, según la RAE, «la palabra procesionar no está registrada en el Diccionario». Reconozco que al leer esta frase volví a repetir la consulta para cerciorarme de que no había cometido algún error ortográfico; pero no, el resultado siguió siendo el mismo: para la Academia Española el verbo procesionar no es ni transitivo ni intransitivo ni nada porque ese verbo, simple y llanamente, «no está registrado». La verdad, leyendo esta absurda respuesta del diccionario de español más consultado en la red, no me extraña que muchos internautas todavía se pregunten en los foros digitales si este verbo procesionar existe realmente o si estamos ante el desvarío personal de algún pirado.

El caso es que si el uso de procesionar es tan escaso que la RAE no tiene constancia alguna de él, ¿cómo es posible entonces que en una simple búsqueda en las páginas en español de Google el infinitivo procesionar aparezca nada menos que 90.000 veces, el pasado procesionó 42.000 y el gerundio procesionando 26.000? Por supuesto, no olvido que, al contrario que en Internet donde todo es inmediato y los filtros de formalidad son pocos, la Academia es lenta en esencia, dado que está obligada a comprobar el uso fehaciente y continuado de una determinada palabra antes de incorporarla a su diccionario; pero precisamente por lo fácil que resulta encontrar ejemplos de este verbo en bitácoras, revistas y periódicos digitales —y, ¡ojo!, no sólo en estilos coloquiales—, me sorprendió tanto la ausencia de registros de la RAE. Y más aún cuando comprobé que procesionar ni siquiera figura en el Diccionario panhispánico de dudas, donde su presencia se me antoja inexcusable.

Bastante desconcertado, pues, decidí consultar directamente el CREA, la base de datos que recoge usos literarios y periodísticos hispanoamericanos de los últimos cuarenta años. «No vaya a ser —me dije— que todo se deba al error o al olvido de algún lexicógrafo.» Pero no, en esta base de datos académica el verbo procesionar aparece tan sólo una vez en un artículo del diario español El Mundo fechado en el año 1995. Sin lugar a dudas, aparición tan esporádica justifica que la Academia Española no recoja esta palabra en su Diccionario general, eso es obvio; pero no lo es menos que esta situación se produce debido a una grave negligencia metodológica. Porque es incomprensible que el Corpus de Referencia del Español Actual, la principal base de datos de los académicos a la hora de remozar su diccionario, no contemple ni un solo ejemplo de este verbo en la prensa hispana ¡de los últimos quince años!

Sinceramente, yo les recomiendo a los filólogos de la RAE que hagan dos cosas: primero, que se habitúen a manejar el buscador de Google, ya que en ese periodo de tiempo aparecen miles de entradas en páginas escritas en español; y, segundo, que si no se fían de internet —donde los ejemplos de cualquier escribiente se contabilizan como los del mejor escritor—,3 que se lean entonces alguna publicación en papel de la pasada Semana Santa, donde seguro que encontrarán también ejemplos más que suficientes de este verbo presuntamente indocumentado. En fin, ya se sabe que históricamente la Academia ha obviado usos comunes de los hispanohablantes de a pie mientras privilegiaba como criterio de autoridad los de los propios académicos, especialmente los de los escritores; y de esas lluvias quizás vengan estos lodos.4 Pero, sea por esta causa o por otra que se me escapa, lo cierto es que, con una base de datos como la actual, muchos internautas nos quedamos sin ejemplos para investigar el origen de este verbo,5 que bien pudo haber nacido en el ambiente cofrade de Andalucía (lugar de donde provienen muchos de los ejemplos encontrados en la red) para luego extenderse al resto del país (hay registros datados en León, Valladolid, Madrid, Asturias, Badajoz, Barcelona...), o para saber si arraigará definitivamente en América ya que en este continente el uso es sensiblemente menor que en España.

Todavía, pues, con mi duda gramatical a cuestas, y temiéndome ya que el verbo procesionar viniese acompañado de una cruz penitencial inmerecida, decidí acudir a una segunda fuente normativa, el vademécum que los compañeros de la Agencia Efe tienen en Internet; un diccionario que suele resolver dudas lingüísticas —especialmente a periodistas— de forma clara y fundamentada. Pero, ¡ay!, no así en esta ocasión; porque aunque, a diferencia de la RAE, la Fundéu sí registra el verbo procesionar, lo hace sólo para concluir que su uso: «Es incorrecto, y en su lugar deben usarse expresiones como participar en la procesión, ir en procesión...». Como ven, no son pocas las tribulaciones de este pobre verbo: primero el DRAE lo manda al limbo del ninguneo; y luego, la Fundéu, otro de los organismos normativos de la Academia,6 lo condena al infierno de la incorrección sin ofrecer ni una sola explicación al respecto.

Que conste que comprendo perfectamente —y hablo por propia experiencia— cuán dura e ingrata es la labor lingüística normativa. Sé que no es fácil establecer reglas sobre la corrección o incorrección de un determinado término, y más todavía cuando esos consejos van dirigidos a los periodistas, que viven en un mundo de vertiginosa inmediatez en el que a menudo lo único que necesitan es un «sí, es correcto» o un «no, es incorrecto». Pero, justo por eso, también sé que es imprescindible evitar juicios condenatorios apresurados que no se correspondan con el uso, que es lo que les ha debido de ocurrir a los filólogos de la Fundéu, cuyos motivos para tachar de incorrección al verbo procesionar no alcanzo a adivinar. En principio, porque su formación morfológica parece impecable (el sufijo -ar se emplea comúnmente para verbalizar7 un sustantivo: asesor/asesorar, cincel/cincelar, lesión/lesionar, incursión/incursionar…)8; en segundo lugar, porque su sentido no necesita de mucha explicación, ya que cualquiera lo entiende de inmediato (ventajas de la paronimia); y en tercer lugar, porque, aunque puede que estemos ante un españolismo, su uso está más que comprobado en estilos formales, dado que encontramos múltiples ejemplos en la prensa; ejemplos entre los que se incluyen —como confirmación más que evidente de esta dinámica— teletipos de la propia Agencia Efe.

Por supuesto, sobre este último punto siempre podríamos aducir —al viejo estilo del desaparecido Fernando Lázaro Carreter—9 que los periodistas suelen ser unos díscolos incorregibles que se empeñan en emplear un lenguaje retorcido o incorrecto sólo para llevarnos la contraria a los lingüistas, ¡yo mismo lo he pensado en alguna ocasión!; pero sería justo recordar entonces que en muchas otras ocasiones estos profesionales suelen ser los primeros en recoger un uso nuevo que la gente ha comenzado a emplear porque resulta útil de alguna manera. Y eso es seguramente lo que está ocurriendo con el caso que nos ocupa: Salir, ir, participar o sacar en procesión son locuciones que procesionar resuelve en una sola palabra, y esa es una ventaja considerable.

Entes normativos aparte, veamos ahora qué dicen al respecto de procesionar los diccionarios de uso. Siguiendo la estela del DRAE, el María Moliner tampoco recoge este verbo (al menos en la edición que yo manejo), algo que sí hace en su versión en línea el diccionario Clave, que lo define exclusivamente como verbo intransitivo. Sólo el Diccionario de Español Actual de Olimpia Andrés, Gabino Ramos y Manuel Seco —el más reciente de los diccionarios de uso del español de España— recoge lo que parece ser una evidencia por los ejemplos encontrados en Google: hoy por hoy el verbo procesionar se utiliza tanto en forma intransitiva con el sentido de ‘ir en procesión’, como en transitiva con el de ‘sacar en procesión’. En la red podemos encontrar sin dificultad ejemplos en pasiva: «El crucificado ha sido procesionado» (más de quinientas apariciones) e incluso en pasiva refleja: «Las imágenes se han procesionado» (¡más de cinco mil!). ¿Ocurrirá lo mismo en otras lenguas o es el español un caso especial?

En catalán, por ejemplo, no recogen el verbo processonar ni el metabuscador de la Generalitat, ni el Diccionari de Catalá Didac, ni el Diccionario de la Acadèmia Valenciana de la Llengua, como tampoco figura en el vocabulario medieval del Institut d’Estudis Catalans. Sin embargo, es posible encontrar algunos ejemplos en internet. Son tan escasos, eso sí, que bien podrían tratarse de calcos del castellano. En gallego tenemos una situación similar a la catalana, ya que el Diccionario de la Real Academia Galega tampoco registra este verbo.

Por el contrario, en inglés encontramos to procession en el Merriam-Webster Online Dictionary, que lo considera un arcaísmo tomado del francés medieval con el significado de «to go in procession». La misma definición, «to march in procession», viene a dar el Collins English Dictionary, que también recalca que estamos ante un uso raro y antiguo. No deja de ser curioso que un neologismo para los españoles, sea un término pasado de moda para los ingleses. Y, sin embargo, lo mismo ocurre en italiano; según el Vocabulario de la Academia de la Crusca de 1816, processionare significa: «Andar aitorno a processione, o a guisa de processione; ma è voce inusitada». Así pues, voz rara ya en 1800, que significa ‘salir en procesión’. Por su parte, el Grande Dizionario Italiano Hoepli nos da una definición muy similar de processionare, al que califica como uso poco común: «Andare in processione o come in processione». Veamos, por último, el caso francés. Según el diccionario Larousse, processioner es un uso literario y antiguo que significa: «Marcher, se déplacer en procession». O sea, ‘ir o salir en procesión’; una definición que corroboran y amplian otros diccionarios en línea al definirlo como: «Faire une marche religieuse accompagnée de cantiques et de prières», o, más escuetamente, como: «Aller en procession». Hay que concluir, por tanto, que el español procesionar se corresponde en significado y etimología con el inglés to procession, el francés processioner y el italiano processionare, sin duda porque todos ellos derivan del latín processio, sustantivo derivado, a su vez, del verbo procedere, que significa ‘avanzar’.

Lo más relevante de la comparación anterior es que en inglés, francés e italiano —y he aquí el detalle que arrima un poco el ascua gramatical a mi sardina normativa— procesionar aparece únicamente como verbo intransitivo, por lo que el uso transitivo español parece ser una novedosa excepción que rompe el paradigma compartido con otras lenguas.10 ¿Es esta quizá la razón de que su uso en español chirríe más que el intransitivo? Y, en todo caso, ¿sería ésta causa suficiente para censurarlo o desaconsejarlo? Difícil de contestar sin duda, y por eso les confesaba hace unas líneas que la labor normativa es muy ingrata para los lingüistas. Si somos partidarios de respetar escrupulosamente el uso, entonces podríamos aducir que las imágenes, las reliquias y los pasos son transportados, por lo que la acepción transitiva de procesionar adquiere un sentido muy preciso (sacar una imagen o una reliquia en procesión). Si, por el contrario, somos muy, pero que muy, conservadores, podríamos recomendar dejar esta acepción en cuarentena un poco más, al menos hasta asegurarnos de que no causa un rechazo gramatical mayoritario, lo que sería razón para excluirlo de la norma de corrección. Eso sí, en cualquiera de los casos, los organismos normativos deberían admitir sin dilación la acepción intransitiva;11 sobre todo porque el uso y la aceptación de la gente nos demuestra que ese procesionar semanasantero parece haber venido para quedarse, por más que a algunos todavía les suene un poco raro.

En fin, si es este su caso, no olvide que habitualmente todo lo nuevo suele resultar extraño, y que situaciones parecidas se produjeron con otros neologismos como ningunear o precarizar,12 (y no digamos nada de incursionar) aceptados hoy en día por la Academia a pesar de lo raro que sonaban hace tan sólo unos pocos años; y lo mismo puede que pase con otros verbos en el futuro.13 Además, tenga en cuenta que no existe obligación alguna de emplear aquellas palabras que nos resulten inadecuadas, incorrectas o, simplemente, feas, ya que, como hablantes, tenemos la oportunidad y la libertad de escoger entre un amplio repertorio léxico. En último caso, y como último consuelo, recuerde que aunque algunos neologismos nos desagraden o nos suenen mal, siempre podemos alegrarnos de comprobar cómo nuestra lengua sigue creando palabras y acepciones, señal inequívoca de su buena salud.

 

En Sevilla, a finales de junio del 2010.

 

Luis Carlos Díaz Salgado

 

1 Las orugas llamadas procesionarias reciben este nombre por desplazarse una detrás de la otra; o sea, en procesión.

2 Si es usted periodista, le aconsejo que en su labor profesional sea muy cuidadoso, o cuidadosa, con empleos figurados como este. Estilísticamente, resulta mucho más objetivo y formal decir que las personas comparecen ante un juez u otro tipo de autoridad.

3 El buscador de google puede servir para darnos una idea aproximada del uso de un determinado término, pero su fiabilidad es muy cuestionable, ya que en ocasiones un mismo ejemplo puede aparecer, y contabilizarse, en múltiples ocasiones. Es necesario, por tanto, afinar las búsquedas todo lo posible.

4 Este comportamiento académico, además de elitista, resulta también científicamente cuestionable.

5 Doy por hecho que estamos ante un neologismo ya que el CORDE, la base de datos histórica del español, no recoge ni un solo ejemplo, a lo que debemos añadir que este verbo no figura en ninguno de los diccionarios académicos, antiguos o modernos. Si usted tiene constancia de que procesionar ya se empleaba en siglos pasados, le agradecería por tanto que me hiciera llegar la referencia bibliográfica.

6 Para entender la profunda relación entre la RAE y la Fundación de Español Urgente, baste recordar que Víctor García de la Concha es director de la primera y presidente de la segunda.

7 A pesar de que el DRAE no recoge esta acepción, verbalizar define el proceso por el que un adjetivo o sustantivo se convierte en verbo. Tampoco recoge el DRAE el término verbalizador, que es como se califican los sufijos empleados en el proceso anteriormente reseñado.

8 Es realmente llamativo que este verbo incursionar (realizar una incursión) sí figure en el DRAE, mientras que excursionar (salir de excursión) no esté «registrado», tal y como le ocurre a procesionar.

9 Director en su día de la Real Academia, y uno de los creadores del Departamento de Español Urgente, antecesor de la actual Fundéu, Fernando Lázaro Carreter censuró en su conocido El dardo en la palabra numerosos usos periodísticos, algunos de los cuales están hoy más que asentados.

10 Son escasísimos los ejemplos transitivos que he podido encontrar en francés.

11 El Libro de Estilo de Canal Sur, cuya autoría compartí con José María Allas, recogía y validaba ya en el 2004 el uso intransitivo de este verbo procesionar. Luego la Academia tampoco parece prestar mucha atención a lo que establecen los manuales periodísticos; otro ejemplo de cuánto debería mejorar el CREA.

12 Yo mismo censuré y desaconsejé el uso de precarizar en el Libro de Estilo de Canal Sur del 2004, y lo mismo hice con oscarizar. Hoy en día, y dada su aceptación y empleo, no podría seguir negando la corrección de estos verbos, sólo el primero de los cuales recoge el DRAE. Entono este mea culpa para demostrar que cualquiera que ejerza labores normativas está expuesto tanto al error o al desacierto, como a la crítica; de ahí que las obras normativas deban ser revisadas y actualizadas con cierta regularidad.

13 Pongo como ejemplos últimos y definitivos de esto que digo a verbos como conveniar (firmar un convenio) o recepcionar (¿responsabilizarse una administración de recibir un documento o una obra pública?) que también hace tiempo que llaman a nuestra puerta a pesar de que —cuando menos estilísticamente— resulten bastante discutibles.

Tradiciones onomásticas

También de Laura Rodríguez, que me confirma así lo que ya sabía por mi cuñada dominicana. Luego de leerlo, una maldice su suerte por haber nacido en España y no poder llamarse Lara Croft Senz.

 

Intentan prohibir en Dominicana los nombres raros

Juez busca evitar que se usen nombres despectivos, extravagantes o vulgares

Por The Associated Press

SANTO DOMINGO 

 


Un juez electoral dominicano sometió ante un tribunal civil la prohibición de nombres que sean despectivos, extravagantes o vulgares y combinaciones que dificulten identificar su sexo.

José Ángel Aquino, de la Junta Central Electoral, planteó también que los oficiales del Estado Civil no inscriban más de tres nombres a una persona ni apellidos como nombres.

“Nombres que sean despectivos, extravagantes o vulgares, como resultan aquellos que se refieren a partes del cuerpo, marcas de fábrica, nombre comerciales, personajes de ciencia ficción, palabras popularmente utilizadas de manera ofensiva, entre otros (se prohíben)”, indicó el proyecto.

 También se objetarían “nombres que sean de difícil pronunciación, con excepción de aquellos pertenecientes a hijos o hijas de extranjeros”.

En las oficialías dominicanas están inscritos nombres como Bobona Guerrero de los Santos, Tontón Ruiz, Adicto de los Santos, Seno Jiménez, Ernesto Che Pérez, Winston Churchill de la Cruz, John F. Kennedy Santana, Rambo Mota.

Por igual, Kalimán Sosa, Bruce Lee Antonio Félix, Nat King Cole Martínez, Elton John Herrera, Querido Familia Pérez, Deseado de Oleo, Teamo Amador, Querida Piña, Mazda Altagracia Ramírez, Datsun del Carmen Ureña, Nisan de la Cruz, Toshiba Fidelina Gómez, Daweoo Radhamés García, Cuca Féliz Segura, Popolón Rosario, Chocha Colón, Totón Melitón Pérez, Guebín Rondón.

 La jueza Aura Celeste Fernández rechazó hoy la propuesta, argumentando que no está acorde con las costumbres dominicanas e irrespeta el derecho de los padres a la libre elección del nombre de sus hijos.

“Entendemos que no es prudente que se creen las condiciones para que, avalado en una resolución, un funcionario, en este caso el oficial del estado civil, se tome la facultad de ser el que decida si se declara o no a un niño con el nombre que el padre, o la madre, o ambos ya han elegido”, consideró Fernández en una carta pública.

La ley que regula los actos del estado civil data del 1944, que solo establece requisitos básicos y no tiene objeciones a nombres.

Fernández comentó que lo oportuno sería la aprobación de un instructivo dirigido a los oficiales civiles para que agoten una fase de orientación sobre los efectos que podrían tener los nombres vulgares, extravagantes y otros.

Ni castellano ni español: lengua hispánica

O así la denomina el botón correspondiente a lo que mayoritariamente se denomina castellano o español de este diccionario visual trilingüe en línea. Vean:

Estaría bien fijarse en qué otras webs usan la denominación hispánico u otras alternativas al usual castellano/español. Si alguien tiene localizados casos similares, remítanlos a la e-dirección del blog o inclúyanlos en los comentarios.

La riquesa de les llengües, 11: ¿on és la blogosfera plurilingüe?

La riquesa de les llengües, 11: ¿on és la blogosfera plurilingüe?

A Addenda et Corrigenda tenim un problema: que ni som un blog en català, ni en castellà, sinó un batibull de tot plegat. I més llengües poguéssim emprar amb facilitat, més variadet el faríem. (De fet, per fer un cop de mà a la massa tardana Ley de Lenguas de l’Aragó aviat miraré de rescatar el que em queda a la memòria de la fabla aragonesa ribagorçana paterna, donat que l’aragonès unificat, encara a les beceroles, mai l’he arribat a aprendre.)

El mal d’aquest tret nostre és que a tot arreu som una mena de pàries: quan ens hem de registrar per idioma on sigui, mai hi ha una opció on ens puguem encabir. Als premis ja ni ens anotem, perquè també van per idioma. De vegades ens hem inscrit en alguns serveis estadístics com a bitàcola aranesa (tot i no tenir més que un post en aranès), de vegades com a catalana... Com a castellana mai, que aquests ja van prou servits. Però mai hem trobat manera de reflectir el nostre veritable esperit, tot i ser una redacció d’arreu amb lectors d’arreu. I sempre ens preguntem on coi se’ns inclou dins del recomptes de la presència de les llengües a Internet.

Anys enrere, a Tradublog van fer una petita capbussada sectorial, que els hem d’agrair, en la comunitat blocaire multilingüe. Per tal d’ampliar la colla, des d’aquí fem una crida per saber com s’ho maneguen altres blogs bi o plurilingües en aquesta xarxa tan encaparradament monolingüe, i perquè escriuen en més d’una llengua. Qui sap si amb el temps ens podrem aplegar en unes jornades...

 

Silvia Senz

 

La saviesa d'Antoni M. Badia i Margarit

De l’entrevista emesa ahir del programa (S)avis, del Canal 33.

 

 

Una España plural de pandereta

Una España plural de pandereta

 

Tras la muerte del dictador, el sempiterno problema de la construcción de España, agravado por la exacerbación del nacionalismo español, que dio origen a dos dictaduras en el siglo xx, a una guerra civil, a un grado máximo de hostigamiento y persecución del resto de comunidades lingüísticas de España, y a una represión atroz de las fuerzas opositoras, no quedó en absoluto resuelto con la transición del país hacia la democracia y la creación de un modelo de administración territorial descentralizado (el Estado de las autonomías). Idealizada como un modelo de consenso y reconciliación y como garantía de la pluralidad, la transición democrática española ha supuesto, de hecho, la consagración y definitiva legitimación del nacionalismo español como nacionalismo de Estado, y del unitarismo como modelo político. Basta leer la Constitución española de 1978 para constatarlo:

En primer lugar, la Constitución se fundamenta en la «indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles» y declara como nación única a la española; al resto de naciones se refiere como nacionalidades (Constitución Española vigente [CEV en adelante], tít. preliminar, art. ii). Pese al reconocimiento de las comunidades con lengua, fueros y gobiernos históricos propios, particularmente durante la Segunda República (las llamadas «comunidades históricas»; CEV, tít. x, disposición adicional primera), y pese a que fueron precisamente sus reivindicaciones las que movieron a buscar una fórmula de conformación territorial que les diera acomodo, la negación de la existencia de más nación que la española (de matriz castellana) y la progresión del Estado de las autonomías hacia un federalismo cada vez más simétrico (el famoso «café para todos») ha acabado difuminando ante la opinión pública los sentimientos nacionales de estas comunidades y generando frustración y verdaderos cul-de-sac políticos, que evidencian la nula disposición a configurar un Estado plurinacional.

A continuación, identifica España con la lengua castellana, a la que, a efectos internos, mantiene el privilegio de ser la única lengua oficial y de obligado conocimiento en todo el territorio (CEV, tít. preliminar, art. iii). Con ello, establece una política lingüística jerárquica (cf. E. Boix-Fuster, 2008), basada en la desigualdad entre lenguas (ergo, en la idea de que hay lenguas mejores que otras y comunidades lingüísticas autóctonas con más derechos que otras) y consagra la situación de diglosia conflictiva de las comunidades sometidas a castellanización —llamarlas bilingües es un eufemismo que elide el proceso por el que se ha alcanzado el bilingüismo— por muchas campañas de normalización que desarrollen las comunidades autónomas con lengua propia reconocida. Que el Gobierno del Estado haya estado en manos de partidos denominados «socialistas» no ha modificado un ápice este trato desigual.

Adjudica a las Fuerzas Armadas el papel de garante de la integridad territorial de España (CEV, tít. preliminar, art. viii), una evidente coerción de cualquier aspiración soberanista. Para reforzar este papel del Ejército en el imaginario colectivo, el día de la fiesta nacional (día de la Hispanidad, 12 de octubre) se celebra todos los años en la capital del Estado con un desfile militar presidido por el rey Juan Carlos I, en el que ha habido significativas y repetidas ausencias de algunos presidentes de comunidades autónomas históricas. En los actos de celebración del 30 aniversario de la Constitución celebrados en el Congreso de los Diputados en diciembre del 2008, la ausencia de 12 de los 17 presidentes regionales (de las comunidades murciana, extremeña, catalana y de las dos castellanas) y la presencia de sólo 4 partidos del arco parlamentario (entre ellos, solamente uno nacionalista, Convèrgencia i Unió, pero ninguno soberanista) pusieron de relieve un cierto cuestionamiento del modelo de convivencia que la carta magna instituyó en 1978.

Por último, no admite la confederación de autonomías (CEV, tít. viii, cap. iii, art. 145), con lo que se favorece la fragmentación de las comunidades lingüísticas, elimina el peligro de alianzas contrarias al Estado y se coarta el desarrollo de políticas (también lingüísticas y culturales) comunes. Si eso no bastara, especialmente desde los gobiernos de derechas se ha fomentado en lo posible el odio entre comunidades autónomas con una misma lengua autóctona (la instrumentalización, por parte del Partido Popular, del blaverismo valenciano es una ejemplo paradigmático).

Además, a efectos exteriores, como hemos señalado a menudo en esta bitácora (1 y 2), la política española no ha dejado de poner énfasis en la defensa y promoción internacional del español como seña exclusiva de identidad del país.

Nada de esto ha satisfecho las expectativas de reconocimiento (de sus culturas, lenguas, derechos históricos y carácter nacional), de autogobierno y de desarrollo económico de los nacionalismos periféricos. Su frustración y las tensiones resultantes entre centro y periferia, entre nacionalismos español, vasco y catalán (y en menor medida, gallego) han dado alas, por un lado, a una creciente reafirmación del nacionalismo español —presente en diverso grado en los dos partidos estatales mayoritarios y motivo de sus recientes alianzas, y base ideológica de nuevos partidos como Unión Progreso y Democracia—, favorable a reformas constitucionales que reviertan el proceso de descentralización administrativa y pongan fin a la capacidad de decisión en el Gobierno concedida a las minorías nacionalistas; y, por otro, a una acentuación del federalismo de los regionalismos, y del confederalismo o soberanismo de los nacionalismos (especialmente vasco y catalán) que ponen sus miras en una deseada «Europa de las naciones» (cf. Núñez Seixas, 2004).

La nueva pujanza del nacionalismo español ha cobrado fuerza también, en muy buena medida, mediante la reformulación del nacionalismo hispánico poscolonial en la actual era de globalización económica y multilateralismo político, motivado por la presencia de intereses políticos y económicos de España en América Latina. Las nuevas prioridades internacionalistas de la política de Estado española con respecto a la lengua hegemónica, confrontados a los deseos de proyección política y cultural internacional de los nacionalismos periféricos —por ejemplo, la oficialidad en la Unión Europea de sus lenguas o la promoción de su industria cultural (cf. M. Ebmeyer, 2006, y Cercle d’Estudis Sobiranistes, 2009)—, han abierto nuevas causas de conflicto; desde que a inicios del presente siglo arrancaron las proclamas triunfalistas sobre el dorado futuro del español en el mundo, son habituales entre los sectores españolistas, particularmente entre algunos académicos como Gregorio Salvador o Luis María Ansón, las diatribas contra los nacionalismos periféricos, a los cuales suele tildarse de provincianos por renunciar a subirse al tren de la imparable expansión mundial del español y, con ello, de la nación española, que en el discurso oficial suele presentarse «como vehículo de la universalidad moderna y de la democracia» (cf. K. Woolar, 2008 y Càtedra Linguamón).

En estas condiciones, la España plural que el socialismo de escaparate pregona se revela como una apuesta política de pandereta.