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Oficios del libro y la cultura escrita/Oficis del llibre i la cultura escrita

Llamado a los correctores uruguayos

Llamado a los correctores uruguayos interesados en firmar una petición, ante el Ministerio de Educación y Cultura, por la expedición de un título de idoneidad como corrector de textos (ortotipografía y estilo). A los correctores que quieran unirse en esta solicitud, les ruego hacerme llegar sus datos a mi dirección electrónica: .

Señor ministro y señores directores generales del Ministerio de Educación y Cultura del Uruguay, Jorge Brovetto, Luis Garibaldi y Luis Mardones:

Solicitamos la imprescindible ayuda del Ministerio que ustedes dirigen para revertir la situación actual de los correctores uruguayos. A diferencia de lo que ocurre en otros países, incluso de la región (Argentina, por ejemplo), en el Uruguay los correctores de textos —de ortotipografía y de estilo— nos hemos formado de manera autodidacta, por lo que carecemos de un título que nos habilite a cumplir con el trabajo. Nuestra formación básica puede ser la de profesores de idioma español o de literatura, egresados de la Facultad de Humanidades o de disciplinas diferentes.

Esta carencia de título es un serio escollo a la hora de conseguir el reconocimiento de nuestra tarea en el país y, muy especialmente, para trabajar con clientes del exterior. Asimismo, oculta las diferencias entre proveedores bien formados y proveedores improvisados. El país cuenta con buenos correctores que hacen su trabajo con esfuerzo, actualizándose permanentemente, comprando bibliografía que no se distribuye en el país y consultando las listas electrónicas internacionales de especialistas en el lenguaje.

Nos atrevemos a presentarles una sugerencia: estos correctores capacitados podrían expedir un título de idoneidad como corrector de textos, de ortotipografía y de estilo, luego de examinar los conocimientos y las fuentes de consulta de los interesados. Si el Ministerio así lo dispusiera, también conocemos especialistas e instituciones argentinos y españoles a quienes recurrir, plenamente capacitados para otorgar esta acreditación.

Agradecemos la atención a este mensaje y las indicaciones que recibamos de ustedes.

 

María del Pilar Chargoñia Pérez, correctora de estilo, C. I. n.º 2.734.472-8, Montevideo, Uruguay.

La pluma invisible del corrector

La pluma invisible del corrector Un interesante apunte de Andrea Estrada (coeditora de la imprescindible Páginas de Guarda) en Página/12, sobre la responsabilidad del corrector de estilo, cuyas virtudes, paradójicamente, sólo pueden mostrarse en una sempiterna negritud.

¿Corrector o corruptor?

Por Andrea Estrada *

A nadie le gusta que lo corrijan, porque corregir es como decir la verdad. Y salvo los chicos, que en general suelen tomar con naturalidad –o indiferencia– los cartelones rojos de las maestras, y los locos –ajenos a todo barbarismo lingüístico, y de los otros–, ni siquiera nuestros parientes aceptarían cambios en sus textos. La otra razón es que, a veces, y aunque parezca paradójico, los correctores operan como verdaderos “corruptores”. ¿Por qué? Porque rebosantes de entusiasmo no pueden evitar caer en la sobrecorrección y la ultracorrección. Si sobrecorrigen, intervienen desacertadamente en los textos ajenos, pues no lo hacen para modificar los errores, sino simplemente por una cuestión de preferencia personal. De la misma manera, si ultracorrigen, también corrigen lo que está bien o, para ser más exacta, realizan una trasposición errónea de la normativa vigente. Es lo mismo que hacen los hablantes cuando para evitar formas como “Pienso DE que es injusto”, suelen decir “Me doy cuenta (DE) que no tengo razón”, quitando el de, que en este caso es correcto. Pero nada de esto invalida el trabajo del corrector, cuya obligación es corregir los errores, aunque algún damnificado se enoje. Quizá la clave para que la corrección no sea vista como un acto soberbio y autoritario, ejercido desde la desventajosa posición de alguien que sabe mucho, pero cuyo conocimiento no sirve para mostrar ni mostrarse, radique en el buen criterio personal para interactuar con editores y autores. Porque corregir es un trabajo oculto, invisible y, por eso mismo, ingrato. Parecido, si se me permite una comparación con el fútbol, al del buen árbitro: debe pasar desapercibido. De allí que muchos escritores consagrados sólo confiesen haberse dedicado a la corrección, a la hora de revalidar su título de “buen intelectual”. Como Rodolfo Walsh, corrector de pruebas de Hachette, Andrés Rivera, o Truman Capote. O incluso Guillermo Cabrera Infante, cuya tarea de corrector de la prolífica escritora española de novelitas rosa –“la inocente pornógrafa”, como él mismo la llamaba– resultaría determinante para su posterior dedicación a la escritura. Este hecho viene a corroborar dos cuestiones: la primera, que no es cierto que a los escritores no se los corrija; la segunda, que a los conocimientos, la minuciosidad y el talento de un corrector tal vez se deba el éxito de una obra, un escritor y un sello editorial. Y si no, pregúntenle a Corín Tellado.

Sobre el mercado del español en EUA, el prestigio social de la lengua, la calidad lingüística de los medios y la capacitación profesional

 

Hablábamos hace poco del seminario «El español en los medios de comunicación de los EE.UU.», organizado por la Fundéu y la Fundación San Millán y celebrado en los primeros días del pasado mes de mayo en San Millán de la Cogolla (La Rioja, España).

El tema del español en los medios estadounidenses no es novedoso; ya fue objeto de debate en el simposio organizado por el centro del Instituto Cervantes en Chicago a finales del 2002, donde se planteó la conveniencia de una política lingüística encaminada a lograr un español unitario en los medios de comunicación hispanos. Las razones en que se basaba esa propuesta eran el papel dinamizador de los mercados que tienen los medios de comunicación y la idea de que una mayor uniformidad lingüística, basada en el modelo normativo que emana de instituciones socialmente prestigiosas como la RAE y las academias hispanoamericanas asociadas, permitirá cohesionar el diverso y disperso español de la comunidad hispana en Estados Unidos —que no siempre es monolingüe española, sino de lengua materna indígena—, conferirle la imagen positiva y el prestigio social del que carece entre los anglohablantes, hacer frente a la presión del inglés dominante (que ha emprendido el camino hacia la oficialidad exclusiva en EUA) y salvaguardar el prometedor mercado del español en ese país, en el que la industria editorial española ya ha empezado a tomar posiciones.

Al hilo de esa necesidad de unificar el español de los medios hispanos de EUA, en el citado seminario de la Fundéu —donde se sentaron las bases organizativas para la preparación de la segunda edición del Manual de Estilo de la National Association of Hispanic Jounarlists/Asociación Nacional de Periodistas Hispanos (NAHJ/ANPH), futuro libro de estilo común para todos los medios que en el mundo publican o emiten en español—, la presidenta de la NAHJ lanzó la idea de crear un certificado de calidad en el uso del español para los profesionales estadounidenses, un certificado que «vendría avalado por el Instituto Cervantes o la Fundación del Español Urgente [Fundéu] y tendría que renovarse cada cierto tiempo, aunque no de manera obligatoria», y que serviría para certificar «el buen uso del idioma por parte del periodista, además de que le aportaría un plus de calidad al medio de comunicación que lo contratase».

Sin duda que ese certificado permitiría implantar el modelo unitario y de prestigio que la Fundéu dispusiese, que no podría ser otro que el académico, y no sería de extrañar que se empezara a trabajar ya en ese sentido. Quizá un primer paso sea el curso en línea «El uso correcto del español en los medios de comunicación», que organizan conjuntamente la Fundéu y la Ceddet, dirigido a periodistas latinoamericanos, y cuyo equipo directivo y docente lo integran miembros destacados de la Fundéu y profesionales de su entorno, conocedores de la norma española y de los modelos de lengua internacional usados por los medios audiovisuales. Este curso no tiene, que sepamos, precedentes en América, aunque sí se imparte en Cataluña (España) un posgrado de Asesoría Lingüística en los Medios Audiovisuales en catalán, organizado por el Grup Llengua i Mèdia de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), estrechamente ligado — por ser ambos requisitos para acceder al Máster en Corrección y Asesoría Lingüística— al posgrado Corrección y Asesoría Lingüística, de formación de correctores profesionales de catalán oral y escrito.

Son muchas las diferencias entre el curso que acaba de iniciar la Fundéu y estos otros de la universidad catalana: la duración, el carácter presencial o virtual, el programa, el nivel académico, el grado académico de la titulación, los requisitos de acceso... No obstante, hay una que resulta especialmente relevante para esta bitácora: el perfil de los destinatarios. Mientras el curso de la Fundéu se dirige a periodistas latinoamericanos en activo de medios escritos, que no necesitan acreditar previamente ningún nivel de conocimiento de la lengua, el posgrado de asesoría en los medios audiovisuales de la UAB va destinado a licenciados en filología catalana, traducción, periodismo u otras carreras que acrediten o demuestren un nivel superior de dominio del catalán normativo. Suponemos que los fines de uno y otro curso son esencialmente tan distantes que no hay punto de comparación posible, pero aun así sería deseable que la Fundéu progresara hacia estudios de capacitación y especialización profesional que tuvieran en su mira niveles de conocimiento y dominio de la lengua como los que se exigen en los mencionados posgrados de la UAB. De otro modo, su trabajo formativo difícilmente va a plasmarse en una mejora del español de los medios escritos latinoamericanos —que exigiría la intervención de profesionales expertos (asesores lingüísticos y correctores)—, suponiendo que sea eso lo que se proponen.

[Sigue aquí.]

 

Silvia Senz (Sabadell)

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«Hacernos pagar lo que ya está pagado: la RAE y el DPD (1.ª parte)»

«Hacernos pagar lo que ya está pagado: la RAE y el DPD (2.ª parte)»

«La fijación del español internacional (y de la edición en español) en EE. UU. , ¿una cuestión de prestigio, imagen, medios y libros de estilo? (1.ª parte)»

 

 

 

Ser corrector de textos en el Perú

Ser corrector de textos en el Perú

I

Según el DRAE:

Redactar. (Del latín redactum, supino de redigěre, compilar, poner en orden). tr. Poner por escrito algo sucedido, acordado o pensado con anterioridad.

Corregir. tr. Enmendar lo errado.

Redactar no es sencillo. Supone, en primer lugar, un proceso mental de «ordenamiento» de las ideas (o de la información) y trasladar estas a un formato escrito. Y como las ideas no van a dejarse atrapar fácilmente y menos ser cohesionadas en un todo analizable, el redactor luchará por domesticarlas para que luego puedan servir fielmente a alguna argumentación, ensayo, etc.

Si bien existen redactores muy experimentados que pueden escribir sobre algún tema de corrido y con poquísimos errores, lo que es exactamente lo contrario suele verse más a menudo.

La demanda de información en una sociedad globalizada ha hecho que cantidades monumentales de datos se emitan cada día desde fuentes hace unos años inimaginables.

Y como en cualquier fenómeno humano, solo unos cuantos canalizan, aprovechan y, muchas veces, distribuyen los esfuerzos e información relevantes. Otros tantos se pierden en rumas de libros por leer, en promesas hechas a amigos de hacer clic en sus enlaces de páginas web, en diarios y suplementos muy interesantes guardados en el segundo cajón de la derecha, esperando aquella hora libre que nunca llega. Y otros muchos, rendidos o siempre hechos a un lado, se limitan a ver, como los niños los aviones, los libros, revistas y webs que cruzan por tantas dimensiones.

Pero es evidente que en esa gran cantidad de papel y bytes producidos hay meras refundiciones o viles copias de otras ediciones, que por decirlo tajantemente nunca debieron ser publicadas.

Así las cosas, las editoriales, aplicando modernísimas técnicas de mercadotecnia, apuestan por llenar estantes y más estantes con novelas posmodernas (léase, mejor, novelas rosas recargadas), con híbridos detectivescohistóricos, y también con textos New Age, esos que te dicen cómo encontrar la felicidad debajo de aquella piedra en forma de estrella que siempre ha estado en el parque a dos cuadras de tu casa.

¿Pero es que no hay lectores exigentes?

Bueno, esa pregunta, en el ámbito mundial, no sé quién la responderá, pero en el Perú, simplemente no los hay (o los hay tan pocos…).

II

En los tiempos que yo estudiaba en la universidad, había una pregunta que me hacían en cualquier reunión y que llegó a tener para mí visos de drama.

—¿A qué te dedicas? —me preguntaban.

A lo que yo, al principio, invariablemente respondía, orondo:

—Estudio lingüística.

La respuesta del interlocutor variaba:

1) [Boca abierta y ojos idos:] ¿Y qué es eso?

2) ¡Ah, ya, profesor de lengua!

3) ¡Ah, entonces tú sabes hablar muchos idiomas!

4) [Y el más acertado:] ¡Ah, lenguaje! ¿Y para qué estudias eso?

Dos años, aproximadamente, intenté explicar qué era la lingüística, su campo de estudio, etc. Luego, como no tuviera resultados en mis explicaciones (en verdad, muchos de mis compañeros de escuela tampoco entendieron nunca qué era la lingüística), opté por responder afirmativamente a cualquier respuesta:

—¿Eres profesor?

—Sí.

—¿Hablas muchos idiomas?

—Oui.

—¿Y qué es eso?

—Exacto, tienes toda la razón.

(La pregunta 4 hasta ahora no he podido contestarla.)

 

III

Han pasado los años y ahora soy corrector de textos en una universidad (que quiere decir ahí: leer, rerredactar, pasar correcciones, maquetar e imprimir). La vez pasada, luego de casi un año de comprarle a la misma señora de la vuelta un par de cigarros para luego del trabajo, se animó y me preguntó:

—¿Y en qué trabaja en la universidad?

Antes de ponerme a pensar en la respuesta:

—Corrijo y edito textos.

—¡Ah ya! Usted es profesor.

(¡Ay, no!)

—No, yo me encargo de..., cómo le digo, hacer los libros, o sea…

—¡Aaaah! Usted escribe los libros.

(Yo pienso: «¡Pucha!».)

—Esteee, mire, yo…, sí, seño, tiene razón, fíeme dos cigarritos hasta mañana, ¿ya? ¿Y qué tal, cómo le va en la venta?

—Ahí, joven, más o menos…

Bueno, habrá quien me diga que la señora no tiene por qué saber lo que es un corrector o un editor. Claro, toda la razón. Pero esta clase de anécdotas solo ponen de relieve estos hechos:

· El corrector de textos (o de estilo) es una figura casi desconocida en el Perú.

· En nuestro país, el 26 % de personas en edad de leer no lo hace nunca. Además, el 45% de los que leen lo hace apenas dos horas a la semana.

· El corrector se ha visto desplazado de los pocos lugares en que tenía su sitio ganado (editoriales, diarios, revistas) y se ha trasladado la responsabilidad del cuidado de los textos a los redactores, con ayuda de programas informáticos.

· La inexistencia de instituciones que formen a un corrector o editor. Hecho que, llegado a extremos, hace que, con honrosísimas excepciones, no se respeten las tradiciones tipográficas (actitud no debida a una rebeldía hacia «normas colonizantes» sino a la mera ignorancia) y las normas ortográficas en libros, periódicos y toda clase de textos.

Fernando Carbajal Orihuela (Lima, Perú)

Contrastes culturales de la idea de editar

Contrastes culturales de la idea de editar

Ya comentamos aquí de qué modo contrastaba el concepto de la edición como una cadena de procesos y profesionales, que promueven activamente los editores independientes franceses, con la escasa defensa de esta idea que hallamos entre los editores españoles.

Más allá de la edición independiente, la simple comparación de los contenidos de la página web de la Federación de Gremios de Editores de España con los contenidos de la del Sindicat National de l’Édition habla por sí sola: en la una, propiedad intelectual, fomento de libro y la lectura, noticias y estudios sectoriales, y estos objetivos:

La Federación desarrolla su actividad en siete grandes áreas de actuación:

1. Promoción exterior.

2. Derechos del autor y del editor.

3. Promoción del libro y de la lectura.

4. Comercio interior.

5. Formación continua.

6. Representación nacional e internacional de los editores.

7. Servicios a los editores.

En la otra, un apartado completo, bien desarrollado, dedicado al oficio de editar, que incluye esta declaración de principios:

Decir, como se afirma a menudo, que la función del editor consiste en hacer llegar una obra preexistente al público supone una visión muy reducida de su oficio. Más allá del riesgo económico que asume el editor publicando una obra está su aportación real y constante a lo largo del proceso, desde la concepción a la venta, con particularidades según los diversos sectores editoriales.

De nuevo, me descubro ante la grandeur de la France.

Silvia Senz (Sabadell, Cataluña, España)

Lecciones de corrección «on the rocks»

Lecciones de corrección «on the rocks»

El pasado miércoles, 29 de marzo, leí en El Periódico una noticia (procedente de un despacho de Efe) en la que se anunciaba, presentándolo como «un nuevo espacio en Internet destinado a proteger el buen uso del español», otro servicio de corrección y certificación de calidad lingüística con presencia en la Red, la Oficina de Corrección del Español, dirigida por Antonio Machín García y coordinada por Pedro García Domínguez y por Alberto Gómez Font (filólogo, escritor, corrector de Efe y coordinador de la Fundéu).

 

Precisamente leo hoy en la página de la Fundéu una reseña de la presentación en Buenos Aires del libro de este último, Donde dice... Debiera decir..., y extraigo de una y otra noticia tres máximas, útiles para incorporar al decálogo profesional de todo corrector de textos:

1) Sobre purismo: Ama los préstamos como a ti mismo: son el futuro de la lengua española y consustanciales a su idiosincrasia. (Lo que no sé es si seguir repudiando los calcos...)

2) Sobre cuitas socioprofesionales: Si nos quejábamos de las bajísimas tarifas que cobra un corrector (de cualquier lengua; más aún un corrector editorial) y de sus precarias condiciones laborales, desechemos ya mismo la idea de pasarnos al gremio de la hostelería (rama coctelería): los bármanes (¿o barmans?) aún cobran menos.

3) Sobre certificaciones: Ya no hay corrección (o servicio de corrección) que se precie si no ofrece un sello de calidad lingüística. (Me voy ahora mismo a encargar un tampón resultón.)

Silvia Senz (Sabadell, Cataluña, España)

 

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«El español, una lengua multinacional. (“Por la norma mediática, hacia una unidad de mercado en lo panhispánico”)» 

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«Por la dignidad del corrector»

«Por la dignidad del corrector»

Resulta tan extraño encontrar en los medios palabras de elogio y apoyo al papel del corrector, que forzosamente esta bitácora ha de recogerlas en su integridad y agradecerlas de todo corazón.

Ojalá las instituciones que supuestamente se encargan de velar por la lengua española tuvieran con los baluartes del idioma que somos los correctores de español un gesto comparable al que tuvo Màrius Serra en La Vanguardia o ha tenido ahora Miguel Ángel Román en Libro de Notas.

Por la dignidad del corrector

28.02.06

El pasado 23 de febrero saltaba a esta bitácora un enlace sin comentarios, humilde, lejos de las ostentosas y estentóreas polémicas que cruzan como fugaces destellos el firmamento de la información. El mismo (aún andará por el margen derecho de nuestra primera plana) refería a un Manifiesto de los Correctores de Español. Desde esa página perdida en el océano internético un grupo de profesionales “como la copa de un pino” reclaman un derecho que la ignorancia les viene negando: el de elevar su rancio oficio a la categoría de profesión reconocida, moderna, titulada, reglada y avalada por una formación coherente y acreditable.

El corrector es un sujeto oscuro al que uno le coge cierto asco. A nadie que se dedique a juntar letras le apetece que tras parir con esfuerzo una frase que contiene un sublime mensaje expresado en geniales términos, le sea devuelta esposada bajo la acusación de flagrante error de concordancia, anorexia de signos de puntuación y bulimia de adverbios, firmando la denuncia alguien que ha tomado nuestro texto con un distanciamiento emocional que no habríamos sospechado en un ser dotado de alma.

Sin embargo, tras haber disparado tiros en ambas trincheras (tres si contamos la de lector, que no es banal) no puedo sino defender y ensalzar la labor de estos peritos de la lengua.

Como lector irredento me extasío en ocasiones ante la perfección estructural mostrada en las construcciones sintácticas de los grandes de nuestra literatura, las mismas citas que luego enarbolan los académicos para tirarnos de las orejas y plantarnos el ejemplificador texto ante nuestras nescientes narizotas, sentenciando: “así se escribe el español”. Y en ocasiones me he llegado a preguntar ¿qué porcentaje del poderío léxico y gramático de Galdós, Borges, Azorín, Rulfo o Larra fue tal cual cincelado por sus plumas y cuánto fue, sin desdoro suyo, bruñido por la inestimable profesionalidad de sus anónimos correctores de texto y estilo?

¿Cuántos barbarismos fueron naturalizados, cuántas redundancias desterradas, cuántos calcos maquillados y laísmos normalizados por estos profesionales antes de constituirse en gemas engarzadas en las joyas de nuestra literatura? Me temo –o más bien celebro– que muchos más de los que la mitomanía quisiera reconocer.

El idioma es un tesoro, una herencia de incalculable valor acrisolada durante siglos y que constituye, por encima de la etnia, la historia y aun de la geografía, la más íntima amalgama de un pueblo. Los hablantes del español, que nos contamos por centenares de millones, haríamos bien en formar una guardia pretoriana diestra en el manejo del diccionario, experta en las añagazas de la gramática, leal a los dictados académicos, profesionales dignos –en reconocimiento y salario– que velen por la pureza lingüística de nuestros testimonios orales y escritos y confiárselos antes de echarlos a volar hechos una germanía descoyuntada e ininteligible.

Por todo esto, y más argumentos que sería ocioso presentar aquí, estampé mi apoyo virtual al pie del enlace antes citado. Tal vez, y al precio baldío que están estos respaldos cibernéticos, sirva solo testimonialmente, pero mi conciencia no me permitía salir de allí sin dejar mi registro.

Oficios por proteger, oficios que conocer: el Forum des métiers du livre

Oficios por proteger, oficios que conocer: el Forum des métiers du livre

Hace escasos días nos lamentábamos del olvido de los profesionales del libro que se observa tanto en las secciones de cultura de los medios de comunicación tradicionales, como en las supuestamente más perspicaces, innovadoras y actualizadas bitácoras sobre libros, reflejo sin duda del a veces desconocimiento, a veces clamoroso desdén que muestran por los profesionales de la edición los editores más ajenos al oficio de editar (hoy, la mayoría de ellos, independientes o no).

No obstante, no seríamos justos si no reconociéramos también la parte de responsabilidad (o de falta de reacción) de los propios profesionales del sector con respecto a esta situación. La incapacidad manifiesta de algunos colectivos (particularmente nosotros, los relacionados con la traducción, la edición y el control de calidad del texto) de combatir organizadamente la marginación y el ostracismo a los que nos han condenado medios y productores es también clamorosa. Y no menos decepcionante es la ausencia de sinergias entre profesionales de distintas especialidades, encaminadas a crear zonas de intercambio de opinión, estructuras de apoyo y plataformas comunes desde las que darnos a conocer, defender y promover nuestros oficios.

Afortunadamente, esta no es la tónica en todos los países. El 7 de noviembre del 2005 tuvo lugar en París (Francia) el primer Forum des métiers du livre (Foro de los Oficios del Libro), organizado por el nodo Fontaine O Livres, una red local de recursos, servicios y promoción de los profesionales de la cadena del libro y de la edición independiente, nacido en el barrio Fontaine au Roi, del Distrito XI de París.

El Forum des métiers du livre, cuya primera edición, abierta a todos los públicos, tuvo un carácter fundamentalmente informativo y educativo, es un reflejo de la filosofía que promueve Fontaine O Livres: «el libro que un lector tiene en sus manos es el fruto del trabajo de numerosos profesionales» y « en un momento en que la supervivencia de algunos de estos oficios está en peligro y en que se está señalando a la cada vez mayor concentración en el campo de la edición, parece más oportuno que nunca que se cree un foro de las profesiones del libro, a fin de que estos numerosos oficios, de realidades ricas y muy diversas, sean valorados y más conocidos». En virtud de ello, y con el objeto de darlos a conocer al lector, el Forum acogió, en su primera convocatoria, a más de una veintena de profesionales del libro (escritores, biógrafos, editores, editores de mesa o auxiliares de edición, redactores, traductores, correctores, infógrafos, ilustradores, grafistas, maquetistas, fotograbadores, jefes de producción, impresores, encuadernadores, tipógrafos, grabadores, publicistas, agentes literarios, lectores, distribuidores..), así como a los oficios que sirven de puente entre el libro y el lector: bibliotecarios, promotores y dinamizadores culturales...

Esta bitácora, que nació precisamente para despertar conciencias sobre las indisociables interdependencias de todos los eslabones que componen la cadena de la cultura escrita, no puede por menos que rendirse, en este caso, a la grandeur de la France. Chapeu!

 

Silvia Senz Bueno (Sabadell, Cataluña, España)