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Precariedad laboral y sector editorial

Todo lo que teníamos que decir en este blog sobre el tema ya lo hemos dicho aquí (en diversas secciones: 1, 2, 3, 4 y 5)  y en otros lugaresO lo han dicho más recientemente gente como María José Furió en el penúltimo Vasos Comunicantes, o Teresa Gallego, aprovechando para lo importante la publicidad que le ha brindado su galardón como Premio Nacional de Traducción.

Pero no queremos dejar de agradecer al responsable de «Opinión» de El País que últimamente nos brinde mensajes tan justificadamente reivindicativos. O es un periodista en precario, o es un alma generosa, o sencillamente es un temerario. Sea como sea, gracias.

Autónomos del sector editorial

JEAN-PIERRE PALACIO - y 10 firmas más - 13/11/2008

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«Opinión»

Salvo los libros de autor, la producción de las grandes editoriales en el sector de no-ficción (fascículos, promociones de prensa, referencia, etcétera) depende en buena parte del trabajo de colaboradores autónomos: redactores, traductores, diseñadores gráficos y maquetistas, correctores y editores. Hace 30 años, este colectivo solía vincularse a las empresas editoras mediante un contrato laboral, indefinido o temporal, pero eso parece la prehistoria. A principios de los años ochenta, bendita modernidad, las principales editoriales, no hace falta citar nombres, descubrieron las virtudes de la concentración empresarial y de la reducción de plantillas. Encargaron la realización de las obras a pequeñas empresas subsidiarias, los llamados packagers. Había llegado la hora de los autónomos porque, como es lógico debido a la gran fluctuación del volumen de trabajo, los packagers no podían cargar su estructura con personal estable. Sin embargo, salvo en el caso de los correctores que siempre estuvieron muy mal pagados, los demás profesionales disfrutaban de retribuciones correctas, susceptibles de garantizar una vida digna a pesar de la precariedad laboral. Esto también ha pasado a la historia.

Desde mediados de los años noventa, las tarifas se han estancado nominalmente e incluso se han reducido a veces. Obsesionados por la reducción de costes, al parecer función ineludible de los ejecutivos para mantenerse en el cargo, las grandes editoriales han impuesto presupuestos de realización cada vez más raquíticos, lo cual repercute directamente en la retribución de los autónomos. Diversas causas refuerzan esta tendencia: proliferación de packagers e intermediarios, ausencia de una asociación defensora de nuestros intereses, miedo a quedarse sin trabajo si no se aceptan las condiciones dictadas, actividad menguante.

Últimamente, presionados por sus clientes, muchos packagers ya no se atienen, como solía ser costumbre, a una tabla de tarifas por tipo de trabajo: tenemos que participar en una especie de subasta a la baja para conseguir un encargo. ¿Hasta cuándo soportaremos esta situación, más propia del siglo XIX que del actual?

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