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Ortotipografía, tipografía y corrección. Para aclarar conceptos

Ortotipografía, tipografía y corrección. Para aclarar conceptos

Tiempo atrás comentamos lo triste que resulta ver cómo muchos correctores advenedizos (traductores en no pocos casos) o mal formados que se dedican a corregir pruebas tipográficas se llaman a sí mismos correctores ortotipográficos, dejando atrás el término que, con toda justificación, designa desde hace siglos a este profesional: corrector tipográfico.

Como el error terminológico campa por sus respetos, vamos a aclarar conceptos.

 

 

1. Qué es la tipografía

 

La tipografía es el conjunto de principios y conocimientos tradicionales sobre diseño de grafismos, composición tipográfica, y disposición y compaginación (puesta en página) de los diversos elementos que conforman un texto en combinación con elementos espaciales (blancos) e icónicos.

La tipografía es un saber forjado durante siglos de práctica en las imprentas y las editoriales, y remodelado y perfeccionado gracias a los avances tecnológicos y a la aplicación sistemática de criterios de estética, proporcionalidad y funcionalidad tipográficas, y de eficacia comunicativa.
Grosso modo, comprende los siguientes aspectos: 

 

Tipología:

Los tipos de letra: anatomía del tipo y variedades (estilos, familias y series o clases).

Anatomía y variedades de otros tipos de grafismos (signos especiales, cifras, filetes, tramas y ornamentos).

Factores de legibilidad.

Principios de estética y armonía tipográficas.

Principios de funcionalidad tipográfica.

 

Tipometría:

Sistemas de medida y cálculo tipográfico.

Formatos de papel.

 

Composición y disposición tipográficas:

Principios de proporcionalidad y funcionalidad tipográficas aplicados a:

a) el cálculo de las medidas de la caja del texto y los márgenes;

b) el cálculo de las medidas de las columnas y los medianiles;

c) la aplicación y medidas de las sangrías y de las líneas de blanco;

d) los cuerpos y la interlínea de los elementos textuales y extratextuales (según jerarquía interna, formato, legibilidad de la letra y tipo de lector);

e) la medida de las capitulares.

 

Principios de funcionalidad, legibilidad y estética tipográficas aplicados a la selección de:

a) los tipos de párrafo (según tipo de obra, legibilidad del párrafo y tipo de elemento textual y extratextual);

b) los signos que establecen la jerarquía tipográfica de apartados y subapartados;

c) los tipos y disposición de las capitulares;

d) los tipos de cifras empleados (en cuadros, texto general, títulos, folios numéricos...);

e) la distribución de grafismos y contragrafismos en la página;

f) la composición (tipográfica) y disposición de los lemas;

g) la composición y disposición de los sumarios;

h) la composición y disposición de los poemas;

i) la composición y disposición de los textos de obras teatrales;

j) la composición y disposición de las fórmulas;

k) la composición y disposición de los intercalados;

l) la composición y disposición de los cuadros;

m) la composición y disposición de los diversos tipos de títulos;

n) la composición y disposición de rotulados y pies de figura;

ñ) la composición y disposición de los diversos tipos de notas;

o) la composición y disposición de los diversos tipos de índices;

p) la composición y disposición de las bibliografías;

q) la composición y disposición de las cronologías;

r) la composición y disposición de las firmas;

s) el tipo de folio explicativo y su composición y disposición;

t) el tipo de folio numérico y su composición y disposición;

u) los símbolos y ornamentos;

v) las ligaduras;

w) las tramas;

x) los colores.


Compaginación:

Cálculo de las páginas de una obra.

Orden y disposición de las partes de una obra en la compaginación.

 

Obras útiles sobre tipografía:
BUEN, JORGE DE:
Manual de diseño editorial, 3.ª edición, corregida y aumentada, Gijón: Trea, 2008.

MARTÍNEZ DE SOUSA, J.: Manual de edición y autoedición, Madrid: Pirámide, 1994.
— «La diacrisis tipográfica», Español actual: Revista de español vivo: monográfico sobre ortografía y ortotipografía, núm. 88 (2007), pp. 63-80.

ZAVALA RUIZ, ROBERTO: El libro y sus orillas: tipografía, originales, redacción, corrección de estilo y de pruebas, 6a. reimp. de la 3a. ed. corregida, México: UNAM, 2005.

 

 

2. Qué es la ortotipografía y qué es la corrección ortotipográfica

 

La ortotipografía es la parte de la ortografía técnica que se ocupa del estudio y aplicación de los principios tipográficos de estética, funcionalidad, legibilidad y eficacia comunicativa en la escritura de un texto con caracteres tipográficos. Como la tipografía, se estableció en el mundo del impreso.

La corrección ortotipográfica se realiza en diversas fases:

1) en el original de un texto (antes de que se componga), y

2) en las pruebas tipográficas de ese mismo texto (ya compuesto).

 

La ortotipografía comprende los siguientes aspectos:

grafía y aplicación de las variantes de letra: redonda, cursiva, negrita, versalita, ancha y estrecha, superíndice (voladita) y subíndice, etcétera;

normas de alineación;

el mecanismo y grafía de las remisiones;

 

grafía, disposición (a párrafo seguido o aparte) y puntuación de las citas;

puntuación de todos los elementos textuales y extratextuales (textos de pies de figura, cuadros, gráficas, etc.);

signos empleados en los diversos tipos de notas (llamadas y notación) y puntuación que les afecta;

blancos incorrectos (sangrías, espaciado, prosa, líneas de blanco, corondeles...);

grafía, composición y disposición de apartados y subapartados;

normas de división y separación de palabras a final de línea en las pruebas tipográficas.

líneas incorrectas;

páginas incorrectas;

normas de partición de títulos en los textos compuestos tipográficamente.


La normativa ortotipográfica NO es competencia de las academias de la lengua. Como todo saber tipográfico, se desarrolló en el mundo del impreso y se halla dispersa en infinidad de fuentes, algunas oficiales e internacionales (como las que afectan a los signos de corrección), pero la mayoría de origen particular y uso restringido (libros de estilo y códigos tipográficos), lo que supone una gran disparidad de criterios en los usos que dictan unas editoriales y otras.

 

El principal compilador y sistematizador de esta normativa, y a la vez analista crítico y optimizador de la ortografía académica, es José Martínez de Sousa, y por ello sus obras constituyen la principal referencia en materia ortográfica y ortotipográfica:

MARTÍNEZ DE SOUSA, J.: Diccionario de uso de las mayúsculas y minúsculas, Gijón: Trea, 2007. [En proceso de revisión para una 2.ª edición.]
Manual de estilo de la lengua española, 3.ª ed., Gijón: Trea, 2007.
Ortografía y ortotipografía del español actual, Gijón: Trea, 2008, 2.ª ed.

Para la lengua catalana son referencia habitual:
MESTRES, J. M., J. COSTA, M. OLIVA Y R. FITÉ: Manual d’estil: la redacció i edició de textos (libro + CD), 4.ª ed., Barcelona: Eumo Editorial/Universitat de Barcelona /Associació de Mestres Rosa Sensat/Universitat Pompeu Fabra, 2009. [Si se tiene la 3.ª ed. (2007), aquí se pueden descargar gratuitamente las actualizaciones de esta edición: http://www.eumoeditorial.com/recursos_ident.php ]

PUJOL, J. M., Y J. SOLÀ: Ortotipografia: manual de l’autor, l’autoeditor i el dissenyador gràfic, 2.ª ed., Barcelona: Columna, 2001. El Tractat de puntuació de Solà que incorpora es, sencillamente, una joya igualmente válida para el castellano.

 

Para textos científicos es bastante útil:

BEZOS LÓPEZ, Javier: Tipografía y notaciones científicas, Gijón: Trea, 2009.

 

 

3. El corrector tipográfico, la ortotipografía y la tipografía

 

El corrector tipográfico es aquel profesional del control de calidad del texto en la edición que se ocupa de corregir sucesivas pruebas tipográficas, es decir, obras ya compuestas tipográficamente según un diseño y compaginación determinados.

En lo relativo a la ortotipografía y la tipografía, se encarga de:
– Verificar la aplicación de todas las correcciones ortotipográficas realizadas en el texto original y de llevar a cabo las que se hayan omitido debido a algún lapsus del corrector y del preparador del original.

 

Comprobar la aplicación de las siguientes señalizaciones tipográficas marcadas en el original:
a) orden de la compaginación;
b) tipos de párrafos,
c) líneas de blanco,
d) sangrías,
e) folios explicativos y numéricos,
f) situación de las notas,
g) alineaciones,
h) jerarquía de títulos,
i) espaciados.

 

Corregir:

a) la aplicación incorrecta de los distintos tipos de folios numéricos;

b) blancos incorrectos (sangrías, espaciado, prosa, líneas de blanco, corondeles...);

c) la división y separación de palabras a final de línea en las pruebas tipográficas;

d) las líneas incorrectas;

e) las páginas incorrectas;

f) la partición incorrecta de títulos en los textos compuestos tipográficamente;

g) la repetición en líneas seguidas y en el mismo lugar de texto idéntico (más de dos caracteres).

 

 

Silvia Senz Bueno

 


 


¿Un estándar único sin unidad política, económica ni identitaria?

¿Un estándar único sin unidad política, económica ni identitaria?

Los lectores catalanohablantes o catalanoentendedores de este blog, que son muchos, no tendrán dificultad para leer este extracto de una ponencia del ex-corrector y jefe de Edición del diario Avui e integrante de la nueva cabecera Ara, Albert Pla Nualart, cuyo rodaje y preparación profesional (tan rara entre los correctores de castellano en España, y que no se me ofenda Magí Camps...) le han permitido cuestionar el modelo general de lengua que el catalán ha heredado de Pompeu Fabra. Para los que no puedan leer con facilidad este texto se lo he traducido abajo.

Verán los lectores que, pese a que se está hablando del estándar (o más bien del modelo de lengua culta) de una lengua minorizada (que no minoritaria), largamente interferida por el castellano, y de los intentos de conformar una lengua formal de referencia general para todo el (fragmentado) territorio de habla catalana, los asuntos que se plantean son también trasladables al castellano.

No somos muchos los correctores, editores o traductores de o al español que, como Albert para su lengua de trabajo, solamos plantearnos el modelo de lengua culta con que contamos, su evolución, su adecuación a las necesidades de los hablantes, de la comunicación internacional y científica o de ciertos sectores económicos, o incluso la posibilidad de que continúe siendo único en un territorio lingüísticamente tan diversificado y tan desconocido, identitariamente tan complejo, y sin unidad política ni convergencia verdadera de intereses, más allá de la política panhispánica que se promueve desde España y de la estructura de la asociación de academias.

Vaya, no es que no seamos muchos los que nos planteamos estas cuestiones: es que somos cuatro gatos, de este lado del Atlántico (sobre todo) y también del otro. Y eso es tremendamente empobrecedor para nuestra labor, porque nos convierte en meras correas de transmisión de un ideal de lengua que a menudo ni siquiera comprendemos y que probablemente no compartiríamos si lo entendiéramos, cuando podríamos ser la avanzadilla de ciertos cambios necesarios en el tratamiento del lenguaje escrito o del hablado de los medios sujetos a controles de calidad.

Puesto que algunos de los profesionales que podríamos contribuir a este debate en torno al castellano estamos vetados en los escasos foros de los organismos normalizadores «oficiales», tal vez la recién creada lista LUN (ya con un centenar de miembros de ambas orillas, en su mayoría del mundo profesional y universitario) sea un lugar donde iniciar ese necesario diálogo.

Aquí el aleccionador (por su capacidad de cuestionamiento) texto de Nualart:

 

sábado 4 de diciembre de 2010

¿Estándar único sin unidad política?

por Albert Pla Nualart

[...] Crear un estándar tras unas paredes gruesas y rodeado de sabios que rebuscan en libros, o incluso enseñarlo en unas aulas a unos alumnos que sólo quieren aprobar, no es lo mismo que convencer a aquel escritor, actor o presentador de que aquello que dice o escribe no está bien. Los académicos se revisten de autoridad, tienen la sartén por el mango. Los correctores tienen sólo la fuerza de sus argumentos, y eso los hace conscientes, dolorosamente conscientes, de la debilidad de algunos argumentos que, dictados desde la academia, parecen impecables.

Los correctores lidiamos con dos frases: «Eso no lo dice nadie», «Eso lo dice todo el mundo». Lo que no dice nadie es lo que queremos que digan. Lo que dice todo el mundo es lo que queremos que no digan. Y en este esfuerzo a contracorriente vemos que nuestro crédito, por momentos, hace aguas.

Y la pregunta que todos nos acabamos haciendo, si no somos abúlicos, es la siguiente: ¿cuál es la distancia razonable entre el estándar, entendido en el sentido amplio (con todos los registros), y la lengua que a los hablantes a quienes corregimos les brota de dentro?

Hay una respuesta académica clara: justamente porque a cada hablante le sale de dentro una lengua diferente es necesario un estándar inevitablemente convencional que unifique esta diversidad, que sea la lengua de todos sin ser la de nadie.

Con este argumento podemos hacer callar a un alumno en un aula, pero al corrector no lo convence. Y no lo hace porque lo que él ve a diario es que parte del estándar que tiene que vender no es —en efecto— la lengua de nadie; es un puro artificio, mientras que parte de lo que les sale a los corregidos tiene una gramática y una unidad que, si conformaran el estándar, le ahorrarían a él muchos quebraderos de cabeza y harían que todo el mundo se sintiera más cómodo hablando correctamente.

Entonces el corrector, si tiene inquietudes intelectuales, se pregunta: ¿qué ha llevado a este artificio?, y: ¿qué impide que un uso general, arraigado y no interferido, conforme la lengua correcta? Y para contestarlo intenta entender qué pretendía Pompeu Fabra cuando codificó la lengua.

Y constata que Fabra separa el estándar, más de lo que habría hecho falta, de la lengua espontánea de la mayoría por tres razones: a) no acepta parte de la evolución de la lengua a partir del siglo XV; b) quiere elaborar un único estándar para el conjunto del dominio lingüístico (con algunas variantes morfológicas); y c) tiene un ideal de lengua lógica que es extrínseco a la lógica de la lengua.

Estas tres razones se mezclan y se confunden en algunas de las normas, sobre todo sintácticas (por ejemplo, la distribución de per y per a o la norma del cambio y caída de preposiciones), que hoy crean más problemas a los usuarios.

La tercera razón ya la he pronunciado con la crítica a dintre y la primera suscita dos preguntas bien obvias. Una: ¿como podemos diferenciar la evolución genuina del envilecimiento (así lo llama Fabra) en los cambios que experimenta el catalán a partir del siglo XV? Y la otra: ¿el estándar se tiene que basar en la lengua que hablamos o en la lengua que habríamos podido hablar si la historia hubiera sido otra?

Pero es la segunda razón en la que querría centrarme en esta comunicación: la de conformar un estándar único con algunas veleidades polimórficas.

Sabemos que un estándar único puede hacerse de dos maneras: haciendo convergir todos los dialectos en lo que podríamos nombrar estándar composicional o basándolo en un solo dialecto, que, por lógica, parece que tiene que ser el de más peso demográfico, económico y social.

¿Y qué hizo Fabra? Un poco de todo. Desde unos inicios muy barcelonistas fue abriendo el abanico hasta que al final el estándar quería y no podía, se basaba en el central pero no del todo. Y, más que mezclar dialectos, mezclaba —sobre todo en algunos puntos de sintaxis— formas antiguas con formas modernas, partiendo de la base de que un camino superador de la diversidad dialectal pasaba por depurar (un eufemismo de descastellanizar): construir el catalán hipotético que habría tenido un país soberano, tomando como base la lengua medieval y como referente las otras lenguas románicas.

En el estándar final, por suerte, también pesó mucho el realismo. Y el estándar que tenemos hoy en Cataluña baja al suelo más de lo que permitirían suponer estos presupuestos teóricos.

Ahora bien: allí donde el estándar pretendía ser más composicional es donde más ha fracasado y fracasa, es donde la norma no se interioriza, no se traslada a la lengua oral y se convierte, en definitiva, en un obstáculo que impide a muchos profesionales ser lingüísticamente autónomos. [...]

Hay una diferencia fundamental entre lo que hoy entendemos por estándar y lo que entendía Fabra por lengua literaria. Fabra nunca concebía que los usos marcadamente coloquiales formaran parte del estándar. Al principio del siglo XX, el uso público se asociaba sólo a registros formales.

Pero si el estándar es la variedad adecuada para dirigirse a todo el dominio lingüístico, hoy tiene que incluir todos los registros. Porque en los modernos medios de masas tienen más peso los registros informales que los formales.

Pongo siempre el mismo ejemplo. Muchos filmes extranjeros doblados al catalán contienen escenas de un registro informal y marcadamente coloquial. Por un principio elemental de verosimilitud estas escenas no se pueden traducir a un estándar artificioso. Al espectador de Barcelona le chirría que un hispano del Bronx, para decir «li va dir que vingués» diga «li ho va dir» [y no el incorrecto «l’hi va dir», que él diría].1Parecería un hispano del IEC.

Pero cuando el espectador de Valencia oye este «l’hi va dir» y no el «li ho va dir» que él diría, sabe que el hispano habla como si fuera de Barcelona y eso, dependiendo de complejos factores sociales, culturales y políticos, también lo puede hacer sentir muy incómodo.

Lo que a mí me parece claro es que hoy el estándar se tiene que basar en un dialecto real y no en una mezcla de dialectos, y que por el peso que tiene la lengua oral, no se tendría que apartar mucho (especialmente en sintaxis) de los usos orales mayoritarios de aquel dialecto. Siempre entendiendo que la interferencia del castellano tiene que quedar excluida.

Pensar que alguien hará un uso de per y per a o de los pronoms febles sustancialmente diferente según el grado de formalidad con que hable me parece una ingenuidad. La sintaxis es demasiada inconsciente para que se pueda pedir al hablante este nivel de autocontrol.

Excluida la posibilidad de un estándar composicional o convergente, la gran pregunta es: ¿podemos convertir el estándar basado en el central en lo único de todo el dominio lingüístico?; ¿es bueno que lo hagamos? [...]

Nadie duda de que, para la supervivencia del aranés o del gallego, aceptarse como variante dialectal del occitano o el portugués habría evitado su lenta disolución en las lenguas vecinas. Pero éste es un argumento racional que poco puede hacer ante la resistencia emocional a sacrificar identidad. Sólo la coerción institucional puede vencer esta resistencia.

Para catalanes y valencianos someterse a un único estándar, sea el valenciano o el catalán, daría más opciones de futuro a la lengua. Pero éste, vuelvo a decirlo, es un argumento racional que mueve a bien poca gente. Y el peligro de apoyar la normalización en este argumento es que anime tan poco que la lengua muera por falta de uso.

Mientras la realidad sea la que es, hará mucho más por la vitalidad del valenciano un estándar en que los hablantes se reconozcan y se identifiquen que uno basado en el barcelonés o creado con el artificio composicional. Y exactamente lo mismo podemos decir del estándar de Cataluña o de las Baleares.

Pero en Valencia, donde la lengua tiene una salud mucho más precaria que en Cataluña, darse cuenta de eso, no equivocarse de estrategia, es una cuestión de vida o muerte. Ahora es la hora del uso, de la extensión del uso.

Si algún día se crea, como de hecho en parte ya existe, un mercado único o un universo mediático único para todo el dominio catalán, que pida la existencia de un supradialecto único, las leyes de este mercado seguramente acabarán decantando la balanza a favor del dialecto más potente en aquellos usos de la lengua de ámbito más general.

Mientras tanto, el diálogo y el respeto mutuo entre el Institut d’Estudis Catalans y la Acadèmia Valenciana de la Llengua parece la vía más inteligente y eficaz de defender la lengua común.


Extracto de la comunicación titulada «El estándar único sin unidad política o el carro delante de los bueyes», pronunciada en la II Jornada sobre el Valenciano, «Pedagogía (lengua y literatura), uso social y normativa», organizada por la asociación Mesa de Filología Valenciana, Alzira, 23 de octubre del 2010.

1 Este mismo efecto causaría que en un doblaje hecho en España, para decir “Les dijo que vinieran” a un hispano del Bronx se le haga decir “se lo dijo” en lugar de “se los dijo”.

 

Silvia Senz

El corrector y otros activistas editoriales

El corrector y otros activistas editoriales

En alusión a la antológica errata que ha llevado al partido españolista-unionista Ciutadans/Partido de la Ciudadanía a pedir en su panfleto electoral la independencia de Cataluña, decía Quim Monzó en La Vanguardia de hoy (20-N, a la sazón):

¿De verdad Ciudadanos quiere la independencia de Catalunya? ¿Y cómo es que, hasta ahora, no nos lo habían dicho? ¿O lo que pasa es que no tienen mucha idea de ortografía? (Y no sólo de la catalana, porque los textos en castellano también cojean.) Quizá hay entre ellos un enano infiltrado, un saboteador, como aquel linotipista que, hará tres décadas, en el diario Avui, en el artículo de una conspicua escritora que loaba las proezas del grupo de Bloomsbury, tecleó voluntariamente mal el nombre de Virginia Wolf y lo convirtió en Vagina Wolf; simplemente para fastidiar.

«Para fastidiar» es una análisis simplista de esta tradicional práctica de los muchos dedos invisibles que intervienen en la cadena de (re)producción de un texto para convertirlo en impreso o publicación. Amparados en el anonimato o en la libertad que da ser cada vez menos supervisados, traductores, escritores por encargo, correctores, teclistas, linotipistas, compositores, editores de mesa... no han dudado en convertirse en la mano negra que enmiende lo que consideran un desatino. Bien visto está cuando liberan el texto de un desliz tipográfico o de lo que se les antoja un atentado contra el estilo. Pero el bienpensante defensor de los derechos de autor no suele ver tan bien las «morcillas», omisiones, remociones o cambios no accidentales de letras que muchos de ellos realizan cuando obedecen a su ideología, a sus gustos, a su sentido de la justicia o a sus deseos de venganza ante el abuso de un editor o de un impresor. Y eso que estas prácticas son pan de cada día en el mundo de las artes gráficas y la edición. Yo misma, traduciendo uno de esos delirantes libros de autoayuda que las editoriales publican sin haber leído siquiera la cubierta, suavicé las indicaciones de un llamado «experto en Feng Shui» al lector para que, con el fin de lograr el ansiado equilibrio doméstico, fuera más allá de la mera reorientación del mobiliario y enviara a sus hijos a un internado. Estaba convencida de que mi pequeña maldad se vería compensada por los trastornos que podía ahorrar a muchos niños.

Historias de intromisiones textuales como la mía las hay a miles, aunque no se confiesen. Y la trascendencia del pequeño gesto de modificar ex profeso lo que otro dice ha sido perfectamente captada por algunos creadores. Recordemos, por ejemplo, cómo, en un rapto de rebeldía, Raimundo Silva, el corrector de pruebas de la novela de Saramago Historia del cerco de Lisboa, añade en el relato de este episodio un deliberado no que modifica significativamente la aseveración de que los cruzados ayudaron a los portugueses a recuperar Lisboa de manos de los moros, y con ello introduce un vórtice en la comprensión de la propia identidad portuguesa que lo arrastra a la recreación de la historia.

El poder de la letra, como ven, es innegable e irresistible.



Silvia Senz

El corrector no es ni un policía ni un abogado del lenguaje

El corrector no es ni un policía ni un abogado del lenguaje

Andrés Ruiz, contra la idea del corrector de estilo como guardián del idioma y normalizador. En pocos trazos, el contralor del diario La Jornada dibuja un concepto de la corrección textual como actividad intelectual que va mucho más allá de la mecánica aplicación de las “tablas de la ley”, que otorga autonomía y criterio al corrector, dignifica su profesión y la pone al servicio no de una norma simplista, restringida y restrictiva, que lo ata de pies y manos, sino del lector y del autor. Un concepto, por otra parte, que va contra la misma idea (de origen mítico, base socioeconómica y finalidad política) de la corrección idiomática y que reclama una redenominación de la profesión. Proponemos las denominaciones que le dan unas miras más amplias: asesor lingüístico o editor de textos.

 

Andrés Ruiz, contralor de este diario, en el Día Internacional de la Corrección de Estilo

Tomarle el pulso a un texto debiera ser parte de respeto a la sensibilidad del lector
 
Ángel Vargas
 
Periódico La Jornada
Domingo, 7 de noviembre de 2010, p. 4

Que los diferentes textos que se producen en un periódico sean tratados de manera homogénea es un aspecto con el cual está en desacuerdo Andrés Ruiz González, contralor de estilo de La Jornada.

Cada género y casi cada nota tiene o debería tener un ritmo interior, una cadencia, y tomarle el pulso al texto debiera ser parte de respeto al redactor, pero sobre todo a la inteligencia y la sensibilidad del lector, sostuvo ayer el periodista.

“Cada vez es menos frecuente, pero resulta una delicia trabajar en el escrito de un redactor con estilo, un cronista de largo tiempo, o un giro idiomático que nos atrape en la entrada de un reportaje.

Así que cuando me hablan de homogeneidad, me siento como un aplanador de pechugas o bisteces, que de forma inclemente le quita el jugo a la carne. No creo que un corrector o un editor deba ser policía del lenguaje, guardagujas de vidas públicas, leguleyo de barandilla código en mano.

Durante una mesa redonda, la cual formó parte de la conmemoración del Día Internacional de la Corrección de Estilo, Andrés Ruiz se refirió al papel que un corrector de estilo desempeña o debería desempeñar dentro de la prensa escrita.

De forma crítica, subrayó cómo desde la última década del siglo XX algunos medios impresos han prescindido de sus mesas de redacción, cuando éstas fueron motivo de orgullo y hasta de competencia durante varias décadas del siglo pasado.

Afirmó que detrás de esa medida, retomada de periódicos estadunidenses, prevalece una visión mercantil, al tratar de abatir costos de producción, sin reparar las graves consecuencias que esto tiene, pues con ello, sostuvo, se atenta contra la calidad y el contenido de la información, contra el deber social del periodismo.

Este es un esquema que ha sido copiado por varios medios en México, y los resultados, literal y tristemente, están a la vista, agregó el periodista, quien dentro de La Jornada se ha desempeñado asimismo como jefe de la sección cultural.

Entre los factores que hoy día inciden en el manejo de la información y el estilo en la prensa escrita y, en general, de todo medio de comunicación, Andrés Ruiz puso el dedo en la llaga y sostuvo que cada vez es más evidente la mala preparación profesional con la que llegan los jóvenes a las redacciones.

Atribuyó esto a un modelo político y educativo corrupto, que a raíz del movimiento estudiantil de 1968 no está dispuesto a preparar a quienes pretendían bajarlo del pedestal.

Los nuevos profesionales que se integran a los medios son jóvenes que fueron estafados por un sistema educativo calamitoso. De manera que su preparación, como demuestran en la mayoría de los casos, es francamente deficiente. Su capacidad crítica y de análisis, deplorable, y su redacción es muy peculiar: profusa, difusa y confusa, sostuvo. Pero, adicionalmente, llegan a periódicos carentes de mesas de redacción: la suma de calamidades se aproxima al desastre.

En su intervención, la cual tuvo lugar en el Auditorio de la Biblioteca de México José Vasconcelos, el periodista evidenció cómo la prensa escrita del país, en contracorriente con lo que ocurre en varias partes del mundo, donde se han impuesto los géneros interpretativos: reportaje, crónica y entrevista de semblanza, busca competir con los medios electrónicos en el encapsulamiento de la información. Esto es, el mundo al revés.

Sobre el quehacer propiamente del corrector de estilo, destacó que es un trabajo en el que hay reglas, pero no recetas; no existe un sólo modelo de abordaje, e incluso los manuales deben, a mi juicio, tratar sólo las líneas generales, las grandes coordenadas en las cuales enmarcar los textos. Como en todo, el criterio, el contexto y la bastedad de la formación cultural hacen la diferencia.

Para finalizar, Andrés Ruiz confesó que la elección de su oficio como corrector de estilo responde al amor por el lenguaje que le fue inculcado desde muy pequeño en el seno familiar y luego en su educación básica.

Pero también, cerró, el amor por mi gente, a la que quisiera que se le informara de manera lúcida y justa; el amor por el lenguaje, que al ser pensamiento nos permite aproximarnos a lo material y a lo intangible, y a veces acariciar el paraíso de la creación estética. Quizá digan que esto es una utopía; tal vez, pero en ella trabajo todos días.

The Open Publishing Handbook

Tal vez la respuesta más llamativa a la consulta que hemos estado formulando estos días en A&C (1 y 2) la ha dado Joaquín Rodríguez, poniendo en marcha esta iniciativa colaborativa: The Open Publishing Handbook.

Cabe señalar que en su presentación del manual abierto de edición pone la idea en relación con nuestro requerimiento. Dice Joaquín:


En tiempos revueltos es posible que el axioma de que mil cabezas son mejores que una sola sea irrebatible. Estos últimos días Silvia Senz se preguntaba si publicar un manual de edición tendría o no todavía sentido. Es posible que sí, pero no desde luego en la forma de una obra clausurada, cerrada sobre sí misma, con presunción de perpetuidad e ínfulas de texto irrebatible. Los cambios son tantos, tan acelerados; las incertidumbres son tantas, tan inexcrutables; los futuros son tan plurales que más vale explorarlos colaborativamente.

 

La verdad es que yo no me preguntaba eso. Lo que Montse Alberte y yo (como coautoras de un proyecto en el que probablemente entre otra gente) planteábamos es si, tal y como está hoy el mercado sectorial, se considera necesario un manual de edición de textos y corrección editorial, pero no de edición. No es tanta nuestra ambición y dominio del tema.

Para aclarar conceptos (algo a lo que venimos dedicándonos), la edición de textos es una parte muy concreta de la edición que no se ve grandemente afectada por los cambios tecnológicos, sino más bien por los cambios legales y normativos, a pesar de lo cual mantiene un método inalterable que responde a factores fijos:

1) el código escrito, que tiene características generales peculiares e inalterables;

2) la norma (de todo tipo), que se establece también según métodos, fines, modelos y un catálogo de criterios estables;

3) la relación de intermediación del editor de textos entre autor, productor y lector;

4) las peculiaridades de las tipologías textuales;

5) el conocimiento tipográfico fundamentado en criterios razonados de legibilidad, proporcionalidad y funcionalidad.

 

Y es a esas partes fijas que condicionan un método a lo que queríamos atender en primer lugar. En segundo lugar, a lo variable.

En cuanto a nuestra participación en la iniciativa de Joaquín, si bien consideramos realmente encomiable su capacidad de emprendimiento y su altruismo, hemos de dejar claro que nuestras circunstancias económicas nos impiden regalar sin más nuestro conocimiento, más allá de lo que ya solemos hacer aquí. La generosidad tiene un límite para nosotras: el que nos imponen los bancos.

Por otra parte, mal encajarían asuntos de edición y corrección de textos en castellano o en catalán en un manual en inglés.

Con todo, animamos a participar en el prometedor The Open Publishing Handbook a todo el que esté en condiciones de hacerlo. Es una estupenda idea.


Silvia Senz y Montse Alberte

 

Formación editorial: seguimos el diálogo con nuestros lectores

Antes que nada, queremos decir que agradecemos infinitamente las respuestas recibidas a nuestra consulta. Ha sido una placer conocer mejor a nuestros lectores (incluidas sus páginas respectivas) en los casos en que aún no habíamos tomado contacto con ellos.

El derrotero de las conversaciones privadas que han seguido a ese contacto nos ha mostrado que existe cierto deseo y necesidad de formación en el área de Edición y Corrección de Textos, mayor en Latinoamérica que en España pese a que aquí, para el castellano, la formación es un verdadero páramo: del todo fragmentada, dispersa e insuficiente.

Por experiencia propia intentando promover posgrados en línea de estas materias, parece que quienes podrían apoyarlos no tuvieran siquiera la conciencia de lo mucho que hay por enseñar y aprender. Y se nos ocurre que tal vez una obra de referencia es el primer paso hacia la creación de esa conciencia, primero entre formadores, después dentro de un mercado editorial que, ante un panorama de edición digital abierto al intrusismo, ha de comprender que su futuro pasa por recuperar dos atributos propios del editor de raza: selección y calidad.

Como decía Ado, tal vez se trate de que la oferta cree la demanda.

Nos gustaría seguir leyendo más impresiones. Gracias de antemano.


Silvia y Montse

Consulta a los lectores

Este no es un blog muy dado a la interactividad. Siempre se ha publicado más por deseo de escribir, comunicar y difundir que de debatir. Nadie aquí se ha dedicado mucho a atender los comentarios. Se responden en ocasiones y se borran cuando se insulta. Poco más.

Por eso no sería de extrañar que los lectores habituales de esta bitácora no nos respondieran a esta consulta. Y no podríamos culparlos.

Con todo, agradeceríamos mucho que se atendiera a este excepcional reclamo de feefdback.

La pregunta es simple: ¿en España o América Latina se considera necesaria una obra con muy amplio contenido metodológico y teórico sobre edición y corrección de textos? No nos referimos a un simple prontuario de normas para consulta urgente, sino a un manual especializado que requeriría al usuario horas de lectura y estudio, donde se explique todo lo necesario para profesionalizarse en este campo. ¿Alguien cree que el decadente mercado editorial la exige?

Gracias de antemano por las respuestas.


Silvia Senz y Montse Alberte

 

Las guías de estilo editorial

Las guías de estilo editorial

 

A fin de optimizar la labor de todos los que intervienen en la elaboración y edición de un texto, las editoriales se valen en muchos casos de guías internas de trabajo, destinadas a orientar al propio autor (escritor o traductor) y al personal editorial.

 

1. Tipos de guías de estilo

 

Tradicionalmente, se han acuñado los textos que compilan la normativa editorial (general o específica) con muy variados nombres: normas editoriales, prontuarios editoriales, cartillas tipográficas, códigos tipográficos, libros de estilo, manuales de estilo... Esta caótica terminología ha dado pie a algún intento de uniformación en la nomenclatura y de categorización tipológica, en función de:

su contenido (norma lingüística, norma tipográfica, norma ortotécnica, norma documental, deontología profesional, legislación, estilo redaccional, etc.);

su campo de conocimiento (ciencia, técnica, humanidades, etc.),

su ámbito de aplicación (general, administración, prensa, editoriales de libros, imprentas, comunidad científica, etc.);

su estilo normativo (sólo prescripción o combinación de contenido descriptivo y normativo).

 

1.1. Los códigos tipográficos

 

Los códigos tipográficos son publicaciones normativas, que recogen las reglas para la realización de un impreso, particularmente las de grafía tipográfica.

Empleados en las imprentas y en las editoriales bibliológicas desde el siglo xvii, los códigos tipográficos surgen por en Francia de la mano del impresor y librero Pierre_François Didot (1732_1793), que publicó el Code des corrections typographiques. Modernamente, en la misma Francia se publicó el Code typographique, con múltiples reediciones (17.a ed., 1993) y una reciente modernización en la obra de nueva planta Nouveau code typographique (1997), heredera de la anterior. Este texto se considera en el país vecino como la biblia de los tipógrafos y de los escritores en lo relativo a grafía tipográfica.

En España, las normas de ortotipografía y ortografía técnica se hallan dispersas en infinidad de fuentes, algunas de ellas oficiales, emitidas por organismos normalizadores nacionales (como las normas UNE de la Asociación Española de Normalización, AENOR), que a su vez son reflejo de normas internacionales (las normas ISO), pero la mayoría de origen particular. Hasta ahora, lo más parecido a un código tipográfico de uso general que existe en el ámbito hispanohablante es el Diccionario de ortografía técnica, de José Martínez de Sousa (Madrid, Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 1987, reimpr. 1999), refundido en su Ortografía y ortotipografía del español actual (2.ª ed., Gijón, Trea, 2008), parte de la cual se refleja también en su Manual de estilo de la lengua española (3.ª ed., Gijón, Trea, 2008).

El contenido de un código tipográfico se limita a norma tipográfica, ortográfica y ortotipográfica.

 

1.2. Los libros de estilo periodísticos

 

Los libros de estilo de prensa y revistas son prontuarios (obras de tipo normativo) de estilo periodístico para uso interno de una publicación periódica, nacidos en la prensa estadounidense en la primera mitad del siglo xx (1931, primera edición del libro de estilo del Daily News) con el fin de establecer cánones deontológicos y retóricos específicamente periodísticos y soluciones unificadas a problemas de grafía.

Aunque nacieron en los Estados Unidos, hoy se hallan extendidos por todo el mundo. Todo periódico que se precie tiene el suyo (o sigue, en líneas generales, uno establecido por otro periódico). Entre los libros de estilo periodísticos sobresalen el del grupo Vocento, el de La Voz de Galicia, el de El País, el de El Periódico, el de La Vanguardia y el de Abc. Lo tienen, asimismo, ciertas emisoras de radio y televisiones. La radio cuenta con el Manual de estilo de RNE; las agencias de prensa, con el excelente Manual de español urgente, y la televisión, con el Manual de estilo de TVE, entre otros.

En España tampoco en este terreno existe todavía unidad de criterio con relación a las normas lingüísticas comúnmente aceptadas, lo que explica la diversidad de grafías entre unos y otros periódicos y revistas. Es posible que esta situación se modifique próximamente: según convenio establecido entre la Academia, la Fundación de Español Urgente y diversas cabeceras de prensa y grupos de comunicación, los medios suscriptores del convenio adoptarán en sus respectivos libros de estilo las pautas establecidas en el Diccionario panhispánico de dudas, aun cuando no son adecuadas ni suficientes para atender a las necesidades de un medio masivo.

En el ámbito anglosajón existe una obra de consulta común de los medios, que sirve de modelo para la redacción de los libros de estilo particulares; se trata del The Oxford Dictionary for Writers and Editors (Oxford: Oxford University Press, 2000, 2.ª ed.).

 

1.3. Los libros de estilo bibliológicos

 

Los libros de estilo bibliológicos son textos normativos, editados por y para las editoriales de libros, que tienen su precedente histórico en los códigos tipográficos y las normas ortotipográficas recogidas en los libros sobre técnica tipográfica.

 

1.4. Los manuales de estilo

 

Los manuales de estilo son obras de carácter descriptivo y explicativo, además de normativo, editadas para un público amplio, que recogen tanto el contenido de los códigos tipográficos como las normas para la redacción y edición de obras académicas o científicas.

 

En el mundo anglosajón son obras de común referencia en el ámbito de las humanidades el Copy_Editing: The Cambridge Handbook for Editors, Authors and Publishers (de Judith Butcher; Cambridge University Press, 1992), el The Oxford Guide to Style (de Horace Hart; Oxford University Press, 2002), el MLA Handbook for Writers of Research Papers (de Joseph Gibaldi y Phyllis Franklin; Nueva York: Modern Language Association, 2003, 6.ª ed.) y el The Chicago Manual of Style (Chicago: University of Chicago Press, 2003, 15.ª ed.); en el ámbito de las ciencias sociales, el Publication Manual of the American Psychological Association (Washington: APA, 2001, 5.ª ed.); en el de las ciencias biomédicas, el Scientific Style and Format: The CBE Manual for Authors, Editors, and Publishers (University of Wisconsin_Madison Writing Center, 1994, 6.ª ed.).

De este tipo de obras, en España sólo disponemos, en el campo de la medicina, del Manual para la redacción, traducción y publicación de textos médicos, de José Luis Puerta López-Cózar y Assumpta Mauri Mas (Barcelona: Masson, 1994) y del Manual de estilo de publicaciones biomédicas, de la revista Medicina Clínica (Madrid, Mosby/Doyma Libros, 1993), que ofrece, este último, de forma rigurosa y coherente, amplios criterios sobre el proceso de elaboración y publicación de artículos científicos, sobre aspectos lingüísticos relacionados con la expresión técnica y sobre convenciones tipográficas del texto científico-médico.

El único manual de estilo de tipo general, especialmente aplicable para las humanidades, que existe en España es el Manual de estilo de la lengua española (2.ª ed., Gijón: Trea, 2001), de Martínez de Sousa.

 

2. Contenidos habituales de las guías de estilo

 

2.1. Normas que afectan especialmente al editor de textos y a los correctores

 

Obras y normas de referencia en la editorial.

Aspectos de la ley de Propiedad Intelectual relativos al derecho del autor a la integridad de su obra y al derecho a corregir pruebas.

Pautas generales para unificar criterios.

Normas de alfabetización.

Formación y grafía de abreviaciones (abreviaturas, siglas y acrónimos).

Empleo de mayúsculas y minúsculas.

Grafía de las citas textuales.

Sistema de cita bibliográfica.

Grafía de los lemas.

Grafía de los poemas.

Grafía de los diversos tipos de notas.

Grafía de los diversos tipos de índices.

Grafía de las bibliografías.

Grafía de las cronologías.

Mecanismos de las remisiones.

Grafía de las firmas.

Grafía de los folios explicativos.

Grafía de párrafos, apartados y subapartados.

Grafía y empleo de los símbolos.

Grafía y empleo de signos.

Empleo de los signos de puntuación en tipografía.

Grafía de las cifras y cantidades.

Normas de división y separación de palabras a final de línea en las pruebas tipográficas.

Normas de partición de títulos en las pruebas tipográficas.

Aplicación de las variantes de letra con valor diacrítico: cursiva, negrita, versalita, redonda y redonda entrecomillada.

Lista de errores morfosintácticos habituales (género, número, concordancia, valores verbales, uso de determinantes, uso de preposiciones, uso de formas verbales...).

Criterios unificados en cuestiones que pueden grafiarse y disponerse de más de una manera (con o sin acento; junto y separado; con dos grafías posibles [yerba/hierba]; con o sin inicial mayúscula, con cifra o con letra...).

Lista de palabras habitualmente mal empleadas (impropiedades, anglicismos, barbarismos, galicismos, etc.).

Lista de homófonos y parónimos.

Lista de siglas, acrónimos, abreviaturas y símbolos habituales.

Listas de antropónimos y topónimos dudosos o habituales.

Lista de gentilicios dudosos o poco habituales.

Signos de corrección de estilo y de corrección tipográfica.

Método de la corrección de estilo y de la corrección tipográfica.

Recursos en la red para el trabajo del editor de textos y del corrector.

 

2.2. Normas que afectan especialmente a los redactores y autores

 

En medios de comunicación: fundamentos y objetivos de la labor periodística.

Criterios de deontología (conducta ética y socialmente responsable):

a) periodística,

b) científica;

c) documental (reconocimiento e identificación de la bibliografía consultada, e identificación y reproducción de las citas textuales).

Estándares propios de las disciplinas de que traten las obras que habitualmente publica una editorial.

Aspectos controvertidos de la disciplina sobre la que tratan las obras que habitualmente publica una editorial.

Instrucciones para la correcta presentación de los originales:

a) uso del programa de procesamiento de textos;

b) formateo de la página (tipo y cuerpo de letra, interlineado, medidas, márgenes y numeración);

c) identificación y presentación de las partes de la obra;

d) formato de presentación de los documentos;

e) organización del texto en partes;

f) tratamiento y disposición de los diversos tipos de texto (texto general, notas, pies de figuras, rotulados de figuras, recuadros de texto, citas intercaladas, remisiones internas, índices y cuadros);

g) sistema y grafía que debe utilizar para las citas textuales, para la manipulación de las citas, para la elaboración de la referencia bibliográfica y para la confección de bibliografías;

h) tratamiento y presentación de las imágenes;

i) grafía de signos y símbolos.

Estilo, tono y estructura de textos específicos:

a) destinados a una sección (si se trata de publicaciones periódicas),

b) destinados a una obra o colección determinadas (si se trata de publicaciones bibliológicas).

Normas de transcripción al español de diacríticos y signos especiales de otras lenguas con alfabeto latino (alemán, checo, danés, finlandés, húngaro, polaco, rumano, etc.).

Normas de transcripción al español de idiomas con alfabetos no latinos (árabe, búlgaro, griego, hebreo, serbio, ruso, etc.).

Normas de transcripción al español de idiomas con escrituras ideográficas (chino y japonés principalmente).

Normas de adaptación al español de transcripciones (de lenguas en alfabeto no latino o con escritura ideográfica) hechas para el inglés o el francés.

Normas de lenguaje no sexista.

 

2.3. Normas que afectan especialmente a los traductores

 

Criterios generales para resolver problemas de transferencia cultural de difícil solución o para los que existen diversas opciones sobre las que el traductor no acaba de decidirse (p. ej., supresión de la referencia cultural, aclaración por medio de nota a pie del traductor o adaptación mediante equivalencia en la cultura de la lengua fuente).

Criterios de traducción/transcripción/adaptación:

de abreviaturas;

de citas e inscripciones;

de siglas;

de locuciones latinas;

de nombres de acontecimientos históricos, guerras y batallas;

de antenombres y títulos de dignidad;

de títulos y gradis académicos

de rangos militares;

de antropónimos y de sobrenombres;

de nombres propios de religiosos (frailes y monjas), reyes, emperadores, príncipes, cardenales y papas;

de nombres de personajes de ficción;

de nombres de asambleas políticas;

de nombres de partidos políticos;

de nombres de asociaciones, entidades, establecimientos comerciales, instituciones, organismos, organizaciones y sociedades;

de nombres de modelos y marcas registrados;

de nombres de eventos: campeonatos, competiciones, ferias, exposiciones, salones, congresos, jornadas...;

de nombres de equipos deportivos;

de nombres de deportes y juegos;

de nombres de estilos y movimientos artísticos, políticos y culturales;

de nombres científicos de animales o plantas;

de nombres propios de animales;

de nombres propios de aviones, embarcaciones, satélites artificiales, trenes y zepelines;

de nombres propios de fenómenos naturales;

de nombres de fiestas, conmemoraciones y celebraciones;

de nombres de grupos musicales o teatrales;

de sistemas de notación musicales;

de nombres de premios o condecoraciones;

de nombres de órdenes y congregaciones religiosas y de sectas;

de topónimos geográficos (físicos y políticos) y de topónimos urbanos;

de títulos de conferencias, cursos, tratados y encíclicas;

de títulos de obras creadas, publicadas o no (artículos, danzas y ballets, diarios, discos, documentos en línea, esculturas, folletos, canciones, libros, obras teatrales, óperas, películas, pinturas, poesías, programas y series de televisión o radio, revistas, sinfonías y otras composiciones musicales clásicas, tebeos, vídeos, etc.);

de títulos de páginas electrónicas y sus partes;

de títulos de programas de investigación.

 

Normas de transcripción de nombres propios y topónimos de lenguas con alfabeto no latinos.

Normas de transcripción de nombres propios y topónimos de lenguas con alfabeto latino.

Normas de transcripción al español de diacríticos y signos especiales de otras lenguas con alfabeto latino (alemán, checo, danés, finlandés, húngaro, polaco, rumano, etc.)

Normas de adaptación al español de transcripciones (de lenguas en alfabeto no latino o con escritura ideográfica) hechas para el inglés o el francés.

Lista de extranjerismos ortográficos y ortotipográficos.

Lista de extranjerismos léxicos.

Lista de falsos amigos.

Sistemas de medidas no normalizados y equivalencias en el SI.

Instrucciones para la correcta presentación de los originales:

a) uso del programa de procesamiento de textos;

b) formateo de la página (tipo y cuerpo de letra, interlineado, medidas, márgenes y numeración);

c) identificación y presentación de las partes de la obra;

d) formato de presentación de los documentos;

e) transcripción y tratamiento en la traducción de los blancos del diseño de la obra original;

f) tratamiento y disposición de los diversos tipos y estilos de texto (texto general, notas, pies de figuras, rotulados de figuras, recuadros de texto, citas intercaladas, remisiones internas, índices y cuadros).

Recursos en la red para el trabajo del traductor.

 

 

Silvia Senz