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Los rumbos del libro y la edición/Les derives del llibre i l'edició

«Follow the money» en la Ley del libro

«Follow the money» en la Ley del libro

El pasado 29 de abril, en la Feria del Libro de Valladolid, el crítico y editor Constantino Bértolo practicó el sano ejercicio del follow the money con esta muy hispánica Ley de la lectura, el libro y las bibliotecas, que anda ahora en capilla. Lo reprodujo ayer Rebelión en el artículo «Ni ley de la lectura, ni ley del libro, ni ley de bibliotecas».

Atención a lo que comenta Bértolo acerca del oropel humanista con el que se engalana la ley. La estrategia propagandística del altruismo-bienintencionista-consensuador ofrece al capital tan buena vaselina, que suele revestir hoy la presentación de casi cualquier producto, y, por razones obvias (el supuesto beneficio social derivado de toda promoción educativo-cultural), parece resultar especialmente idónea para los productos lingüístico-culturales.

Debe de ser para mejor servir a esa propaganda por lo que se han incluido en ese proyecto de ley las vacuas —y falaces, en el caso de los correctores— afirmaciones sobre el papel cultural de la cadena de profesionales de la edición, que no llevarán, sin duda alguna, a ninguna mejora, porque, como cantaba Mina, sonno soltanto parole, parole, parole.

Silvia Senz (Sabadell)

Lengua, traducción, calidad editorial y proyecto de ley del Libro

Lengua, traducción, calidad editorial y proyecto de ley del Libro

Gracias a esa estimable fuente de información y análisis sectorial que suele ser el blog Opinión Con Valor +, me ha llegado la edición del Diario de Sesiones del Congreso de los Diputados español correspondiente a la sesión número 34, celebrada por la Comisión de Cultura de este organismo. En ella se recogen, entre otras, las comparecencias de Mario Merlino Tornini, presidente de la ACEtt (Sección Autónoma de Traductores de Libros de la Asociación Colegial de Escritores de España), y de Antonio M.ª Ávila Álvarez, director ejecutivo de la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE), con motivo de la tramitación del nuevo marco legal de definición y regulación del libro que es el proyecto de ley de la Lectura, del Libro y de las Bibliotecas.

Entresaco de esta sesión algunos párrafos relacionados con la presencia en el texto de cinco cuestiones que suelen ser objeto de análisis de esta bitácora: la lengua; el ERE; la responsabilidad del editor (publisher); el reconocimiento de la figura de algunos de los profesionales más directamente vinculados con la calidad formal de una obra publicada (traductores y correctores, en este caso; no se dice nada, por desgracia, de los grafistas, los editores de mesa, los redactores, los maquetadores...); y el modo como interpreta (u obvia, sin más) todo ello la FGEE —aspecto que destacaré con especial énfasis.

De la intervención de Mario Merlino:

El señor Presidente de la Asociación Colegial de Escritores, Traductores, ACE (Merlino Tornini):
En principio, reafirmo las gracias por estar aquí y por tener la posibilidad de expresar la posición de la Asociación de Traductores. [...] al definir las funciones del editor no se menciona explícitamente su responsabilidad respecto a los criterios de calidad del libro, lo que implica una vez más un reconocimiento no meramente simbólico de quienes contribuyen a su creación: autor o traductor, ilustrador y yo diría hasta corrector de estilo, etcétera. Precisar las funciones de los interlocutores en el caso concreto de las tareas que nos corresponden a nosotros como asociación, es decir, las funciones del editor y las del autor o traductor, ha de favorecer por lo menos, desde el punto de vista de los ideales íntimos, un mayor entendimiento, una relación responsable en la negociación de los contratos, un pacífico disparo a favor de la calidad del libro y, por tanto, a favor del respeto a los lectores que, en última instancia, son los genuinos destinatarios del libro. Por ello hemos insistido —y seguimos en esa lucha— en la necesidad de formar comisiones paritarias que apunten a un acuerdo en la negociación entre traductores y editores.

La señora Rodríguez-Salmones Cabeza [del Grupo Parlamentario Popular, a Antonio M.ª Ávila]:
En el proceso de creación y de edición del libro, cuando se necesita, el traductor es la pieza fundamental sin la cual nosotros no podríamos nunca llegar a la lectura. Hay muchos otros ámbitos donde el traductor tiene un reconocimiento físico. ¿Usted cree que este reconocimiento en los créditos del libro y en la propiedad intelectual debería hacerse a todos los que hoy figuran en esos créditos, al traductor, al corrector y al ilustrador? Nos encontramos con que hay tres ausencias claras en la ley. Los problemas son distintos —iba a decir los niveles, que según—, pero ¿qué se derivaría de ello en problemas de derecho, de propiedad intelectual y de tramitación de estos derechos?

Usted no ha entrado en una cuestión importante. ¿Cómo se percibe, se retribuye y se reconoce al traductor? Hay grandes traductores profesionales, hay traductores menos importantes y hay traductores por aquello de que se traduzca una obra y que una persona conoce el idioma.

Dirá que esto sucede igual con los escritores y con los editores. Yo he hablado de esta cuestión con los editores, del reconocimiento del traductor, del mayor reconocimiento del traductor y el editor inmediatamente plantea que hay traductores y traductores, por entendernos. Hay traductores cuyo reconocimiento parece fundamental y hay traductores que han hecho bien su trabajo y sencillamente han traducido, pero no son equiparables a los traductores que tienen ese gran reconocimiento. Entonces mis tres preguntas serían estas. ¿Cree que los ilustradores, los traductores y los correctores tendrían que tener un tratamiento similar? ¿Qué se deriva de ello en derechos de propiedad y en la gestión de los derechos? Y por otro lado, ¿es cierto que dentro de la profesión del traductor encontramos unos desniveles tan importantes que el editor, a veces, lo pone sobre la mesa como uno de los límites por los cuales las traducciones no tienen el reconocimiento que nosotros, como usted, creemos que deben tener en todo este proceso?

El señor Bedera Bravo [del Grupo Parlamentario Socialista, a Mario Merlino]:
[...] Por lo que se refiere al proceso, desde la creación hasta la lectura, hasta que el libro llega a manos del ciudadano, si los autores son la génesis, es evidente que ustedes han tenido bastante mala prensa, históricamente hablando, aunque no sé si, como decía la señora Rodríguez-Salmones, porque hay categorías o no. Nos consta que no es su caso. Usted es Premio Nacional de Traducción del año 2004, sabemos dónde está, y quizá por eso pueda respondernos mejor a algunas de las preguntas. Han tenido mala prensa. Ha habido bastantes avances en los últimos tiempos desde la época de la democracia, quizá cierto reconocimiento o al menos que aparezcan, porque efectivamente hay obras en las que no aparecen. Cuando un lector, un niño, toma un libro en sus manos, puede entenderse que el libro está escrito en castellano, cuando muchas veces no aparece ni el nombre del traductor. Usted, que también es traductor de italiano, habrá oído lo de traduttore-traditore, el famoso adagio italiano, famoso negativamente quiero decir. Ustedes han tenido mala prensa, y quizá sea ahora el momento de cambiarlo.

Por eso quiero hacerle algunas preguntas: ¿No cree usted que el concepto autor ya engloba también a los traductores?

Aparece en la Ley de Propiedad Intelectual. ¿Cree usted necesario que se explicite todavía más en esta ley la importancia del traductor? Y enlazando con lo que acabo de decir sobre los premios —artículo 5, donde se recogen los premios nacionales—, ¿cree usted que para los traductores es un acicate el mantenimiento o incluso la ampliación? Usted hablaba del mantenimiento de las dos vertientes, de las contestaciones que daban. ¿Cree usted que esto es un paso adelante en ese reconocimiento?

Otra pregunta que le quiero hacer, aunque tiene que ver colateralmente con su actividad principal, es qué opinión tiene usted del tratamiento que da la ley al formato libro, a la desaparición del objeto. Algunos somos un tanto mitómanos y nos gusta no solamente leer un buen libro, sino también ver una buena edición. ¿Qué opinión tiene usted?

[...] quiero comentarle una última cosa. Usted ha hablado de que hay chapuzas, a lo que también me sumo. Esto de hablar en segundo lugar tiene sus cosas buenas en algunos momentos, y sus cosas malas en otros, cuando vamos de la mano. Me gustaría que usted respondiera cómo ve esta cuestión para que no les digan aquello que decía Voltaire, que las traducciones incrementan los defectos de las obras y ensombrecen las bellezas. ¿Cómo ve usted todo esto?

El señor Presidente de la Asociación Colegial de Escritores, Traductores, ACE (Merlino Tornini):
[...] Con respecto a la primera intervención, sobre autores, traductores, correctores e ilustradores —vaya conjunto—, hay cosas que usted ha preguntado y que usted misma ha respondido. Decía que en el campo de la escritura hay buenos escritores, escritores regulares y malos escritores. [...] Con los traductores hay que seguir el mismo criterio que se sigue con los autores. Aquí es donde está la dificultad. El editor que especula con que hay traductores que no son tan buenos, si en realidad lo que quiere es gastar menos en la producción del libro, que contrate a un traductor regular, y lo que no le paga al traductor bueno que se lo pague al corrector o a cualquier otra persona que intervenga en el proceso de producción del libro. Esto —ahora se me mezclan un poco las cosas— tiene que ver con la mala prensa de los traductores. Claro que hay traductores que son malos profesionales, pero como hay malos profesionales en todos los ámbitos de la actividad humana. La capacidad de control de esa calidad es difícil. En cualquier caso, quiero insistir en la importancia del traductor y de su mención, no sólo en los créditos, no solo en la paginita con la letra muy pequeña, sino también en la cubierta, también en la portada, ya que puede ser un elemento a tener en cuenta, si el editor sabe elegir. Porque si llega un traductor novato —no estoy hablando solamente de los que estamos formados— que nunca ha hecho un trabajo de traducción, para eso existen las pruebas que puede hacer el editor y si la prueba es buena, por qué no darle un espacio a ese traductor recién llegado. Yo, como muchos colegas, comencé así. Perdón si me disperso un poco, pero comencé así y además lo hice en un momento en que la producción era magnífica, y tuve la suerte —aunque como figura en el Mesón
La Cueva del Vino, de Chinchón: La suerte es el minucioso cuidado de todos los detalles— de hacer mi primer trabajo en Alfaguara, cuando dirigía la editorial don Jaime Salinas, y era la primera vez que en España aparecía el nombre del traductor en la cubierta, y había un celoso cuidado en la calidad de las traducciones. ¿Por qué no recuperar esa buena historia —que la hay en España, esto fue en el año 1977, afortunadamente en los comienzos de la democracia—, y se sigue por ese camino? En cuanto al reconocimiento de los derechos, evidentemente ahí hay negociaciones que corresponden a cada asociación o a cada gremio por separado. Debo reconocer la importancia de los ilustradores y hasta de los correctores, pero eso forma parte de una negociación, no estrictamente individual, porque cada individuo puede ir arropado por la asociación que lo protege, pero en este caso, como usted me preguntaba a propósito del reconocimiento de los derechos, es lo que le puedo responder.

Con respecto a esos lugares comunes, que muchas veces utilizan los editores para hablar mal de los traductores, ¡basta de lugares comunes! Habrá que enfrentarse con un traductor bueno, habrá que buscarlo. Si el traductor es recién llegado, insisto en que habrá que someterlo a una prueba. Nadie se va a escandalizar porque lo sometan a una prueba, si todavía no tiene experiencia anterior.

[...] estamos hablando mucho del sentido de la responsabilidad, de la responsabilidad profesional, y yo les exigiría a los editores que asumieran definitivamente su responsabilidad profesional como editores, y que no se convirtieran en meros mercachifles.

Con respecto a la mala prensa, de alguna manera ya lo he citado. Por ejemplo, cuando se quiere publicar un libro no se discute si la obra es interesante o puede ser hasta llevadera, como para pasar el rato; pero cuando se ha hecho el contrato con el autor en ningún momento se le plantea que tiene una frase un poco torcida o mal escrita. Parece que el traductor siempre tiene la culpa de la mala redacción de los textos. [...] Supongamos que una traducción no es del todo buena, pero para eso existe el trabajo de corrección. Hay correctores que a mí y a muchos colegas míos, muy profesionales, nos siguen haciendo observaciones y muchas de ellas correctísimas.

No tengo ningún problema en reconocerlo, porque no es que el texto nos salga maravillosamente bien siempre, ya que a veces tenemos caídas, como todo el mundo.

Pero si hay un buen nivel en conjunto, esas correcciones son aceptables y necesarias. Por eso son importantes los correctores y por eso los citamos.

Con respecto a si hace falta insistir, ya que se ha avanzado en la conciencia de que le traductor también es un autor, creo que sí. Hace falta insistir porque todavía no es una conciencia generalizada. Cuando esa conciencia sea efectivamente generalizada, la palabra sobrará, pero a estas alturas todavía no sobra, y sigue siendo fundamental para que hasta en la ley se especifique claramente que el traductor es un autor. Desde el punto de vista de la organización, nosotros somos la sección autónoma de traductores, dentro de la Asociación Colegial de Escritores, y eso implica un reconocimiento.

[...] Me da la sensación —no seré yo el que les convenza de que hay que hacerlo— de que tampoco modifica demasiado la estructura de la ley añadir ese considerando.

De la intervención de Antonio M.ª Ávila:

La señora Rodríguez-Salmones Cabeza [del Grupo Parlamentario Popular, a Antonio M.ª Ávila]:
[...] ¿A usted qué le parece que traductores, correctores e ilustradores tengan un tratamiento en esta ley, que no lo tienen? Sé que lo de los impresores les parece una laguna porque en sus alegaciones lo hicieron saber, pero es una laguna que no se ha recogido y no entendemos la razón, porque si hay algo vinculado a un libro, es el impresor, sin la menor duda y sustancial, pero querríamos saber qué dicen ustedes.

Nosotros lo vamos a proponer, ustedes lo hicieron en las alegaciones recogiéndolo también y mañana les oiremos.

Hay una laguna que el primer compareciente y en general todo el que ha comparecido hasta ahora ha reconocido y es la relativa al autor. El autor no existe —bueno sí existe, qué tontería—, entendámonos, definición: autor, no existe; impresor, no existe. Entonces se puede no hacer definiciones porque no es necesario hacer muchas definiciones, pero nos parece que ellos tienen que estar. [...]

En cuanto a otras cuestiones que ustedes han dicho en las alegaciones, la lengua y el espacio iberoamericano son sustanciales al libro. No es que sean de la máxima importancia es que son meollo en el libro.

El señor director ejecutivo de la Federación de Gremios de Editores de España, FGEE (Ávila Álvarez):
[...] Falta la figura del impresor, la habíamos pedido. Entiendo que la del autor no está, porque está en la Ley de Propiedad Intelectual. Por tanto, ahí está la figura del autor, puro y duro, la del traductor y la del ilustrador, y su sitio y su sede natural debe ser la Ley de Propiedad Intelectual. Esa es la razón por la que no está en la ley, porque está en la Ley de Propiedad Intelectual. Siempre hemos considerado que el traductor es autor, que el ilustrador es autor y así se contempla en el negocio editorial. [...] Justo porque entendemos que la lengua es tan importante es por lo que pedíamos la mención especial al espacio iberoamericano, porque —esto enlaza con una de las preguntas que me hacía el representante del Grupo Parlamentario Socialista— no solo es un mercado comercial, es algo más y ese algo más es ese espacio único en español que estamos construyendo entre América y España —y ojalá que algún día se incluya a Guinea o a Filipinas— y es el que creemos que debe potenciarse de manera especial.

Ese espacio también explica por qué, siendo un país atrasado por unas infraestructuras culturales deficientes, con un mal servicio público que ha habido tradicionalmente —y que explica una tasa baja comparada con la Unión Europea, pero que va subiendo en los últimos años—, somos una industria editorial: porque hemos tenido que salir fuera debido a que el mercado interno era raquítico. El editor español necesita a América, viaja a América. En cuanto se crea una editorial, a los dos años ya están haciendo su viaje a América. No se puede entender la industria editorial sin América y lo que eso significa. Por eso nos es tan importante la mención a la lengua española y al espacio en español con nuestros colegas iberoamericanos.

 

Silvia Senz

Artículos estrechamente relacionados:

Sobre el espacio común iberoamericano del libro y la responsabilidad lingüística de las editoriales, recomendamos leer, de Victoriano Colodrón:

«El territorio de La Mancha: libros, lengua y... dinero. (Unidad y diversidad del español en el “espacio común del libro”)»,

 

Y en este blog:

«Lecciones de lengua, traducción, edición y consumo cultural (a cargo de Javier Marías)»

«Copyleft, función social del editor y calidad editorial»

«Contrastes culturales de la idea de editar»

«Oficios por proteger, oficios que conocer: el Forum des métiers du livre»

«La fijación del español internacional (y de la edición en español) en EE. UU. , ¿una cuestión de prestigio, imagen, medios y libros de estilo? (3.ª parte)»

«Diversidad lingüística hispanoamericana, español como recurso económico y políticas lingüísticas institucionales»

«Lectura fácil, o la edición inclusiva (I)»

«La corrección y la edición: una senda desconocida hacia el lector»

«De niños y editores»

«Especies editoriales en extinción: Manifiesto de los Correctores de Español»

«Corrijo, luego no existo»

«En el día del corrector de textos»)


Dosdoce presenta un buscador y un agregador culturales

Dosdoce presenta un buscador y un agregador culturales

Pilar Chargoñia venía hace pocos días comentando el relevante papel que ha adquirido la red en la difusión cultural, y la autoridad creciente que están adquiriendo los blogs y páginas sobre el libro en la valoración de la producción editorial. Una función, por cierto, en la que esta bitácora cumple la modesta pero necesaria labor de aportar una visión profesional sobre la calidad formal y textual de las publicaciones españolas y latinoamericanas, en cualquiera de nuestras lenguas, y de analizar cómo afecta la pujante expansión del español al mercado mundial de la edición.

Atentísimos a la trascendencia de la red en la difusión cultural, el equipo de Dosdoce nos anuncia en su estupendo blog sobre cultura, comunicación y márquetin, Comunicación Cultural, que celebran su tercer aniversario con la puesta en marcha de dos nuevas herramientas de gestión de información cultural para editores y profesionales del libro: un buscador cultural y un agregador cultural, creado este último en colaboración con Grupo Evoluziona.

Ambas tienen como objeto facilitar a los profesionales del mundo del libro la gestión de la abundante información sobre libros en la red y permitirles a un editor y a su jefe de prensa mantenerse al día de cualquier noticia publicada en internet sobre sus libros.

El buscador cultural rastrea los contenidos publicado en más de 150 blogs literarios y medios digitales que habitualmente publican reseñas de libros o elaboran artículos de opinión y estudios sobre temas relacionados con el sector del libro. Paralelamente, este buscador identifica todos los contenidos publicados en los sitios web de más de 3000 editoriales y librerías independientes de toda España. En febrero, el buscador ampliará su campo cultural añadiendo otros 2000 sitios web de museos, galerías de arte y bitácoras culturales a la base de datos de este buscador especializado.

En Dosdoce invitan a todas aquellas personas que consideren que su blog, editorial, librería, etcétera, debería estar en este buscador cultural que les envíen un e-correo a con el nombre de su sitio web, su URL, y un par de párrafos descriptivos de la bitácora, web o empresa, a fin de contar con ellos para próximas actualizaciones.

El agregador, que se presentará próximamente en Madrid, incluye 50 blogs especializados en el sector del libro y la edición. La presentación tendrá lugar el martes, 23 de enero, a las 10.30 horas, en el Salón de Actos del Centro Cultural Conde Duque de Madrid. La entrada es libre pero el aforo limitado, por lo que es conveniente reservar plaza en incluyendo datos personales (nombre, entidad cultural, e-correo de contacto).

Actualización (24/01/2007): el agregador está ya listo para descarga y uso aquí.

 

Silvia Senz (Sabadell)

 

 

El libro y la magia

El libro y la magia

Se habla y se ha hablado, y mucho, sobre el libro tradicional y el nuevo libro, o libro digital. El libro nuevo no se presta a definiciones cerradas. Si bien en los comienzos de las nuevas tecnologías unos lo veían como un mero cambio de soporte para los mismos contenidos y más adelante se dibujaba como una amenaza a editores y sociedades de derechos de autor en forma de empresas que digitalizaban libros a tutiplén, la gente comenzó a percibir las ventajas del hipertexto e incluso a escribir libros explícitamente hechos para la web y algunos opinaron incluso que la red en sí es un libro lleno de páginas con sus propios índices (buscadores) en que todo el conocimiento humano tiene cabida. Y surgieron los blogs, otra forma tan revolucionaria como la www para llegar a todos los lectores.

Hay expertos que analizan estos cambios, que llevan años explicándolos, y muy bien. Yo recomiendo desde esta bitácora que se den un paseo por dos sitios: el primero, el sitio de José Antonio Millán; en particular, sus artículos «La lectura y la sociedad del conocimiento», «Leer en tiempos de abundancia», «Google y Europa»… y su blog El Futuro del Libro. El segundo, el blog Opinión con Valor +, de Txetxu Barandián, sobre todo su sección «El mundo del libro». Ambos ofrecen además opiniones y artículos de otras gentes muy interesantes, ya sea en su propio sitio, ya mediante enlace. Aprovechen, también, para navegar con tranquilidad por JAM y por Opinión con Valor. No los defraudarán.

A raíz de esto tan complicado que hoy es el libro, déjenme que les traiga a colación la definición que el Proyecto de Ley de la Lectura, del Libro y de las Bibliotecas da para libro:

Libro: obra científica, literaria o de cualquier otra índole que constituye una publicación unitaria en uno o varios volúmenes y que puede aparecer impresa o en cualquier otro soporte susceptible de lectura.

Se entienden incluidos en la definición de libro a los efectos de esta ley los libros electrónicos y los libros que se publiquen o se difundan por Internet o en otro soporte que pueda aparecer en el futuro, los materiales complementarios de carácter impreso, visual, audiovisual o sonoro que sean editados conjuntamente con el libro y que participen del carácter unitario del mismo, así como cualquier otra manifestación editorial.

Compárenla con la definición de libro que daba la UNESCO en 1964 en su «Recomendación sobre la normalización internacional de las estadísticas a la edición de libros y publicaciones periódicas», que hemos estudiado todos los que alguna vez hemos opositado a bibliotecas:

Definiciones

6. Las siguientes definiciones, que no afectan los acuerdos internacionales en vigor, se han redactado especialmente para ser utilizadas a fines de la realización de las estadísticas relativas a la edición de libros a que se refiere la presente recomendación :
a. Se entiende por libro una publicación impresa no periódica que consta como mínimo de 49 páginas, sin contar las de cubierta, editada en el país y puesta a disposición del público ;
b. Se entiende por folleto la publicación impresa no periódica que consta de 5 a 48 páginas sin contar las de cubierta, impresa, editada en el país y puesta a disposición del público.


Está claro que la definición necesitaba revisarse, pero los sentimentales echaremos de menos las cuarenta y nueve páginas.

Y como sentimental que soy, y como colofón, les contaré una anécdota de ésas que uno recuerda para siempre —el que la vive, claro—. Era el año 2000 y yo era más joven que ahora, mucho más joven, a pesar de que ya tenía a mis dos hijas. Traducía algunos textos técnicos del francés y, sí, corregía de vez en cuando trabajos o tesis que me remitían particulares, pero mi gran amor eran los libros y las bibliotecas.

Ese año, el Museo Arqueológico Nacional ofreció un ciclo de conferencias bajo el nombre de «La escritura y el libro en la historia» —lo cierto es que este museo, sito en la calle Serrano de Madrid, a espaldas de la Biblioteca Nacional, organiza actividades muy interesantes—. Una amiga y yo asistíamos a todas las conferencias que podíamos de ese ciclo y no nos arrepentíamos, aun teniendo que robar el tiempo de donde no lo había.

El caso es que una de las conferencias la iba a dar Hipólito Escolar Sobrino. ¡Don Hipólito Escolar! El que haya estudiado o leído siquiera algo de historia del libro sabrá lo emocionante que nos resultaba que viniera él en persona, en carne y hueso. ¡Y para colmo, su conferencia se titulaba «El orto de la Galaxia Gutenberg»!

Ese día fuimos con antelación, convencidas de que el aforo estaría completo enseguida y nos quedaríamos fuera. Sorpresa: hubo sitio, no diré que de sobra, pero no menos que en las otras conferencias.

Fue un placer verle y oírle hablar. Tomé notas, por supuesto, como en el resto de las ponencias a las que asistí. Pero no me hace falta consultarlas para poner aquí un dato con el que comenzó él: «De los aproximadamente cinco mil años de la historia de la escritura, sólo cinco siglos los ocupan los incunables y los libros actuales; eso hace un 10 %, ¿no me engaño?». Y tampoco tengo que consultarlas para compartir con ustedes las palabras con que terminó: «Es el fin de la Galaxia Gutenberg: el libro va a dejar de existir tal y como lo conocemos. El (o la) Internet acabará con el libro actual».

¿Qué quieren? Era Hipólito Escolar quien me lo decía. Para mí fue como el día en que mis hermanos mayores me dijeron que los Reyes Magos eran papá y mamá, que si quería ir a comprar algo con ellos. Un mundo nuevo se abrió, por supuesto, pero la llorera no me la quitó nadie.

Ana Lorenzo, Rivas Vaciamadrid (Madrid), España

La patraña del gran editor

La patraña del gran editor

En pleno fervor promocional del premio Planeta 2006, Màrius Serra, otro de los premiados por Planeta, en su caso con el premio Ramon Llull 2005 por su novela Farsa, se sirve de las nuevas tecnologías no sólo para publicar sus últimas creaciones , sino para buscarse la necesaria promoción para Patraña (la recién publicada versión castellana de Farsa), que Planeta sólo parece dispensar a sus premiados recientes.

Màrius Serra no es un adelantado ni tampoco una excepción. Como otros autores, sufre el progresivo deterioro de los servicios que les prestan su editores ­—que también son sus distribuidores en las grandes editoriales; libreros incluso si disponen de cadenas de librerías— y que a menudo se reducen ya a la impresión, la encuadernación y la distribución en librerías, con una labor de edición y promoción a menudo precaria; a cambio, eso sí, de embolsarse buena parte del 90 % de precio de venta al público de cada ejemplar. Y, como otros autores, Màrius ha de convertirse en su propio publisher, esto es, ha de encargarse de hacer pública su obra, de ponerla por sus propios medios en conocimiento del lector.

Hace poco tiempo, la prolífica revista Dosdoce publicó un estudio sobre las estrategias de promoción y comunicación que utilizan las editoriales españolas, quienes, según sus conclusiones, desaprovechan el potencial de las nuevas tecnologías. Vistas las actuales tendencias en la edición, sería interesante mover el foco de ese estudio y centrarlo en las estrategias promocionales que los autores se ven obligados a utilizar. Probablemente se vería que superan —y con mucho— en ingenio a los medios que tan torpe y discriminadamente emplean las grandes editoriales.

A este paso, van a ser los grandes grupos editoriales quienes aboquen a sus autores no ya sólo a la autopromoción, sino a la autopublicación. Empresas como Lulu.com, recién desembarcada en España, que permite autoeditar muy fácilmente una obra, publicarla y promocionarla en la web e imprimirla bajo demanda, «sin intermediarios entre el autor y el comprador», y por supuesto Amazon y Google Libros los acogerán con los brazos abiertos. Y el autor, que puede elegir ya qué licencias aplicar a su obra digitalmente publicada, y hacerlo con toda facilidad, sólo necesitará solicitar un número ISBN para su obra y lanzarla a la carrera comercial vía web. También los correctores, editores de mesa, redactores, traductores, diseñadores gráficos..., tan mal queridos en las editoriales, seguiremos ahí, como un servicio independiente de un editor ya innecesario, desde el momento en que deja de aportar valor al producto y servicio al autor y al lector. Porque contrariamente a lo que afirmaba José María Barandiarán en un interesante artículo sobre el panorama de la autoedición en España («La democratización de la edición tiene, no obstante, algunos inconvenientes de cara a la calidad del producto: “Los libros son peores en cuanto a la corrección del texto, por la velocidad y la facilidad a la que puede plantearse la publicación y por el hecho de que no hay detrás un editor que se preocupe de corregir el contenido”), los libros sólo son peores cuando quien los genera entiende la edición en función de su cuenta de resultados.

Lo decía hace poco José Antonio Millán, en una entrevista publicada en la revista Eroski-Consumer.es:

¿Cree en la propiedad intelectual de la obra escrita como un medio para obtener beneficios derivados, o bien apostaría por que el creador enajenara sus beneficios de la difusión libre de su obra? ¿Estamos preparados para un escenario así o seguimos necesitando a los intermediarios (editores, agentes, correctores, impresores...)?

Creo que son dos cuestiones distintas. La licencia Creative Commons, que permite compartir sin uso comercial, a la que está sujeta parte de mi obra, es una herramienta de difusión (y por tanto de publicidad, de influencia...) muy grande. Lo explico en el artículo La gestión del entusiasmo. Pero eso no impide que cuando se quiera hacer uso comercial, mi agente literario le venda a un editor el derecho a publicarla. Los intermediarios son una cuestión distinta. Tengo la sensación de que los editores (y hablo en genérico: yo tengo hoy en día de los mejores editores que se puedan encontrar) están incumpliendo cada vez más el pacto con sus autores. En parte por la creciente degradación del circuito distribuidor-librería, y en parte porque están reduciendo costes de manera radical, y eso se nota en la calidad del producto final. Eso puede forzar a muchos a buscar medios alternativos de difundir su obra. Entre que te edite alguien que va a distribuir mal tus libros (porque los va a tener dos semanas en las librerías) y otro que los va a tener constantemente disponibles en una librería virtual, y los va a imprimir con impresión bajo pedido (print on demand) a medida que los necesite y los va a enviar a los compradores, la elección va a ser bien clara. Claro, que al final habremos sustituido un intermediario (el editor) por otro (la librería virtual, o un proyecto como Google Libros). El panorama se está rehaciendo... Respecto a los agentes y los correctores, me siguen pareciendo importantes en el medio digital.

Y, concluyendo, este es el e-correo que envía Màrius Serra, por su cuenta y riesgo, a quienes considera lectores potenciales de Patraña, en un intento de promover un boca-oreja internético:

Hola, soy Màrius Serra.

Ya sé que hoy todos los medios de comunicación hablarán del nuevo premio Planeta de novela.

Por eso yo hoy, si no te molesta, querría importunarte brevemente para anunciarte la llegada a las librerías de mi novela Patraña (también editada por Planeta, aunque con una inversión promocional mucho más humilde, me temo).

Y que conste que el título del e-mail no es una crítica a los premios literarios en general ni al Planeta en particular. Las patrañas abundan en todos los campos.

Mi Patraña es una novela compleja, pero espero que te sea gratificante.
En 1856, Robert Houdin, padre de la prestidigitación moderna, viaja a Argelia enviado por el gobierno francés para demostrar la primacía de la razón ilustrada.

En la Barcelona del Fòrum 2004, un mago aplica un truco del mismo Houdin a inmigrantes sin papeles. Al salir del armario, los inmigrantes hablan catalán, tienen una visa de La Caixa y son socios del Barça. A continuación desaparecen sin dejar rastro hasta que los localizan en el Gran Casino de Barcelona.

La solución al intricado laberinto de relaciones entre ciudadanos indígenas e inmigrantes tiene que ver con el lenguaje, y más concretamente con las palabras que Saussure buscara bajo las palabras en su nunca demostrada teoría de los anagramas.

Esta parodia de la sociedad occidental de nuestros días, galardonada con el premio Ramon Llull de las letras catalanas 2006, ya ha recibido el aplauso de la crítica y de miles de lectores catalanes.

Ahora tengo el gusto de invitarte a leerla en la traducción al castellano de Roser Berdagué y anunciarte que dentro de pocos meses Meri Pozza la publicará también en italiano.

Espero que, si te gusta, la recomiendes a tus amigos castellanolectores. Seguro que al premio Planeta no le hace falta el boca a boca, pero a Patraña sí, de modo que, aun a sabiendas de ser poco original, reenvíame a discreción.

Silvia Senz (Sabadell, Cataluña, aún en España)

El presidente de México veta el régimen de precio único del libro

En una nota anterior me referí a la promulgación en México de la nueva Ley de Fomento de la Lectura y el Libro, que instituía el régimen de precio único. Entonces hablaba de las bondades del régimen y señalaba como siguiente tarea superar dos obstáculos inmediatos: la centralización excesiva y problemas de distribución.

Pero en estos días el presidente Fox vetó la disposición del precio único (no toda la ley) basándose en una opinión de la Comisión Federal de Competencia, según la cual, para citar las palabras del director de la comisión, Eduardo Pérez Motta, «el esquema del precio único impediría a todos los participantes en el mercado de los libros ofrecer a los consumidores precios más bajos, aunque estuvieran en condiciones de hacerlo por operar eficientemente, debido a que esta práctica quedaría fuera de la ley». Hace un año, el 5 de octubre de 2005, la CFC ya había hecho pública su oposición, así que no es ninguna sorpresa su postura.En cambio, sí sorprende la metodología que siguió para fundar su opinión. Explica José Ángel Quintanilla, presidente de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana, que todo lo que hizo la comisión fue consultar en el sitio electrónico de Amazon el precio de dos libros en seis mercados, tres de precio único y tres de precio libre. Con esa «muestra», la comisión concluyó que el precio único aumenta el costo para los consumidores hasta treinta por ciento.

No es el único pecado de la Comisión Federal de Competencia. También pasó por alto la opinión casi unánime de libreros y editores, que viven a diario la concentración del mercado y que tienen que enfrentar la presión de las empresas más grandes por conseguir descuentos que nunca están al alcance de las librerías pequeñas, tanto las especializadas como las que atienden a lectores de ciudades alejadas o poco pobladas. Ignoró también la opinión de intelectuales cercanos al medio editorial. El resultado, como era de esperar, ha sido la reprobación general (para tres ejemplos accesibles, véase el artículo del periodista Fernando Escalante, que da un repaso al veto del presidente, la nota de la poeta Coral Bracho, en la que revisa el régimen del precio único en otros países y el comentario de Alberto Ruy Sánchez, sobre la debilidad de las explicaciones del presidente y sus consejeros).

Las editoriales y las librerías no compiten con precios, sino, por ejemplo, con su catálogo. En las situaciones ideales, compiten también en el terreno de la calidad y el cuidado editorial. El veto del régimen de precio único es una de esas equivocaciones bien intencionadas de las que es difícil retractarse. Por si fuera poco, México empieza estos días la transición del gobierno federal, de modo que no se avizoran cambios en varios meses. Llegará, sin embargo, la hora del arrepentimiento. Seguramente retomaremos el régimen de precio único y, con suerte, daremos otros pasos mejor encaminados. Esperemos que sea pronto.

Javier Dávila, ciudad de México

Prestigio y calidad lingüística: el futuro del mercado de la edición... en EUA

[Viene de aquí.]

Vivimos una época de profunda crisis del purismo y el prescriptivismo normativo español, fruto de un obsoleto modelo de norma culta única y hegemónica, que ha dado paso a una política académica de diplomática defensa de la diversidad (o norma policéntrica piramidal), y fruto también de la actual aceleración del proceso de cambio lingüístico, propiciado por un creciente mestizaje de lenguas y culturas y por el efecto amplificador de nuevos usos lingüísticos que tienen los medios de comunicación de masas .

La lengua española tiene ya un alcance y una variedad de usos tan inabarcable, y su difusión está hoy en tantas manos, que establecer medios dinámicos de criba, regulación y fijación de los usos, con el fin de conformar una norma común, resulta una labor compleja que exige nuevos métodos. Parece que el único que se plantean hoy las autoridades normativas al respecto es sentarse a esperar que fructifiquen en el terreno neutral de los medios de comunicación hispanos de EUA las semillas de la norma mediática panhispánica que van sembrando, con ayuda de los mecanismos de autorregulación de la propia lengua y del abono que procuran los imperativos de la sociedad de la información, la mundialización y el papel del español como activo económico (esto es, la necesidad de emplear un español internacional para la comunicación, el desarrollo de tecnologías de la lengua y la enseñanza del E/LE). Se diría que no confían en que haya otros medios que permitan a la unidad del español —y a sus valedores— sobrevivir a su diversidad dialectal, a la pluralidad de su norma culta, a su ineludible descastellanización, a la mala imagen de un modelo excluyente y eurocentrista de norma culta, y a las razones secesionistas andaluzas, de viabilidad legal abierta por procesos de secesión hasta hace poco refrenada (pero ya efectiva), que afectan a otras lenguas de España.

Atrás parecen quedar los días en que el control de los restringidos medios de expresión de una lengua permitieron, sobre la base del purismo idiomático, de determinados criterios de corrección y de la ejemplaridad, separar el grano de la paja y establecer claramente un modelo de lengua homogénea y genuina, cuya prevalencia se ha garantizado mediante la asociación de ese modelo a la expresión —sobre todo escrita y, por tanto, más fija— propia de hablantes de un elevado nivel cultural, y a los conceptos de prestigio y distinción social. Hoy, cualquier uso parece aceptable —o no rechazable en principio—, siempre que permita una comunicación eficaz, y de que no derribe las paredes maestras del español o altere su código ortográfico. (No olvidemos que la ortografía es la plasmación de la unidad del idioma y, por puramente convencional, la parcela más inasequible al cambio lingüístico; salvo, claro, que unánimemente se decidiera simplificarla para facilitar su aprendizaje y mejorar su uso; o reformarla para que represente los rasgos fonéticos y fonológicos mayoritarios del español, que están más próximos a los que refleja la propuesta de ortografía andaluza que a los del habla que fundamenta la actual ortografía.)

Esta crisis del prescriptivismo ha modificado sustancialmente la percepción general de la corrección lingüística, como todos los correctores de español (escrito, especialmente) un poco bregados hemos ido observando en nuestra práctica profesional; y no sólo por el principal efecto que este nuevo punto de vista ha tenido en nuestro trabajo (la progresiva supresión de los procesos de corrección y de la figura del corrector profesional en los medios escritos y orales), sino por el cambio de actitud en las demandas de los autores, lectores y editores que siguen exigiendo un texto correcto. Lo que cuenta a ojos de muchos de ellos ya no es tanto nuestra labor censora como nuestra mediación para hacer un texto más comprensible y legible. Lo relevante de una corrección no es cazar esas irregularidades de la lengua que reflejan una evidente fase de transformación de usos y paradigmas (impropiedades léxicas o extranjerismos mínimamente establecidos, solecismos generalizados...), sino procurar que los usos sean uniformes para no marear al lector; que —sin sobrepasar los difusos límites entre escritura y corrección de textos— el texto esté bien articulado; que el registro y el nivel de lenguaje sean los adecuados al texto y al destinatario; que la ortografía sea impecable, y que las convenciones ortotipográficas y la puntuación sirvan para mejorar la construcción y comprensión del texto.

Parece que corregir ya no equivale, pues, a conferir prestigio a un texto, sino a acercarlo al lector. No obstante, parece también que la vieja (o no tan vieja) idea de que la lengua correcta y ejemplar, «el buen escribir y el buen hablar», imprime un marchamo de calidad y distinción social a quien la usa no ha sido completamente desechada y pervive —por necesidad— en el terreno de las relaciones públicas y empresariales y en el asentamiento del español en Estados Unidos.

Hace poco me topé con un curso organizado por la Fundación Canaria Empresa de la Universidad de La Laguna (Tenerife), titulado «Norma lingüística y prestigio social (la lengua española en las relaciones sociales y laborales)». Los objetivos de este curso, dirigido a universitarios canarios (de habla canaria, se supone) en situación de desempleo, son: «a) Concienciar a los alumnos de la importancia que tiene el correcto uso del idioma en las relaciones sociales y laborales. b) Informarles de conceptos lingüísticos fundamentales relacionados con la unidad y la variedad idiomáticas: dialecto, sociolecto, registro, norma lingüística. c) Proporcionarles la información y los recursos fundamentales para que puedan afrontar y resolver con buen criterio los distintos problemas lingüísticos».

Se diría, pues, que la noción de que el uso correcto y apropiado del lenguaje es sinónimo de «saber estar» y de cultura y que contribuye a mejorar la imagen pública pervive en la conciencia de los hablantes. ¿A qué se debe esta mentalidad que equipara dominio de la norma lingüística con nivel social y cultural elevado? Sin duda, como hemos señalado, a que el criterio de corrección que, de manera general, se ha aplicado a la confección de la norma común está referido al nivel culto, puesto que se considera que el hablante de este nivel es el más capacitado para la comunicación eficaz y que el nivel culto de la lengua, por su riqueza expresiva, es el más eficaz como vehículo de pensamiento y cultura. Por esta razón, la corrección del habla sigue teniendo entre los hablantes un papel determinante en la aceptación y promoción social de un individuo; pero no sólo en la de un individuo, sino en la de toda una comunidad de hablantes, como ocurre con el español de los hispanos de Estados Unidos de América.

En el caso del español que se habla en Estados Unidos, el muy diverso origen social y geográfico de la inmigración hispana, y sus enormes diferencias en cuanto a nivel educativo y de dominio del español (no siempre lengua materna en ciertos grupos de inmigrantes) generan una imagen social de rechazo del español como lengua de cultura y pensamiento. A ese rechazo se suma, como bien apuntaba Rainer Enrique Hamel, la resistencia de la sociedad anglohablante a una quebequización del país y nuevas políticas fronterizas y lingüísticas proteccionistas, de «combate del español en los ámbitos de prestigio, sobre todo en la educación, la academia y en otras instituciones públicas, reforzando una política monolingüe de Estado. Por esta razón, el futuro del español en EE. UU. está estrechamente relacionado con su penetración y aceptación en los ámbitos de prestigio y el desarrollo o la adaptación de una norma estándar. Mientras las variedades o la posible koiné emergente permanezcan como “dialectos sin techo”, su estabilidad será probablemente limitada».

La conciencia, pues, de que el futuro del español en Estados Unidos depende de la mejora de su imagen pública, lo que a su vez exige un uso correcto y elevado, sumado al hecho de que no hay mejor caldo de cultivo de una nueva norma de alcance hispánico que el de un español poliforme aún por cohesionar, y a las grandes expectativas de negocio que abriría la pervivencia del español en EUA (ya una lengua cada vez más presente en medios y publicaciones), ha llevado a diversas institucionales lingüísticas y culturales españolas a promover esa mejora del uso del español en los medios de comunicación hispanos. (Otro asunto es que lo hagan con mejor o peor fortuna.) Nada se sabe, sin embargo, de políticas lingüísticas institucionales encaminadas a promover la calidad lingüística de los libros en español que se comercializan en Estados Unidos, pese a que no hay mejor medio que el del impreso eminentemente vehículo de cultura para asociar la lengua española de Estados Unidos a esa necesaria imagen de cultura y excelencia. Quizá los editores españoles, preparados, con ayuda de las instituciones culturales españolas, para dar el gran salto al mercado estadounidense, deberían recapacitar sobre este punto y plantearse la conveniencia de recomponer los ya muy corruptos procesos de control de calidad del texto sobre la base de que calidad, prestigio y mercado se retroalimentan. Al menos en Estados Unidos.

Silvia Senz Bueno (Sabadell, Cataluña, España)

Precio único para los libros mexicanos


Por estos días dos sucesos han marcado cambios en el panorama del libro en México. Uno es la inauguración, el 25 de abril, de la librería Rosario Castellanos en los predios donde estuvo un legendario cine de la ciudad de México, el cine Lido. Además de sus grandísimas dimensiones, tiene los anexos habituales de toda librería de buen tamaño: sala de cine y de usos múltiples, sala infantil y juvenil, sección de venta de discos y películas, sección de exposiciones temporales y la infaltable cafetería. El conjunto pertenece al Fondo de Cultura Económica. No voy a detenerme aquí ahora, porque si como colaborador del FCE he sufrido durante varios años los inconvenientes que trajo la construcción de un proyecto tan caro, como lector aún no he visitado el sitio, y es fácil adivinar que quien se asome se sentirá maravillado. En cambio, haré un comentario sobre una nueva ley.

El 26 de abril, la Cámara de Diputados de México aprobó una Ley de Fomento de la Lectura y el Libro. Del conjunto de la ley, lo que causó una polémica sorda y constante durante varios meses fue la institución del sistema de precio único.

En general, los opositores a la nueva norma se quejan de que el precio único va a acabar con los descuentos que ofrecen las grandes librerías y las ferias y que se sustrae al libro de la economía real de la oferta y la demanda. No estoy de acuerdo. Me parece que el verdadero problema está en que los legisladores no consideraron un problema lateral: el mal sistema de distribución que tenemos. En particular, dos aspectos de este sistema estorban las bondades del precio único. El primero es que la red nacional está centralizada al grado de ser obsoleta. Una pequeña librería de alguna ciudad que esté a más de dos o tres horas de la ciudad de México (digamos, Xalapa al este o Morelia al oeste) paga más por recibir sus libros y, sin embargo, tendrá que venderlos al mismo precio. Como se ve, el precio único debería ser una ventaja para el lector de esas ciudades, pues ya no tendría que cubrir el costo del transporte; pero si los costos ahorcan a la pequeña librería, al final nuestro lector hipotético pagará carísimo su libro.

El segundo obstáculo de la distribución es que las editoriales acostumbran fijar un límite mínimo a los pedidos de las librerías, lo que nuevamente lastima a las librerías pequeñas.

La mayoría de los libreros están de acuerdo con la ley, porque termina definitivamente con la guerra de precios que beneficiaba a ciertos títulos y a las grandes cadenas. Sin embargo, para muchas librerías pequeñas la desaparición de un problema les traerá otro. ¿Cómo se resuelve? Hay dos medidas inmediatas. Una, que las propias librerías tracen canales de distribución comunes que por lo menos les den más fuerza a la hora de hacer pedidos a las editoriales. La otra es un programa oficial de beneficios fiscales. La ley exige que se establezca una comisión de fomento a la lectura. Si esta comisión se deja de iniciativas cosméticas y ocasionales, acaso vea que facilitarles la gestión de su empresa a las librerías pequeñas es una forma práctica y sensata de que sobrevivan.

Tendremos, pues, un sistema más ordenado y racional. Es también un buen momento para abordar los problemas más imperiosos y resolverlos.

 

Javier Dávila, ciudad de México